29.12.22

Lecturas de fin de año


Como he contado alguna vez, de los libros que leo, aparto los que me gustan especialmente y voy formando con ellos una inestable columna (parecida a la que forman los que tengo pendientes) en una mesa que está justo al lado de esta en la que escribo. Con la intención de comentar algo acerca de esas gustosas lecturas. (Estas, por cierto, llegan después de las listas y los análisis del año poético, que nadie se enfade.) El tiempo pasa y al final los buenos propósitos quedan en nada. O en poco, como ahora. Ya que la lluvia me impide dar el paseo, aprovecho la mañana para mencionarlos al menos, por si alguien se anima también a leer. 
Aunque del 21, La luz que enciende el cuerpo (Visor), de Ioana Gruia, es un libro que merece la pena. Por ejemplo, su primera parte, "Las mujeres de Hopper", título de un libro de cuentos que acaba de publicar. 
En Cantar qué (Pre-Textos), de Juan de Beatriz, un libro que, contra todo pronóstico, leí lápiz en mano, hay un conjunto de poemas emocionantes. 
La ruptura de una pareja puede convertirse en poesía, por más que ese doloroso trance, tan prosaico en principio, no parezca tenerla. Lo consigue Jesús Beades en Orden de alejamiento (Visor) y con una descarnada y llamativa belleza. 
También en el veterano sello madrileño (que sigue dando en el clavo muchas veces, mal que les pese a algunos), dos libros de un par de viejos conocidos: Luis Antonio de Villena y Juan Vicente Piqueras. Del primero, Lujurias y apocalipsis. Del segundo, La habitación vacía. De Villena (que había reunido hace unos meses en la editorial Milenio su poesía completa: La belleza impura) ahonda en su desangelada visión del mundo y se ve atrapado, con nobleza, en las redes de la decadencia (ajena) y la vejez (propia). No es ni de lejos una obra epigonal. 
Piqueras, por su parte, dialoga, como dice Landero, con la muerte y, sin lloriqueos ni patetismo, nos ofrece un puñado de poemas dignos del solvente poeta que es. 
Los haikus y tankas de Vaho, de Sergio Berrocal, encajan muy bien, por su sutileza y sencillez, en una colección que José Mateos ha sabido ahormar con una coherencia destacable. 
El médico y escritor colombiano Octavio Escobar Giraldo es ante todo narrador; sin embargo, Manual de hipocondría (Ediciones La Palma), es un libro de poesía excelente. Puede que ayude a comprender mi alta valoración, más allá de su dominio del lenguaje y de lo bien hilado que está, la condición de hipocondríaco profesional que uno ostenta desde temprana edad. Bromas aparte (bueno, lo de ser aprensivo es demasiado serio), el volumen me ha parecido impecable. Me extraña que Escobar Giraldo sea un poeta tan parco. A diferencia de lo que suele ocurrir con otros narradores, no se nota aquí esa condición, más allá de lo que de narrativos tengan estos lúcidos versos.
En "El deseo de los signos. Notas para una poética", un poema de Diciembres iniciales (Pre-Textos), Mariano Peyrou escribe: "Nada es insignificante" y "La realidad nunca ha hablado un lenguaje realista". Dan buena idea de lo que el poeta pretende. Nada al uso. Una poesía tan desconcertante como lúdica, tan del pensamiento como de la claridad. Escrita con "el deseo de fomentar la individualidad del lector". No apta para cobardes líricos. 
Me gustó mucho Autobús de Fermoselle, de la castellana Maribel Andrés Llamero, que inaugura ahora la colección Isla Elefante (dirigida por Ben Clark) con Los inútiles, un libro que confirma mis expectativas con creces y, me atrevo a decir, las de cualquier lector. Su "Arte poética" reza: "Esta tarde yo también quiero confesar, / como Sá de Miranda, / que gusto de lamer mis versos / con el mismo amor y dedicación  / que la osa a sus hijos / más necesitados". 
Precisamente Llamero firma la nota de la contracubierta de Astroblema (Isla de Siltolá), de Carlos Asensio, un libro personal, con voz propia, quiero decir, diferente a lo habitual en poetas de su edad, demasiado apegados a las simplonas modas parapoéticas. Podríamos decir que se trata de una singular lectura del Altazor de Huidobro, con el que, como afirma Llamero, dialoga. De "meteoro insolente" lo califica la profesora de la Universidad de Salamanca. 
Muy oportuno el rescate de Libro del frío (Galaxia Gutenberg), de Antonio Gamoneda, treinta años después de su aparición. Lo reseñé en la revista Ínsula y recuerdo bien la llamada telefónica del añorado Carlos Álvarez-Ude al colegio de Montehermoso, donde uno trabajaba entonces. Ahora le pone un brillante prólogo uno de los poetas que mejor le conocen, a él y a su obra: Tomás Sánchez Santiago. El autor, cabe añadir, de un librito tan breve como precioso titulado La belleza de lo pequeño (Eolas Ediciones) que reúne textos "contra la demasía", inspirados en las cosas cotidianas ("desde el sitio de las cosas") y "los seres suaves". De los que el poeta está siempre "cerca". Palabras que se acercan a una realidad que parece mirada por primera vez. Con sigilo y suma atención. En torno a lo que el leonés de Zamora denomina una "épica domiciliaria". 
En la benemérita colección Antologías de Renacimiento ve la luz Arderé siempre, del cántabro José Luis Hidalgo. Reúne poemas publicado entre 1936 y 1947. Por Extremadura pasó durante la guerra. Muy oportuna me parece esta salida a escena, en pleno año Hierro, de los versos del autor de Los muertos que ha editado su paisano Rafael Fombellida, que firma un enjundioso prólogo. Muerto joven, con veintiocho años, cuatro libros y algunos poemas sueltos conforman su legado. Suficiente para reconocerle un lugar en el canon literario del siglo XX español, como pone en evidencia este florilegio. 
Cómo he disfrutado leyendo los "perfiles" ("texto en tercera persona de un periodista sobre un personaje") que reúne el director del suplemento cultural de La Vanguardia y escritor Sergio Vila-Sanjuán en su libro Vargas Llosa sube al escenario (librosdevanguardia). Sí, un título que despista un poco. "Y otros perfiles de escritores y artistas de los que he aprendido", lo subtitula. También uno ha aprendido mucho al leer estos "encuentros, momentos, anécdotas y trayectorias" de y con gente tan interesante como Margaret Atwood, Enrique Badosa, Antón Castro, Annie Ernaux, Fumarolli. Vallcorba, García Márquez, Ishiguro, Susan Sontag, Pérez-Reverte, Kallifatides, Kundera, Claudio López Lamadrid, Martín de Riquer, Tom Wolfe, Kapuscinski, Barceló, Tomeo, Bofill, etc. Enseña y deleita, qué más se puede pedir. 
Dejo para el final el hermoso cuaderno que la colección Terre di Spagna dedica a la poesía de Jordi Doce, flamante autor del mejor libro de poesía de 2022 según El Cultural, y donde se recogen poemas del gijonés traducidos al italiano por Valerio Nardoni. 
Ah, y no me olvido de las revistas. Del espléndido número que la malagueña Litoral ha dedicado a las aves, pongo por caso (en la sección "Bandas sonoras", mi poema El mirlo"), y que consigue lo que parecía imposible: mejorar lo ya realizado en entregas anteriores. Un ejemplo a seguir. Una inevitable referencia. Como ocurre con Sibila, que es otro lujo del que sentirse orgulloso. En la última, entre otros hallazgos, poemas inéditos de Pureza Canelo, José Mateos, María Gómez Lara y Antonio Gamoneda, o un bonito texto del poeta polaco Tomasz Różycki sobre su paisano Adam Zagajewski. Destacaría. además, la pintura de Irma Palacios que ilustra la portada y el encarte de las páginas interiores. Y qué decir de Clarín, otro referente. Por desgracia, saca a la calle su último número (la echaremos de menos), el 162, donde encontramos las firmas de algunos colaboradores habituales: Uriarte (cuyos famosos diarios empezaron a publicarse en la cosmopolita revista asturiana), Cereijo, Benítez Ariza, Cilleruelo, Montesinos, Trapiello, etc. Javier Rodríguez Marcos, que tampoco es nuevo en esa plaza, publica "Cuaderno interrumpido de Tokio". La causa de la interrupción queda sutilmente expresada en la última anotación de su diario: "28 de junio de 2019. Atardecer en el paseo de los filósofos, junto al regato. Una llamada desde España. Allí es mediodía. creo que sí, pero no recuerdo —y ese era el objeto de la llamada—si Julián era donante de órganos. Era". Pérdidas, adioses. Llega 2023. 

