9.10.25
3.10.25
Prosas de verano
He venido escribiendo al final del verano algo sobre las lecturas que ocuparon parte de mi tiempo durante las vacaciones, digamos, laborales. Y no porque uno leyera más, como suele afirmar la mayoría; un distingo que carece de sentido desde que uno se jubiló. Ya he comentado muchas veces, además, que el calor es para mí el enemigo número uno de esa agradable tarea. Más si, como este agosto, se presenta tórrido, tanto de día como de noche. No digamos si, para colmo, se suma a esa flama la que procede de un incendio cercano, acompañada de humo y de cenizas, como el que nos tocó padecer durante casi dos semanas, el denominado de Jarilla, y en el que vimos desaparecer delante de nuestros ojos algunos paisajes de nuestra vida. Menos, por suerte, de los que temimos en un principio. De lo que vino después, prefiero no hablar. ¡Vaya veranito!
La lectura, insisto, exige una atmósfera y una atención que casa mal con los agobios —más psicológicos acaso que reales— de las altas temperaturas, aire acondicionado mediante. A pesar de eso, leer he leído. Natural. Prosa (esto es más raro), apenas poesía. Compensatoria, el nuevo y excelente libro de Fernando Pérez Fernández, que ha publicado Cumbreño en sus Ediciones Liliputienses, y poco más. Debería precisar que hablo de poesía ajena, porque la propia... A principios de septiembre entregué al editor el grueso documento que recoge la mía reunida y a su última, definitiva revisión he dedicado muchas horas de julio y agosto. Una labor tan apasionante (ahí va mi vida, o una parte sustancial de ella, aunque suene un tanto campanudo) como agotadora (por las dudas que suscita releer lo que uno ha escrito a lo largo de cuarenta años y más). No sé si por eso o porque estaba saturado de versos (la edad, imagino, toma por uno según qué decisiones), el caso es que, ya decía, la prosa ha sido el género dominante. Así, he disfrutado muchísimo con el segundo tomo de las memorias del poeta andaluz Jacobo Cortines, La edad ligera II ('Filosofía y Letras' seguido de 'Del tiempo airado'), publicado por Athenaica (qué sello, por cierto, tan interesante, donde apareció el primer volumen de sus recuerdos: La edad ligera. 'Este sol de la infancia' seguido de 'En la puerta del cielo'), con prólogo de la poeta Victoria León. En sus páginas, la familia (y sus complicaciones), las casas, el campo, los viajes, la enseñanza, la poesía, la música, la muerte (de Lilí, de tantos) y, por fin, la resurrección del amor. El libro va ganando peso a medida que avanza y su lectura, insisto, me resultó confortante y deliciosa.
Por seguir en Andalucía, doy cuenta de otra grata lectura. Me refiero a Pueblo, un puñado de prosas del poeta de Arcos de la Frontera Julio Mariscal, al que nunca olvido. Estuvo destinado como maestro, entre 1957 y 1967, en Paterna de Rivera (también en Cádiz) y a ese pueblo y a sus gentes dedica estas estampas que se ha preocupado de recuperar la Asociación Cultural Impresiones (quienes lo editan con toda dignidad), que preside Juan Sánchez, quien tuvo a bien, gracias a la mediación de José Manuel Benítez Ariza, ponerse en contacto conmigo para enviarme un ejemplar. No siempre merece la pena rescatar según qué inéditos, lo que no hace al caso. Para colmo de bienes, le pone un prólogo Pedro Sevilla.
