30.10.21

Algunas sorpresas poéticas recientes

 

Aunque he decidido dejar de escribir la reseña semanal para El Cuaderno (a quien sigo vinculado) y mantener sólo las mensuales de El Cultural y algunas esporádicas para otras revistas en las que he venido colaborando habitualmente, pensando en algunos lectores afines, atentos y curiosos, me cuesta silenciar algunas lecturas de libros que bien merecerían (y merecen) ser comentados. Sin orden de prelación, y por (demasiado) breve, voy desmontando el rimero de obras que he ido apilando en una columna tan inestable en lo físico como sólida en lo poético. 
Cuaderno de Cabo Verde (Ediciones del Pampalino), del canario Melchor López, me ha parecido, por ejemplo, un librito (a su volumen me refiero, y qué bien editado) sorprendente. Poemas como "Vida retirada", el que lo cierra, ni se escriben ni se leen todos los días. La fuerza del lenguaje al servicio de las vivencias de un viajero al que necesitamos escuchar.
Otro tanto cabría decir, aunque en poesía cualquier comparación sea odiosa, de lo último del gallego Pablo Fidalgo Lareo (por cierto, su obra El libro de Sicilia se ha representado durante el mes de octubre en el Teatro María Guerrero de Madrid). El perro en la puerta de casa (Liliputienses) es uno de sus monólogos más intenso, isleño también (como el de López) y siciliano por los cuatro costados. Allí leemos: "Este soy yo: / una inmensa vocación fuera de lugar". Y: "Navegar es un acto íntimo". 
Por seguir con las sorpresas, valgan estas dos nuevas, excelentes entregas de la colección pequeña, digamos, de Galaxia Gutenberg, al cuidado de Jordi Doce. Dos rescates, añado, de lo más oportunos: el del libro En castellano, del bilbaíno Blas de Otero, que no ha perdido (me temo) actualidad, con un prólogo, preciso y singular (su toque es único), de Javier Rodríguez Marcos, y Treinta poemas, del alejandrino Constantino Cavafis en edición de José Ángel Valente (con la colaboración de Elena Vidal). Tras una oportuna nota del editor, se mantiene el lúcido prólogo del autor de A modo de esperanza (que, como para tantas otras cosas, demostró con esta apuesta cavafiana un fino criterio) y, además de los poemas (acaso los más sustanciosos del poeta griego), los dos epílogos, luminosos también, que figuraban en sus primeras ediciones (la malagueña de Caffarena & León y la barcelonesa de Ocnos): textos de Seferis y de Auden sobre una poesía que ambos poetas conocían muy bien.
No podían decepcionar, sin dejar por ello de conmover, La luz pensativa (Pre-Textos), del gallego José Cereijo, un libro mayor donde el amor y la emoción son ley, y Nada con que volver (La Veleta), del cordobés Rafael Adolfo Téllez, con versos que nos transporta a un mundo rural emboscado entre la niebla de lo perdido y que, a rachas, se asemeja a un paisaje fantasmal y rulfiano. 
No, no cabe duda de que estamos ante dos poetas necesarios y ante dos libros bellísimos, por dentro y por fuera. 
Una ópera prima, Roma y otros destinos (Poesía Al Albur), del sevillano Eduardo del Pino, profesor de Filología Latina de la Universidad de Cádiz, también me ha descolocado. Quizá se explique si tenemos en cuenta que son poemas que lleva escribiendo media vida y que la suya ya ha superado il mezzo del cammin. Culturalismo, viajes y experiencia se mezclan en estos versos con naturalidad y solvencia. 
En la misma editorial ha publicado el "poeta tardío" alcalareño Enrique Baltanás su Antología completa. Le antepongo el posesivo porque, como bien dice, "cada lector se fabrica su propia, intransferible y heterogénea antología personal". Él, "como lector", ha hecho esta, la de "alguien que, aunque tan cercano de mí como pueda estarlo mi sombra, jamás he podido confundir conmigo". Pide que "tampoco se confunda el lector". Y añade: "Quien habla en los poemas, sea quien sea, tiene por lo menos algo claro. Yo mismo, muy al revés del hidalgo manchego, no sé aún quién soy. Tal vez sólo la sombra de esa sombra que escribe los poemas. Esa sombra que busca su contrapeso de luz en la luz de la silente música del verso". Tampoco se atreve a ponerle al florilegio una poética (sí tiene un poema con ese título), porque sería "invisible" o "prestada", comenta, o porque cada poema, y no cada poeta, tenga acaso la suya. 
