19.9.19

De Waal dixit

Mi admirada Anatxu Zabalbeascoa ha entrevistado en EPS al ceramista y escritor Edmund de Waal, autor de La liebre con ojos de ámbar y El oro blanco. La extensa conversación no tiene desperdicio. Uno ha entresacado algunas frases subrayables. 

"Hacer las cosas bien es una responsabilidad". 

"Descubrir y contar es una manera de estar en el mundo, ¿no?"

"Nuestros hijos van a tener que rehacer Europa".

"La naturalidad hay que trabajarla".

"Lo que dices es cómo lo dices".

"Al final, todo es lo mismo: detenerse y mirar, ¿no?"

"No creo en los discípulos, uno debe buscar en uno mismo. No hay otro camino".

"Hacer cosas con las manos nos define como seres humanos. La humanidad empieza de nuevo con cada niño que coge algo y monta un desastre. La artesanía hace que el cuerpo defina lo que hacemos".

"Desaparecer es más mágico que llamar la atención".

Nota: La fotografía es de The New York Times y muestra a De Waal en su estudio de Londres.

17.9.19

Verano del 19 (y III)

De leer novela, en verano, salvo contadas excepciones. Éste, según costumbre, a falta del viaje real, he vuelto a Sicilia. Gracias a la relectura de El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, en la nueva edición revisada de Lanza Tomasi para Anagrama. La traducción es de Ricardo Pochtar. No me cansa ese clásico y menos con añadidos inéditos, poemas (o así) incluidos. 
Por seguir en esa isla, he leído Palermo es mi ciudad (me gusta más su verdadero título: Via XX Settembre), de Simonetta Agnello Hornby, siciliana residente en Londres (a la que ha dedicado otro libro en la misma editorial, Gatopardo Ediciones, aunque sus novelas estén en el catálogo de Tusquets), unas precisas memorias de adolescencia (de 1958 a 1964) traducidas por Teresa Clavel donde, ya digo, se detalla la vida de ella y, al cabo, de una familia aristocrática, procedente de Agrigento con finca en Mosè (a la que ha dedicado otro libro: Il pranzo di Mosè), que deja atrás los esplendores y privilegios del pasado. Así, en la página 109 leemos: "El otro libro del que se hablaba en aquella época era El Gatopardo, de Tomasi de Lampedusa, un señor al que la familia conocía. (...) La opinión de la mayoría era la de mi padre: habría sido mejor no escribir sobre ciertas cosas y dejar que nuestra clase muriera sin esa publicidad desmesurada que no correspondía a personas como nosotros".  
En lo que respecta a las memorias, terminé la última entrega de los diarios de Andrés Trapiello, Diligencias (Pre-Textos), donde lo que más me ha interesado, como siempre, es su lenguaje. Más que el qué (los relatos, el campo de Las Viñas, la familia, los viajes, el Rastro, las obsesiones...), el cómo. Y qué cómo. 
He disfrutado con El sueño de los vencejos. Son unas minuciosas memorias de infancia escritas por el poeta Antonio Moreno. Las publica Newcastle Ediciones. Me han interesado por lo que cuentan, claro, pero sobre todo, vuelvo a lo dicho más arriba, por cómo lo hace. Uno también ha sufrido leyéndolas, que conste. Hay partes muy duras en la vida de ese niño de provincia de finales del franquismo. Ahora sus lectores conocemos más a su autor y creo que comprendemos aún mejor el tono de su poesía. 
Todavía estoy (y encantado de que no se acaben por ahora) con los diarios (no sé cómo llamarlos, son eso y mucho más) de Tomás Sánchez Santiago, distintas entregas editadas e inéditas que se reúnen en El murmullo del mundo, todo un acierto de Trea al que habrá que dedicar, si puedo, una reseña aparte. En El Cuaderno publica ahora Los cuadernos pálidos. Ya van tres entregas y más de uno comprenderá, si las lee, lo que decía de sus almanaques. 
Uno de los felices descubrimientos estivales ha sido sin duda Shakespeare Palace. Mosaicos de mi vida en México, de Ida Vitale (Lumen), una auténtica delicia de libro que me ha sabido a gloria. Su estilo es de los que justifican esa tópica, polémica afirmación de que la mejor prosa la escriben los poetas. Menos me ha seducido El abc de Byobu (Adama Ramada Ediciones). No conozco aún De plantas y animales (Tusquets), pero me espera la relectura de su Poesía reunida (NTS de Tusquets), clave de bóveda de la escritura de la reconocida poeta uruguaya.
Entre baño y baño (y cerveza y cerveza, y avispa y avispa), han caído también tres libros de entrevistas. Alfredo Rodríguez es el responsable de dos de ellos. Me refiero a La plenitud conscientedonde se reúnen numerosas conversaciones con el poeta de La Bañeza Antonio Colinas, lo que lo convierte en un libro un tanto reiterativo (a las mismas o parecidas preguntas, iguales o semejantes respuestas), aunque no falten joyas, como su extenso "diálogo sobre lo clásico" con Juan Antonio González Iglesias, publicado en su día por la Universidad de Picardie-Indigo; y Nebelglanz (Ediciones Ulises), la tercera entrega (tras Exiliado en el arte y La pasión de la libertadde las charlas con su admiradísimo José María Álvarez (lo que las confiere un tono que, siquiera a ratos, resulta un pelín empalagoso), el novísimocartagenero y parisino poeta airado (amigo de lo políticamente incorrecto) que con sus arriesgadas confesiones no deja indiferente a nadie.
Alberto García Teresa, en fin, ha reunido en Un lugar que pueda habitar la abeja (la oveja roja) no pocas entrevistas de Jorge Riechmann, donde lo mismo se habla de ecología que de política o poesía. Con tanta radicalidad como inteligencia, añado. 