Sigo leyendo la interminable, extraordinaria obra de Josep Pla, aunque no pueda hacerlo en su lengua original, como mi amigo Carlos Permanyer, que también le sigue la pista, y desde la Costa Brava, lo que tiene aún más mérito. Le ha tocado el turno a sus Cartas de Italia. Cómo resumir esas páginas. Más que lo que cuenta, ya se sabe, es cómo lo dice. Como anduvo por allí hace tanto, el sabor de época hace que sus descripciones ganen en autenticidad y sean más intensas. Del viajero más que del turista. El paseo, en todo caso, es muy completo y alcanza a todas las ciudades italianas importantes, o casi. Ah, como aclara en el prefacio, "en este libro no se habla de Roma de manera específica: se habría alargado demasiado". "Roma es una cosa aparte", remata. En ese delantal leemos: "Nunca me he sentido completamente extranjero en ningún lugar ni en ningún puerto de Mediterráneo y me gusta pensar que en ese ambiente situados frente a frente, nos entendemos todos con la mirada. Este mar ha creado un común denominador, ciertamente difícil de definir, pero antiquísimo y cierto, que se manifiesta a través de muchas formas de actitud positiva e incluso en una lúcida y general insatisfacción, más o menos resignada: la inquietud aireada a pleno sol". Y: "Los escritores que adolecemos de una falta de imaginación casi ridícula necesitamos para escribir, más que formas conocidas y familiares, fuertes estímulos externos. Si no disponemos siquiera de un gran contraste, borronear el papel nos fatiga".
Del escritor y diplomático Luis María Marina (ahora director de Relaciones Internacionales del Instituto Cervantes) habíamos leído diarios y otros textos ensayísticos, además de su poesía y sus traducciones; con todo, me ha sorprendido gratísimamente A orillas de la labor. Lo ha publicado Editorial Cuadernos del Laberinto en su colección La valija diplomática. Reúne ensayos de marcado tono autobiográfico centrados en sus estancias, por razones de trabajo, en Portugal (ha traducido a varios poetas portugueses) y Argentina, dos países de fuerte tradición cultural y, más allá, literaria y, en concreto, poética. Lo divide en tres partes: "De Lisboa", "Interludio madrileño" y "De Buenos Aires". Apasionante me ha parecido su semblanza (y más) del brasileño Da Costa e Silva, su análisis sobre Pessoa y España a partir del libro de Antonio Sáez Delgado, los textos sobre Pomar, Lourenço, Rangel o Vaz da Cunha, así como su diario de viaje a las Azores, islas de poetas. Eso en lo que respecta a la primera parte. La tercera, dedicada a su estadía porteña, destaca por su amplio conocimiento del panorama de los últimos cien años de acciones culturales entre España y Argentina, o viceversa. Destacaría además su estudio sobre la presencia en el país americano del poeta Juan Larrea y, sobre todo, por el descubrimiento (para mí) de otro Larrea, nieto del anterior: el también poeta Vicente Luy. Las páginas diarísticas que siguen son dignas de atención. Y de disfrute.
Leí casi todos estos libros de los que hablo al borde de una piscina (y alguno mientras ardía, para nuestra desesperación, lo alto de la sierra que teníamos enfrente). En una mañana y de una tacada, lo confieso, Juan Ramón Jiménez y las drogas, del bibliotecario de Hervás Jonás Sánchez Pedrero, publicado por El Desvelo Ediciones, del grupo Almuzara. Es admirable el rigor con el que está escrito y llama la atención lo bien documentada que está la "influencia de los fármacos en la vida y obra del poeta de Moguer", como reza el subtítulo de la obra. Parece mentira que con lo que ese hombre padeció, hipocondría mediante, lograra levantar esa imponente creación literaria que le hizo merecedor del Nobel. Todavía le aprecia uno más, a pesar de su endiablado carácter, después de conocer, con la exhaustividad debida, todo lo relativo a sus enfermedades y a los medicamentos y drogas que tomó para intentar superar sus enojosos síntomas. Chapeau!
Que el cántabro Rafael Fombellida es uno de los mejores poetas de su generación (la mía, la de los 80 o de la Democracia, somos los dos del 59) es algo que a estas alturas debería saber cualquier lector que se precie. En Lector de medianoche. Notas sobre poética y poetas, que publica Renacimiento, agrupa algo más que "notas" sobre autores que conoce bien; tan dispares como como Vicente Aleixandre, José Luis Hidalgo, José Hierro, Joan Margarit, Pureza Canelo, Luis Alberto de Cuenca y él mismo, que no deja de ser acaso lo más sugestivo del conjunto para quienes admiramos su poesía. No cabe duda de que estamos ante un lector con agudeza y con criterio.