El conjunto tiene aires de poesía reunida, donde encontramos poemas inéditos, alguno en francés y los demás revisados "hasta el punto −anota con ironía− de parecer distintos". La poesía de un poeta lúcido y honesto como pocos. De los que no defraudan. 
Los italianos han cobrado en mis lecturas recientes un subrayable, inesperado protagonismo. Así, en la ejemplar, modélica colección Z. Gli incursori. Poesía italiana contemporánea, que dirigen para la Asociación Cultural Zibaldone Paolo Febbraro y Juan Pérez Andrés, Habla el mono, de Matteo Marchesini, y Sesenta poesías, de Giorgio Manacorda. El primero está traducido por Juan Francisco Reyes Montero y el segundo por Berta González Saavedra. Para lectores exigentes. 
He disfrutado mucho con Mis poemas no cambiarán el mundo. Antología (1947-2013), de la todina Patrizia Cavalli que publica Pre-Textos en traducción de Fabio Morábito y Juan Andrés García Román. Todo un descubrimiento, lo que no me extrañó al ver al frente, y muy bien acompañado, a mi admirado Morábito. 
Poemas extensos como "Aire público", "La guardiana" (que, una pena, no se da entero, por más que lo leído baste y sobre) o "La majestad bárbara" dan la verdadera medida de esta poeta de la Umbría, lo que no obsta para que uno reconozca que en las distancias breves también se maneja con destacable soltura.
Nada desdeñable, aunque en otro orden de cosas, es la poesía de la riminesa Sabrina Foschini, que presenta Mordiscos y plegarias en Renacimiento. La traducción y el prólogo son de Juan Vicente Piqueras. Me han gustado especialmente sus "poemas bíblicos". 
Tampoco tiene desperdicio El comisario Magrelli (Visor), del romano Valerio Magrelli (en traducción de Ernesto Hernández Busto), más accesible, según creo, que en libros poéticos anteriores (me refiero a los de la editorial madrileña, traducidos por Carmen Romero). Hasta los que no leen poesía podrían disfrutar de los casos de este poeta reconvertido en detective. Lo dice él mismo: «Cuando me encontré con mi comisario homónimo, confieso que no me sorprendí. Entre tantos de sus colegas, antes o después, era normal que también él apareciera. Más bien me asombró la terquedad, la obstinación con que lo he visto viajar de Egipto a Francia, de Estados Unidos a Turquía, siempre devoto de un sueño infantil de justicia e, incluso, de una justicia en verso. Su patria, sin embargo, sigue siendo Italia, mientras que su especialidad parece consistir en la defensa de la víctima». Sí,  «en resumen, microhistorias e invectivas. Sin embargo, el verdadero hilo conductor sigue siendo la reflexión sobre una ley que a menudo, demasiado a menudo, tiende a olvidar los pobres derechos de las presas, especialmente los de aquellas inermes por excelencia: mujeres, paisaje e infancia». Es entretenido y nos ayuda a pensar. Magrelli siempre me resultó un poeta inteligente. 
Dejo para el final un par de ejemplares que no siendo poesía, en rigor, a mí me lo parecen. Hablo de Caballos de cantan (La Isla de Siltolá), de la malagueña Isabel Bono, aforismos, o así, que son, ya digo, pura poesía, y Polen (Editora Regional de Extremadura, colección Ensayos Literarios), de la salmantina (criada, si se me permite el matiz, en Guijo de Santa Bárbara, un pueblo esencial en esta historia) Carmen Hernández Zurbano. Es su debut en la prosa y sería deseable disfrutar de él junto a su último libro de poemas, Esa flor parece un pájaro, un complemento ideal. Más allá, Polen prueba la valía de Zurbano como fundadora de un mundo personal, sugerente y hasta inquietante. 
Ya se ve que la cosa ha ido hoy de sorpresas. Vendrán más. El siguiente rimero crece.