15.9.19

Próxima estación: Lisboa

El próximo 21 de septiembre, sábado, primer día (un suponer) del otoño, tendrá uno el honor de leer poemas con el escritor portugués Gonçalo M. Tavares en la Fundación Saramago de Lisboa.
Impone acompañar a alguien del que precisamente Saramago, al entregarle el premio que llevaba su nombre, exclamó: “¡Gonzalo M. Tavares no tenía ningún derecho a escribir tan bien con sus 35 años! ¡A uno le entran ganas de darle un puñetazo!”
Vila-Matas, por su parte, uno de sus grandes valedores en España, lo señaló como "la revelación más original de la literatura portuguesa".
Anécdotas mediante, recomiendo la extensa conversación que mantuvo hace poco con Luis Sáez Delgado, publicada en el número 131 de la revista Turia con este expresivo titular: "Hoy se hace literatura para personas cansadas". 
Esta lectura pondrá punto final a la jornada "Ecos de Cantigas. Lecturas de jóvenes poetas entre España y Portugal", incluida en la programación de Mostra Espanha 2019 (organizada por el Ministerio de Cultura y Deporte de España, Acción Cultural Española, la Embajada de nuestro país en Portugal y el Ministerio luso de Cultura), en la que participarán la profesora gallega María do Cebreiro,  que inaugura el encuentro con la conferencia “El corazón de la literatura”; Juan Carlos Reche y Juan Andrés García Román (coordinador del acto), que abordarán el tema “Cantares contemporáneos"; y Erika Martínez y Berta García Faet que charlarán sobre “Lo popular y el amor como lugares de permanencia de lo poético”. Los cuatro jóvenes (ellos sí) poetas leerán también versos.
Aquí hay información sobre todos los participantes. 
A las 10 de la mañana comienzan las distintas intervenciones. La nuestra está prevista para las 16:30. Ya conocen los horarios portugueses. 

