9.5.11

El vigilante del fiordo, de Aramburu

Ayer dediqué buena parte del día a la lectura del último libro de Fernando Aramburu (también de la cosecha del 59), El vigilante del fiordo (Tusquets). La fotografía de la portada, no apta para personas con vértigo, está muy bien escogida. Nos introduce sin querer o queriendo en el tono general (o casi) de los relatos que dentro se incluyen. No es tanto la bonita imagen de un fiordo cuanto la inquietud que produce ver a alguien sentado al borde de un vacío que suponemos insondable. Aquí, como en su anterior libro de cuentos, el muy reconocido Los peces de la amargura, la violencia recorre cada rincón de las historias. Una violencia, conviene aclarar, que no siempre tiene que ser bruta o evidente sino sorda y sutil, que es la que más nos afecta, la que con más frecuencia encontramos en la vida. Sí, porque si a algo están apegados estos cuentos es a la vida. A la corriente, a la de cualquiera. Ocho narraciones que nos resultan familiares (y donde la familia, por cierto, es pieza clave). Inquietantes relatos protagonizados por un matrimonio que huye por ciudades costeras de un mar que no es el suyo; por una mujer llora en el banco de una estación de metro;  por alguien al quien le cambia todo en un momento; por distintas víctimas de la masacre del 11-M (el más largo e intenso de la serie); por un funcionario de prisiones que ha enloquecido por culpa de un atentado (y que viaja hasta Noruega para vigilar un fiordo); por un muchacho que recorre media España (y Portugal) al lado de su siniestro padre; por dos viudos que utilizan una agencia de encuentros de internet (el más divertido del conjunto); o, en fin, por un hombre que relata su propio entierro (magnífico cuento que publicamos, como inédito, en el primer número de la revista Suroeste).
Como en el citado Los peces de la amargura, Aramburu ha logrado dotar al libro de una unidad evidente. Como lo es el cuidado exquisto con el que usa el autor el lenguaje; con una sobria precisión, por su naturalidad, ya digo, llamativa.
Últimamente, Aramburu suele comentar en las entrevistas que "entrados en el siglo XXI, el verso no me parece el molde más adecuado para sostener ciertos valores que comúnmente identificamos con la poesía". Puede que eso se aprecie aquí con una evidencia manifiesta. Detrás de las vidas de enfermos, ancianos, hijos y terroristas, la poesía alienta. Puede que en ella resida el consuelo que aportan. Lo que hace que sean quizá más llevaderas estas turbias existencias que Aramburu nos pone delante de los ojos y que nosotros miramos con extrañeza y perplejidad, como si quienes las protagonizan fuesen unos extraños y no nosotros mismos.