NOTA: Ilustra esta entrada el cuadro "Hombre sentado sobre un tronco", de Karoly Ferenczy.

28.10.21

Timoteo Pérez Rubio, poeta

 

Recuerdo bien la primera vez que Antonio Franco, a la sazón director del MEIAC, con la pasión que le caracterizaba, me habló de los poemas inéditos de nuestro paisano Timoteo Pérez Rubio, pintor, marido de la escritora Rosa Chacel y responsable, recuerda la inefable Wikipedia, del traslado a Ginebra de buena parte del Tesoro Artístico Nacional (especialmente de muchas de las mejores obras del Museo del Prado, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, los monasterios de las Descalzas Reales o El Escorial), realizado en los últimos meses de la Guerra Civil Española. 
La Editora Regional, donde uno paraba entonces, estuvo dispuesta a publicar esa obra futura. Sugerí que se pusieran en mano de algunos profesores de la Universidad de Extremadura, de su Facultad de Letras. 
No ha llegado a verlo, pero me alegro mucho de que por fin esos versos hayan dejado de ser secretos.
Estamos, en fin, ante el fruto del proyecto de investigación “El fondo literario de Timoteo Pérez Rubio” (Laboratorio Edición Digital de la UEX), desarrollado entre 2017 y 2021 por un equipo interdisciplinar, que ha sumado a los fondos del MEIAC una desconocida e interesantísima documentación, descubierta en otros archivos, Bibliotecas y Museos, pero fundamentalmente en Brasil, en la Fundación Cultural e Filantrópica Léa Pentagna de Valença. Ahora ven la luz, tras varios años de trabajo, los resultados de esa investigación, recogidos en el libro-catálogo Timoteo Pérez Rubio, Poeta-pintor en Brasil: Soledad, Amor y melancolía, y en la exposición que, con el mismo título, se podrá ver en el citado museo pacense.

26.10.21

Arcadi Espada: poesía y periodismo


"Siempre he tenido la impresión de que hay en usted una tensión íntima entre el poeta y el periodista, entre el sentimental y el racionalista, entre el flamenco y el afrancesado. ¿Me equivoco?", le comenta Jorge Bustos a Arcadi Espada en una entrevista que publica El Mundo, periódico de ambos. El autor de La verdad responde: "Bueno, bueno, esa es una pregunta-río muy interesante y muy difícil de responder. ¡Yo me quedo con Manitas de Plata, que reunía lo flamenco y lo afrancesado! Yo creo que lo más parecido a un poeta es un periodista. El novelista es un exuberante: se deja llevar por el fruto de su imaginación desbordante, donde cabe todo. Balzac es el prototipo. Para ser un novelista hay que tener hombros poderosos, una resistencia extraordinaria. El poeta en cambio se impone muchas limitaciones, como el ritmo o el verso. El periodista igual: tiene prohibida la exuberancia y tiene que meter el mundo en una caja. A lo que nos dedicamos tú y yo es a un oficio, el de la columna, que requiere la limitación. Uno de los grandes desastres del periodismo actual es la desaparición del formato, que lleva a personas con alguna idea ceñida a desparramarse como eyaculadores precoces adolescentes. Eso se ve especialmente en los jóvenes, que tienen una capacidad de eyaculación notabilísima, quieren conquistar el mundo a golpes de leche. Eso es un desastre. Esas entrevistas-río, esos artículos desbordantes de digitales inacabables... El trabajo periodístico del que estoy más orgulloso, Factual, no daba más de 20 noticias al día. Se trataba de llevar esa limitación fundamental del guion de la vida al periódico. Porque la gente sabía que yo le iba a llevar mi selección de noticias más relevantes. Ahora se ha sustituido la limitación por el scroll: bajar y bajar hasta que al final se llega al infierno, claro. El periodismo es orden, jerarquía y limitación".

Nota: La fotografía es de Ángel Navarrete y es una de las que incluye la citada conversación publicada en El Mundo entre Espada y Bustos.

25.10.21

Autobiografía

Es un honor que el IES "Santiago Apostol" de Almendralejo haya elegido un poema mío para que ocupe el número 300 en su ya larga serie semanal. Gracias. En especial, al profesor Juan Manuel González Vázquez.