13.9.19

Premios Hiperión

Maribel Andrés Llamero
Hiperión, Madrid, 2019. 58 páginas. 10 €

Este libro, el segundo de Maribel Andrés Llamero (Salamanca, 1984, aunque de origen zamorano), tras La lentitud del liberto, ganó (ex aequo) el veterano y acreditado premio Hiperión y toma su título de una canción de Agustín García Calvo, no por casualidad natural de Zamora.
Con una brillante carrera académica a sus espaldas, como muchos jóvenes de su promoción, opta, sin embargo, por un tipo de poesía nada escolástica, en las antípodas de la vulgar moda parapoética y aun de lo habitual (lo coloquial y urbano) tan tópico y frecuente entre sus pares poéticos, ya sean hombres o mujeres. Elige lo rural (por suerte no es la única, aunque las comparaciones resulten impertinentes) y compone un libro valiente y sin complejos que frisa con lo épico. Su tono, digamos para empezar, es consustancial a lo descrito. No hay mentira aquí.
Las abuelas (una constante generacional) están en el origen del libro. A una de ellas, por cierto, Isabel, nonagenaria, le está dedicado. Por lo que aquél soporta de memoria, y porque no elude el componente sensible y emocional.
Este poemario es como un canto de amor a los orígenes y a la familia, a esos otros que fuimos sin ser. Mis abuelos tuvieron una vida dura. Los maternos emigraron a Alemania (…). Del mismo modo, mis abuelos paternos eran muy humildes e intentaban darles lo mejor a su familia”, ha dicho la autora en una entrevista publicada en La Opinión.
Lo abren citas muy bien escogidas de José Emilio Pacheco (“No amo mi patria…”), Drummond de Andrade (Llamero es profesora asociada de literatura brasileña y portuguesa en la Universidad de su ciudad natal y ha vivido en Río de Janeiro, donde murió el autor de Sentimento do mundo), Carmen Camacho y Hölderlin.
El primer verso desvela el objetivo: “Esto es Castilla”. Mucho más, ya se sabe, que una región o un paisaje. Más en la historia de nuestra poesía. Una metáfora del propio cuerpo y de las ideas que la constituyen como ser humano. Lo seco, lo severo, lo llano, también lo tierno y el agua (aunque a veces oculta) dan forma y fondo a su mirada. 
Fruto de sus mayores (que se han pasado la vida yendo y viniendo), confiesa: “Soy nieta de emigrantes, carbón humano”. Y: “Me han confiado toda la luz”.
Ahí, la infancia: en la casa familiar o en el campamento del bosque. Y la bisabuela a la que conoce en una fotografía conservada en un museo etnográfico de la citada capital castellana. Y los nombres de los lugares (zamoranos mayormente). El Oeste (que diría, más al sur, la extremeña del norte Pureza Canelo): “Jamás laberinto más temible / que aquel que no conoce muros”.
“Lejos del mar abierto”, “este alma de pizarra” sueña: “Digan lo que digan los anuncios de cerveza / nada será nunca más verano / que el aroma de la jara en flor”. A orillas de los ríos, como el bejarano Cuerpo de Hombre. El de los mares interiores: “El embalse hoy parece el paraíso”. Como el que engulló (imposible olvidar al leonés Julio Llamazares) el pueblo de su triste abuela Ramona. “Estas mujeres –escribe– son la memoria / de una vida que no existe /en los mapas del gobierno”. La España vacía, sí. Un “mundo horizontal”. Y del silencio. La “áspera meseta”, “tierra adentro”, “nunca matria”. “Estos páramos donde todo es alto / sin altivez, protegido por lo surcos, / por el trigo, esta lentitud, esta pausa, / esto es Castilla”. Con el leopardiano “Defensa de la retama” concluye un libro singular y a contracorriente. Misterioso y hondo, como esa tierra.