27.12.22

Carlos Díaz Dufoo, hijo

Reconozco que no había oído hablar de este hombre, y eso que, según Vila-Matas es "un genio de las letras mexicanas". No sé si de verdad lo es (la palabra me da repelús), pero a mí me ha encantado Epigramas, que publica por primera vez en España la gaditana y exquisita Firmamento. Reúne lo que el editor denomina "formas breves" y que a veces son aforismos o reflexiones o sentencias y otra no sé sabe muy bien qué. Pecios, al modo ferlosiano, por ejemplo. 
Se añaden a la amplia muestra el delicioso "Ensayo sobre una estética de lo cursi" ("Lo cursi es un éxito que fracasa", "como la moneda falsa de la estética") y "Diálogo contra el éxito literario" ("El éxito es la muerte de la buena literatura, su inevitable degradación", "el peor enemigo de la elegancia"), dos títulos que harán salivar a cualquier letraherido. 
Aunque el libro se publicó en 1927 (cinco años antes de que su autor decidiera quitarse la vida), su actualidad sorprende. Y qué lenguaje gastaba "el aforista desconocido", sobrenombre con el que se le conoce en ultramar. "En un plano verbal, todo es posible", escribió, y estas otras joyas: "Regalaba, generosamente, las ideas ajenas". "Que tus obras sean frutos maduros, no fábrica de hombres industriosos". "De los libros valen los escritos con sangre, los escritos con bilis y los escritos con luz". "El bien en los hombres es cosa de metafísica; en las mujeres es cosa de moral". Y acaso el mejor: "Gastó largos años para hacerse un estilo. Cuando lo tuvo, nada tuvo que decir con él". 
"Me pregunto -con el autor de Suicidios ejemplares- qué caminos recorrerá Epigramas en este país. No puede hablarse de 'acontecimiento', porque ahora cualquier cosa lo es y porque, además, tal vez se trate de un sutil 'desacontecimiento'...". 
Confieso que pensé en el cínico utilitarista Pedro Sánchez al leer el primero de estos dos que copio. El segundo puede que nos afecte a todos, o casi. 

PRAGMATISMO
 
—Busca en tu acción el fin. 
—¿Y si surge una idea pura en mi camino? ¿Y si una teoría inútil llama a mi puerta? 
—Aplástalas y atranca ciegamente tu morada.

EL MAL LECTOR

Leía sin propósito, con la actitud humana normal para los conceptos y para las imágenes, sin comprender completamente los primeros ni dejar de comprender enteramente las segundas. Entendía mal. Entendía a veces. Desentendía casi siempre. Era un lector común.

24.12.22

Novedad

 

Aunque no estará en las librerías hasta febrero, ya lo anuncian en la página web de Tusquets

De cine

Hacía años -sí, años-, desde antes de la pandemia, que no entraba en una sala de cine. Da vergüenza decirlo, pero... Eso sí, para desquitarme, en cuatro días he ido dos veces. Acompañando a Yolanda, preciso, pues ella fue la que me animó a ver As bestas. Como de todo aquello que recibe el aplauso unánime, uno recelaba. Craso error. Es verdad que todo han sido elogios para el film de Sorogoyen (con guion del director y de Isabel Peña); palabras de encomio de personas cuyo gusto respeto, además. Alabanzas justificadas, ahora lo sé. Sí, me pareció un peliculón y me alegro mucho de haberla visto, por dura que sea. Tanto o más que el otro trabajo suyo que conozco, la serie Antidisturbios


La segunda visita a los Multicines Alkázar fue cosa mía. Vamos, que fui yo quien se fijó en la cartelera donde, para mi sorpresa (Plasencia no es un paraíso para cinéfilos, aunque aquí abunden), vi anunciada Lucian Freud: un autorretrato. Es un pintor que aprecio. Soy, en todo, más figurativo que abstracto. Más realista que imaginativo. El único cuadro suyo que he visto está en el Thyssen: "Reflejo con dos niños (Autorretrato)" y espero con ansiedad a que se inaugure el próximo febrero en el museo madrileño, con motivo del primer centenario del pintor británico (nacido en Berlín, nieto de Sigmund Freud), la exposición Lucian Freud. Nuevas perspectivas. Anuncian, además, que propiciará la edición del "primer catálogo exhaustivo de Freud en España".
La película, vuelvo al principio, es magnífica y uno aprende un montón. A apreciar aún más su arte, sobre todo. Y al personaje, un ser digno de su abuelo. El suyo es un arte pictórico, centrado aquí en el autorretrato, que no desprecia la tradición. Vamos, que se inserta en ella. En la de Rembrandt, Velázquez o Tiziano, por ejemplo. Luego que cada cual dirima su lugar en el canon. Y el verdadero alcance de su apuesta. Cuestión de gusto.  

21.12.22

Feliz Navidad

 

La lista. Las listas


He aquí la lista que envié a EL CULTURAL con los, para mí, mejores libros de poesía de 2022. Una lista única de autores españoles. Antes, eso sí, elaboré otras tres distintas, en función de las peticiones que iban llegando desde la redacción del suplemento. Primero, una de diez libros de autores extranjeros y otra con otras tantas obras de autores españoles e hispanoamericanos; después, una donde se fundían las tres categorías; y, por fin, la definitiva, en la que sólo debía incluir libros de poetas españoles. Ya que las tuve que confeccionar, ahí van. Por listas que no quede. 