13.10.21

El Amorgós de Gatsos

 
De Vicente Fernández González, profesor de la Universidad de Málaga, Premio Nacional de Traducción en dos ocasiones (también obtuvo el correspondiente galardón en Grecia), ya conocíamos versiones y ensayos sumamente interesantes. Los libros Cuatro estaciones, de Costas Mavrudís (Pre-Textos), Lugar de un día, de Zanasis Jatsópulos (La Dragona), o  Ítaca, de C. P. Cavafis; el epílogo a la Poesía completa del poeta alejandrino que acabamos de mencionar, en la versión de Juan Manuel Macías para Pre-Textos; y, en fin, su edición del volumen Málaga Cavafis Barcelona: antología de las primeras traducciones catalanas y castellanas de la poesía de C. P. Cavafis y selección de versiones posteriores.
También ha traducido obras de Dimitris Calokiris, Ersi Sotiropoulos, Nikos Dimou y Stratís Tsircas.
Nos sorprende ahora con la primera versión exenta de Amorgós, de Nikos Gatsos (1911-1992), que publica Cátedra en su veterana colección Letras Universales. De ese poema y de “otros”, que sólo son tres, aclaro. Dedicados a Lorca dos de ellos, del que tradujo a su lengua materna Bodas de sangre, indispensable desde entonces, 1945, en el repertorio del teatro griego.
Lo sustancial es, sin duda, lo primero. Aunque Moreno Jurado lo incorporó a su antología La Generación de 1930 (Barcelona, 1987) y algunos traductores más lo incluyeran de manera parcial en sus respectivos florilegios, extraña, insisto, que no existiera hasta el momento esa edición. Y esta, lo puedo asegurar, es exhaustiva, rigurosa y ejemplar, al menos para quien lo desconocía casi todo del poeta, “un caso único en las letras griegas contemporáneas”, frase hecha que, me temo, esta vez es verdad.
Dije antes “poema” y es que en realidad se trata de eso: de un poema extenso comparable a La tierra baldía (Eliot), Anábasis (Perse), Espacio (JRJ) o Piedra de sol (Paz), casos semejantes en su singularidad dentro de la poesía contemporánea.
Escrito durante la ocupación nazi de Grecia y publicado en 1943, Gatsos eligió el silencio y no volvió a publicar libro alguno. Se convirtió en un letrista de canciones, colaborador, entre otros, con los compositores Manos Hadjidakis y Mikis Theodorakis, lo que “contribuyó decisivamente a la renovación de la canción griega” y, por ende, de la cultura de su país.
Sería simplista afirmar que Amorgós es fruto del surrealismo por más que Gatsos represente en los manuales de la literatura helénica a ese movimiento artístico de las vanguardias del pasado siglo. (Un asunto en el que entra, para esclarecerlo, VFG.) Quiero decir que ese poema es más que eso. Más que mera pirotecnia, juegos verbales, ocurrencias varias o escritura automática.
Lo explica muy bien Armando Romero, el poeta nadaísta colombiano (de Cali), profesor universitario en Cincinnati. Sus palabras preliminares, “Las figuras oscuras de Nikos Gatsos”, animan las expectativas de cualquier lector.
En un tono cercano y personal, con lúcidas reflexiones acerca de la poesía en general y de la gatsiana en particular, rememora un encuentro con Gatsos en el hotel Gran Bretaña de Atenas a finales de los años ochenta, antes de partir para el Peloponeso. También estaba su esposa y Agathi Dimitrouka (albacea de Gatsos).
Según Romero, todo poeta lleva uno de los cuatro elementos existentes (según “los antiguos”) “como marca de fábrica”. El de Gatsos sería la tierra. La del  Peloponeso. D. Sam Abrams sostiene que, porque la vida es “una” y “universal”, “Amorgós recorre el camino que va de lo particular a lo universal”. “La grecidad del poema es solo un punto de partida. Grecia es el mundo. Grecia es el pasado, ahora y siempre”.
Según su amigo Odiseas Elitis (recurro a la transcripción de nombres propios griegos que explica VFG), era un ser especial que había “escuchado la voz”. Por decirlo con Lorca, alguien con “duende”.
Romero afirma que “Amorgós no es un poema de fácil lectura”, y recuerda a Lezama, lo de que “sólo lo difícil es estimulante”. Añade que es “un poema total”. Más que un camino de dirección única y con un fin concreto, “senderos que se bifurcan”, a lo Borges. “¿Qué otra cosa  somos sino náufragos en el espacio del poema?”, se pregunta Romero. Concluye que “es un poema de Amor”, aunque sea “una verdad que se queda corta”. Añade, al enfrentarlo al citado S. J. Perse, que “vuelve el eje de su poesía hacia las lindes de su tierra, hacia el devenir de la historia. Temporal, Gatsos, Grecia es su referente”.
Fue, dice, un “ser sembrado de poesía”. Termina afirmando, y no miente, que de Amorgós “nunca se sale”.
