28.4.24

25 de abril en Plasencia

Fue emocionante la coincidencia. El pasado 25 de abril tuvo lugar una mesa redonda en torno al cuarenta aniversario de la Editora en la Feria del Libro placentina. En la fotografía se nos ve a los convocados. De izquierda a derecha, Nica Gil (que va a publicar en ella un libro de viajes próximamente), Sandra Benito (que tiene en el catálogo su ópera prima, Ciudad abierta), Gonzalo Hidalgo Bayal (que sin llegar a "prolífico", tiene algunos libros fundamentales en ese sello, como las primeras ediciones de Campo de amapolas blancas y La princesa y la muerte), uno (vinculado a ella desde que se constituyó, no sólo como autor) y, por fin, el nuevo director, Antonio Girol, quien reconoció que en la Editora abundan los placentinos, por encima de los extremeños de cualquier otra ciudad. Bien está. 
La conversación fue amena, creo, pero la acaparamos en exceso Gonzalo y yo. Tiene su lógica, aunque... Lo bueno es que se habló de todo un poco. Quedaron pocos asuntos sin mencionar, a pesar de que han sido cuatro décadas intensas.
Una de las cosas que recordé, sin pretender hacer un Fernando Pizarro o un Paco Valverde (tan proclives a ese tipo de rememoraciones), fue que la Revolución de los Claveles cumplía 50 años (en ese momento, Fátima Beltrán agitó dos claveles rojos al aire) y que hacía 20 de la publicación en la Editora del primer libro de un escritor portugués: Te me moriste, de José Luís Peixoto, traducido por Antonio Sáez. En la prestigiosa colección La Gaveta. Y lo mejor de todo, efemérides aparte, es que Peixoto presentaba después Comida de domingo, su novela sobre el empresario alentejano Rui Nabeiro, fundador de Cafés Delta. Estuvo espléndido (lo mismo que Juan Ramón Santos en la presentación) y su portugués fue comprendido perfectamente por quienes llenábamos la caseta. Reflexionó sobre temas muy interesantes que, más allá de su obra y de la poética que la sustenta, conciernen a la literatura en general. Y a la política y, en fin, a la vida misma. 
Mi debilidad portuguesa (en mi etapa de director -me permito la digresión- creamos -gracias a la colaboración del citado Antonio Sáez- la línea "Letras Portuguesas", que en realidad ya había abierto Fernando Pérez con Morreste-me y con algunas coediciones anteriores y de cuyos frutos acaba de dar cuenta Trazos, el suplemento del diario HOY, mediante un artículo sin firma que copio debajo), mi debilidad portuguesa, decía, se vio sobradamente compensada. Peixoto dijo que en Plasencia se sentía como en casa. Así soñé siempre, un tanto portuguesa, esta ciudad casi rayana, hermanada con Castelo Branco. Ayudó que alguien del público le preguntara en portugués; a las claras, en su común lengua materna. 


PORTUGAL EN LA EDITORA REGIONAL DE EXTREMADURA, LA PROFUNDIDAD DE LA CERCANÍA

Ahora que acabamos de celebrar el 25 de abril conviene resaltar la figura de Portugal y su unión con Extremadura con quien a veces solo la separa un pequeño puente como el de El Marco que cuelga sobre el arroyo Abrilongo delimitando las fronteras de Badajoz y Arronches. Y en otras, esa raya se hace aún más imperceptible como sucede en el campo de las letras. De esto último se ha encargado durante los últimos veinte años la Editora Regional de Extremadura al poner en marcha la serie Letras Portuguesas como culminación del mandato estatutario de hacer presente la literatura del país vecino en el panorama editorial extremeño.

A las iniciales coediciones con Calambur de textos de José Bento (Algunas sílabas), Jorge de Sena (Antología poética), Manuel de Freitas (El cielo de occidente), Eugénio de Andrade (Los surcos de la sed), Antero de Quental (Sonetos) o João Miguel Fernandes (Verano del ochenta y tres) se unieron textos de producción propia de autores como Neves o Antunes Simões que han dado paso a un catálogo de literatura, humanidades y estudios sociales de un valor incalculable.

En este contexto surgió Letras Portuguesas que, de manera trasversal, toca a muchas colecciones ofreciendo un catálogo amplio de la literatura portuguesa y en portugués con nombres de la talla de José Luis Peixoto (Te me moriste), Gonçalo M. Tavares (Enciclopedia I), José Gil (Portugal, hoy: el miedo de existir), Eduardo Lourenço (La muerte de Colón. Metamorfosis y fin de Occidente como mito), Teolinda Gersão (Los Ángeles), Florbela Espanca (Charneca en flor) o António Cândido Franco (Viaje a Pascoaes), traducidos por Ana Márquez, María Jesús Fernández García, Fernando Rodrigues, Luis Alfonso Limpo y Antonio Sáez Delgado quien junto a Luis Marina, Amador Palacios y José Ángel Cilleruelo, participan en las ediciones bilingües de la colección Poesía y que hacen que las voces de Ruy Ventura (El lugar, la imagen), Fernando Pinto do Amaral (Exactamente mi vida), Eduardo Pitta (¿Y si todo de repente?), Nuno Júdice (Navegación sin rumbo), Rui Knopfli (El país de los otros), Fátima Maldonado (Sentada frente al precipicio), Alberto da Costa e Silva (Fragmento para un réquiem) o Miguel Torga (Los primeros poemas para el Diário Odas) se tornen versos de sonoridad dual.  

La presencia portuguesa también se manifiesta en los números —ya va por trece— de la revista Literaturas Ibéricas Suroeste, en coedición con la Fundación Godofredo Ortega Muñoz, heredera de la histórica Espacio/Espaço escrito, que anualmente reporta escritos de lo más granado de uno y otro lado de la mítica raya.