POESÍA ESPAÑOLA E HISPANOAMERICANA
 
Maestro de distancias. Jordi Doce. Abada
Viejas canciones rusas. Pablo Anadón. Pre-Textos
De traslación. Pureza Canelo. Pre-Textos.
Azul el agua. Amalia Bautista. La Bella Varsovia
Laberinto. José Manuel Benítez Ariza. Renacimiento
Arqueología. Ada Salas. Pre-Textos
Lo inesperado. Antonio Moreno. Renacimiento
El campamento de los aqueos. Javier Velaza. Visor
Poesía completa. William Ospina. Lumen
A cada cual su cielo, de Fabio Morábito. Visor
 
 
POESÍA EXTRANJERA
 
La Tela y otros poemas. Mirella Muià. Pre-Textos
Mundo. Ana Luísa Amaral. Sexto Piso
Meadowlands. Louise Glück. Visor
Llueve en la taza. Henrik Nordbrandt. Nórdica
La insomne felicidad. Pier Paolo Pasolini. Galaxia Gutenberg
U.S. 1. Muriel Rukeyser. Ultramarinos
Combate espiritual. Gorazd Kocijančič. Vaso Roto
La poesía del siglo XX en Rumanía. Visor
Bondo. Menna Elfyn. Trea
Un puñado de tierra. Poesía y pintura de Ucrania. Reino de Cordelia


POESÍA ESPAÑOLA, HISPANOAMERICANA Y EXTRANJERA
  
Maestro de distancias. Jordi Doce. Abada
Viejas canciones rusas. Pablo Anadón. Pre-Textos
La Tela y otros poemas. Mirella Muià. Pre-Textos
De traslación. Pureza Canelo. Pre-Textos
Mundo. Ana Luísa Amaral. Sexto Piso
Azul el agua. Amalia Bautista. La Bella Varsovia
Meadowlands. Louise Glück. Visor
Laberinto. José Manuel Benítez Ariza. Renacimiento
Poesía completa. William Ospina. Lumen
La poesía del siglo XX en Rumanía. Visor


MEJORES LIBROS DE POESÍA 2022

Maestro de distancias, Jordi Doce. Abada
De traslación, Pureza Canelo. Pre-Textos
Azul el agua, Amalia Bautista. La Bella Varsovia
Arqueología, Ada Salas. Pre-Textos
Laberinto, José Manuel Benítez Ariza. Renacimiento
Lo inesperado, Antonio Moreno. Renacimiento
El campamento de los aqueos, Javier Velaza. Visor
Los reales sitios, Juan de Salas. Ultramarinos
Los inútiles, Maribel Andrés Llamero. Isla Elefante
Los planetas fantasma, Rosa Berbel. Tusquets
 

19.12.22

La peripecia española de Sánchez Peláez


Ayer se publicó este artículo en
Papel Literario, suplemento del diario El Nacional de Caracas. Forma parte del extenso homenaje al poeta venezolano Juan Sánchez Peláez (en el primer centenario de su nacimiento) que ha coordinado el escritor y crítico Antonio López Ortega y que recoge textos de Selena Millares ("Solo de sed"), Luis Pérez Oramas ("Donde canta un pájaro"), Armando Romero ("Juan Sánchez Peláez: la guerra con el ángel o contra el ángel"), Arturo Gutiérrez Plaza ("Con un mudo abrazo eterno"), María Antonieta Flores ("La arquitectura del paisaje en Juan Sánchez Peláez"), Miguel Gomes ("Mito y hermetismo en la obra de Juan Sánchez Peláez"), Carmen Verde Arocha (“'Tiemblo cada vez que me abrazan' (Para una confesión en voz baja"), Alejandro Oliveros ("Las filiaciones de Juan Sánchez Peláez"), Álvaro Valverde ("Las peripecias españolas de Juan Sánchez Peláez") y el propio López Ortega ("Juan Sánchez Peláez: sus cinco sentidos (texto confesional)".

Los caminos de la poesía son misteriosos, y no me refiero ahora a la materia de la que se nutre, enigmática por naturaleza, sino a su recepción; al porqué la obra de un poeta mediocre logra alcanzar el reconocimiento y la de uno excelente no llega a ser estimada por esa inmensa minoría que lee. Es el caso, según creo, de Juan Sánchez Peláez. A la hora de considerar, digamos, ese fenómeno, no tengo más remedio que situarme ante mis propia circunstancia: la de un veterano lector español. Un lector interesado por la poesía ultramarina, pesaroso siempre de que una lengua común, diría Shaw, nos separe. Que ha fatigado diversas antologías (la última, Rasgos comunes, de Antonio López Ortega, Miguel Gomes y Gina Saraceni, en Pre-Textos) y manuales que dan buena cuenta de esa tradición tan plural como imprescindible para comprender lo que Fuentes denominó el “territorio de La Mancha”. A pesar de eso, me pasó desapercibido Sánchez Peláez, siendo, para colmo, miembro de honor de otra tradición memorable dentro que la que acabo de señalar: la venezolana (de la que fue modernizador, tras los pasos de Ramos Sucre), tan admirada por cualquiera que sepa leer. Cabe añadir que, para colmo, llegó a residir en Madrid en la década de los cincuenta.
Es verdad, aunque eso no sirva de excusa, que Mutis ya lo designó como “el secreto mejor guardado de América Latina”. El mexicano Iris, por su parte, ha aludido a ese “secreto a voces” y, además, a sus “feligreses”, múltiples “devotos de su hechizo”. Julio Ortega, que editó una antología con poemas suyos para la UNAM (2013), matiza en su introducción que “no hay un lector serio de poesía escrita en español que ignore el trabajo de Sánchez Peláez”. “Como los grandes poetas, hacía su fogata en la intemperie”, añade, y: “Juan siempre tuvo el don de la amistad, virtud de los solitarios”.
Hay un punto de inflexión en esta historia: la salida a escena de Antología poética, publicada por Visor (que tanto bien ha hecho a la comunicación poética transatlántica) y la Fundación para la Cultura Urbana en 2018. La edición es de Marina Gasparini Lagrange, embajadora de la lírica venezolana en España, y el prólogo de Alberto Márquez. Antes de entrar en ese florilegio, me gustaría puntualizar que no es su primera aparición pública en España ni, en consecuencia, el primer intento de darlo a conocer entre nosotros. Por lo que he sabido, a principios de siglo, Ana Nuño, residente en Barcelona, propuso al poeta la publicación de su poesía completa en la prestigiosa editorial Lumen. Sería la primera vez que se publicase en el exterior. Si bien ella estaba dispuesta a escribir el prólogo, JSP le propuso para esa delicada tarea el nombre del mencionado Ortega, profesor y crítico internacionalmente reconocido. Así se hizo. Algo de ese texto, sin embargo, incomodó al autor de Elena y los elementos. Un comentario que podría poner en duda su compromiso político en una Venezuela ya chavista. Se daba a entender que vivía en “una jaula de cristal, desentendido del mundo” y él no se sentía un ciudadano al margen. Sin discutirlo con Ortega −siguen contándome mis fuentes−, la edición del libro se fue ralentizando. En 2004, pocos meses después de su muerte, salió por fin a las librerías Obra poética. Sin promoción, pasó desapercibido. Doy fe: uno se ha enterado ahora de su existencia, cuando sólo se encuentra en librerías de viejo a precios prohibitivos. Años después, la editorial informó a JSP de que se disponían a destruir los ejemplares en depósito. Su mujer, Malena Coelho, (que falleció desgraciadamente el pasado septiembre), no llegó a un acuerdo para salvar siquiera parte de la tirada y adquirió setenta, que son los que llegaron a Venezuela y se repartieron entre amigos y lectores. Un testigo confirma que “estaba muy feliz de que apareciera” y que “los últimos días tuvo la alegría de que llegaran las pruebas de página y las pudo revisar. En efecto, estuvieron acompañándolo en la cama en ese trayecto”.
Decíamos antes que la llegada de la Antología poética podría haber marcado un hito en lo que respecta a la compleja recepción de sus versos en España (y no sólo). Esta incluye poemas de todos sus libros: Elena y los elementosAnimal de costumbreFiliación oscuraRasgos comunesPor cuál causa o nostalgia Aire sobre el aire. Los dos últimos se dan íntegros.
El prólogo, que Márquez titula “José Sánchez Peláez: revelación y transparencia”, aporta enjundia a la muestra. Pretende dar un giro a lo que habitualmente se venía diciendo a propósito de su poética que, por cierto, no ha sido poco. Monte Ávila ya publicó en 1994 Juan Sánchez Peláez ante la crítica y desde entonces la bibliografía no ha dejado de aumentar. Así, las ejemplares contribuciones críticas de, entre otros, Crespo, Gerbasi, González León,  Gutiérrez Plaza, López Ortega, Montejo (que lo trató en Carabobo), Sucre o, más recientemente, Selena Millares.
Piensa Márquez que JSP “ejerce sus poderes desde la orilla del oído más que de la vista, es decir, desde la música y el tiempo; las seductoras arenas de la melancolía y la muerte”. Que, aunque sus poemas “parecen más bien crípticos, esa dificultad proviene de la complejidad misma de la vida, de lo real. La aspiración de su poesía es la de la claridad”. Y cita su verso: “Yo te buscaré, claridad simple”. Vuelve, eso sí, sobre la influencia inicial del surrealismo, su esplendor verbal y su posterior camino hacia el “despojamiento”. Recuerda una anécdota personal donde desvela que el poeta había subrayado el epígrafe de un libro de Hesse al que pertenecen estas palabras: “Una virtud hay que quiero mucho, una sola. Se llama obstinación”.
De lo seleccionado por Gasparini podemos afirmar que cumple con la misión de ofrecer lo sustancial, de modo que cualquier lector pueda acceder a su secreto. Y sí, me temo que Juan Sánchez Peláez está destinado a seguir siendo un exquisito “autor de culto”. Mal que nos pese.



