27.6.23

Paco Muñoz, in memoriam

La semana pasada moría en un hospital de Madrid Francisco Muñoz Ramírez; para los más, Paco Muñoz. Había nacido en Mérida en 1953 y era Hijo Adoptivo de Zarza Capilla. Se licenció en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid y residió en Badajoz, su ciudad, casi toda la vida. 
Se decantó pronto por la gestión cultural y no por la enseñanza, que hubiera sido lo previsible. Estuvo al frente del Servicio de Publicaciones de la Diputación pacense, coordinó las actividades culturales del Pabellón de Extremadura en la Exposición Universal de Sevilla del 92, dirigió el Teatro López de Ayala de Badajoz y desde 1995 hasta 2007 desempeñó el cargo de consejero de Cultura de la Junta de Extremadura. Tres legislaturas estuvo, por decisión de Ibarra (al que siempre le importó esa materia tan despreciada por la política), al frente de esa consejería. Desde allí impulsó leyes como la de Bibliotecas del 97, y la de Patrimonio Histórico y Cultural, del 99. Además, propició la creación del Instituto de la Mujer y del Instituto de la Juventud y puso en marcha la Orquesta de Extremadura y la Orquesta Joven, La Academia Europea de Yuste, la Filmoteca y la Biblioteca Regional, cabecera de la Red de Bibliotecas extremeñas y donde se depositó el Fondo Clot-Manzanares. También estableció una Red de Teatros y, en lo que respecta al Patrimonio, las áreas de rehabilitación integral en los conjuntos históricos, así como el Proyecto Alba Plata (Premio Europa Nostra 2005). 
Apostó también por la arquitectura contemporánea y durante su etapa se inauguraron los Palacios de Congresos de Mérida y Badajoz. Antes de marcharse, colocó la primera piedra del de Plasencia. 
Promovió asimismo la Red de Museos de Extremadura, abrió el Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo (MEIAC), facilitó la creación de la Fundación Helga de Alvear y la adquisición del Archivo Happening Vostell. 
Durante su etapa, se convocaron y concedieron los Premios Extremadura a la Creación. 
Dentro de sus competencias en materia de Juventud, Mujer y Deportes, se crearon los Espacios para la Creación Joven, la Casa de la Mujer de Cáceres y la de Badajoz, el plan de Dinamización Deportiva Municipal y numerosas obras de construcción de instalaciones deportivas en todos los municipios extremeños. 
No fue todo lo que se hizo bajo su dirección y a favor de la ciudadanía extremeña a lo largo de esos años (aunque la enumeración de logros parezca larga), pero basta y sobra para demostrar que esa afirmación, casi unánime, de que ha sido el mejor consejero de Cultura de la Junta de Extremadura es una verdad incuestionable. 
Es obvio que esa titánica tarea no la realizó solo. Con todo, no debe desdeñarse ni su inteligencia (capaz de generar prácticas e ingeniosas ideas) ni su capacidad de liderazgo para poder rodearse de las personas adecuadas con las que lograr que de una santa vez esta tierra saliera de su secular atraso y se pusiera por fin en la hora de España. En la del mundo. Pondré un par de ejemplos que conocí bien y de cerca. Por una parte, la eficaz gestión de su jefa de gabinete, Luisa Merino, tan dura (y de qué dureza) como exigente. Por otra, los nombramientos de Fernando Pérez como director de la Editora Regional y de Antonio Franco en el MEIAC. La amistad personal no le nubló la visión. Sin ellos, ni una ni otra institución hubieran alcanzado el prestigio del que gozan, que rebasa el limitado ámbito autonómico. 
Cuando, muerto prematuramente el citado Fernando, me pidió que le sucediera (un honor que no olvido), sólo esgrimió una razón al preguntarle el porqué: "porque tienes criterio". Así era Paco (sabía escuchar) y así de claro lo tenía. 
Visto en perspectiva, odiosas comparaciones al margen, su labor tiene tintes épicos. Estaba casi todo por hacer, es cierto, y no pocos, de distintas áreas literarias y artísticas, dispuestos a hacerlo. Desde dentro y no desde fuera, como venía siendo norma. Vivir esos años, junto a otros compañeros de generación y desde la primera línea de fuego, fue sin duda apasionante. Y raro, muy raro, que se diera esa feliz confluencia, una feraz sintonía, entre los intereses de los gestores políticos y los de los agentes sociales, digamos, miembros de esa sociedad civil apenas existente en la Extremadura de nuestros amores. Insisto, que Ibarra y Muñoz estuvieran ahí favoreció decisivamente esa alianza que sobrepasó los limites del mero entendimiento político. La mayoría ni siquiera estábamos afiliados al PSOE, por no hablar de quienes militaban en otras formaciones.
La decisión, esta sí de partido, que le llevó, muy a su pesar, a ser el candidato a la alcaldía de Badajoz en 2007 (elecciones que perdió) y la repugnante, indecente campaña que orquestó el PP de Floriano contra él (alentada desde Madrid por el ministro Acebes) a cuenta de la edición de un catálogo con fotografías de Montoya (fui uno de los denunciados por el sindicato Manos Limpias, pues era entonces director de la editorial que había publicado, años atrás, el libro), le arruinó la existencia. Todo se trastocó, en lo personal y en todo lo demás. Volvió a la Diputación, enfermó gravemente y... Nuestras conversaciones se fueron distanciando hasta que se impuso el silencio. La última vez que nos encontramos fue en un homenaje a nuestro querido amigo Ángel Campos Pámpano (un personaje fundamental en su trayectoria y en la de todos los extremeños que aman la cultura, amén de factótum de los Premio Extremadura a la Creación, pongo por caso) que tuvo lugar en su querido Badajoz. 
Sí, tal vez sea habitual hablar bien de los que mueren; sin embargo, pocas veces me ha parecido más oportuno y necesario escribir unas líneas para ensalzar la figura y, más que nada, el legado de este extremeño cabal llamado por todos -era cercano, sociable y accesible- Paco Muñoz. Su memoria perdurará en quienes le conocimos. Su ejemplo habla a favor de que una gestión pública, limpia y eficiente, de la cultura es posible. 