Portugal también se deja notar en Del otro lado, en el que Ana Olivera nos lleva de la mano por el país vecino en un texto que es al tiempo libro de viajes, diario personal y cuaderno de a bordo de cualquier vida. Otro ejemplo de la impronta lusitana en el catálogo es La frontera que nunca existió, de Alonso de la Torre, que inauguró con gran éxito la colección Editora de Bolsillo.

Anteriormente nos hemos referido a Espacio/Espaço escrito la revista que cofundaran Álvaro Valverde, Diego Doncel y Ángel Campos Pámpano y me quiero detener en este último para citarle con la coedición de La ciudad blanca como también hacemos con Pequeña antología de poetas portugueses, de Enrique Díez-Canedo. No podemos olvidar Lisboa, del placentino Javier Morales Ortiz, publicado en La Gaveta y los más recientes: Portugal, diez siglos de historia, de Fernando Cortés Cortés, reeditado en la colección Estudio y el poemario Tabaquería, de Juan Manuel Barrado, en el que el poeta de Huertas de Ánimas homenajea la poesía de Fernando Pessoa asomándose a esa ventana que el recordado Julián Rodríguez cinceló con su buril para que el lector mirase al mundo y a sí mismo. 

En la web del periódico. 

26.4.24

El regreso de Álvaro García


Esto no es una reseña, diré a lo Magritte. Me explico. Tres novelas después: El tenista argentino (2018), Discurso de boda (2020) y Elenco (2022), cuando parecía que el ya largo camino literario del Álvaro García (Málaga, 1965) se decantaba por la narrativa, Pre-Textos imprimía a finales del pasado año Cuando hable el gato, un nuevo libro de poemas del malagueño. 
Junio (no digamos julio) y diciembre (noviembre también) no son los mejores meses para que te saquen un libro. Por lo menos de poesía. O bien porque con la llegada del verano se termina la temporada (el punto final suele ponerlo la Feria del Libro de Madrid), o bien porque la invasiva campaña navideña (pendiente de otro tipo de libros) arrasa con todo. Es cierto que la poesía, ajena al mercado, difícil, lo que se dice difícil, lo tiene siempre. Digo la verdadera, que esa otra que también llaman así... Sea como fuere, la cosa es que el libro de García ha pasado desapercibido. Más de la cuenta. Por ser su autor quien es, un hombre que se ha ganado a pulso su merecido prestigio, y por haber escrito el libro en cuestión, no uno más ni uno cualquiera. Añado de inmediato que no me extraña. Y no sólo por las razones que acabo de aducir. Me da la impresión de que García, ajeno a cualquier motivo que no sea de índole poética, no se lo ha puesto fácil a la crítica. Y al decir crítica, por extensión, quiero decir a los lectores de poesía en general, gente que sabe lo que se hace. A los que escriben sobre los libros que leen y a los que se limitan (un decir) a leerlos. 
Complejo el libro es, pero no por empeño de García: uno escribe lo que puede. Eso sí, sabiendo perfectamente lo que no quiere pergeñar. Y lo que García escribe parte de un listón muy alto. Por naturaleza. Le sale así. Y se esfuerza, naturalmente, porque así sea. Aquí, sin ir más lejos. 
Aunque el título del libro le ha salido tan rarito como desconcertante, lo que no es mala señal (a uno le remite a Eliot y su afición gatuna, tal vez por la impronta anglosajona de esta poética), lo primero que nos encontramos al entrar sin miedo en él, y después de la dedicatoria a Ana, es con un extenso poema, "Avenida", que a sus lectores habituales nos recuerda a los grandes, largos poemas que publicó en el pasado y sobre los que escribí una reseña para la revista Cuadernos Hispanoamericanos: "El tiempo respirado". Me refiero a su ambiciosa, lograda obra El ciclo de la evaporación donde reunía sus libros -cada uno, un solo poema- Caída (2002), El río de agua (2005), Canción en blanco (2012, Premio Loewe) y Ser sin sitio (2014). Este bien podría ser el quinto. 
Esa avenida, que "es casi mental", le lleva a uno a la de Príes, claro, que es en la él vive, a un paso del Cementerio Inglés y de la Cañada de los Ingleses (la del poema de María Victoria Atencia). A un paso del mar. Allí, el amor. "Tú y yo en medio del calor". "Ser dos". Más allá de las palabras y de de lo que allí se relata, porque narración hay, impresiona el ritmo majestuoso, la música que dirige esa lectura, mejor si en voz alta. Una banda sonora, digamos, perfectamente adaptada a lo que dice. Admirable ese tono que lo es todo, por encima de esa complejidad a que aludía, la que nos impide acaso comprender del todo lo que el poeta canta. No siempre: "Contigo huyo del miedo de la infancia". "Imagino el infierno en forma de palabra colectiva". "Es un perfume tuyo que es un sitio". "Amar estalla de pensar que estalla". "Mi fantasma que asiente / como quien reconoce a otro fantasma". 
Un poema, sin duda, para tomárselo con calma. Para leerlo y releerlo. Doy fe de que uno acaba entrando en él sin remedio. 
¿Lo que sigue? Pues más sorpresas. Las que destilan la perplejidad o el asombro, alimento espiritual del poeta. "La única mañana" está compuesta por catorce poemas donde el lenguaje se impone con toda su capacidad de seducción. Se aprecia muy bien el virtuosismo de García, que juega con él -rimas, métrica, estrofas- con una habilidad, ya digo, pasmosa. Con la villanela, por ejemplo, como me apunta José Manuel Benítez Ariza, que también las ha ideado. Siempre en torno al amor: "Quererte todavía / no puede ser jamás una teoría". 
Destaco poemas como "Embotellamiento", "Sin calendario" (con un final precioso), "La ciudad olvidada", "El eco" ("Me veo en espejos / viejos / donde la vida rebota / rota"), "La huida", "Dormíamos", "Invención" ("Día del tiempo, igual que en la niñez"), "Soy", ("Soy el que sin ti no había"), "Desfase" o "Ana sí" ("La única mañana / es la de Ana"). Poemas divertidos y felices a los que no le falta su debida proporción de ironía. 
"Psicofonías", la tercera parte del libro, está formada por nueve sonetos y un poema final sin rima: "Posteridad ("Sin más, amar este momento"). Como en el resto del conjunto, no son unos sonetos al uso. Para empezar, no hay espacios en blanco entre cuartetos y tercetos. "Aroma" puede servir de paradigma para confirmar lo que sostengo. El que comienza: "Desde qué sitio oculto en ti este aroma / se impone entre tú yo como un relieve". 
Son sonetos que dan otra vuelta de tuerca a la evidencia de que lo clásico es fuente constante de modernidad. Así, "Playa última": "La luz nos reconoce, nos ha unido. / El sol rojo nos mira mientras arde". Y en otro: "Si hubiera un día de verano es este". 
Me callo. No, esto no pretendía ser una reseña. Lo repito. 
Ya me advirtió su editor, Manuel Borrás, antes de que me llegara, que este era un libro singular, importante. No le faltaba razón. Siento mala conciencia por lo haberlo dicho antes. Y por no haber escrito esa reseña -extensa. minuciosa- que algo así exige. Quede al menos constancia de que este lector disfrutó mucho con Cuando hable el gato, un libro inagotable al que, por eso, estoy deseando volver.  