14.12.22

Pregunta retórica

¿Por qué nos cuesta tanto leer -en el sentido más profundo y complejo del término- lo que otros escriben sobre nuestros libros? 

Nota: El cuadro es de Olga Nicolaevna Sacharoff.

12.12.22

Prórroga


El comisario de Extremamour, Jorge Cañete, me informa de que la Fundación Obra Pía de los Pizarro ha decidido que la exposición siga abierta hasta el día 9 de enero. Ya han pasado por ella 1.300 personas y consideran que el éxito de visitantes bien merece esa prórroga. Ya saben.
Por lo demás, aprovecho para decir que el libro del mismo título, que publica la Editora Regional de Extremadura, ya ha salido de la imprenta. Otra alegría. 


NOTA: Las dos fotografías son de Patrice Schreyer

6.12.22

La pena silenciosa

Viejas canciones rusas y otros poemas. (Poesía 2014-2015)
Pablo Anadón
Pre-Textos, Valencia, 2022. 148 páginas. 
 
El profesor, ensayista, traductor (del inglés, italiano y ruso), antólogo, editor (Fénix) y poeta argentino Pablo Anadón (Villa Dolores, Córdoba, 1963) ya publicó sus dos libros anteriores en Pre-Textos, el prestigioso sello valenciano: Estudios de la luz y Hostal Hispania.
En “A modo de prefacio, o de disculpa”, todo menos un prólogo al uso, Anadón explica la génesis de su nuevo libro. Tras reconocer que el “mestiere di vivere nunca me resultó fácil”, confiesa que el par de años en que lo escribió fueron “los más difíciles que he vivido”. Hasta el punto de pensar en el suicidio. El desamor, la soledad y el aislamiento (“una suerte de exilio”), la “desdichada historia de la Argentina”, un “violento asalto en mi casa” (con “cinco fracturas de cráneo”) y una “terca depresión”, explican esos meses de “una minuciosa penuria”. En “tal postración y apartamiento”, dedicaba la noche a fumar, beber bebidas blancas, escuchar viejas canciones rusas y traducir a Pasternak y Esenin. Verter poesía (“pequeña tarea artesanal y rutinaria”) le salvó la vida. Cuando logró salir de casa, pasaba horas en un café de la Cañada. Escribiendo, sobre todo.
Porque “nunca ha podido escribir nada que no naciera de su experiencia directa”, Anadón lleva a sus poemas sus “circunstancias concretas” y las transmite con “discursividad de soliloquio”. Aunque pide “una disculpa por la tonalidad sombría, prietamente nocturna”, sus versos no carecen de luz. Tampoco de esperanza. Predomina el dolor, pero sin patetismo. Como Ungaretti, cree que “no se puede reservar nada de la experiencia humana para uno, sin presunción”.
Las mujeres (“Ellas”), la lluvia, los recuerdos, la casa familiar y las “de la sierra”, los instrumentos, la muerte, “el país que hemos perdido”, una plaza o las lecturas (sus “amados / Poetas rusos”) son los materiales que usa “el que cuenta las sílabas”. A la luz de una lámpara, “busca en el tiempo su secreta música”. “En el umbral / De la vejez”.
“Vuelve con las palabras lo vivido”, dice, sin olvidar nunca a Esenin: “Que no es nuevo morir en esta vida, / Ni vivir , desde luego, es cosa nueva”.

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL

POSDATA. Llamo la atención del lector curioso sobre el libro La Tela y otros poemas, de la desconocida poeta italiana Mirella Muià (Siderno, 1947), que ha traducido Anadón para Pre-Textos. Es la primera traducción a nuestro idioma de su poesía. Como explica el argentino, el tomo incluye su poesía édita, los libros La Tela (1986) y Empédocles (1987), su poesía inédita y una selección de textos en prosa de su libro Desde la ermita (2016). Excelente. 

5.12.22

Sólo


"Un tema más polémico que la ‘ley trans‘ o la ley del ‘solo sí es sí’ es la tilde del adverbio «solo»", le comenta David Mejía al ponderado filólogo Pedro Álvarez de Miranda en la espléndida entrevista que publica The Objective, a lo que el especialista en el siglo XVIII responde: "Pues ahí hay un enorme malentendido. La gente cree que ahora la Academia le ha quitado la tilde a «solo». Y no es verdad, realmente desde 1959 ya dice la Academia en su ortografía que solo se pusiera tilde a «solo» y a los demostrativos en los casos de anfibología, es decir, en los casos en que pudiera haber dos posibles interpretaciones en una frase. Bueno, esto era demasiado sutil y complicado. Entonces las imprentas y los profesores tiraron por la calle de en medio y decidieron que se ponía tilde siempre. Pero eso no lo decía la Academia. Por otro lado, la tilde diacrítica, es decir, la tilde para distinguir, tiene más sentido en los monosílabos, porque uno es tónico y otro es átono. Es decir, «mi» posesivo es átono y «mí» pronombre personal es tónico. Por eso está bien que uno no lleve tilde y el otro sí. En cambio, «solo» es siempre tónico. Por lo tanto, no tiene mucho sentido que le pongamos tilde a uno y al otro no. Pero lo que has aprendido de niño, no te lo quitas. Decía Samuel Gili Gaya que las reformas ortográficas provocaban una o dos generaciones de analfabetos. Es una exageración, pero realmente lo mejor de la ortografía es no tocarla".