Carlos Catena Cózar
Hiperión, Madrid, 2019. 66 páginas. 10 €

Catena (Torres de Albánchez, Jaén, 1995) ganó (ex aequo) con este libro, el primero de los suyos, la trigésimo cuarta edición del premio Hiperión. Su juventud es clave para entender su contenido, una suerte de nueva poesía social (que nada tiene que ver con la de mediados del siglo pasado) donde se analiza, por decirlo pronto, el presente, precario en lo laboral, de su generación. Como esto es poesía, de ahí la diferencia, es en el territorio del lenguaje donde se resuelve el asunto. Él lo usa con soltura y naturalidad, sin usar mayúsculas ni signos de puntuación, y en una sucesión de poemas que vienen a ser fragmentos de un discurso infernal basado en el fracaso (“no puede escribir sobre el fracaso / quien no ha bajado al infierno”), el pesimismo existencial y la desesperanza. Parece que el futuro ya pasó para el personaje poético que encarna estos poemas. Para eso se sirve de la ironía y del humor, un sentido capital en esta frustrante panorámica donde la lucidez sobresale sin remedio. Por sus versos, sujetos a un ritmo sugestivo (una musicalidad que se agradece), desfilan una abuela jornalera con clara conciencia política que confía en el valor del trabajo (“el esfuerzo y el trabajo bien hecho”, decía), un padre con visa (“en el extranjero una transferencia bancaria / es el único abrazo que mi padre puede darme”) o una madre que, si enfermara, se vería obligada a vivir en el extranjero donde residen sus hijos emigrantes.
Se ratifica que “la mayor hazaña del hombre moderno / es cotizar hasta jubilarse”; se fantasea con el suicidio literario de un hermano; se afirma, a propósito del espinoso tema de la libertad, que “no todo lo que acontece sin consentimiento es malo / es así que todos nacemos”; se usa la metáfora del juego del perro y la pelota; se parafrasea al beat Allen Ginsberg: “he visto las mejores mentes de mi generación / destruidos por un contrato basura”; se celebra la enfermedad, porque remite al cariño y a la infancia; se enumeran bienaventuranzas (“bienaventurado el dinero porque compra cosas”, “bienaventurado internet porque existe”, “bienaventurado el poema porque se lee rápido”, “bienaventurada la queja porque es diálogo”, “bienaventurado el tiempo porque pasa”, etc.); se conversa con Ricardo, el único amigo de infancia que es solvente (“el único joven de éxito que conozco”), propietario de un Mercedes, al que al cabo pregunta “cómo  vamos a aguantar / los cuarenta años de trabajo que nos quedan / hasta jubilarnos”; se reivindica la lengua materna en un poema dedicado a la madre del protagonista, traductor de profesión, que empieza: “límpiame la lengua (madre) / porque hoy he venido a hablar contigo” y termina: “he venido solo para hablar contigo”; se critica la líquida realidad en la que naufragamos (“toda esta abundancia / todo este éxito / tan poca vida”); se habla de hijos (lo normal es que “nunca hagan nada bien”) y de tristeza y de aviones y de que “el patriotismo es de los expatriados”: “no sé explicar un país ni tampoco una patria”; y del “ahí fuera” (“luchamos tanto tiempo con el ahí fuera”) y el “aquí dentro” (“acabar con las afueras nos dejó también / sin un aquí dentro donde esperar a salvo”); de que, como tantos, “he empezado a construir mi casa en el extranjero / un terreno en una ciudad irlandesa donde el sol / ocurre solo en el margen de los días festivos”, porque “lo que importa de verdad ocurrió siempre / tan lejos de los días hábiles”... El romanticismo o un atardecer de Hopper, pone por caso.

Nota: Las reseñas de los libros de Llamero y Catena se publicaron el pasado viernes 6 de septiembre en El Cultural.

11.9.19

De Sharon Olds


Sharon Olds
Traducción de Joan Margarit y Eduard Lezcano Margarit
Igitur, Montblanc (Tarragona), 2018. 128 páginas. 