Creo que la gran novela del verano es El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. La asocio a esa estación. Es tal vez la que prefiero de entre las contemporáneas. El libro en sí y cuanto le rodea, empezando por esa carambola del destino que impidió a su autor verlo impreso, me han atraído desde siempre. Como Sicilia, de lo que trata, por universal que al cabo sea. Por eso he disfrutado tanto con Un matrimonio epistolar, de Caterina Cardona (en Elba, otro sello magnífico). Analiza la correspondencia entre el citado noble siciliano y su esposa, Alessandra Wolff von Stomersee, una baronesa báltica que introdujo el psicoanálisis (y a Freud) en Italia. Vivieron durante años separados. Ella en su castillo nórdico de Stomersee, en la actual Letonia, y él en su palacio sureño de Palermo. Dos casas, dos mundos. De ahí que las cartas de Licy (o Muri) y Ton Petit sean tan importantes. Cartas escritas en francés (eran dos políglotas), rara vez en inglés (idioma reservado para las bromas privadas) o italiano. Al fondo, la madre del escritor, una sombra tan inseparable de Lampedusa como sus casas, y sus primos, los Piccolo de Capo d'Orlando. No se olvide que el arranque de esa extraordinaria novela está en su pique, digamos, con ellos, en especial con Lucio, el poeta que con su primer libro, Canti barocchi alcanza el éxito y logra el beneplácito crítico del exigente Montale, resumido en la famosa frase "tenía la certeza matemática de que yo no era más tonto que ellos". Y vaya si no lo era. El libro no tiene desperdicio, sobre todo para los muy gatopardianos. Se cierra con un epílogo de Giorgio Manganelli donde leemos, por ejemplo: "Traducir es como ocultarse, desvelarse a medias, disfrazarse; la lengua extranjera, no vivida, funciona como una preciosa máscara, que mezcla culpabilidad e inocencia, confesión y reticencia: «un acercamiento siempre blindado a las cosas de la vida». La gracia —diría, traduciendo, el charme— del epistolario radica en la afectuosa inanidad del carteo entre cónyuges al mismo tiempo unidos y distantes, vinculados a lugares, a vocaciones imperativas y oscuramente discordantes. Las cartas constituyen un dibujo mental, la geometría de un espacio desierto, trazando líneas aseverativas e inestables, gestos intensos y precarios".
Ah, no veo el momento, ya que estamos, de tener en las manos Lampedusa y España, un libro de Gioacchino Lanza Tomasi que publica Acantilado y que anuncia con la alegría que merece Alejandro Luque, editor y firmante del epílogo (no existe la palabra "epiloguista"), además de un excelente conocedor de la isla y autor de Viaje a la Sicilia con un guía ciego.
Termino. No sin antes señalar que no puedo dar cuenta de dos libros de los que también he disfrutado sobradamente este verano porque los he reseñado por largo para la revista TURIA. Los dos están publicados en la misma colección (textos y pre-textos de Pre-Textos): El buen lugar, de Basilio Sánchez (una poética in extenso que justifica su acreditada obra poética), y La insistencia, de Jordi Doce (un lúcido cuaderno negro, "libro de duelo y convalecencia", que aporta al lector consuelo y dignidad). Y de otro, en fin, al que he puesto prólogo: Geografía escrita, de Álex Chico, que publica el placentino de Barcelona en su editorial de referencia: Candaya.
1.10.25
I Jornada de Estudio Santiago Castelo
Santiago Castelo (1948-2015): un legado vivo
La celebración de esta jornada supone una oportunidad única para reflexionar sobre la importancia de la palabra escrita en un tiempo marcado por la inmediatez y la fugacidad. Santiago Castelo, poeta y periodista, supo conjugar en su obra la hondura de la poesía con la claridad del periodismo cultural, dejando un legado que invita a detenernos y a valorar el poder transformador de la literatura y de la cultura.