2.12.22

El descubrimiento de la poesía de Muià

El poeta Pablo Anadón (Villa Dolores, Córdoba, Argentina, 1963), que acaba de publicar un nuevo libro de poesía en la editorial Pre-Textos (que he reseñado esta semana en El Cultural): Viejas canciones rusas y otros poemas, es el traductor de la escasa pero exigente y luminosa obra poética de la italiana Mirella Muià, "una voz apartada", hasta ahora desconocida para la mayoría de los lectores españoles (y no sólo, me temo que tampoco en su país ha sido apreciada) ya que es la primera vez que se vierten sus versos a nuestro idioma, más allá de los que Anadón ha ido adelantando, por ejemplo, en su espléndido blog de traductor El trabajo de las horas. 
Titula el volumen, que también edita el sello valenciano, La Tela y otros poemas. Su prólogo, "La poeta eremita", es ejemplar porque nos permite conocer a la perfección la vida y la obra de esta mujer nacida en Siderno, Calabria, en 1947. Una vida, vaya por delante, de novela. En 1952 se traslada con su familia a Génova y allí vive hasta 1971. Fue estudiante en Alemania y Francia. En París le pilló el 68 y en La Sorbona se licenció en Letras. En los ochenta se casa y tiene una hija, Sibilla, le detectan un tumor maligno y ven la luz (en territorio francés) sus tres únicos libros publicados: La Tela (1986), Empédocle (1987) y Portrait de père inconnu (1988). En Édicions AlidadesMás tarde vuelve a su tierra. "En 1987 vive su conversión religiosa", explica Anadón, que la trató hace tres décadas, cuando ambos eran profesores en la Universidad de Calabria. Ella, en la cátedra de Literatura Francesa. "Desde 2002 -anota el prologuista- vive en la ermita de la Unitá, junto a la iglesia de Santa Maria di Monserrato", cerca de Gerace y de la costa del mar Jónico, el de su infancia, casi en la punta de bota de la península italiana. Dedicada a la oración, la reflexión y a la elaboración de iconos. En 2012 "fue consagrada monja eremita", de la orden de las monjas del Eremo dell’Unità", que ella misma fundó. En 2016 aparece su libro de meditaciones Dall'eremo. Lettera ai fratelli delle chiese d'oriente, del que, a modo de apéndice, se recoge aquí en parte, lo que, por su valor humanístico y literario, a uno le ha dejado con la miel en los labios. 
En La Tela y otros poemas se incluyen los dos primeros libros, que no dejan de ser dos excelentes poemas narrativos, y una sección de inéditos. Composiciones como "Diálogo" o "El silencio y la palabra" resultan memorables. Como bien dice el traductor, todos sus versos forman parte de un libro único, aunque escrito en momentos muy distintos de su apasionante vida. 
No podría mejorar la lectura que el poeta argentino hace de la despojada, ascética poesía de Muià ("una vocación difícil"), que traduce, desde el rigor y la fascinación, admirablemente. Remito al lector curioso a esas páginas. Y que luego, claro, lea los poemas, esto es, lo sustancial. Sí puedo añadir que para mí ha sido un feliz descubrimiento del que, por suerte, aún no me he recuperado. Uno de esos encuentros fortuitos (y el "fatalismo" es en su obra una clave) que nos devuelven la fe inquebrantable en la pobre, maravillosa poesía. 




30.11.22

La poesía según Eugenio Montejo

Eugenio Montejo
Edición de Antonio López Ortega, Miguel Gomes y Graciela Yáñez Vicentini
Pre-Textos, Valencia, 2022. 1.028 páginas. 48 €
  
Gracias al segundo tomo de la Obra Completa de Eugenio Montejo (Venezuela, 1938-2008), que reúne el ensayo y los géneros afines, el lector puede disfrutar al completo de la faceta reflexiva de uno de los nombres imprescindibles de la poesía hispanoamericana contemporánea.
Los grandes poetas modernos, Eliot, Auden, Stevens, Bonnefoy, Ungaretti o Benn, y, ya en nuestro ámbito, Machado, Cernuda o Paz, por citar sólo algunos, han complementado la escritura de sus poemas con la meditación sobre el hecho poético. En el prólogo (que figura en el primer volumen), se recalca que “el quehacer de Montejo […] jamás estuvo exento de ideas y su fidelidad al ensayo lo prueba”. Es consciente de que escribe en una época que ha prescindido de los dioses y las ciudades. Que ha dejado atrás la “era alfabética” (el alfabeto era para él “sumo prodigio de la inteligencia del hombre”). Centrado en la lírica, “fundamento de nuestra existencia”, y no en la religión o la patria, como sus antecesores, su mirada es atenta y “oblicua”, a lo Montaigne. Subjetiva e individual, con “voluntad de ser lenguaje”. Su tono, “antiintelectual”. Basado en la claridad (estuvo en contra de los “especialistas del misterio”), cercano a “lo irracional” (“toda crítica es en su fondo mismo irracional”, dijo Curtius) y lejos del “imperativo científico” y las “disecaciones académicas”. El propio de un lector culto y lúcido que, al leer a otros, se lee a sí mismo. Por eso, estos ensayos rigurosos y amenos son necesarios, no un mero apéndice de su labor poética. Una y otros van a la par. Están escritos con la misma exigencia. Por las sabias lecciones que destilan, dignos de ser escrutados especialmente por los jóvenes, a los que instaba a “aprender a sentir”.
El libro se compone de tres partes: “La ventana oblicua” (1974), “El taller blanco” (1983) y “Prosas misceláneas (de 1966 a 2011). Por sus páginas pasan, entre otros, el inmóvil Bousquets (recién publicado en Galaxia Gutenberg); Valéry: ¿los poemas nacen o se hacen?; Novalis, el poeta-filósofo; Benn, al cabo “inocente”: “El poeta es siempre, por encima de todo, un hombre”; el solitario y audaz Ramos Sucre: “Leopardi es mi igual”; Drummond de Andrade, “poeta menor y de ritmos elementales”; Rimbaud, el rey del silencio como “acto poético”; Espríu y su “adustez bíblica”; Juan de Mairena; Ungaretti, su “meditación sobre la memoria”; el ejemplar Cernuda; Cassou: “El poeta es un experto en atención”; Pellicer y la luz del trópico; Cavafis, poeta “de la vejez”; el pintor Reverón y su “cruda intemperie marina”; el Rossi de Manual del distraído; Pepe Bianco, alma de la revista Sur; Valencia, su ciudad “prenatal”, y Lisboa, donde vivió, la de su admirado Pessoa y los calceteiros, protagonista de uno de los textos más emocionantes del conjunto: ”Una vieja travesía”; Gervasi, uno de sus maestros, como Mutis; los “emisarios de la escritura oblicua” (Malte y Rilke, Teste y Valéry, Reis y Pessoa, Barnabooth y Larbaud...), poetas enmascarados “de la “disolución del yo” (Bachmann), del “desdoblamiento” y la heteronimia (de la que se ocupará el tercer tomo de esta Obra); los Borges de Borges; Sá-Carneiro, suicida como Sucre, elegantes y torturados poetas de espejos y laberintos; el aforista Lichtenberg; Eliseo Diego y Fabio Morábito; poetas colombianos y, sobre todo, venezolanos (como Sánchez Peláez)…
Mención aparte merecen los ensayos que dedica a “la poesía en un tiempo sin poesía”: “El taller blanco” (donde evoca la panadería familiar, una hermosa y blanca metáfora que explica su “menester”: “una vida destinada a servir la poesía”), “Fragmentario” y “Textos para una meditación sobre lo poético”, pongo por caso. En esta línea, sobresalen sus prólogos y discursos (para recibir un premio −el Nacional, el Octavio Paz− o un doctorado). Destacaría también “Los números y el ángel”, una suerte de autorretrato.
Para Montejo, “la poesía es un melodioso ajedrez que jugamos con Dios en solitario”. Su “laconismo instintivo” (Brodsky) tiene “el poder de despertar”. Al hablar de Gonzalo Rojas escribió: “El hombre es, pues, fatalmente oscuro. Sólo mediante el relámpago del poema se logra, cuando se logra, atisbar algo de la claridad que es como decir la identidad de quien lo escribe, a la vez que puede servirnos para columbrar la de quien lo lee”. 