Sharon Olds (San Francisco, 1942) estudió en Stanford, se doctoró en Columbia e imparte clases en Nueva York. Autora de más de una decena de títulos, en España se han publicado sus libros Satán dice (Igitur), El padre, Los muertos y los vivos y La célula de oro (Bartleby).
Tenía ya treinta y siete años cuando publicó su ópera prima. Desde entonces ha llevado a cabo un coherente proyecto poético, digamos, basado en el tono confesional (que viene, entre otros, de Lowell) y en el lenguaje cercano y directo (donde sobran las metáforas, puntualiza Óscar Curieses) que “tiene como destinatario primero a ella misma”, ha señalado Jaime Siles, pero que, al no ser una “poeta intelectual” (“más física que metafísica”) e interesarle “la vida ordinaria”, alcanza a “todos los demás”. De ahí que, para esta mujer, la sexualidad explícita, el dolor por la enfermedad o los asuntos de familia y los políticos sean su caldo de cultivo lírico. Se demuestra a las claras con la lectura de la obra que nos ocupa, Stag's Leap, por el que recibió los premios Pulitzer y TS Eliot. La presidenta del jurado del galardón británico, Carol Ann Duffy, comentó: “Siempre digo que la  poesía es la música del ser humano, y en este libro ella realmente canta”.
De nuevo en la ejemplar Igitur, y con un traductor de lujo, Joan Margarit (que ya vertió a Hardy y a Bishop), el libro podría resumirse como lo hizo el escritor Eduardo Lago: “es la crónica de las secuelas que deja en una mujer un divorcio inesperado”. Lo explica muy bien el poeta catalán en su prólogo, personal y apasionado: este es un “territorio que resulta familiar a cualquier persona adulta”. Son “reflejos de su propia sentimentalidad”, “un camino directo a la verdad del lector”. Estamos ante la prueba de que la poesía (“la más íntima de las artes”, según el autor de Joana) vive un momento de “una intensa complejidad” y ella es “una de las grandes y más lúcidas intérpretes de este momento”. En El salto del ciervo, añade, “está toda la inteligencia y la belleza de Sharon Olds” y, “más que nunca, su verdad”.
En orden cronológico, por estaciones, la voz de la narradora va identificando, explorando razonadamente lo ocurrido. Toda una sorpresa. El libro da cuenta de un proceso. Como si de las fases de una grave enfermedad se tratara.
Con su “apenas-ya-marido” todo es “cortesía y horror”. Hay que “decírselo a los niños”. Desde el principio está claro que “intentaré desenamorarme / de él, pero que siento que le amaré toda la vida”. “Estaba colada por él”, declara, y: “lo adoré con una desprotegida alegría”. Fueron treinta años de convivencia. “Entre / los dos habíamos hecho nuestro matrimonio, / entre los dos lo liquidábamos”.
Hay poemas memorables: “Misericordia”, “Llegando a Godthab” o “Marítima”, por ejemplo. O el divertido “Poema a los pechos”, porque no falta aquí el humor y la ironía, a pesar de sentirse un “ángel de odio”.
La desazón, la vergüenza y las pérdidas (del marido y de lo demás) marcan el duro itinerario. “Él fue un caballero sobre el que construí / una confianza absoluta”. “A la vista del amor”, además. “Yo no lo conocía, conocía mi idea / de él”, escribe. Y: “no me suelto de él”. “De todos modos –concluye-, qué es vivir / sino morir”.
En “Septiembre 2001, New York City” leemos: “No / creo que pueda escribir sobre ello jamás”. Pero también: “Hay algo en mí destinado a ser escrito / algún día”. De eso da cuenta este libro logrado, intenso e imprescindible. Para cualquiera.

Un poema de Olds:

LA ÚLTIMA HORA


De pronto, en el último momento,
antes de que él me llevara al aeropuerto, se levantó
chocando con la mesa y dio un paso
hacia mí, y como un personaje de una antigua
película de ciencia ficción, se inclinó
hacia delante y hacia abajo, extendió un brazo
golpeando mis pechos e intentó
agarrarse a mí. Me puse en pie y tropezamos,
y entonces nos detuvimos alrededor de nuestro núcleo, su
ronco grito de temor, en el centro,
en el final, de nuestra vida. Rápidamente, entonces,
–lo peor había pasado ya– pude consolarlo,
manteniendo desde la espalda su corazón en su sitio
y por delante tranquilizándolo, su propia
vida continuando, y lo que lo había
atado, en torno a su corazón –y que lo había atado
a mí– ahora yacía sobre nosotros y a nuestro alrededor,
agua de mar, óxido, luz, esquirlas,
los eternos y pequeños rizos de eros
golpeados hasta quedar tiesos.


