Cualquier lector sabrá situar al extremeño Julián Rodríguez (Ceclavín, 1968) en el mapa de la literatura hispánica reciente y, ya allí, subrayar su importancia. Digo lector pero podría añadir, para otros ámbitos, distintos tipos de personas pues, además de escritor, fue galerista de arte, editor, diseñador gráfico, comisario y crítico de arte, cocinero, hostelero y tipógrafo. Su prematura, inesperada muerte a los cincuenta años de edad puso en evidencia, de forma abrupta, que el tópico de ese irremplazable hueco o vacío que deja según quién es a veces verdad. Para constatarlo la Editora Regional de Extremadura, a la que Rodríguez estuvo vinculado durante años, donde publicó, en rigor, su ópera prima (luego veremos por qué, en una colección que él mismo había diseñado), le dedica un homenaje en forma, cómo no, de libro que, bajo la coordinación del profesor de la Universidad de Évora Antonio Sáez (amigo del autor desde la infancia), se centra en su “universo literario”.
En el ajustado, esclarecedor prólogo, Sáez señala su “lugar
singular entre los escritores de su generación”; que su obra es “una
conversación” (con sus lectores, sus autores dilectos −a los que citaba con
pertinencia− y la memoria); que “su cartografía simbólica” transita entre “el
territorio de lo cotidiano y el de lo sublime”, entre el cosmopolitismo del
viajero y el asumido provincianismo del que asienta sus raíces en “lo rural”; que
sostuvo una alta exigencia para con el lenguaje (escritura y reescritura); y que,
en fin, sus “dos grandes llaves” literarias fueron la sobriedad y la elipsis. Lo
mismo que en su vida, cabría precisar. Fue un hombre contenido y lacónico.
El volumen se divide en dos partes que, según creo, no
marcan significativas diferencias en lo que al alcance de los textos y a su
presunto academicismo respecta.
Abre el fuego Fernando Valls, que le califica de
“multifacético”, quien examina con rigor filológico cuentos y microrrelatos de
sus primeras entregas. También lo sitúa en su contexto generacional y se
refiere a lo sentimental y a lo familiar.
Otro filólogo, Miguel Ángel Lama, vuelve sobre el mismo
“laboratorio”, el que componen los libros Mujeres, manzanas y Nevada (que,
como aclara, se publicaron por separado debido a razones editoriales, pero “dos
libros que fueron concebidos como uno solo”), así como Antecedentes, su mestiza,
definitiva versión. La intemperie, la nieve, sus lecturas (fue un lector
omnímodo) son otros elementos que completan una reflexión que concluye con un
exhaustivo index nominorum.
J. Mª Pozuelo Yvancos se acerca a su “poética” de la mano de
tres libros: Ninguna necesidad, Cultivos y Antecedentes (novela,
autobiografía y relatos). Subraya su “economía verbal”, su “sobriedad” y su
“estilo propio”. “Su actitud −dice− es la misma que sostiene un poeta”. La
técnica del collage, el asunto de la identidad, su “estética iceberg”
o lo rural (como se ve, un lugar común) están también presentes en el análisis
de lo escrito por este “aliado de las pocas palabras”.
J. L. Bernal Salgado aborda con solvencia todo lo que tiene
que ver con los lugares de JR. Su territorio, “al norte del Tajo”. “La clave de
su originalidad, de esa diferencia, se halla en el propio Julián, en su
fidelidad a sus raíces, al lugar de origen, a su genealogía”, manifiesta. En el
olivo y el acebuche encuentra los símbolos para explicar la dicotomía entre “lo
silvestre y lo cultivado”.
David Matías (pariente del autor y “fan”, uno de los que
mejor conocen su vida y obra), escribe sobre su familia. Su verdadero “campo”.
“Soy de pueblo”. Más que Ceclavín, Las Mestas. “No quiero ficciones”. La clave
autobiográfica de sus “piezas de resistencia”: Unas vacaciones baratas en la
miseria de los demás y Cultivos.