20.4.24

Ayer, en la presentación de "Emboscados"

Buenas noches y muchas gracias por estar aquí.
 
Hace unos meses Nica y Juanra me pidieron que prologara un libro que iban a publicar juntos. El primero aportaría sus fotografías y el segundo un puñado de poemas; para ser precisos, de haikus, esa certera estrofa japonesa, de engañosa facilidad, que tiene tanto de inspiración como de experiencia.
No será uno quien le ponga un solo pero a esta alianza perfecta entre ambas artes, algo que se aprecia mejor cuando entre los autores hay complicidad, como hace al caso. No en vano Juanra y Nica dirigen al unísono el Aula de Literatura “José Antonio Gabriel y Galán” de esta ciudad.
También es de agradecer que el editor, en este caso Ediciones del Ambroz, cumpla con su trabajo y ponga en nuestras manos un objeto hermoso.
Ni Juan Ramón Santos ni Nicanor Gil necesitan presentación. El primero acaba de dar a la imprenta, para el catálogo de la emeritense De la Luna Libros, Río Cárdeno, que ya fuera escenario de su novela El tesoro de la isla, y ha traducido para La Umbría y la Solana un conjunto de ensayos de la añorada poeta portuguesa Ana Luísa Amaral bajo el título Arde la palabra y otros incendios que está a punto de salir.
El segundo nos descubre aquí, por extenso, su faceta de fotógrafo. De excelente fotógrafo, matizo. Hace poco que ha participado en la última exposición de Trazos. El curioso (o el interesado, tanto da) puede acercarse a su labor fotográfica a través de la página web metamorphosis.es.
Al tener el libro en las manos he podido comprobar que en él se recogen más imágenes de las que contenía el pdf. que manejé en su día. De distintas colecciones: Sierra y libertad, Guardianes del bosque, Marinas, A orillas del Jerte y Nieblas en la mar serena. Tanto mejor.
El título del invento, muy sugerente, Emboscados. De la palabra “emboscado”, el Diccionario de la Real Academia dice: “Hombre que elude el servicio militar en tiempo de guerra”. Para “emboscar” tiene dos acepciones: “Poner encubierta una partida de gente para una operación militar” y “Entrarse u ocultarse entre el ramaje”, que es la que mejor cuadra en este contexto.
Cuando me enviaron el documento al que he hecho alusión, observé y leí, con detenimiento, fotos y versos. Y con admiración creciente, porque lo que tenía delante de los ojos eran imágenes y poemas logrados, algo que ha realzado, sin duda, su impresión en papel. Ya lo dijo JRJ: “En edición diferente, los libros dicen cosa distinta”. Fue después de frecuentarlos cuando pude escribir las líneas que leeré a continuación. Por el simple hecho de que nada nuevo o mejor podría decir sobre Emboscados que lo que contiene esa breve introducción. Antes, eso sí, quiero reconocer en voz alta que ha sido un placer acompañarles, a debida distancia, en esta aventura. Gracias.
 