NOTA. Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL

28.11.22

El libro póstumo de Cueto

De raíces asturianas, Adolfo Cueto nació en Madrid en 1969, ciudad donde murió en 2016.
Tras publicar una ópera prima bien recibida por los lectores, Diario mundo (2000), hasta una década después no aparecerá su segunda entrega: Palabras subterráneas, a la que siguieron Dragados y Construcciones (Premio Emilio Alarcos, 2011) y Diverso.es (Premio Ciudad de Burgos, 2014). De work in progress, a la manera joyceana, habló Cueto al referirse a esos tres libros; un trabajo poético en curso o en proceso, abierto, al que habría que sumar Habitar una casa en la era de Acuario, obra póstuma, escrita entre 2012 y 2016, donde ese lema (en su caso, de neta inspiración juanramoniana) vuelve a aparecer como subtítulo. En “Luz que viene de lejos”, la nota esclarecedora que lo abre, José Ramón Ripoll alude al significado de esa “leyenda” y cuenta que un “par de noches antes de morir”, Cueto le habló del volumen y le explicó que “se trataba de unir dos libros aparentemente distintos bajo un mismo título” sin que eso se notara y que “para ello usó la forma de la edificación”, mediante “epígrafes referentes a la ubicación cardinal de la casa a habitar”. De ahí la pertinencia de la cita de Emily Dickinson: “Un poema es un hogar que ha de ser perseguido”.
Cuatro son los “epígrafes” de esta obra que se inicia con los dos poemas soberbios que componen “Las puertas abiertas”: “Los cimientos del agua” y “Las paredes del aire” (“un lugar / habitable”). Dan cuenta de la identidad del personaje que protagoniza, entre “palabras y abismo” y “el temor insistente”, una frágil vida en los límites. El de la muerte, ante todos; “un concepto siempre presente en otros poemarios”, puntualiza Ripoll. Como los “seres que escriben / en el agua sus nombres”, “navegantes que insisten / entre el ser y la nada”.
“Qué cosa extraña, el mundo”, sostiene Cueto, y de eso dan buena cuenta estos versos que intentan ordenarlo y comprenderlo; versos (los de la segunda parte: “Orientación este-sur”) que se acogen a un ritmo tan personal como logrado que le debe no poco de su música al uso magistral del encabalgamiento. Y ahí, lo social, lo moral, lo político (“Declaración institucional”). Poemas llenos de dolor (del 11-M a Damasco, con escala en los espejos del viejo Callejón del Gato que le inspiran un desgarrado y hasta esperpéntico “autorretrato”, entre cóncavo y convexo) y de asco (léase “Arcadas”). “La poesía ve el rostro de los desfigurados, / averigua en silencio como un fuego extinguido”, dice en “Azul con estrellas”, un poema dedicado a la “desvencijada Europa”, “acicalada fosa / de ensombrecidos sueños”. Añade: “Hablamos / breve y roto”.
La madrileña calle Preciados le sirve para tejer una fábula comercial (“¿La franquicia o la vida?”) y “Amy” evoca el “padrenuestro / del blues”. “Redecora tu vida”, un poema clave, cierra esa ubicación. En la siguiente, “Suroeste”, “la gloria / del olivo”, una metáfora de la paciencia.
Cueto mira el mundo “con los ojos de dentro”. Quiere “durar hasta ver, / ser / este que sé / yo qué, que me crece por dentro”. “La poesía, leemos en “Cirugía”, es “válvula −válvula / de escape−; el poema, la prótesis / de esta amputación”.
El amor le ayuda a soportar el sufrimiento, que no deja de proyectar en el lector una atmósfera. A ese tema, otra constante en su poética, dedica “Bar Ayer”, “En vaso ancho” y “Sin lugar a dudas”. Personalizado, sin nombrarla, en Fátima, dedicataria del libro: “tuyo, no para ti. Tu misterio de amor ya revelado”.
En segunda persona cernudiana, se manifiesta en “Pasillos”. “Cuesta hablar / en pasado”. “De nuevo en desacuerdo / conmigo mismo”.
En “Orientación O-N”, la ciudad. La gran ciudad. Natural en esta poesía urbana. La Gran Vía, Nueva York (que suena con Tom Waits) y Hong Kong. Allí, la sordidez, la soledad, la noche… “Palabras renovándose / hacia la luz de este despojamiento”. Y de nuevo el amor, en “Superluna de Acuario”. Y las hijas, en “Trenzas”. Y la alegría, en “Aurora boreal”.
La penúltima sección, “Orientación noroeste”, se abre con un verso de Cirlot: “Vivo en la transparencia de la muerte”. Y sí, está presente, junto al amor. Haz y envés. “Aún” o “Quemaduras”, por ejemplo. “Amar / nunca envejece”, “pero la muerte, ¿qué hace?”. “No descansa ni muerta, la muerte”, afirma con humor negro, “salvo para nosotros, que somos / los que aman”. Paradójicamente, el último poema del libro se titula “Antiepitafio del 69” por más que los versos finales no engañen: “Y dejarse llevar / felizmente hasta el fin, hasta el límite último / de un silencio sin sitio”.
Asturias está en “Cabo de Peñas”, “Horizonte en la arena” y “Celorio del 69”: la vuelta a los orígenes, al verano, a la playa. En Noreña, otra localidad asturiana, fecha el 14 de septiembre de 2016 (aunque por errata se indica 2017) Habitar una casa en la era de Acuario, que dedica a su madre.  

Adolfo Cueto
Renacimiento, Sevilla, 2022. 132 páginas.

NOTA: Esta reseña se ha publicado en el número 27 de la revista ANÁFORA.

26.11.22

En Gure Zurgaia


Seve Calleja escribe el texto que sigue al frente de la nueva entrega de la revista Gure Zurgaia:

«Las revistas literarias han jugado un papel primordial en el paisaje literario. Los poetas son arcos leonardinos, debilidades que se apoyan, como lo definía el maestro Davinci, que también fue poeta. Son importantes vectores para la crítica, para el análisis, para el intercambio de posturas estéticas. Basta mirar a las que promovieron las vanguardias del primer tercio del pasado siglo.