Nota: Recupero una reseña que se quedó atrás. De un libro espléndido, por cierto. Nunca es tarde.

9.9.19

Verano del 19 (II)

He formado con los libros de poesía que he venido leyendo una pequeña pila al borde de la mesa donde escribo. En ella está, por ejemplo, Escaramujosel último libro de haikus (o jaikus) de Jesús Munárriz (Pre-Textos), de los que hablaba el primer domingo del mes en La esfera de papel de El Mundo: "si hay algo que combine y una estos dos mundos, el de la poesía y el de la naturaleza, son los jaikus". Y más adelante concluye: "son la síntesis más lograda de la poesía". Me quedo con éste: Tigres parecen / en la siesta de agosto / las putas moscas. Y Ahora (Pre-Textos), del extremeño José Antonio Zambrano, que a uno le ha parecido un libro excelente, tal vez el mejor de los suyos, y al que precede un enjundioso prólogo del zafrense Luciano Feria (que se estrenaba hace unos meses como novelista con El lugar de la cita, publicada por RIL Editores); Mis fantasmas (Visor), de Juan Pablo Zapater, un apasionante paseo, lleno de ácida lucidez, por la identidad, el amor y la muerte; Armisticio, de Ben Clark, que vuelve a la editorial Sloper con una década de poemas que estaban hasta ahora fuera de un libro y que componen uno magnífico; La vida menguante (Trea), del aedo gijonés Pedro Luis Menéndez, que regresa a la poesía tras treinta años sin publicar y con un libro que es pura vida, para mí un extraordinario descubrimiento; En jardines de arena (Polibea. El Levitador), de Juan Gil Bengoa, un curioso y bien tramado artefacto literario donde se mezclan la poesía y la narrativa gracias a lo que les sucede a personajes románticos que huyen o viajan al Sur, hacia parajes desérticos; Solo queda una sombra (Signos. Huerga & Fierro), de José Infante, impresiona por su verdad y, tras las sombras, el dolor y la tristeza que afloran con su vuelta a la ciudad natal, calibramos, en la línea delgada que separa la vida y la muerte, la auténtica medida de un hombre; Emisarios (Pre-Textos), de Juan Manuel Macías, destaca por su tono sereno y meditativo que nos acerca a un mundo natural y solitario que alguien lee y contempla con inocente perplejidad; y Dudoso silencio, una plaquette de Mario Vega (Colección Heracles y Nosotros), perfecto aperitivo de cara a un libro por venir, La mala conciencia, reciente premio "València Nova", que publicará Hiperión.  
Nunca será bastante (poemas casi de amor), de Fermín Herrero (La Garúa), agrupa, sí, poemas amorosos escritos por el poeta soriano. Para demostrar que esa temática, pongamos, no le es extraña. Nos permite, además, conocer poemas de sus inicios (que uno, fiel lector suyo, ignoraba) e incluso inéditos. Lo importante: que podemos volver sobre una de las obras más certeras y personales del panorama poético patrio. Amor mediante.
Del chileno Jorge Teillier tenía una vaga noticia. Poemas sueltos. Menciones varias. Por eso me ha resultado tan estimulante la lectura de Poemas de la realidad secreta, una antología que ha publicado Visor en edición y prólogo de Francisco Véjar. Qué alegría descubrir como es debido a este poeta ferroviario, rural y melancólico.
Más de dos líneas merecería la poesía reunida (1999-2016) del canario Francisco León que ha publicado Ediciones Idea/Cámara clara con el título Tiempo entero (título de un libro suyo de 2002). Es, sin duda, el menos hermético y conciso de los poetas que giraron en sus comienzos en torno a Sánchez Robayna y la revista Paradiso. Su poesía, o eso creo, ha mejorado con los años y uno la ha leído con fervor y admiración, en especial algunas partes: las más meditativas y paisajísticas. Pocas poéticas con tan nítida noción de lugar: lo insular, que tiene que ver con sus islas, pero también con las griegas. La luz que iluminan estos versos, insisto, su tono (tan oriental a rachas, tan anglosajón otras), bien merecen el viaje. 
Ya sabíamos que la poesía venezolana era una de las más potentes del ámbito hispánico; y del mundo, por añadidura. Lo viene a demostrar sobradamente la magna antología Rasgos comunes (Pre-Textos), 1176 páginas de versos de poetas del siglo XX donde no faltan Cadenas, Montejo, Pantin, Sucre, Barreto, etc. (De uno de ellos, por cierto, Sánchez Peláez, ofreció aquí atrás Visor una muestra que sigue siendo un referente ineludible de esa riqueza poética a que aludimos.) La edición y el prólogo son responsabilidad de Antonio López Ortega, Miguel Gomes y Gina Saraceni. El primero, cónsul de la poesía de Venezuela en España (y en la ultramarina casa valenciana), es también el editor de La segunda versión, la poesía reunida de Guillermo Sucre (autor, no se olvide, de Borges, el poeta La máscara, la transparencia, textos capitales de la bibliografía lírica hispanoamericana)
Termino. Una de las lecturas previstas para estas pasadas vacaciones era Obra poética (1975-2007), de José Carlos Cataño (con prólogo de Ana Arzoumanian). El 9 de agosto, un día después de mi cumpleaños, moría de repente el autor canario y ya no he sido capaz de volver sobre unos poemas que, si bien conocía, me apetecía mucho volver a leer. Julián, José Carlos... Arden las pérdidas. 