El encuentro reunirá a académicos, escritores, periodistas y lectores en torno a su figura, pero también servirá como espacio de diálogo para abordar los retos de la creación y la comunicación en la actualidad. Al analizar su obra poética, ensayística, periodística y cultural, no solo rendimos tributo a su memoria, sino que también reivindicamos la necesidad de un pensamiento crítico, profundo y humanista en el presente.
Esta jornada es, en definitiva, un homenaje vivo: una ocasión para que las instituciones culturales y educativas se unan en torno a la figura de Castelo y, al mismo tiempo, para proyectar su voz hacia el futuro, recordándonos que la cultura es el camino más sólido para fortalecer nuestra identidad y enriquecer nuestra sociedad.
PROGRAMA
9:30–10:00 Apertura y palabras previas
Presidenta de la Diputación de Badajoz y
Presidenta de la AEEX
10:00–11:15 Panel: Santiago Castelo, poeta
José Luis Bernal Salgado (Univ. de Extremadura)
Sergio Fernández Martínez (Univ. de Burgos)
Juan Gallego Benot (Univ. de Groningen)
Modera: Carlos García Mera
11:15–11:30 Pausa para café
11:30–12:45 Mesa redonda: Santiago Castelo, periodista y
ensayista
Julián Quirós (Director de ABC)
Álvaro Valverde (Poeta y crítico cultural)
Carmen Fernández-Daza (Real Academia de Extremadura)
Modera: Nieves Moreno
12:45–13:00 Pausa breve
13:30–14:15 Mesa redonda: Santiago Castelo y Extremadura
Juan Carlos Rodríguez Ibarra (Expresidente de la Junta de Extremadura)
Luis Sáez Delgado (Director de la Revista de Estudios Extremeños)
Antonio Reseco (Escritor y traductor)
Modera: Isabel Pérez González
14:15–14:30 Cierre y conclusiones
Comité organizador:
José Luis Bernal Salgado • Carmen Fernández-Daza •
Carlos García Mera • Nieves Moreno Horrillo • Isabel María Pérez González • Antonio Reseco • Luis Sáez Delgado
Organiza la Asociación de Escritores Extremeños y patrocina la Diputación de Badajoz.
23.9.25
Cântico das Criaturas
El poeta Ruy Ventura mandó esta carta hace meses: "Como é do seu conhecimento, em 2025 comemoram-se os 800 anos do chamado "Cântico das Criaturas", criado por São Francisco de Assis. No decurso dessa efeméride, assumi a responsabilidade de organizar uma antologia poética de autores portugueses e do espaço ibero-americano, destinada a recordar e actualizar esse poema que, ainda hoje, nos acalenta, desafia e incomoda.
A edição estará a cargo da Officium Lectionis (Porto) e terá o apoio da Ordem dos Frades Menores e de outras congregações da Família Franciscana.
A cada um dos poetas é pedido um poema inédito que recrie livremente o "cântico" de São Francisco ou faça o seu comentário.
Neste sentido, seria uma honra para nós podermos contar com um poema seu. Convido-o, assim, a estar presente nesta antologia, que procura não só comemorar, mas também demonstrar quão actual continua o poema do Poverello.
Caso esteja ao seu alcance, o texto deverá ser-me enviado até à primeira semana de Fevereiro.
Agradeço desde já - e muito - a sua resposta, seja ela qual for.
Bem haja!
Muito cordialmente, desejando-lhe paz e bem!".
A edição estará a cargo da Officium Lectionis (Porto) e terá o apoio da Ordem dos Frades Menores e de outras congregações da Família Franciscana.
A cada um dos poetas é pedido um poema inédito que recrie livremente o "cântico" de São Francisco ou faça o seu comentário.
Neste sentido, seria uma honra para nós podermos contar com um poema seu. Convido-o, assim, a estar presente nesta antologia, que procura não só comemorar, mas também demonstrar quão actual continua o poema do Poverello.
Caso esteja ao seu alcance, o texto deverá ser-me enviado até à primeira semana de Fevereiro.
Agradeço desde já - e muito - a sua resposta, seja ela qual for.
Bem haja!