NOTA: Las dos fotografías están tomadas en Alburquerque. En una reunión de la consejería que tuvo lugar a principios de siglo en el Castillo de Luna. Un repaso a las caras y a los nombres dan pistas acerca de su tino a la hora de elegir su equipo, funcionarios inclusive. En todas las disciplinas. Buscaba, según creo, capacidad y solvencia. 

25.6.23

Lo insular cosmopolita

Andrés Sánchez Robayna
Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 2023. 456 páginas. 
  
ASR (Las Palmas, 1952) es uno de los nombres imprescindibles de la lírica hispanoamericana. Su significación va más allá de lo meramente poético. No concierne sólo a su poesía, quiero decir. A su labor académica en la universidad de La Laguna han de sumarse sus aportaciones a la traducción (del inglés, francés, portugués y catalán), el ensayo (entre los más recientes Variaciones sobre el vaso de agua y Borrador de la vela y la llama), los diarios (que tanto aportan al cabal entendimiento de su obra) y, ahora sí, sus poemas, sin olvidar la fundación de la revista Syntaxis y el Taller de Traducción Literaria de la citada institución canaria.
Poeta por libre, no es la primera vez que reúne sus versos. La última, con el mismo título (“Lo real se entrega sólo en la desnudez. En lo concreto, en la carnalidad. En el cuerpo del mundo”), hace diez años. Esta contiene Día de aire, Clima, Tinta, La roca, Palmas sobre la losa fría, Fuego blanco, Sobre una piedra extrema, Inscripciones, El libro, tras la duna, La sombra y la apariencia y Por el gran mar, así como una sección de “Nuevos poemas”.
Leída como un todo, al lector no le queda más remedio que reconocer su rigurosa unidad en el tiempo. Su concepto de insularidad –una idea que la atraviesa de principio a fin– la convierte en “un modo de habitar una imagen del mundo”, como ha indicado. Y ahí, el mar y la luz, los dos elementos fundamentales de su manera de decir silenciosa, nada locuaz. Al fondo, el paisaje insular como espacio mítico. La naturaleza de las Islas aporta las palabras clave (sustantivos, ante todo) sobre las que Robayna levanta, mediante calculadas metáforas y una gran capacidad compositiva (que ordena en series), su sólido edificio de sonido y sentido. Términos como duna, sal, arrecife, astro, médano, roca, volcán, sol, viento, luna, desierto, barca, bañista, casa, etc. se convierten en auténticos “centros de gravitación semántica”, según García-Posada, quien, citando a Paz, marcó en “el secreto” el quid de su modernidad. Modernidad, por cierto, que no necesita para afirmarse la presencia de lo urbano, como acabamos de señalar. No en vano es el lenguaje (en su caso, sintético en extremo) quien aporta lo que la poesía tiene de moderna.
Estamos ante un poeta plural que atiende a todas las tradiciones; para empezar, la canaria, una tradición en sí misma, que tan bien ha estudiado: Morales, Quesada, González Sosa... De ese fervor se desprende otra lección esencial: su poesía, a pesar de ser local hasta la médula, es por demás cosmopolita. Porque su vocación –lectora y viajera– ha sido ultramarina, en busca de un idioma común, sin por ello perder de vista el magisterio de poetas con los que dialoga: san Juan de la Cruz, Leopardi, Mallarmé, el último Juan Ramón, Pound, Haroldo de Campos, Paz, Ungaretti, Stevens, Valente, etc., sin olvidar a los clásicos orientales, griegos, latinos ni, pongo por caso, a los castellanos del Siglo de Oro (Góngora a la cabeza) o a los románticos (y metafísicos) ingleses y alemanes. Un diálogo que entabla además con su propia poesía, metapoéticamente.
La mirada es la cifra. Leemos estos poemas, de sensibilidad pictórica, a través de su visión: la del caminante que, al describir, medita acerca de lo que tiene delante de los ojos. Desde un “afuera” que anhela la “despersonalización”. En defensa de “las trampas de la privacidad” y “la obturación del subjetivismo”. Lo espacial abierto a la claridad. De mediodía, estival.
Abría así Valente su reseña de La roca: “La busca más difícil es la de la simplicidad”. Hablaba luego de una voz “difícil de oír”, por sutil. La comparaba con la música de Webern. En otros libros, en especial El libro, tras la duna –un punto de inflexión en su poética– torna menos minimalista y más discursiva, pero siempre ajena a cualquier atisbo de exceso o verbosidad.

