27.5.25

Lecturas a lo breve (poesía)


El grueso de mis lecturas corresponde a la poesía. Me limitaré a citar los libros que he leído últimamente con más gusto. Sin orden de prelación, matizo.
Quizás le falte vuelo, pero no naturalidad y frescura, a Salto de fe, destacable ópera prima del madrileño de Móstoles (y del 94) Marcos Nogales, accésit del Premio Adonais en 2024. Poesía a pie de tierra, digamos. Sin florituras.
Príncipes y principios (La Isla de Siltolá), de Alberto Fadón, sin embargo, otra primera obra, acaso le sobre lo contrario: erudición y barroquismo. Por suerte esta literatura en grado sumo (donde no faltan guiños a sus dilectos, estudiados poetas del Siglo de Oro y a contemporáneos como Gil de Biedma) está entreverada de vivencias personales, amorosas las más (ay, Carla). Su lectura, sí, me ha resultado gozosa. Menos que a un poeta filólogo de la categoría, pongo por caso, de Rodrigo Olay, pero... Espera uno lo que venga de este salmantino del 97, ocurrente "poeta reaccionario", que ha elegido, entre otros, el magisterio de su paisano Juan Antonio González Iglesias. No en vano coordinó un libro sobre su poesía. 
Sigo con una tercera ópera prima: En ausencia de mí, de Francisco López Blanco (BajAmar Editores), un maduro extremeño del 64, que ha sorprendido a quienes lo conocemos de antiguo (por su vinculación con el Aula de Literatura "Jesús Delgado Valhondo" de Mérida, que dirigió durante una década, por ejemplo), pero no en su faceta poética. Poesía sin estridencias, cercana a lo que importa. 
Antonio Rivero Machina no es nuevo en este rincón. Ni en la poesía. Lo último es Hojas de laurel (Eris Ediciones), que une dos culturas: la del haiku japonés y la de la mitología griega. El resultado es sorprendente. Explica su proceder en una pertinente introducción que titula "El bonsái, el destello y un dios cualquiera", donde dice cosas tan atinadas como que "La tradición es también un paisaje" o que "Acaso en lo minúsculo se esconde el secreto callado en lo infinito". Lo que viene después, los haikus, distan de ser los que encontramos, por aquello de la moda, en cualquier parte. Tres ejemplos: "Morfeo" (Solo en la noche / lo nunca revelado / toma su forma), "Castalia" (Del agua clara / brota el suave murmullo / de lo que es cierto) y "Penélope" (De ti aprendimos / a destejar la calma / de los naufragios).
Durante un tiempo, lo confieso, creí que José Luna Borge era un heterónimo de José Luis García Martín. De eso hace mucho, es verdad. Su última entrega, El húsar melancólico me ha convencido. Poemas tan logrados como "Despedida" o el que da título al libro bastan para justificarlo. No falta un haiku, por cierto. 
Y por seguir con ellos, cómo he disfrutado con las codas, versión castellana del senryuu japonés, de Jesús Munárriz (donostiarra del 40, otro jovenzuelo, que acaba de publicar el primer tomo de su poesía incompleta), estrofa compuesta por tres versos de 5, 7 y 5 sílabas, que "a diferencia de los jaikus, no hablan «de lo que sucede aquí, ahora», como decía Bashô", según explica, junto a muchas cosas más, en su estupendo prólogo a Algunas codas (La Garúa/haiku). ¿Ejemplos? ¡No corras, vida, / que te estoy esperando! / dice la muerte. O: Si no se leen / a los viejos poemas / les sale moho. O, en fin: Por las rendijas / de lo civilizado, / lo natural. No falta el espíritu burlón que le caracteriza: ―¡Mira qué tetas! / ―Vistas dos, vistas todas. / ―Según se mire. Y: Unos la tienen / grande y otros pequeña/ (la inteligencia). Para terminar: ¡Día del Libro! / ¿Es que hay días sin libros? / No los conozco.