DESDE EL MIRADOR DE LA MEMORIA
 
Situado en la solana del Valle del Jerte, con vistas a la Sierra de Tormantos, y muy cerca del pueblo serrano de El Torno, el “Mirador de la memoria” rinde homenaje a los olvidados de la Guerra Civil española y de la dictadura franquista. Añadiría que también a los perdedores de todas las tiranías y todas las guerras. En unas montañas, por cierto, donde se ocultaron algunos maquis después de la contienda. En este lugar privilegiado –donde el paisaje, como en el poema de Leopardi, evoca el infinito– se instalaron en 2008, sobre canchos imponentes, las esculturas de Francisco Cedenilla Carrasco que representan a cuatro figuras humanas desnudas. Tres hombres –uno de ellos anciano pensativo con las manos en la espalda– y una mujer –que se lleva un brazo a la cabeza–. Todas de tamaño natural.
Son las que ha fotografiado con poesía, verdad y belleza Nicanor Gil González. En blanco y negro (salvo excepciones), que no deja de ser el verdadero color de la fotografía. Al menos el que uno (y no solo) prefiere. El más clásico y elegante, me atrevería a decir. También el más misterioso. Por añadidura, el más sobrio. En consecuencia, el más adecuado para reflejar el extrañamiento y el dolor, como hace al caso.
Además de las figuras solitarias (a pesar de mostrarse en conjunto, cada una parece ensimismada, la mirada perdida y la cabeza encorvada), Gil González retrata los árboles, el bosque y el agua.
La luz es escasa. Matizada siempre. Melancólica. O está nublado o hay niebla o amanece o anochece.
Me gustan especialmente las sugerentes, invernales imágenes de las riberas del río Jerte, convertido en pantano, al pie de los altos riscos del mirador torniego.
A esas impactantes imágenes les ha puesto palabras Juan Ramón Santos Delgado. En forma de haikus, que no deja de ser una loable manera de transcribir emociones y pensamientos sin alardes ni alharacas, con la misma concisión, sencillez y sobriedad con la que están tratadas las fotografías.
La serie, titulada “El emboscado”, contiene en paralelo una suerte de relato; una peculiaridad propia del Santos Delgado narrador. En el centro de la historia, la huida. Se aprecia, asimismo, una violencia soterrada, trágica. Se suceden las impresiones del fugitivo que, escondido en las cumbres, sobrevive a la dura intemperie. La de afuera y la de dentro, acaso la más dura. En un tiempo que parece detenido.
La naturaleza se muestra de forma omnipresente, como es lógico. Ramas (“seca”, “minúscula aliada del fugitivo”), retamas, hojas, lluvia, nieve, riachuelos, mariposas, encinas... En poemas tan orientales como “Los grillos cantan / en la noche de agosto: / tiempo infinito”. Y en otros de tono metafísico como “Somos un sueño / que sobrevive oculto / en la hojarasca” y “Suena la lluvia / y un silencio de siglos / inunda el bosque”. Algunos expresan sentimientos dolientes: “El lobo aúlla. / No es más feroz su llanto / que mi lamento”. “El mirlo canta / fúnebre, desde lo alto, / su nunca más”.
En medio de la soledad, el silencio, la desolación y el miedo, ante el amor fugaz, fulge la constatación que nos descubre el último poema: el humano consuelo de quien, muerto ya en vida, sabe que ni se le puede matar ni puede volver a morir.
 
Muchas gracias.

Fotografía de Francisco Javier Antón



Fotografías de José Antonio Fernández Merchán


13.4.24

La elegante melancolía


Francisco Bejarano
Renacimiento, Sevilla, 2024. 72 páginas. 16 €
 
Bejarano (Jerez, 1945) justifica su título porque “son muchos más los [momentos] de melancolía que los de júbilo. El júbilo es muy aparatoso, pero dura muy poco, poquísimo”. Hacía veintidós años que no publicaba un libro de poemas. El regreso concluía entonces la estricta senda formada por Transparencia indebida (1977), Recinto murado (1981) y Las tardes (1988, Premio de la Crítica). En 2011 apareció el florilegio Un juego peligroso. Además, ha dirigido revistas, escribe artículos periodísticos y es autor de algunas obras de prosa y ensayo. Fue incluido por García Martín en su encomiable antología Las voces y los ecos, una suerte de retaguardia novísima.
Dividido en cinco partes, el amor es el asunto central de esta inesperada entrega. “Huyamos del amor”, proclama. “Pude querer y ser correspondido. / El amor poderoso me dio miedo”. “Es mi dolor”, confiesa. “Ya no hay tiempo”.
A sus fracasos, a su necesario desprestigio, a su invisibilidad y su “materia oscura” se refiere en poemas que adoptan un tono sentencioso y clasicista, propio de la mejor tradición andaluza; cadencia compuesta en torno a la serena música del endecasílabo.
Se impone la libre soledad y la dulce tristeza (“un amor tan antiguo como mío”, “vaga sombra / fue la melancolía desde niño”). Su refugio, la casa (“todo está en casa y en nosotros mismos”), los libros (“ennoblecí con libros las paredes”), la rutina (lo igual, que es lo distinto), los sueños (“Aún soy un niño /perdiéndose en un mundo que no existe”), las artes (como el cine, que saben “detener el tiempo” y “dan más vida que la vida”), los recuerdos (“La verdadera vida es la memoria”) y la escritura (“es un dolor a solas / buscando la verdad y la belleza”).
“¿Ayudará a vivir escribir versos?”, se preguntaba Bejarano. Su libro es la respuesta.
 
NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.

12.4.24

Lecturas

Después de El sueño de los vencejos y Visita de año nuevo, el poeta Antonio Moreno (Alicante, 1964) cierra con Cuatro retratos incompletos su "imprevista trilogía" centrada "en la exploración de los lugares de la memoria personal y familiar". Esta tercera entrega, escrita en 2017 y, por tanto, previa a lo ya publicado, aparece de nuevo en Newcastle Ediciones y da cuenta de la vida de sus cuatro abuelos. Es un libro delicioso (con un breve álbum fotográfico) que reafirma en uno la sensación de que en Moreno hay un prosista emboscado. ¿Será verdad que la mejor prosa la escriben los poetas?

Permanencia, de la guipuzcoana Castillo Suárez (Alsasua, 1976), traducido del euskera por Fernando Rey, y que edita con primor Cuadernos del vigía, es un libro singular. No me extraña que, como subrayan los editores, su autora sea "una de las voces poéticas más consolidadas de la poesía vasca actual". Da fe de una poética tan delicada como potente. Sensibilidad y certeza. Esta mujer, no cabe duda, sabe lo que hace. Y el porqué. ¿Cuánto dura lo efímero?, podría ser la pregunta. Los amores, el sexo ("Follar contigo es viajar a un prado no segado"), las parejas... "Cuando se esclarezca / por qué tememos a quienes amamos,/ habrá llegado el final de la poesía". Sí, puede que este libro sea "el relato imposible de todo lo que cae sin hacer ruido". 