Muito cordialmente, desejando-lhe paz e bem!".
La antología acaba de salir, reúne cuarenta poemas de otros tantos poetas provenientes de tres continentes y dos lenguas, se abre con una versión del poema del santo debida al propio Ruy Ventura y un epílogo también suyo titulado "Francisco de Assis: uma língua, uma voz de fogo".
Los interesados en adquirir el libro pueden enviar un e-mail a la dirección: officiumlectionis@gmail.com
Mi contribución, en fin, ha sido ésta:
FRANCISCANA
el agua y la poesía.
Porque ésta
–diré con el de Asís–,
igual que aquélla,
es «útil, casta, humilde».
Su utilidad es la de algo
que no es sólo rentable
en artes mercantiles,
que es como decir
lo más valioso.
Su castidad, la del origen
del término latino del que emana:
lo honesto, puro y continente.
Lo limpio, íntegro y entero.
Ese fruto en sazón de la modestia.
Y sí, de la humildad
proceden ambas.
Y del conocimiento
de las limitaciones.
Y de la percepción
de las debilidades.
De cuanto al fin te obliga
a obrar en consecuencia.
«Preciosa en su candor»,
como la definió León Felipe.
El agua, la poesía.
NOTA. Ilustra esta entrada el cuadro "San Francisco de Asís en éxtasis", de Anton van Dyck, que se conserva en el Museo del Prado.
13.9.25
Un paso diferente hacia la contemplación
Por Antón Castro
A veces, en estos tiempos donde vivimos casi a la velocidad
del rayo, se quedan por ahí, orillados, libros excelentes, proyectos muy
aquilatados que nos recuerdan que la literatura puede ser un campo abonado a la
serenidad, a la melancolía, al enigma cotidiano que, de tan desleído, no parece
ni serlo. El poeta y crítico literario, y también dietarista Álvaro Valverde
(Plasencia, 1959), publicaba en Pre-Textos una de esas antologías que son más
que una compilación o una gavilla de versos: el prologuista José Muñoz Millanes
ha ido más allá de una selección al uso y le ha dado una unidad insoslayable a Meditaciones
del lugar. Antología poética 1989-2018, casi treinta años de una escritura
prístina, sumamente elegante, trazada con la exactitud del hombre paciente que
se atreve a soñar con los ojos abiertos, de paseo, o viendo pasar el tiempo, huidizo,
etéreo y a la vez denso en situaciones y aventuras.
Medicaciones del lugar, de entrada, como apunta el
antólogo, ha hurgado en los poemarios de Álvaro Valverde en busca de esos dos
términos en el fondo tan polisémicos: la meditación (y también la
contemplación, el paseo, el hecho de mirar, incluso la introspección
tranquila), y el lugar, que puede ser muchas cosas, la casa, los recuerdos de
infancia, un jardín, una ciudad, pero también el edén, la arcadia o el paraíso,
abrazado a una fascinante naturaleza o a una flora sencilla, casi huesuda o
desnuda.
Álvaro Valverde a veces parece conectar con el armonioso
mundo de Antonio Colinas, con el Luis Cernuda de libros como Ocnos, pero
también con la capacidad de narrar la sugestión de lo cotidiano con la
plasticidad de Eloy Sánchez Rosillo. Y conecta con muchos más, claro, porque en él hay una filosofía de integración, de convivencia, de diálogo. En sus poemas,
siempre existe también una suerte de interlocución consigo mismo (como le
sucede a Luis Cernuda y también a Jaime Gil de Biedma en muchos poemas, e
incluso a Vicente Aleixandre) y una especie de trayecto personal hacia la
experiencia más íntima, en la que convergen el silencio, la lentitud, la
lucidez y la curiosidad.
En el silencio descubre los dones musicales del entorno y de
su propia escritura; la lentitud es una forma de implicarse en la tentativa de
aprehender lo decisivo; la lucidez es un estado de la inteligencia y una
vocación para entender y sentir el entorno con sus alfileres de paradojas, y la curiosidad es una forma de
juventud permanente y un grito de alegría que no agrede; a veces Álvaro
Valverde va más allá y se atreve a crear monólogos dramáticos y darles voz a
sus múltiples yoes o hacer de voces ajenas y lejanas el diamante sonoro o
cristalino de su propia voz.
