He formado con los libros de poesía que he venido leyendo una pequeña pila al borde de la mesa donde escribo. En ella está, por ejemplo, Escaramujos, el último libro de haikus (o jaikus) de Jesús Munárriz (Pre-Textos), de los que hablaba el primer domingo del mes en La esfera de papel de El Mundo: "si hay algo que combine y una estos dos mundos, el de la poesía y el de la naturaleza, son los jaikus". Y más adelante concluye: "son la síntesis más lograda de la poesía". Me quedo con éste: Tigres parecen / en la siesta de agosto / las putas moscas. Y Ahora (Pre-Textos), del extremeño José Antonio Zambrano, que a uno le ha parecido un libro excelente, tal vez el mejor de los suyos, y al que precede un enjundioso prólogo del zafrense Luciano Feria (que se estrenaba hace unos meses como novelista con El lugar de la cita, publicada por RIL Editores); Mis fantasmas (Visor), de Juan Pablo Zapater, un apasionante paseo, lleno de ácida lucidez, por la identidad, el amor y la muerte; Armisticio, de Ben Clark, que vuelve a la editorial Sloper con una década de poemas que estaban hasta ahora fuera de un libro y que componen uno magnífico; La vida menguante (Trea), del aedo gijonés Pedro Luis Menéndez, que regresa a la poesía tras treinta años sin publicar y con un libro que es pura vida, para mí un extraordinario descubrimiento; En jardines de arena (Polibea. El Levitador), de Juan Gil Bengoa, un curioso y bien tramado artefacto literario donde se mezclan la poesía y la narrativa gracias a lo que les sucede a personajes románticos que huyen o viajan al Sur, hacia parajes desérticos; Solo queda una sombra (Signos. Huerga & Fierro), de José Infante, impresiona por su verdad y, tras las sombras, el dolor y la tristeza que afloran con su vuelta a la ciudad natal, calibramos, en la línea delgada que separa la vida y la muerte, la auténtica medida de un hombre; Emisarios (Pre-Textos), de Juan Manuel Macías, destaca por su tono sereno y meditativo que nos acerca a un mundo natural y solitario que alguien lee y contempla con inocente perplejidad; y Dudoso silencio, una plaquette de Mario Vega (Colección Heracles y Nosotros), perfecto aperitivo de cara a un libro por venir, La mala conciencia, reciente premio "València Nova", que publicará Hiperión.
Nunca será bastante (poemas casi de amor), de Fermín Herrero (La Garúa), agrupa, sí, poemas amorosos escritos por el poeta soriano. Para demostrar que esa temática, pongamos, no le es extraña. Nos permite, además, conocer poemas de sus inicios (que uno, fiel lector suyo, ignoraba) e incluso inéditos. Lo importante: que podemos volver sobre una de las obras más certeras y personales del panorama poético patrio. Amor mediante.
Del chileno Jorge Teillier tenía una vaga noticia. Poemas sueltos. Menciones varias. Por eso me ha resultado tan estimulante la lectura de Poemas de la realidad secreta, una antología que ha publicado Visor en edición y prólogo de Francisco Véjar. Qué alegría descubrir como es debido a este poeta ferroviario, rural y melancólico.
Más de dos líneas merecería la poesía reunida (1999-2016) del canario Francisco León que ha publicado Ediciones Idea/Cámara clara con el título Tiempo entero (título de un libro suyo de 2002). Es, sin duda, el menos hermético y conciso de los poetas que giraron en sus comienzos en torno a Sánchez Robayna y la revista Paradiso. Su poesía, o eso creo, ha mejorado con los años y uno la ha leído con fervor y admiración, en especial algunas partes: las más meditativas y paisajísticas. Pocas poéticas con tan nítida noción de lugar: lo insular, que tiene que ver con sus islas, pero también con las griegas. La luz que iluminan estos versos, insisto, su tono (tan oriental a rachas, tan anglosajón otras), bien merecen el viaje.
Ya sabíamos que la poesía venezolana era una de las más potentes del ámbito hispánico; y del mundo, por añadidura. Lo viene a demostrar sobradamente la magna antología Rasgos comunes (Pre-Textos), 1176 páginas de versos de poetas del siglo XX donde no faltan Cadenas, Montejo, Pantin, Sucre, Barreto, etc. (De uno de ellos, por cierto, Sánchez Peláez, ofreció aquí atrás Visor una muestra que sigue siendo un referente ineludible de esa riqueza poética a que aludimos.) La edición y el prólogo son responsabilidad de Antonio López Ortega, Miguel Gomes y Gina Saraceni. El primero, cónsul de la poesía de Venezuela en España (y en la ultramarina casa valenciana), es también el editor de La segunda versión, la poesía reunida de Guillermo Sucre (autor, no se olvide, de Borges, el poeta y La máscara, la transparencia, textos capitales de la bibliografía lírica hispanoamericana).
Termino. Una de las lecturas previstas para estas pasadas vacaciones era Obra poética (1975-2007), de José Carlos Cataño (con prólogo de Ana Arzoumanian). El 9 de agosto, un día después de mi cumpleaños, moría de repente el autor canario y ya no he sido capaz de volver sobre unos poemas que, si bien conocía, me apetecía mucho volver a leer. Julián, José Carlos... Arden las pérdidas.