Cada cual ocupa su sitio en la vida y en la cultura, a veces el que otros han dejado vacío. Pero Gure Zurgaia no pretende ocupar el que ha dejado la señera y paradigmática Zurgai. Si acaso, mirarse en ella como en una hermana mayor, de las que lleva el color de sus hojas en algunas ramas. Así que no hay que temer que brote y llegue ya al número tres esta revista en torno a la que suenan voces de ayer y de hoy: rememorando a los maestros y dando voz a sus epígonos. Aparte de un espacio para la construcción del ego, como las definió Ferdinand Divoire, son también lugar de encuentro y participación en tendencias y logros compartidos. Y eso es y quiere ser Gure Zurgaia. Antes fueron Kantil, Pamiela, Pott Banda, Zurgai, La Galleta del Norte, Ipar Atea... Y más allá, Litoral, Crátera, Papeles de Son Armadans, Turia..., espacios emblemáticos en los que se gestaron grandes escritores y escritoras, se han recuperado otros y se ha dado voz a muchos emergentes que no tenían camino a la edición. Unas duraban poco; otras sin embargo han sabido aguantar mejor las inclemencias de la economía.

Un homenaje a Neruda en el cincuentenario de su muerte, traído a estas páginas por Enrique Robertson, Julio Gálvez Barraza, José Luis Piquero y Juanjo Galeano, y festonado por los poemas de una larga nómina de autores y autoras: Manuel Vilas, Álvaro Valverde, Eliana Lucián, Julián Boao, Julio González Alonso, José Blanco, Mª. Ángeles Maeso, Itziar Mínguez, Kepa Murua, Idoia Garramiñana, José Serna, Bárbara Grande Gil, Fernando Martos, así como por las imágenes de Ángel Muro, engrosan este número que se completa con entrevistas, reportajes y reseñas».

Esta ha sido, en fin, mi colaboración para ese número extraordinario. 

BERROCALES

                Homenaje al pintor Narbón

Está en tus apellidos.
Uno remite al verde de los valles.
El otro al berrocal,
que marca aquel paisaje de tu infancia:
el de los canchos.
En Valcorchero, territorio de piedra
rodeado de rojos alcornoques.
Donde las largas excursiones,
la búsqueda sabatina de espárragos,
las hogueras para asar las castañas.
El de las romerías.
Y en los alrededores de tu casa,
donde ibas con tus padres
las tardes de buen tiempo.
Después, con los amigos.
A por ranas, tritones, salamandras…
Cuando el paraje estaba
colmado de regatos y de fuentes
y perderse por él
era encontrar la vida.
En una foto antigua,
abrazas a tu hermano.
Detrás, esos pedruscos
con formas monstruosas
que la imaginación dulcificaba.
Lo suave y lo áspero
nos conforman a todos.
En uno las metáforas
del norte y su verdura
y la del sur, diría,
con sus rocas.
Aunque mejor, tal vez, la del oeste:
extremeña (Trujillo, Malpartida…)
y por añadidura alentejana.