Este es un libro unitario, medido, sorprendente. Intenso y
sereno, con resonancia propia y esa suavidad que no es débil ni nada semejante,
sino la del paseante que sabe que no hay mejor manera de existir que sembrar
palabras e imágenes y sensaciones, y someterlas luego al vaivén de un cernedor
que genera espacios, geografías, estados de ánimo, vibraciones, invernaderos de
la emoción. No vamos a recordar todos los libros de Álvaro Valverde, algunos
tan penetrantes como Más allá, Tánger y El cuarto del siroco o A
debida distancia.
Pero sí hay algo más que convendría resaltar: es un poeta de
excelentes primeros versos. O versos-puerta de acceso al misterio. Dice, por ejemplo
«Abro la verja del jardín sin nadie»; «Tiene la muerte una medida exacta»; «Habito
una ciudad de la memoria»: incluso, en un poema que es casi una poética una
buena parte de su poesía, «Territorio del nómada», arranca así: «Busco en vano
un lugar», y cierra con mucha intención: «El viaje ―lo sé― / ha de ser para siempre».
Estas Meditaciones del lugar, un poemario hecho de
otros poemarios, también son desmentidos de «mi árida vida». Es un paso
diferente, con Leopardi en el bolsillo, hacia la luz.
![]() |
Álvaro Valverde escribe a favor de la belleza y la meditación. |
NOTA: Esta reseña se ha publicado en el suplemento Artes & Letras de Heraldo de Aragón (13/9/2025). La fotografía es de Patrice Schreyer.
11.9.25
Dionisio López lee "Lecturas a poniente"
El compromiso perdurable
Lecturas a poniente, una cartografía literaria
trazada con paciencia, rigor y enorme generosidad lectora, no es un libro más
sobre poesía extremeña. Es el extremo de un círculo de compromiso con la
creación poética que se abrió hace cuatro décadas con Abierto al aire,
aquella antología que marcó un antes y un después en nuestra literatura.
Además, no se trata de un círculo cerrado: la labor crítica de Valverde
continúa, semana a semana, con paso marcial.
Mientras me documentaba para Los últimos del Oeste, antología sobre
poetas extremeños recientes, no dejaba de encontrarme con Álvaro. «La sombra de
Álvaro es alargada», me decía. Ya bromeé con el cuento de Monterroso: Cuando
despertó, el dinosaurio todavía estaba allí». Pues eso: cuando buscaba, Álvaro
ya había estado allí, con una reseña lúcida, escrita a veces diez o quince años
antes. Y quiero subrayarlo: yo buscaba información sobre autores de las últimas
generaciones. Es decir, uno de los poetas y críticos más prestigiosos del país
—que eso es Álvaro Valverde— lleva años prestando atención e incluso empujando
a los nuevos nombres. Algo nada frecuente. Por eso me alegró incluir Lecturas
a poniente en la bibliografía de mi libro, aunque ambos salieran con apenas
un mes de diferencia. Fue la primera inclusión bibliográfica que recibió, pero
estoy seguro de que será la primera de muchas. Ya no puede hacerse una historia
crítica de la poesía del Oeste sin pasar por estas páginas.
Este libro es también hermano del anterior, Porque olvido.
De hecho, bien podría haberse titulado así. Como lectores enfermos que somos,
sabemos que llega un momento en que la lectura desborda. Igual que, tras un
viaje largo, olvidamos castillos o museos, el lector acaba confundiendo
autores, versos, libros. Por eso este volumen tiene valor de archivo, de diario
de lectura, de antídoto contra el olvido. Porque Álvaro no se detiene en la
emoción o la estética: describe, anota estructura, señala citas, menciona
cubiertas... Cada reseña es cápsula de memoria. Pero Valverde no se queda en el
libro reseñado. Sus textos amplían horizontes: mencionan obras y autores que
conectan con lo leído. Cuando escribió sobre Los nombres de la nieve,
por ejemplo, citó Los nombres del mar de Ángel Campos, Memoria de la
nieve de Llamazares, Principio y fin de la nieve de Bonnefoy...