La introducción de VFG, ya se anunció, es informada y didáctica. Basta ojear la bibliografía que ha manejado para hacerse una idea de hasta qué punto. Las citas son pertinentes y cuantiosas. Para empezar, las que abren su prólogo, de Novalis, Dickinson, Rimbaud, Cavafis y Seferis, que tanto tiene que ver con el poema que nos ocupa (lo mismo que Heráclito, autor del epígrafe que está al frente de Amorgós). Sí, como escribió Novalis, “La poesía es lo verdadero. Lo absolutamente real”. Una afirmación que no deja de ser paradójica si tenemos en cuenta a qué nos enfrentamos. Porque, como dijo Romero, este “no es un poema fácil”, el traductor (en su faceta de estudioso) se ha visto en la obligación de ponérselo lo más sencillo posible al lector, y lo ha logrado.
Comienza su análisis por la biografía de Gatsos, que nació en Asea, “en el corazón de la Arcadia, en el corazón del Peloponeso”. Habla de su amistad con Elitis (que empezó en 1936), de su efímera condición de poeta (que pronto dijo, y de qué asombrosa manera, todo lo que acaso tenía que decir) y, por fin, de su condición de autor de canciones (como en sus poemas, con un pie en la tradición y otro en la modernidad). VFG lo resume así: “Gatsos es un poeta que tocó el cielo con Amorgós y volvió a la tierra a escribir canciones”. Algunas tan famosas como “Luna de papel”, interpretada por Melina Mercuri (quien dijo que Amorgós era “la Biblia, era nuestra juventud”). No está mal traída otra cita de Novalis: “Hay que escribir libros como quien compone música”.
“Enigma” se titula la parte que dedica a intentar explicar el silencio de Gatsos. Jatsópulos cree que este libro “es un poema y es un límite”. Un final. Ivanovici, que “optó por el supremo gesto surrealista, que es el silencio”. Hadjidakis, su “amigo del alma”, piensa que le pudo su agudo “sentido crítico”, capaz de ahogar la escritura. Huhn lo considera un “perfeccionista”. Quienes le trataron afirman que “prefería formular su pensamiento a través de la conversación”.
Entra después en materia VFG y disecciona el poema (una “obra de su época” y un “compendio de la literatura griega moderna”, según Cúrtovic) con maestría, no sin antes advertir la relación del título con “las palabras castellana amor, amargo, amargor” y razonar esa curiosa mezcla entre “método surrealista” y tradición. Según Lignadis, “lo único real en Amorgós es la poesía”. Sus “paisajes destilados del alma”. “Una isla –precisa VFG– en la que nunca había estado”.
Al poema largo moderno dedica otro capítulo. Amorgós, ya se dijo (“un poema de gran complejidad textual, según Abrams), forma parte fundamental de ese legado.
Consta de seis partes que tienden al versículo. Avanza entre “la realidad y el sueño”, según Rentzou. Sueños (de marineros, de una joven) que aparecen en la primera parte (inseparable de la “desolación de un país ocupado”, tan homérica). En la segunda, la protagonista es la muerte. En la tercera, el sueño se convierte en pesadilla, explica Rentzou, quien opina que la cuarta parte explica “el renacer” y la quinta “un comentario sobre «el renacer»”. “En la sexta parte, “una declaración de amor a una persona, a una tierra, a la poesía”, dice VFG. “La bandera de la imaginación siempre izada”.
Dos poemas más forman partes del corpus de Amargós: “El caballero y la muerte” (donde se aprecia su admiración por el Romanticismo alemán) y “Elegía”.
En el capítulo de “Otros poemas”, “Canción de los viejos tiempos” (el único poema que Gatsos publicó en vida después de Amorgós), “Oda a Federico García Lorca” y “Un toro negro entró al baile. Habanera para F. G. Lorca”.
Se completa el libro con referencias a las anteriores traducciones (fragmentarias) del poema, una amplia bibliografía y una nota a la edición donde, entre otras cosas, VFG escribe: “El deseo de traducir Amorgós. La resistencia de Amorgós a ser traducido”. Vencer esa resistencia ha sido su tarea. Uno, que desconoce el griego moderno, sólo puede dar fe de que ha leído un poema excepcional en castellano o español. Esa es la victoria del traductor.
Estamos ante una obra inspirada que rezuma imaginación por los cuatro costados. Para ser leída, incluso, en voz alta. “No te vuelvas DESTINO”, leemos. Y “bajo el toldo de la parra respira el verano”. ¿Hay algo más mediterráneo? O: “Los viajeros a la India tienen más que contaros que los cronistas bizantinos”. Y: “Cuánto te he querido solo yo lo sé”, verso que podría hacer suyo cualquiera que haya amado.
No vamos a entrar en la vieja disquisición acerca de la comprensibilidad de la poesía. El editor da a quien lee numerosas pistas y claves para facilitarle la aventura. Además del estudio introductorio, son numerosas las notas que acompañan a los versículos y que arrojan luz sobre los mismos. Pero hay otro modo de leer Amorgós, el que prefiero, que consiste en dejarse llevar por el canto sin atender a otros criterios. Entender sería, en este caso, un fin inútil. No creo que, se elija la que se elija, el lector salga indemne de su lectura interminable. Sí, de Amorgós “nunca se sale”.
 
