23.4.23

Sobre la poesía de Cadenas


Honradez, no estilo

A un poeta que cumple 93 años, autor de una obra ya cumplida por la que se le reconoce con el Cervantes, sólo se le puede pedir lo que Rafael Cadenas ofrece a sus lectores en sus libros (entre ellos, Obra entera, Sobre abierto, En torno a Basho y otros asuntos Contestaciones): honestidad y coherencia. En persona, digamos, y en obra. Sí, porque vida y escritura son en el venezolano inseparables. “La poesía viene de mi timidez”, confiesa. No en vano, el jurado “reconoce la transcendencia de un creador que ha hecho de la poesía un motivo de su propia existencia”. Lo suyo ha sido escrivivir (escriviure, diría el menorquín Pons). En busca de la verdad. Su humanística, ética intención quedó reflejada para siempre en “Ars poética” (Intemperie, 1977): Que cada palabra lleve lo que dice/ Que sea como el temblor que la sostiene/ Que se mantenga como un latido/ No he de proferir adornada falsedad ni poner tinta dudosa ni añadir brillos a lo que no es/ Eso me obliga a oírme. Pero estamos aquí para decir verdad/ Seamos reales/ Quiero exactitudes aterradoras/ Tiemblo cuando creo que me falsifico. Debo llevar en peso mis palabras. Me poseen tanto como yo a ellas/ Si no veo bien, dime tú, tú que me conoces, mi mentira, señálame la impostura, restriégame la estafa/ Te lo agradeceré, en serio. Enloquezco por corresponderme/ Sé mi ojo, espérame en la noche y divísame, escrútame, sacúdeme.
Ahí está todo. La lucidez, un fruto meditativo, ha sido fiel aliada de su manera de decir y, como cabe presuponer en un poeta moderno, la reflexión sobre lo escrito una constante, ya sea en forma de versos, de ensayos (sobre la mística de san Juan de la Cruz, por ejemplo) o de aforismos (No somos la fuente de nuestro vivir, pero por nosotros pasan las aguas). Cierra el círculo de su capacidad y arrojo para “designar lo indesignable” (“Lo inefable no me quiere”) su significativa tarea como traductor: Whitman, Graves, Pessoa…
La exactitud ha sido una meta perseguida, lejos de lo que denominó “verbosidad abundosa”, tan común en la lírica ultramarina. La humildad de su poesía, una suerte de refinamiento, estremece; tan ajena, a un tiempo, de la que se acoge al frívolo oropel como de la que se ampara en las vaciedades herméticas. Ni retórica ni inescrutable: clara y misteriosa. Rehúye el énfasis: es sobria. Ni poética ni literaria, nunca “cosa de arte”. Discreta, austera, melancólica y taciturna, como él. De la mirada: “Los ojos / nunca son insolventes”, propia del observador y del testigo. De los objetos, en especial de los más cotidianos y próximos: “Me interesa lo ordinario”. Compleja, cómo no: así es la vida. Y el hombre mismo, cabe añadir; de ahí su preocupación por el yo y la identidad: “No soy lo que soy ni lo que no soy”. De la realidad: otro nombre de lo desconocido, que nunca será conocido”, pues “no hay nada más extraño que la existencia”. Terrestre. Intempestiva: “Este presente es todo”. En su centro, el lenguaje: su auténtica “hechura”; un asunto, por cierto, al que tanta atención le ha dedicado. Aunque Darío Jaramillo hizo alusión a su “inestilo”, todo en sus versos obedece a un propósito minuciosamente elaborado. Su formación, no se olvide, es la de un docente universitario y sus lecturas (“Soy más bien lector”) abarcan muchas materias, no sólo la poética. Ya dije, en fin, que “la suya es una poesía de palabras «calladas» que, por la vía de la mística, no le hace ascos al silencio”. Su tono, conversacional: “cerca del habla”.
“Me atrae la escritura cercana al diario”, dijo Cadenas. Leídos a lo largo, sus poemas no dejan de ser una suma de anotaciones fragmentarias que conforman el de la dilatada existencia de un resistente. Donde se aprecia a la perfección cómo la poesía consigue el sencillo milagro de hacer “más vivo el vivir”.
 
NOTA: Este artículo se ha publicado en EL CULTURAL.