I. Mª. Pérez González estudia pormenorizadamente los
personajes femeninos. Mujeres con nombre y sin él. Sus voces. “La grandeza de
su insignificancia”. Entre ella, su madre: María; y sus abuelas: Claudia y
Ángela.
Isabel Araújo Branco se ocupa de la relación de JR con
Portugal, “presença assídua”. “Assume Portugal como uma extensão do seu espaço natural”.
Su arte, su literatura, Lisboa… (Al cabo, por ceclavinero, no dejaba de ser rayano, anota uno.)
El incisivo Gonzalo Hidalgo Bayal regresa a Tiempo de
invierno, su primera novela, premiada primero y publicada después, una vez
reescrita, en una colección de literatura juvenil. La dejó atrás, viene a decir,
por “adolescente” o por sus “imperfecciones”, pero cree que primó esto último,
aunque a la postre ese hecho le convirtiera en escritor.
Marta Sanz escribe casi un libro, un extenso, penetrante diálogo
con JR donde habla tanto de ella como de él. Y de Cultivos, “un tratado
del conocimiento”. “Nos amuebló la cabeza”. Se lo dijo Javier, “tú sí conocías
a mi hermano”. Contó “las raíces con palabras”. No olvida ni a Periférica ni a
“la gran Paca Flores”.
Carlos Pardo lee el libro recién citado. Sus “piezas de
resistencia”, dice, “inventan su género”. Poética y autobiografía desde “la
complejidad del presente”. Escritura “esbozada”. “Elegíaca”.
Martín López-Vega, editor del póstumo de Diario de un
editor con perro. La casa de las montañas. 2018-2019 da a la luz el
prólogo que debió colocar al frente de esas notas que colgó de su muro
de Facebook y que, siquiera como “borrador de libro”, en su versión “cruda”, matiza,
publicó también la Editora. Alude allí a la búsqueda de la “patria rural” de
Sciascia y al mundo rural de Pasolini. A sus observaciones del paisaje y a las
voces que habitaban el lugar, la de su perra Zama inclusive. Sostiene que no se
trata de un diario ni “íntimo” ni “personal”.
Iván de la Nuez evoca al JR total. Al que tenía “un plan”, a
su ambición “olímpica”, al que pensaba “a España como una provincia de Iberoamérica”.
Constantino Bértolo aporta el texto que leyó en 2004 en la
FNAC cuando premiaron a JR como Nuevo Talento. Es una carta a quien le ayudó “a
ser mejor editor, mejor lector, mejor amigo”. “No es un escritor simpático”,
confiesa. Creó “un solar” con sus libros, expone mediante una afortunada
metáfora arquitectónica. Destaca tres elementos primordiales en su escritura:
“la mirada, la tierra y la camaradería”. Aclara que “al mirar lo hace en
compañía de otros” y que su voz “no quiere seducir […] sino compartir”.
Andrés Trapiello, con quien mantuvo “una amistad sin
fisuras”, da dos textos. Unas páginas del tomo del SPP Siete moderno sobre
una visita a JR en uno de sus restaurantes efímeros (donde relata su larga relación
amistosa) y el artículo que publicó en El País con motivo de su muerte. “Se
propuso ser moderno… sin parecerlo. Esto último, por delicadeza y, claro, por
discreción”.
Para finalizar, Javier Rodríguez Marcos publica una amplia cronología
que nos permite comprender mejor la intensidad con la que su “desclasado”
hermano Julián vivió. Para verificar que, como afirma Iván de la Nuez, su
legado es “intangible, a la vez que infinito”. Lo que fue autobiográfico y
luego generacional es ya histórico.
Antonio Sáez Delgado (Coord.)
Editora Regional de Extremadura, Mérida, 2022. 180 páginas. 12 €
NOTA: Esta reseña se ha publicado en el número 145-146 de la revista TURIA.