El periodista Fernando del Val (Valladolid 1978) vuelve a la poesía con Ahogados en mercurio, un título inquietante que procede del heterodoxo Houellebecq. Lo publica la Fundación Jorge Guillén en la exquisita colección Maravillas Concretas, tan secreta como todas las suyas. Quince años ha tardado en terminarlo. De "balcón orientado a la decadencia de occidente" habla al referirse a él. Cuenta que fue escrito, en su primer impulso, en Ávila, a la sombra lectora de "San Juan y Santa Teresa". Sin mayúsculas ni signos de puntuación. Prima la condensación de las ideas. "No me gusta nada del presente", confiesa. Sus acerados aforismos, versos naturales de quien proviene de la filosofía, no dejan indiferente a quien lee, misión fundamental en cualquier lectura. Muestran a un hombre y a un mundo sin compasión. Las iluminaciones de un ser tan lúcido como perplejo. "buscaba palabras nuevas / no definiciones / lágrimas deshojadas / astillas de mármol". 

Ariadna G. García reúne en un mismo volumen que publica la Editorial Universidad de Alcalá dos libros unidos por su tono de impronta humanística: Sabiduría de los límites y Línea de flotación, que ya había aparecido en Puerto Rico (prologado por Jamila Medina Ríos) en 2017. Lleva un prólogo de Luis García Montero y la nota de contracubierta es de Jorge Riechmann. Dos buenas pistas. También la cita de Marco Aurelio que lo abre: Condúcete con amor. El segundo recuerda que en su poesía "palabras como biofilia, compasión y amistad se esponjan con calidez". "Escucho y vivo", escribe. Y: "Sigue siendo / posible / lo improbable". Dice que Sabiduría... "supone una incursión en la poesía ecológica y anticapitalista". Que ambos, añade, "presentan un despojamiento retórico que los aproxima a la poesía pura". Uno, en fin, sólo lee en ellos poesía. De la pura experiencia; esto es, apegada a la vida. Muy existencial y del presente. No es poco. En cuanto a la pretensión de que el libro contribuya, "aunque sea un poco", al "cambio de nuestro paradigma cultural", es un asunto que se me escapa. Uno lee, repito, y basta. Versos "protectores" y "solidarios". Con gusto. En especial, los menos ideológicos, en poemas como "Insomnio", "Mar" o "Calabaza".

Impresiona leer los ciento veintiocho títulos que contiene, hasta ahora, el catálogo de la colección La Gruta de las Palabras, que dirige Fernando Sanmartín para las Prensas de la Universidad de Zaragoza. El último, Motel Pandoralibro del inquieto bloguero zaragozano Octavio Gómez Milián, profesor de Matemáticas y coleccionista de tebeos, figuras y vinilos. 
Tal vez sean la pasión y el miedo lo que mejor transmite esta obra veloz y unitaria que transita desconcertado por las calles vacías de una ciudad fantasma y por los pasillos y habitaciones hospitalarias donde su padre, seriamente enfermo, lucha con la muerte. En plena pandemia. "Nada vive hasta que la muerte muere". 

De Brooklyn a Isla Negra. Poemas predilectos (Cuadernos de Humo), titula Javier La Beira su hermoso florilegio, en tanto que objeto libresco, con ilustraciones inéditas de Pérez Estrada y previo encargo del editor Hilario Barrero, que la patrocina junto a la librería Isla Negra. "Antología de poesía malagueña contemporánea", reza en el subtítulo, en homenaje al mítico impresor Ángel Caffarena, que así nombró a la suya en 1960. Este detalle, el del subtítulo, no es baladí. Quiero decir que por mucho que uno se excuse en lo "inconsciente" y "temerario" a la hora de "escoger, de entre los casi infinitos poemas escritos por poetas coetáneos de mi ciudad, un número finito de ellos", los que le "impactaron", sus "predilectos", cuesta asumir que deje fuera de la muestra algunos versos de Álvaro García o de Alfonso Canales. Entre treinta y tres, desconocidos mediante... Veo que José Sarria enumera en su muro de Facebook a muchos olvidados más: Maillard, Romojaro, Villalobos, Aguado... Por encima de este detalle, que sólo puede achacarse a mi propia inconsciencia y a la edad tardía, las mismas debilidades que esgrime La Beira, reconozco la valía de la mayor parte de los poemas recogidos. Los de María Victoria Atencia, Isabel Bono, Aurora Luque o Alfredo Taján, por ejemplo. Imagino que es lo que de verdad importa. Ah, destaco, conviene subrayarlo, la belleza material del cuaderno, que, por suerte, querido Hilario, no es, en rigor, de humo. 

Me gustaría terminar este breve repaso con otro descubrimiento. Perdonen mi ignorancia. El de la pintura sobre metal (casi siempre) del aragonés Ignacio Fortún. La veo a través del magnífico catálogo que con motivo de su exposición Cinco capítulos publica el Vicerrectorado de Cultura y Proyección Social de la Universidad de Zaragoza (que dirige Yolanda Polo) en PUZ. 
Los textos de José Ángel Cilleruelo, Fernando Sanmartín y Desirée Orús, además de los del propio pintor, ayudan a comprender mejor esta obra que aúna misterio y claridad. Figurativa, sí, pero no exenta, ya digo, de "candados", pero de los que "se abren sin ninguna llave. Porque la llave es la mirada", como nos explica en su precioso texto Fernando Sanmartín. 
Me ha llamado especialmente la atención el punto de vista arquitectónico de la obra de Fortún. Y la personal presencia de la naturaleza. De esas visiones (ah, los hombres de espalda) surgió un poema, y ya hacía meses. Muito obrigado.