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL



22.6.23

"Náufragos": sexta entrega

Náufragos, el cabal proyecto de Salvador Retana para La Rosa Blanca, llega a su sexta entrega. Tan callando. A favor de la lentitud. Y de la belleza. Y del rigor también. De la verdadera literatura, en suma, que nunca es oportunista. 
Las tres botellas de la nueva caja guardan, respectivamente, un logrado poema de Luis Landero, "Benditos" ("Benditos los que no son de ningún lado / sino de acá o de allá, de donde toque, / benditos los viajeros, que van de paso / por la tierra y el tiempo, / los que hallan patria en cualquier parte"); "Descaliento", del realacadémico Pedro Álvarez de Miranda, una sutil reflexión filológica sobre ese curioso extremeñismo ("Tropecé con ella leyendo la novela de mi admirado Gonzalo Hidalgo Bayal El espíritu áspero: «... le producía un secreto descaliento, tanto más íntimo y secreto cuanto que la propia palabra descaliento no figuraba en diccionario alguno». Volví a encontrarla en uno de los relatos de Hervaciana: «se echó a llorar con sumo descaliento»"); y "La isla", un delicioso elogio de la biblioteca firmado por el profesor y crítico Miguel Ángel Lama ("También, de manera natural, mi biblioteca fue espacio habitable y refugio, isla y nido, madriguera y memoria"). Tres joyas.
Ya están en marcha las dos cajas siguientes. Quiero decir que hay seis nuevos náufragos comprometidos con la causa. Como en "El infinito" de Leopardi, E il naufragar m’è dolce in questo mare.




16.6.23

El perro lector

Mi amigo Jorge Cañete me manda esta fotografía de uno de sus perros, Bataille, dentro de una de las fuentes de Grandson (la exposición de Lourdes Murillo permanecerá allí todo el verano) con este mensaje: "Un admirador que para leer tu poesía no duda en tirarse al agua". Qué referescante, además. Con la que está cayendo.... Gracias.



Turia de nuevo en Extremadura

 



Aquí, el índice

15.6.23

La stanza dello scirocco


El cuarto del siroco -casi leyenda, casi metáfora- es una particularidad de la arquitectura, digamos, nobiliaria de Sicilia: el cuarto donde encontrar cobijo y distracción en las horas en que el viento del sudeste abrasa la cabeza y las rodillas, como dice el poeta de la antigüedad. Podemos también imaginarlo como en el centro de un laberinto, y en su interior un Minotauro nacido de todo tipo de caprichosas y arduas promiscuidades. A salvo del tiempo meteorológico, el cuarto del siroco está también a salvo del tiempo histórico: por ello se pueden recrear en él traslúcidas superposiciones de épocas y acontecimientos o, convergiendo en un solo punto, disolverse en él. Se tiene la impresión de que algo similar y con significados tentaculares ocurre en esta «historia» de Domenico Campana: como si la metáfora del relato de Nathaniel Hawthorne, al que alude el autor en un momento dado, fuese a derivarse en otra metáfora, siciliana, «gatopardesca».