6.9.19

Verano del 19 (I)

El del 19 será el verano en que murió, por sorpresa y a destiempo, Julián Rodríguez. Vaya esto por delante. Un dolor grande. Y una pena. Sigue pendiente una reflexión personal sobre su vida y su obra que me he prometido escribir. En frío. Cuando sea posible.
Dicho esto, y porque de verano hablamos, confieso que cada vez sobrellevo peor la caló. Como Julián, que, cuando más le traté, solía escaparse durante la rigurosa canícula extremeña a alguna casa perdida que estuviera cerca del agua. Por la Sierra de Gata o por sus familiares Hurdes. Ahora todo se ha agudizado con el dichoso cambio climático.
Tampoco me entusiasman las vacaciones (con perdón), tan sobrevaloradas. Y para uno, ay, tan placentinas. De ahí que llegue a septiembre con una agobiante sensación de pérdida de tiempo (y eso que tuve tareas literarias entre julio y agosto) y de haber desaprovechado las múltiples ventajas, o eso dicen, de la falta de obligaciones laborales. Alguno dirá: porque es maestro y sus vacaciones son largas. Tal vez. Así las cosas, me digo, para qué vas a jubilarte. Por eso, siquiera en parte (hay otras razones), sigo en la brecha, un curso más. A pesar de que mis 60 recién cumplidos y los casi cuarenta de sufrido cotizante me habrían permitido abandonar las aulas y a los muchachinos.
A la lectura, por otra parte, tampoco le he sacado demasiado partido en estos meses. No digamos a la escritura, por ponernos pedantes. El calor, sí, que disuade al más pintado.
He leído en casa, a favor del aire acondicionado, y en la bendita piscina (casi privada, de tan tranquila y poco concurrida), pero con más desgana que aprovechamiento. Bueno, algo hemos sacado adelante, lecturas de las que me gustaría dar al menos breve noticia. En dos entregas: una dedicada a la poesía y otra a la prosa. No hace falta decir que los libros de los que voy a hablar son sólo algunos de los que he leído y apenas un puñado de los muchos que aún esperan su turno. O ya no, porque leer todo lo que me llega es imposible. No, Dios me libre, no trato de establecer ningún canon, por doméstico que fuera.

Ilustración: 'Retrato de hombre leyendo', circa 1922, de Barnett Freedman.