7.4.24

El don de nombrar

Los que seguimos la guadianesca trayectoria literaria de Carlos Medrano (Salamanca, 1961) llevábamos tiempo esperando un nuevo libro de poemas que acompañara a Corro (1987) y Las horas próximas (1989), que junto a las plaquettes A lo breve (1990) e Imágenes, encuentros (1996), constituía el sucinto corpus su poesía édita. Es verdad que en 2021 rompió un silencio de años y dio a la imprenta Entorno claro, un conjunto bien ideado de haikus y jaiquillas; así y todo, ya digo, quienes frecuentamos su blog Isla de lápices éramos conscientes de que los poemas que allí venía publicando desde 2010 (con independencia de su fecha de escritura) merecían ser ordenados y recogidos en uno o más volúmenes y, en consecuencia, ser trasladados al papel. Por suerte, una parte sustancial de ese material inédito conforma La imperfección de la belleza, hermoso título para una obra bien impresa y de diseño tan sobrio como elegante que una oportuna llamada de Antonio Piedra, director de la colección de poesía de la Fundación Jorge Guillén (e inventor, por cierto, de la jaiquilla), logró al cabo propiciar.
“Brota la mies donde la soledad habita, / hay una cicatriz que cura / y la vida, ilegible, nos sucede: / la imperfección de la belleza”. Con estos versos se abre este libro dividido en tres partes. “Mirar qué nada”, leemos. Desde el principio, parquedad, concisión, un ir a más con menos, de manera sutil y precisa. Eso y un regusto clásico de fondo, de asentadas lecturas de los maestros españoles del Siglo de Oro (Garcilaso ante todo) marcan el tono, definen la voz poética de Medrano, apellido de un poeta de aquella gloriosa época, sevillano y barroco  por más señas. La naturaleza civilizada, la del parque y el jardín, entona con esa manera de decir arraigada en la tradición.
Pronto, el paisaje y los lugares desde los que meditar sobre el paso del tiempo, desde los que contemplar la vida. El Campo Grande de su ciudad por excelencia, la Covaleda de su juventud, Jaraíz de la Vera y el Cementerio Alemán de Yuste, Castilla, las portuguesas Sesimbra y Évora (visita que origina un precioso poema) y, cómo no, la isla donde reside desde hace décadas, Mallorca y, ya allí, Artá. “Soy un hombre que se confunde con su isla”, ha escrito. Y: “De donde hemos querido, nunca nos vamos del todo”.
Del ritmo que inspira su métrica poco cabe decir salvo que adopta formas clásicas también, aunque a veces se quiebren gracias al oportuno uso del encabalgamiento. En ocasiones, escoge el poema en prosa para expresarse. “La nota más vibrante / reside en lo sencillo”, anota. Sin olvidar que “la belleza se arraiga en lo difícil”. Versos que me llevan a subrayar lo que de aforístico y sentencioso tienen a veces los versos reflexivos de Medrano.
Esa música callada a la que aludo se adecúa bien al intimismo y la melancolía (“Saudade”, “Rompimiento”) que subyace en estos versos donde priman la sensibilidad y la sugerencia. Más la aceptación, digna de ser celebrada, que el descontento y la amargura que toda existencia lleva, mal que nos pese, aparejados. Tan inevitable como la muerte, que asoma sin remedio: “La muerte no es morir, es lo que pierdes”. “En tu boca la vida da la mano a la muerte”. “Soy el superviviente de mí mismo”, concluye.
Estamos, según creo, ante una poesía que cabe calificar de limpia (no se me ocurre un adjetivo mejor), por transparente y por honesta. Lenta y luminosa. Que huye del artificio, tanto literario como moral. La de “la luz que nombra el mundo”. Léase, por ejemplo, “Vasijas”.
Medrano es un poeta detallista, meticuloso. Se ve en cada palabra, en cada verso, en cada poema. Todo está perfectamente calibrado: “Tuve fe en las palabras más hermosas / que con amor brotaron de mis labios”. De ahí que transmita sosiego. Y silencio, paradójicamente, por más que esté lejos de participar de manidos presupuestos de tendencia o escuela. Para empezar, porque huye del hermetismo gratuito y de la elipsis arbitraria.
Lo cotidiano (“Nada es en vano ni pasa inútilmente”) suele ser motivo bastante para llevarlo al poema: “busco la claridad de lo inmediato”. En medio de un paseo, pongo por caso: “A veces, toda la sabiduría que requiere un poeta / desciende de un paseo descalzo por la naturaleza”. Ante la visión del mar, un motivo constante. “Cualquier lugar conduce al universo”, escribe.
La mirada es esencial aquí. Cada poema, un punto de vista. Y la lectura, por eso hay poemas dialogados, diría, a modo de homenaje incluso, con personas a las que trata o trató y a las que admira como lector: Francisco Pino, Ángel Campos Pámpano, F. J. Irazoki (título de un poema), Fernando Aramburu, José Jiménez Lozano, Tomás Sánchez Santiago… “Cuatro emblemas” da buena cuenta de su concepto de la amistad, línea fundamental de su poética. Véase la tabla de dedicatorias.
La identidad y el yo, además de los otros (léase “El laberinto transparente”, sobre su vecino enfermo), ocupan su espacio en esta poesía introspectiva (“Ánfora”). En poemas como “De lo adverso”, “Desierto”, “Claro de alquimia” y Del presente”.
Los poemas de “La memoria tranquila”, tercera parte del libro, ”van dirigidos a mi madre”. “Yo soy también lo que tú eras”. “Casa deshabitada” es paradigma de que la contención se impone, incluso en temas tan delicados como este, a lo meramente emocional; a la búsqueda de un equilibrio y una armonía que solo la poesía tal vez pueda ofrecernos.
“Percibir la memoria / tranquila de las cosas. / Ese espacio apacible / al paso de la vida, / el del don de nombrar / con bondad las palabras”.
 