Leo a Marcos Ricardo Barnatán desde que yo era muy joven y él un aventajado novísimo procedente de Argentina. Me atraía su obra por su veta judía y por la filiación borgeana. Ritual  me ha traído de nuevo eso. Y más: París (la enfermedad: "Cahier Cochin") y Santander, la madre (en "Kadish", por ejemplo, tan emocionante), la religión ("Adonai", "Amar al converso"), las lecturas de Milosz, Borges, Kavafis, Hölderlin y otros autores, como queda reflejado en el hermoso "El jardín de las delicias"), la pintura (de Ciria, en concreto) y más que nada, la memoria familiar ("El doctor Néstor Gubitosi en bicicleta al muere", "Eclipse")... Este nuevo, breve libro lo ha escrito Barnatán a punto de cumplir los ochenta. No todo en la vejez, por suerte, es miserable, que diría su compañero de generación Luis Antonio de Villena. Pura delicatessen lírica.
Me da vergüenza reconocer que Lêdo Ivo era para mí, hasta ahora, un nombre que se repetía en boca de numerosos poetas (y en especial de uno), una figura inevitable en los saros líricos, pero a quien no me animaba a leer. Por extenso, quiero decir, que poemas suyos ya encontré en la vieja antología de poesía brasileña de Crespo. Aunque leo de todo y carezco de anteojeras poéticas, reconozco que su forma de decir no es precisamente de las que prefiero, por su exuberancia verbal, digamos, tan lejana de mi propensión a la contención y la sobriedad. Sin embargo, la antología que Martín López-Vega ha preparado para Visor, Los andamios del mundo, ha cambiado mi punto de vista. Ha ayudado el prólogo erudito (sin pedantería, sabio) de Juan Manuel Bonet, al que uno pensaba alejado del brasileño. Otro error. Si bien por momentos me apabulla un poco su discurso, he de reconocer lo que tantos han asumido: que en cualquier canon poético contemporáneo debería figurar la poesía del poeta brasileño muerto en Sevilla. 
Ocho poemas bastan para confirmar el mérito de la sevillana Carmen Fernández Rey. Se recogen en una primorosa plaquette de la colección Cuadernos El Mirador (de Úbeda) bajo el título Abrir ventanas. La tirada es de 34 ejemplares y el cuidado de la edición ha estado en manos de Francisco Sánchez Bellón. Se anuncian nuevas entregas de Julio Martínez Mesanza y de José Mateos. En la segunda serie (de la que ésta forma parte) encontramos nombres fundamentales del panorama, como el de Fernando Sanmartín, autor de Archivo fotográfico, que ya comentamos aquí
A la fuerza tenía que llamarme la atención un libro titulado Lugares. Se trata de una antología de veintitrés poemas de Concha García que publica El Toro Celeste en su colección Cuadernos Romero. El libro es muy bonito. Los versos remiten a lo anunciado: lugares. Sitios como Olessa de Monserrat (García ha vivido la mayor parte de su vida en Cataluña), Villaharta o Córdoba (es natural de La Rambla, lo que no deja de ser curioso para alguien que luego residió en Barcelona), pero también una estación, un tren, una carretera, un restaurante, una habitación de hotel y otra de hospital, (y su correspondiente aparcamiento), una ventana, un cine, una procesión, un camino flanqueado de eucaliptos, el comedor de un monasterio o un libro de poemas. Lugares que remiten al amor ("que es todo tacto"), al viaje ("Todo era mirar y sorprenderse"), a la memoria familiar ("Mi padre en la estación"), a la vida ("una cosa rara"), al atardecer ("Lo azul es todo")... Uno confirma con esta lectura lo que ya sabía: que esta poesía, concentrada y exacta, es ante todo verdadera y su autora una de las mejores de su generación, que también es, por cierto, la de uno.
Qué oportuna, en fin, la salida a escena de El esmero (Castilla Ediciones), una antología poética de Tomás Sánchez Santiago que prologa Ana Isabel Martín Ferreira Lo digo, sí, por la sorpresiva concesión del Premio Nacional de la Crítica a su libro El que menos sabe (Eolas) y digo "sorpresiva" porque ya sabemos cómo funciona ese azaroso negociado. Esta vez... Los merecimientos quedan patentes en esta muestra sobre la que he escrito una reseña que aparecerá pronto en El Cultural.