Este texto de Sciascia sobre la novela La stanza dello scirocco, del citado Campana, se puede leer en Leonardo Sciascia, escritor y editor. La felicidad de hacer libros (Libros del Kultrum, 2022), edición de Salvatore Silvano Nigro, prólogo de Giovanna Giordano y traducción de Celia Filipetto. 
Me llega gracias a Gonzalo Hidalgo Bayal, que lo localizó. Uno sabía de la existencia de esa novela que dio lugar, por cierto, a la película del mismo título dirigida por Maurizio Sciarra. 
Ya expliqué en su día que el título de mi libro (y del consiguiente poema) está tomado de otra obra de Sciascia: El caso Moro

12.6.23

Fervor poético

Desde 1996, Rosillo (Murcia, 1948) publica sus libros en la colección Nuevos Textos Sagrados, la misma en la que, excepcionalmente, aparece El sueño cumplido, donde reúne sus escritos en prosa (y poemas y entrevistas) sobre poesía. Su poética, digamos.  
Se abre con la conferencia (revisada) que pronunció en 2005 en la March: “Garabatos de poética”. Ese texto hubiera justificado, por sustancial, todo el volumen. “Podría quizá servir de introducción a mi poesía completa”, apunta, pues contiene cuanto cabe decir acerca de sus once libros publicados, reunidos (salvo el último, La rama verde) en Las cosas como fueron (2018); obra que considera “una especie de autobiografía poética”.
No se cree Rosillo un “teórico”: “Yo no tengo teorías. Tengo poemas”. Precisa que cuanto ha tenido que revelar acerca de ella lo ha hecho en sus versos. Ni siquiera su trabajo como profesor universitario le ha distraído de ese camino. Así, salvo su tesis doctoral sobre Cernuda y las traducciones de los mejores poemas de Leopardi (un maestro), su bibliografía se centra en los mencionados libros. Y es que –de ahí el título– ser poeta es su “sueño cumplido”. La poesía, “mi única ocupación verdadera y absorbente”.
Fue desde pequeño un lector “omnívoro”. La prematura muerte de su padre propicia una “temprana conciencia del tiempo y de los estragos fatales que ocasiona”, tema esencial en su obra; un suceso trágico que imprimirá el carácter y el tono a lo que escriba después. Desde los catorce años, cuando pergeña su primer poema (a orillas del Mar Menor). A los diecisiete, “una fiebre maravillosa” le anuncia su “vocación”: “único destino digno y asumible”. Ese será “el centro de su vida”. Un “don del cielo”. Su “fe” y “aventura”.
Distante de lo que publican sus compañeros novísimos (“los poetas son navegantes solitarios”), gana el Adonáis con su ópera prima. A los treinta. No se considera un “profesional”, tampoco un “aficionado”. De cómo surge la poesía y del oficio necesario para componerla con la debida naturalidad (“la poesía auténtica es una respiración”), de cómo prima el creador sobre el constructor, diserta también con lucidez. Señala que “la piedra de toque de un poema auténtico es la emoción”. Ahí, “una verdad muy honda”.
Se refiere al “marcado carácter autobiográfico” de su lírica: “no separo la vida de la poesía”. “Uno escribe desde sí”, aunque el yo quede “trascendido, universalizado”. Y a su voz evocadora y meditativa, con “trasfondo moral y metafísico”. Descree, en fin, de un “personaje poético ajeno al autor”.
Alude al marco urbano (el de su ciudad natal) y al natural de sus versos: “mis poemas están muy localizados en el tiempo y en el espacio”. Sin ser un ”poeta paisajista”, el campo está muy presente. No olvida aquellos veranos de su infancia en la remota finca familiar manchega. Le apenan los urbanitas. Nació en el Mediterráneo.
Puntualiza acerca de su condición de poeta elegíaco (evidente en sus cinco primeras entregas) y reconoce que hace mucho que predomina su temperamento hímnico: “el poeta auténtico siempre celebra, porque es un enamorado de la vida”. Se impone el “cántico” sin perder de vista, eso sí, la melancolía, un “estado de ánimo” consustancial a su modo de decir. Cada vez, asume, más cristalino, sencillo y despojado. Lejos de minimalismos, misticismos y “demás ocurrencias macrobióticas”. Y, por transparente, de los “galimatías” y las oscuridades, a pesar de que la vida sea “compleja y misteriosa”. “Soy un poeta español, y en español claro y limpio pretendo llegar a los posibles lectores”, sostiene. “Nada abstracto”.
Ya se dijo que Rosillo ha recurrido al poema para hablar de poesía; que es “anterior al poeta”, recalca. Dieciocho ha seleccionado para ilustrarlo. A eso se suman trece entrevistas que permiten al lector comprender aún mejor su pensamiento poético, además de otros textos, en la primera parte, que subrayan sus ideas primordiales. Tan acordes, sin duda, con los luminosos poemas que ha escrito. “Una verdad natural”.