La imperfección de la belleza
Carlos Medrano
Fundación Jorge Guillén, Valladolid, 2023. 128 páginas

NOTA: Esta reseña se ha publicado en la revista EL CUADERNO

3.4.24

Brecht: poeta en los tiempos oscuros

En el esmerado prólogo –“La casa en llamas”– que Gómez Toré pone al frente de esta antología, el traductor se pregunta por la pertinencia en el siglo XXI de la poesía de Bertolt Brecht (Augsburgo, 1898-Berlín, 1956). Sobre todo por lo que esta tiene de política, un tópico que arrastra, se haya leído o no. Su autor, en efecto, fue un convencido comunista, más materialista que marxista, un revolucionario anticapitalista que acabó viviendo en USA, fervoroso seguidor de la dialéctica, que, digámoslo sin ambages, mantuvo en pie su ideología (en la práctica, y por momentos, decididamente siniestra) hasta el final de su vida. Partidario, por resumir, de que “lo primero es zampar, después, la moral”. Walter Benjamin opinaba que se proletizó a causa del nazismo. Pero no, no es política todo lo que reluce en estos versos o no siempre doctrinal lo que expresan, aunque nunca perdiera de vista su carácter histórico ni un deliberado didactismo de impronta horaciana (léase “Elogio del aprendizaje”), consecuencia de su firme creencia en la utilidad de la poesía: “Porque elogié lo útil, aquello / Que en mi época se consideró innoble”.
Si una antología de su obra poética exige más de ochocientas páginas (mil quinientas ocupa su poesía completa), está de más dudar de su variedad, tanto de tema como de tono. El cambio para él, explica GT, era “la sustancia misma de la vida”.
Por otra parte, y al hilo del interrogante del editor, habría que añadir a la cuestión otra variable, en torno a la recepción de su poesía en España. La de un “desconocido”, indicaba Miguel Sáenz en 1998. La de alguien de quien sólo se conoce un poema que, para colmo, no es suyo.
Si repasamos la bibliografía que GT cita, destacaremos las aportaciones de López Pacheco y Romano (Alianza, 1968), las de Forés, Munárriz y Talens (Hiperión, 1998) y Poemas del lugar y la circunstancia, de Muñoz Millanes (Pre-Textos, 2003) que fue, por cierto, la que a uno le reconcilió con una poética que hasta ese momento había rehuido. Porque la política era, precisamente, hasta entonces la línea marcada por quienes presentaban (en pleno tránsito a la democracia, no se olvide) sus versos en español. “Están cambiando los tiempos”, cantaba Luis Pastor. Y Bob Dylan, incondicional de Brecht.
Sin embargo, esta magna empresa que comentamos es otra y puede ofrecer al lector, esta vez sí, una visión de conjunto lo suficientemente amplia como para calibrar con rigor el alcance de la poesía del alemán, que fue, sin duda, un poeta genuino. Por voluntad propia, cabe añadir. A pesar de que para el público es, más que nada, un conocido dramaturgo, el sagaz, polémico crítico Reich-Ranicki lo dejó claro: “quedará de Bertolt Brecht ante todo la lírica”. Es probable.
“De circunstancia”, la califica su editor, pues la usó a modo de diario (lo que no obsta para que muchos poemas estén interpretados por un personaje poético, real o no, que es y no es él mismo) y vertió en ella, no siempre con la exigible excelencia, cuanto pasó por su intensa vida y, cómo no, por su privilegiada cabeza: vivencia y pensamiento. Eso sí, con “frialdad”, previo rechazo del sentimentalismo y de cualquier vestigio romántico ya que su pretensión era “aunar lo racional y lo emocional”. Villon fue su poeta preferido (léase “Sobre François Villon”).
Subraya también GT su modernidad, que basa en su rechazo de la poesía alemana de su época (expresionismo mediante) y de los maestros, Rilke el primero. Brecht no distingue entre baja y alta cultura, otro rasgo tal vez de postnovedad. A uno le parece que, aparte de por su inesquivable toque irónico, donde mejor se aprecia es en su defensa de lo urbano, entendiendo por tal lo que no es naturaleza (si acaso jardines) y sí ciudades y fábricas y obreros y mercado y publicidad y prisa, mucha prisa: “Yo, Bertolt Brecht, arrojado a las ciudades de asfalto / Desde los negros bosques, dentro de mi madre, hace tiempo”. Según Benjamin, fue el primer lírico importante que tiene algo que decir acerca del hombre de la ciudad”. Moderno, además, por su provocador afán de malditismo y marginalidad. Y por ser antibelicista en pleno siglo XX, al tiempo que un conspicuo prosoviético.
El editor organiza la antología (de la que ha sido copartícipe quien la ha cuidado: Jordi Doce), cronológicamente, en cinco partes: “Primeros poemas (1916-1925)”, “Los años berlineses (1925-1933)”, “Primeros años de exilio (1933-1938)”, “Los años de la guerra (1939-1945)” y “El regreso (1945-1956)”. En cada sección, poemas de sus libros (por orden de aparición) Canciones para guitarra de Bert Brecht y sus amigos, Salmos, Devocionario del hogar, Sonetos de Augsburgo, Del libro de lectura para habitantes de las ciudades, Sonetos, Sonetos ingleses, Poemas chinos, Estudios, Poemas de Svendborg, Colección Steffin, Elegías de Hollywood, Poemas en el exilio, Canciones para niños, Elegías de Buckow y poemas de La venta de latón.
Y ahí, numerosas canciones y baladas (de raíz plebeya y aire medieval, no pocas fueron a parar a sus obras dramáticas: Baal, Madre Coraje y sus hijos…), poemas de amor como “Recuerdo de María A.” (y eróticos y pornográficos), políticos (un ejemplo: “Balada del consentimiento”), pacifistas (“Leyenda del soldado muerto”), hermosas versiones de otros escritos por poetas chinos, contra Hitler (“pintor de brocha gorda”), sobre exiliados, emigrantes y desterrados (fugitivos y supervivientes como él), sobre lugares (donde mejor se aprecia su faceta, digamos, diarística), sobre el teatro (“Sobre el teatro cotidiano”, “El atrezo de la Weigel”…), su ateísmo (a pesar de que su libro favorito era La Biblia), las mujeres (un asunto que, por su presunta misoginia, le señala como objetivo de la cultura de la cancelación)…
Hombre de teatro (“para fumadores”, esto es, para el pueblo llano), el habla estaba en el centro de sus preocupaciones como escritor comprometido. La asociaba al gesto (Gestus, que GT analiza). En busca de la naturalidad, algo tan poco teatral. Prefería el “habla cotidiana”. En los mejores momentos, brilla en sus poemas un “tono seco”, esa precisa concisión que caracteriza a lo epigramático, tan de su gusto.
Es posible que Brecht sea un poeta de antología. Que haya en ingente obra poética piezas prescindibles. Lo que sí sé después de leer este libro (notas incluidas) es que fue autor de un puñado de poemas imprescindibles (“De todas las obras”, “La emigración de los poetas”, “La época de mi riqueza”, “Visita a los poetas desterrados”, “Garden in progress”, “Placeres”…) que justifican este regreso a la actualidad por encima de sus ideas y de las modas.
Sólo una pega cabe poner a la impecable traducción de Gómez Toré: que las canciones, no pocas cercanas a nuestros romances de ciego, rimadas, pierden en español la sonoridad del original. Pero mantener eso era casi imposible, aunque se aprecie, no obstante, en las canciones infantiles que la muestra recoge.
A modo de poética, este par de versos: “Y siempre creí que las palabras más sencillas / Deberían bastar”. 