24.11.22

Naturaleza y dolor

Aunque Juan Ramón Santos (Plasencia, 1975) sea, sobre todo, un narrador, Vida salvaje es su tercera entrega de poesía, después de Cicerone (2014) y Aire de familia (2016).
Se alzó con el Premio Valéncia de la Institució Alfons El Magnánim por decisión unánime de un jurado competente formado por los poetas Xelo Candel, José María Micó, José Saborit y Jesús Munárriz, editor de una de las colecciones más longevas (se fundó en 1975) y prestigiosas de España: la madrileña Hiperión.
En la reseña de Cicerone aludí al “personaje poético que narra sus felices o no tanto peripecias ciudadanas. Y digo ‘narra’ porque hay mucha narrativa en esta poesía, algo que este lector aprecia, sobre todo, y más allá de las historias que se cuentan […], en los largos párrafos o estrofas (…) que menudean en sus poemas. La escasez de puntos y la numerosa ristra de versos que ‘dicen’ la mayoría de los poemas. […] Por otro lado, sorprende al lector el dominio métrico (abundan los endecasílabos y los heptasílabos) que proporciona a los poemas un ritmo y una musicalidad dignas de elogio”. 
En la de Aire de familia anoté que estábamos “ante un libro transparente, escrito con la verdad por delante”. También que “sorprende que una historia tan gastada, digamos, pueda dar para tanto en manos de un escritor con sensibilidad y con talento. Para que nada quede en sensiblería, repetición ni mera ocurrencia. Ese es el hallazgo de Juan Ramón Santos y el acierto de este libro tan sencillo como asombroso”.
En ambas recensiones subrayaba sus rasgos de ironía y de humor, algo extensible al resto de su narrativa donde la sutil inteligencia que esos tonos exigen no le pasa desapercibida al lector atento. ¿No es acaso irónico el título Vida salvaje?
Si vuelvo sobre su poesía anterior es para resaltar que a éste también se le puede aplicar bastante de lo ya señalado con anterioridad. Y eso no por culpa de la repetición, sino por el mero hecho de que la voz de Santos es única y su mundo, propio, por más que, paradójicamente, los lectores podamos acceder a ellos sin cortapisas y, más allá, hacer nuestros esa voz y ese mundo.
Vida salvaje consta de tres partes. La primera, “Día de campo”, se abre con oportunas citas de Charles Simic y Maribel A. Llamero.
Hace muy poco que la poesía rural ha salido del ostracismo y del desprecio. Supongo que a partir de la denuncia de la “España vacía” y de la aparición en escena de obras literarias (narrativas o poéticas), musicales, cinematográficas (Alcarràs, pongo por caso) o televisivas ubicadas en esos espacios vaciados. Como he repetido más de una vez, desde los Novísimos acá, por el simple hecho de mencionar las cosas del campo, te calificaban, como poco, de agropecuario. Era sinónimo de antiguo y rancio. ¿Acaso lo son los poemas de Claudio Rodríguez? Como si la poesía –la literatura en general– no fuese ante todo una cuestión de lenguaje. Por lo demás, conviene distinguir entre poesía de la naturaleza y poesía rural. La primera se desarrolla ante el paisaje, que inspira las reflexiones del poeta; la segunda, ha de estar escrita por alguien que haya crecido o vivido largas temporadas en un pueblo y, por tanto, en un medio agrícola y ganadero, y ya se sabe que lo que menos le interesa a un agricultor o al que cría ganado es, precisamente, el paisaje. Para ellos, el campo es otra cosa. Una fracción de ese mundo desaparecido o en trance de sucumbir es el que rescata en estos poemas Juan Ramón Santos. Memoria de veranos interminables entre los que se encuentra el último de su infancia (testigo de “la imparable vejez de mis abuelos”). Horas pasadas en una finca familiar de regadío cercana a Plasencia: “estas vegas de Casapalacios”.
En su novela La muerte de Pinflói, el narrador se refiere al campo como “ese bien sumamente preciado de mi infancia”, ahora “tierra baldía, mero paisaje, lugar de recreo para urbanitas nacionales y europeos que necesiten, de cuando en cuando, desconectar de la ciudad, de su vida desbocada, y disfrutar por unos días de una relación fugaz, artificial y plástica con la naturaleza”. No es el caso del personaje poemático que, en clave autobiográfica, se expresa en los poemas de Vida salvaje. Son demasiadas las vivencias de Santos en ese lugar como para comparar su discurso con el del dominguero visitante de paso.
A pesar de que confiese que su “memoria es muy frágil”, recupera en forma de poema no pocas situaciones vividas, convencido, tal vez, de que para según qué sentimientos y emociones no hay género mejor que la poesía, donde la intimidad aflora con naturalidad, al menos en su caso. No a otra razón obedecía, según creo, que recurriera a ella en sus dos libros anteriores de versos. También para fijar lo que la huidiza memoria acabará olvidando.
No siempre, es verdad, habla en primera persona. Quiero decir que pone en su boca palabras y hechos que le sucedieron a otros; sus parientes, por ejemplo. Así cuando alude a las duras labores del campo (las del tabaco y el maíz) en “Después de la cosecha”, a “los puntos cardinales del castigo”. O a los eternos problemas de las lindes, aviso para ignorantes convencidos de que lo campestre es idílico.
En “Forastero” leemos: “Yo siempre fui un extraño en la dehesa”, “turista entre labriegos”.
En otras ocasiones torna lírico, como en “Inventario”, un hermosísimo poema de inspiración horaciana; como “La hiedra”: “que la vida, después de tanto afán, / en realidad es poco más que eso: / una siesta, las hojas de una hiedra, / un remanso de verde y de frescura, / el placer de sentir que respiramos”. Y en “Flores de septiembre”, de sencillo aire tradicional y popular, amoroso.
De largos estíos de infancia, de picaduras de avispas, del descubrimiento de la pintura, de las tórridas siestas y la “voraz lectura” (“El tesoro de la isla”), del inocente maltrato animal (“pobres bichos”, leemos en “Batracio”), de los “residuos de esplendor agropecuario” (un verso que a uno se le antoja bayaliano), del tedio eventual, de los abuelos y las abuelas, de la casa y de los padres, hermanos, tíos y primos, se podría decir que va esta sección, un libro en sí mismo, que empieza con “Albada” y termina, en orden cronológico, con la melancolía de “Halley” (“la terrible pobreza de estar vivo / nuestra breve y precaria condición”) y la inquietud de “Porque es de noche”, un logrado poema que cierra a la perfección el círculo de esa irónica vida salvaje que Santos asocia a su libertad de movimientos por un territorio indisolublemente unido a la dorada edad de la infancia, verdadera patria del hombre para Rilke.
La segunda sección reúne veintiocho haikus, siete por cada estación del año. Se titula “El emboscado” y está inspirada, como nos advierte, en “Dedicatorias y agradecimientos”, en fotografías de Nicanor Gil, a quien se los dedica.
No son haikus ortodoxos, cabe precisar, y encubren una trama narrativa tan oscura y sigilosa como el tema que abordan, con el maquis al fondo. No en vano casi todas las imágenes de Gil están tomadas en el “Mirador de la memoria” del Valle del Jerte, donde se rinde homenaje a los resistentes de la Guerra Civil que huyeron a las montañas. “Somos un sueño / que sobrevive oculto / en la hojarasca”, reza uno de los haikus.
El tercer apartado de Vida salvaje, “Aprendizaje”, agrupa poemas relacionados con la muerte. Se trata de “contar las pérdidas”, diría Zagajewski. Y no son pocas. “Hoy uno lleva demasiadas pérdidas / a cuestas como para, aún, / creer en una muerte reversible”, leemos en “Retrospectiva”. En “UCI” utiliza el apuntado recurso del monólogo dramático. “El augur” no deja de ser un microrrelato. O un corto cinematográfico. Cuento en verso en lugar de poema en prosa. “Otro adiós portugués” une a dos amigos muertos en una ciudad fundamental: Lisboa. En “Artesanía” se demora en ese terrible momento en el que un operario cierra definitivamente el nicho.
Aquí y allá –entre poemas, llamemos, genéricos–, presencias que vuelven. De familiares muertos. Basta consultar la citada página de las dedicatorias. Eso sí, en ningún momento, aunque estemos hablando del más penoso trance de nuestra existencia, encontramos en estos poemas tragedia o patetismo. El dolor se reviste, gracias a su saber hacer poético, de consuelo, de piedad, de conformidad o de perdón y el lector, por tanto, no sufre directamente las consecuencias que ese paso definitivo lleva aparejadas. De nuevo un suave tono de ironía y hasta de humor se cuela entre esos versos graves para salvarlos de otra cosa que no sea aceptación y, de nuevo, naturalidad. Más allá del miedo. A “destiempo” incluso.
En ocasiones, los poemas se transforman en cartas que el poeta escribe a quienes, sin vivir, siguen existiendo. Esa conversación, bien lo sabemos, puede ser interminable.
Permítaseme ponderar la calidad técnica de la poesía juanramoniana. Ya hablé del ritmo, que consigue con el auxilio de la métrica clásica, sin perder de vista el encabalgamiento, un recurso tan importante para obtener la música que la poesía sin rima demanda.
En busca de la “difícil sencillez”, Santos utiliza un vocabulario tan esencial como común, de “palabras gastadas tibiamente”, diría Gil de Biedma. Todo, incluida la sintaxis, para logar, insisto, una poesía honesta donde importa tanto el cómo como el qué.
“Aprendizaje” se titulaba, ya dije, la última parte del conjunto y, en efecto, son varias, y con esto termino, las “lecciones” que Santos (o el personaje que protagoniza sus poemas, esto es y no es ficción) extrae. Así, y en orden de aparición, en el citado “Inventario” menciona a un olivo: “ejemplo pertinaz” de “la más sabia lección de resistencia”; en “Abierto por obras”: “que la vida hay que hacerla poco a poco, / disfrutando cada una de sus fases”; en “Spleen”, que “la vida, a veces, / no es más que un peso muerto, insoportable”; en “La higuera” son varias las enseñanzas que señala: la de los picores que acarrea en quien trepa hacia el higo, “que no todas las sombras dan frescura”, “que lo blanco no es siempre inmaculado” o que, “con el tiempo, / los árboles del bien y del mal no existen, / que algunas veces el placer nos hiere, / mas que, aun así, jamás has de perder / las ganas de subir hacia lo alto”; en “Introducción a los ascensores”, por fin, escribe: “Mi primera lección fue conocer / lo que duele el teléfono a deshora”.
Todos los libros de Hiperión incluyen en su colofón un lema en latín. En éste leemos: “Vitam impendere vero”, palabras de la cuarta “Sátira” de Juvenal que podrían traducirse como “consagrar la vida a la búsqueda de la verdad”. Están muy bien traídas. De tener alguna, esa sería la más alta misión de la poesía.
 
Juan Ramón Santos
Hiperión, Madrid, 2022. 80 páginas. 12 €

 NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CUADERNO

23.11.22

Del tiempo

Me mojaba menos cuando los días nublados con amenaza de lluvia me fiaba de mi instinto o de los vaticinios televisivos y no consultaba ni en el ordenador páginas web ni en el móvil varias aplicaciones acerca del pronóstico del tiempo. Ayer, sin ir más lejos, retrasé la hora habitual del paseo matutino para adaptarme a las dichosas predicciones. Todas coincidían -cosa rarísima que debió hacerme sospechar- en que no habría chubascos durante el resto de la mañana. A pesar de los buenos augurios, he vuelto hecho a casa una sopa. Ni paraguas ni ropa adecuada ni calzado gore-tex. Y encima hacía viento, lo que en Plasencia nunca es noticia. 
He maldecido a los meteorólogos o a quienes se ocupan de esas adivinanzas. Se parecen a los que se encargan de los horóscopos en las revistas. 
Tengo que pedir a mi amigo Jesús la app de "la nube". Esa no era tan mentirosa cuando de predecir si habría o no recreo se trataba. A ver que pasa hoy. Otra aventura.