Como en el caso de Sciascia, y salvadas todas las distancias, leer a Jiménez Lozano tiene para uno algo de imperativo moral. Leo, eso sí, al JL diarista que es tanto como decir al pensador pues las páginas de sus cuadernos no se limita a narrar sucesos de su vida personal o anécdotas de mayor o menor categoría sino que reflexiona, y mucho, acerca de lo que pasándole a él se podría decir que nos pasa aproximadamente a todos.
Los cuadernos de Rembrandt (Pre-Textos, 2010) es la sexta selección que publica de esos diarios. Van de 2005 a 2008. Recuerdo el primero de la serie que leí, Los tres cuadernos rojos, y en especial la tarde que pasé con ese libro en un balcón de Ayamonte durante un verano de borrosa memoria.
Tiene fama este hombre de la Castilla profunda (que es la más clara) de conservador y de derechas, por no decir de reaccionario, un sambenito que arrastra, sobre todo, desde que Aznar le designara su escritor de cabecera (algo parecido hizo con la poesía de Luis García Montero, en el otro extremo de sus ideas políticas). A eso, y ya es difícil si tenemos en cuenta la inquina que el ex presidente genera en muchos ciudadanos entre los que me cuento, ha sobrevivido la literatura de este escritor católico que, por cierto, ha sido reconocida con el mismísimo Premio Cervantes, algo que recordaba su amigo Trapiello, con no poca ironía, en el último tomo de sus diarios, el del año 2003, que fue cuando se lo entregaron.
Aunque parezca una perogrullada, lo que más me gusta de JL es su prosa, tan castellana como él, tan íntegra como sus ideas, tan profunda como liviana, natural como la vida misma y nada afectada, como la gente que frecuenta en el pueblo donde vive y a las que a veces retrata en algunos rincones de estos diarios.
Se le llena a la boca a los políticos populares, a Rajoy sin ir más lejos, del término "sentido común". Ha llegado uno a aborrecer esa expresión que tan desgastada y vacía han dejado. Que día sí y día también toman en vano. Sobran ejemplos. Sin embargo aquí, en estas páginas, recobra nueva vida y es fácil aceptar su razón de ser. Su necesidad incluso. Ay, si de verdad la derecha española, tan extrema siempre, esa que dice leer y admirar a este hombre, se tomara en serio lo que escribe y piensa. Ellos y otros, pues a cuestiones universales se alude con pensamientos de fuste para tiempos de tribulación como, a buen seguro, no habíamos conocido. Así, no es nada complicado asumir sus impresiones sobre la decadencia cultural de España y Europa, de un pesimismo razonado, imposible de soslayar.
No sé hasta qué punto el apartamiento del mundo (del "grande" al menos) de este periodista que dirigió El Norte de Castilla (toda una escuela) afecta a su escritura. Intuye uno que la dota de serenidad y hasta de sabiduría; una sabiduría que, en su caso, no cree uno que venga de la edad sino de los libros, que tantos y tan bien ha leído. No deja de notarse en Los cuadernos de Rembrandt, de nuevo sin retórica, sin erudiciones, como se respira.
Es verdad que me he topado con ideas suyas que no comparto. Asuntos esenciales, por cierto. Así, no faltan en el libro opiniones muy críticas sobre el aborto, la eutanasia, la asignatura de Educación para la Ciudadanía, etc. Es admirable, no obstante, su sutil reflexión ante el suicidio, otro puntal de las creencias religiosas católicas, personificada en la muerte de una amiga. Discrepancias al margen, sólo una cosa me ha molestado: que don José se rebaje a utilizar lo de "titiritero", esa descalificación tan aireada por los medios contrarios a Zapatero estos últimos años. Por cutre y manida.
Es muy intensa, en fin, la conversación que el lector establece con JL. Muy rica, me parece. Por eso envidio, en cierto modo, a mi amigo Fermín Herrero, que lo frecuenta, y al que siempre pregunto por el autor de Los cementerios civiles. Ya que lo menciono, hace unos años vi a JL en una de esas cafeterías multitudinarias de la Gran Vía madrileña, pero no me atreví a saludarlo. Es lo más cerca que uno ha estado de él. En persona, porque la verdadera intimidad con un escritor viene dada por la frecuentación que uno hace de su obra.
Dije antes que leía al JL pensador pero debo añadir que también frecuento al poeta. En este libro se incluyen algunos poemas escritos al hilo de sus pensamientos. No de los mejores, quizá. Por eso estoy deseando leer su última entrega poética, en Pre-Textos también, La estación que gusta al cuco.