No pudimos ser amables
Antología poética (1916-1956)
Bertolt Brecht
Edición bilingüe de José Luis Gómez Toré
Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2023. 816 páginas. 33 €

NOTA. Esta reseña se ha publicado en el número 149-150 de la revista TURIA.

2.4.24

La Editora Regional, cuarenta años después

Aunque resulte meritoria la labor de González Perlado, Ródenas Pallarés y Murillo, los primeros directores de la Editora Regional de Extremadura, que ahora cumple cuarenta años de vida, uno asocia su verdadera fundación a la llegada providencial a ese honroso cargo de Fernando Tomás Pérez González. Fue en 1995, nombrado por el mejor consejero de Cultura que ha tenido la Junta de Extremadura, su amigo Francisco Muñoz. Fue una década prodigiosa que solo la muerte fue capaz de truncar. Los que llegamos después, salvo contadas excepciones, nos contentamos con seguir la senda que él marcó. No olvidamos que lo fundamental estriba en tener criterio.
Para empezar, y con la inestimable ayuda de otro ser singular: Julián Rodríguez, cambió la cara de los libros, empresa que va mucho más allá de un simple cambio de diseño. Su clásica elegancia tipográfica pasó a ser la genuina imagen de una marca. Paradigma de ello, la colección de Poesía.
Fernando Pérez fue un hombre riguroso, esto es, teniendo en cuenta las limitaciones –en especial, además de las presupuestarias, la de tener que contar con autores extremeños o vinculados a este tierra y la de editar libros relacionados con ella–, puso el acento en el catálogo, que es lo que hace grande o pequeño a un sello. Fue entonces, una vez consolidada su gestión, cuando el prestigiosos editor de Anagrama, Jorge Herralde, dijo que la nuestra era la mejor editorial pública de España. Consúltese a día de hoy (es accesible a través de la página web) y verán dónde ha llegado ese catálogo. Esa es su auténtica medida. Sería una temeridad entresacar tal o cual título, pero abruma el elenco de obras y autores que lo componen.
Su época coincide con la eclosión de escritores extremeños, tanto del interior como de la diáspora, que ponen por fin a las letras extremeñas en el panorama literario del país. La sitúan en el mapa, quiero decir. Autores que aceptan de buen grado incorporarse al citado catálogo.
Es también el momento de decantar colecciones. Entre las nuevas, La Gaveta, Vincapervinca y Ensayos Literarios. Cómo no mencionar entre las clásicas Estudio y Rescate. O los Cuadernos Populares, que están digitalizados en la mencionada web. O la llegada de la novela gráfica de la mano de Buñuel en el laberinto de las tortugas, de Fermín Solís.
Otro hito de la Editora fue la recuperación en facsímil de la Biblioteca de Barcarrota, proyecto que inició también Fernando Pérez, pero que, por desgracia, no pudo ver culminado.
A lo largo de estos años, la Editora no se ha contentado con publicar libros, su principal misión. Así, ha gestionado las becas a la creación y las ayudas a la edición; organizado los Premios Extremadura a la Creación, que tanto alcance tuvieron; fundado, junto a las Universidades Populares, los talleres de relato y poesía, ahora talleres literarios; y, entre otras actividades de gestión cultural, colaborado decisivamente con el Plan de Fomento de la Lectura, sobre todo en sus inicios, con el proyecto, por ejemplo, de 'Un libro, un euro' en colaboración con la prensa regional, principalmente con el diario HOY.
Lo aportado por la Editora a las dos mejores revistas literarias de la región, Espacio/Espaço escrito y Suroeste, ambas de raíz cosmopolita, es también reseñable.
Nada de todo lo dicho habría sido posible sin la complicidad de los políticos (muy alta en la época de Ibarra) y sin la callada pero constante labor de los escasos miembros de su organigrama. Destaco la meticulosa tarea de una mujer, María José Hernández, jefa de sección de la institución y alma y memoria de la Editora, donde trabaja casi desde que se fundó. Su profesionalidad es sin duda digna de elogio.

NOTA: Este artículo se ha publicado en el diario HOY