Eloy Sánchez Rosillo
Tusquets Editores, Barcelona, 2023. 272 páginas. 18 €

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL. 

7.6.23

La provincia literaria


Lucas Méndez Chico-Álvarez, en una entrevista de El Independiente, le comenta a Julio Llamazares a propósito de su última novela: "Otra de las claves es la ubicación, una España de provincias donde parece que el tiempo no pasa", a lo que el novelista responde: "Es que ese es mi origen. Uno se nutre de la experiencia propia y de la experiencia colectiva de la gente que le rodea. Y a mí lo que me interesaba era plasmar ese mundo de los personajes varados, lo ejemplifica muy bien ese puente abandonado por el río al que se refieren en la novela. Personajes que se quedan plantados en un sitio por la razón que sea, por cobardía, o porque no pueden hacer otra cosa, mientras la vida sigue por otro lado. Hay muchas personas así y esa España interior de provincia tiene también algo de ciudades que se han quedado paradas en el tiempo". 

NOTA: La fotografía es de Ana F. Barredo para El Diario de León.

5.6.23

Llavinas lee "Sobre el azar del mapa"

Este artículo de Jordi Llavinas se publicó el pasado 12 de mayo en el semanario del Penedès El 3 de vuit, en su dietario "Tabac de regalia". Agraït. 




















2.6.23

Adioses


Dos poetas consagrados (o eso se decía antes, cuando no todo valía y se respetaba el canon), Antonio Moreno y José Luis Rey, han decidido que van a dejar de publicar nuevos libros de poesía. 
El primero (Alicante, 1964) acaba de dar a la imprenta Al Dios sin nombre, que ve la luz en la colección palentina Cálamo (lo he reseñado para El Cultural) y en la nota editorial leemos que con este libro "su autor concluye la publicación de poemas". No es escasa la obra ya publicada, que incluye no sólo libros de poesía, sino también dietarios y libros de viaje. En editoriales como Pre-Textos, Tusquets, la Veleta o Renacimiento. Con todo, apena que un autor al que tanto admiramos diga que no volverá a entregarnos nuevos versos. Menos mal que podremos releer (que es en realidad un leer de nuevo) lo ya conocido.
El segundo, más joven, nacido en Córdoba en 1973, ha publicado, entre otros y en poesía, La familia nórdica (Premio Jaime Gil de Biedma), Barroco (Premio Loewe), Las visiones (Premio Tiflos), La fruta de los mudos (Premio Ciudad de Melilla) y La epifanía, todos en Visor. En la contracubierta del último, El dorado (está entre mis lecturas recientes), después de mencionar que es "cima y síntesis de toda una obra", leemos: "Con este libro se cierra la obra poética del autor. Como dijera Jorge Guillén, la obra está completa". 
En uno y otro caso, si se cumplen sus pronósticos, podemos dar fe de que cierran su poesía, digamos, por todo lo alto. Con libros excepcionales y logrados. Broches de oro, sin duda, por usar la manida frase. 
Otro poeta, y no uno cualquiera (del que, por respeto, no puedo dar el nombre), me decía que estaba sopesando abandonar el noble arte de hacer versos. 
En el último tomo de sus diarios, Éramos otros (que ahora tengo entre manos), Andrés Trapiello escribe: "Lo peor de la vejez no es tanto que uno olvide las cosas que ha dicho, sino que empieza a repetirlas". 
A todos los que tenemos una edad y algunos libros a la espalda nos amenaza esta posibilidad. Y nadie quiere, claro está, caer en esa trampa.