Dice en el brevísimo Ofrecimiento que abre el libro: "quiero manifestar mi esperanza de que ojalá estas notas sirvan o acompañen a alguien de algún modo". Ha sido el caso de este lector que ha encontrado en ellas consuelo y reflexión a raudales.
Los cuadernos de Rembrandt (Pre-Textos, 2010) es la sexta selección que publica de esos diarios. Van de 2005 a 2008. Recuerdo el primero de la serie que leí, Los tres cuadernos rojos, y en especial la tarde que pasé con ese libro en un balcón de Ayamonte durante un verano de borrosa memoria.
Tiene fama este hombre de la Castilla profunda (que es la más clara) de conservador y de derechas, por no decir de reaccionario, un sambenito que arrastra, sobre todo, desde que Aznar le designara su escritor de cabecera (algo parecido hizo con la poesía de Luis García Montero, en el otro extremo de sus ideas políticas). A eso, y ya es difícil si tenemos en cuenta la inquina que el ex presidente genera en muchos ciudadanos entre los que me cuento, ha sobrevivido la literatura de este escritor católico que, por cierto, ha sido reconocida con el mismísimo Premio Cervantes, algo que recordaba su amigo Trapiello, con no poca ironía, en el último tomo de sus diarios, el del año 2003, que fue cuando se lo entregaron.
Aunque parezca una perogrullada, lo que más me gusta de JL es su prosa, tan castellana como él, tan íntegra como sus ideas, tan profunda como liviana, natural como la vida misma y nada afectada, como la gente que frecuenta en el pueblo donde vive y a las que a veces retrata en algunos rincones de estos diarios.
Se le llena a la boca a los políticos populares, a Rajoy sin ir más lejos, del término "sentido común". Ha llegado uno a aborrecer esa expresión que tan desgastada y vacía han dejado. Que día sí y día también toman en vano. Sobran ejemplos. Sin embargo aquí, en estas páginas, recobra nueva vida y es fácil aceptar su razón de ser. Su necesidad incluso. Ay, si de verdad la derecha española, tan extrema siempre, esa que dice leer y admirar a este hombre, se tomara en serio lo que escribe y piensa. Ellos y otros, pues a cuestiones universales se alude con pensamientos de fuste para tiempos de tribulación como, a buen seguro, no habíamos conocido. Así, no es nada complicado asumir sus impresiones sobre la decadencia cultural de España y Europa, de un pesimismo razonado, imposible de soslayar.
No sé hasta qué punto el apartamiento del mundo (del "grande" al menos) de este periodista que dirigió El Norte de Castilla (toda una escuela) afecta a su escritura. Intuye uno que la dota de serenidad y hasta de sabiduría; una sabiduría que, en su caso, no cree uno que venga de la edad sino de los libros, que tantos y tan bien ha leído. No deja de notarse en Los cuadernos de Rembrandt, de nuevo sin retórica, sin erudiciones, como se respira.
Es verdad que me he topado con ideas suyas que no comparto. Asuntos esenciales, por cierto. Así, no faltan en el libro opiniones muy críticas sobre el aborto, la eutanasia, la asignatura de Educación para la Ciudadanía, etc. Es admirable, no obstante, su sutil reflexión ante el suicidio, otro puntal de las creencias religiosas católicas, personificada en la muerte de una amiga. Discrepancias al margen, sólo una cosa me ha molestado: que don José se rebaje a utilizar lo de "titiritero", esa descalificación tan aireada por los medios contrarios a Zapatero estos últimos años. Por cutre y manida.
Es muy intensa, en fin, la conversación que el lector establece con JL. Muy rica, me parece. Por eso envidio, en cierto modo, a mi amigo Fermín Herrero, que lo frecuenta, y al que siempre pregunto por el autor de Los cementerios civiles. Ya que lo menciono, hace unos años vi a JL en una de esas cafeterías multitudinarias de la Gran Vía madrileña, pero no me atreví a saludarlo. Es lo más cerca que uno ha estado de él. En persona, porque la verdadera intimidad con un escritor viene dada por la frecuentación que uno hace de su obra.
Dije antes que leía al JL pensador pero debo añadir que también frecuento al poeta. En este libro se incluyen algunos poemas escritos al hilo de sus pensamientos. No de los mejores, quizá. Por eso estoy deseando leer su última entrega poética, en Pre-Textos también, La estación que gusta al cuco.
Dice en el brevísimo Ofrecimiento que abre el libro: "quiero manifestar mi esperanza de que ojalá estas notas sirvan o acompañen a alguien de algún modo". Ha sido el caso de este lector que ha encontrado en ellas consuelo y reflexión a raudales.