Amorgós
Nikos Gatsos
Cátedra, Madrid, 2021. 152 páginas. 14 

NOTA: Esta reseña se ha publicado en la revista digital EL CUADERNO.

6.10.21

Morábito y Frayre


Rescata Igor Barreto una entrevista con el mexicano Fabio Morábito, del que hablamos aquí a finales de junio, a propósito del Premio Xavier Villaurrutia que ganó en 2018 con su novela El lector a domicilio (Sexto Piso). Allí, Mónica Maristain, la editora del medio que la publica, le comenta: "Los escritores dicen que quieren ser poetas", y él responde: "Es una frase que no me creo. La primera vez se la oí a Carlos Fuentes. Los novelistas venden muy bien, al contrario del pobre poeta que no vende nada y es un gran malentendido con respecto a la poesía. Se habla siempre muy bien de ella, es muy prestigiosa, los funcionarios culturales nunca olvidan la poesía, pero en el fondo es despreciada, nadie la lee, a nadie le importa, nunca ha habido un verdadero esfuerzo para quitarle a la gente miedo a leer poesía. Es como decía Octavio Paz, una secta secreta. La poesía nos devuelve a cierto estado de anonimato dentro de la literatura. Cuando la literatura no tenía autores, sino obras que pasaban de boca en boca, nos recuerdan que la palabra leída es una palabra compartida. No hay una sustancial diferencia entre las que la escriben y quien la lee. La poesía es una gran maestra de humildad".
En la novela, por cierto, se habla de una poeta que uno, sin saberlo (porque no he leído el libro premiado), descubrió el pasado verano gracias a la revista Palimpsesto, de Fran Cruz, donde Morábito precisamente escribe sobre ella y su obra. Ya he pedido su poesía completa, que editó FCE. Se trata de Isabel Frayre y no comprendo bien que hasta ahora no hubiera reparado en sus versos, de una calidad llamativa. Ahora, además de leerla a ella, tengo que conseguir un ejemplar de El lector a domicilio. Mi fervor por la literatura de Morábito así lo exige.

Nota: La fotografía es de Nazareth Balbás para RT