También a Umbral, Bonnett, Maillard, Octavio Paz, Rimbaud, Gil de Biedma...
ramificando la lectura hasta el infinito.
El trabajo del crítico no es fácil. Suele ser ingrato,
porque el criterio molesta, porque el silencio duele. Y, sin embargo, ahí está
su gesto valiente: el de quien sigue leyendo, escribiendo, publicando más allá
de compromisos oficiales, sabiendo que no todos agradecerán sus palabras. Por
eso este libro es también un ejercicio de ética literaria. Porque quien critica, cuida. Y quien reseña, comparte. Leer tiene algo de intimo,
pero también de solitario. ¿Quién lee poesía? ¿Y quién ha leído justo el libro
de poesía que tú has leído? Estas reseñas ocupan esa soledad y establecen una
suerte de diálogo atemporal.
Por todo ello, estas Lecturas a poniente tienen tanto
valor. No estaría de más —y lo sugiero aquí— que la Editora Regional reuniera
también las reseñas de otros que cabalgan por el Oeste con pasión crítica, como
Enrique García Fuentes o Juan Ramón Santos. Este libro no solo merece ser leído: merece ser seguido. Porque ilumina,
ordena, ofrece conversación. Porque, como toda buena literatura, nos enseña a
mirar mejor. Y acaso eso sea lo más valioso de Lecturas a poniente: que
en este oficio silencioso, resistente y expuesto a la intemperie que es leer;
hay también una forma de compañía. Y leer este libro es dejarse acompañar por
una inteligencia lúcida y una sensibilidad fiel. Y eso, en estos tiempos, es un
lujo.
Álvaro Valverde
Editora Regional de Extremadura, Mérida, 2024
NOTA. Esta reseña ha sido publicada en el número 501 de la revista QUIMERA.
9.9.25
La Plasencia del humanista Luis de Toro
Hacía años que uno albergaba la secreta esperanza de ver cómo el Excelentísimo Ayuntamiento de la Muy editaba un libro capital en lo que a la historia de Plasencia se refiere, el que tal vez recoja algunas de las páginas más hermosas escritas (en latín) sobre esta ciudad fundada "ut placeat Deo et hominibus" ("para agradar a Dios y a los hombres"), lema que le puso el rey Alfonso VIII en 1186 al establecerla. Hablo de Placentiae urbis et eiusdem episcopatus, descriptio, esto es: Descripción de la ciudad y el obispado de Plasencia, que incluye el famoso plano que se reproduce arriba, donde aparecen dibujados los principales monumentos del lugar en los últimos años del siglo XVI. En 1573 fecha su autor, el médico y humanista placentino Luis de Toro (1526-?), la obra en cuestión.
En la edición del Ayuntamiento (publicada en colaboración con otras entidades: la Junta de Extremadura, los fondos europeos, el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia y la Universidad de Salamanca, e impresa en Gráficas Romero) se reúne en un elegante estuche el facsímil del manuscrito original —en poder de la citada institución educativa salmantina— y otro volumen que contiene una presentación, un prólogo, una nota del traductor, así como el texto de Luis de Toro en español. Vayamos por partes. De la presentación del alcalde poco cabe decir. Es muy breve (en esta ocasión no ha desplegado Fernando Pizarro su gracia verbal, ese don) y se centra en lo sustancial: que el librito se escribe en cuanto se tienen noticias de que el obispo de Tortosa, Martín de Córdoba y Mendoza, deja aquella sede episcopal para ocupar la de Plasencia y como un detalle de Luis de Toro al nuevo prelado, dedicatario de la mencionada "descripción pormenorizada" que se acompaña, ya se dijo, de un "dibujo panorámico", para que aquél conociese "cómo era Plasencia a finales del siglo XVI". No se olvida de dar las gracias a la Universidad (la vinculación de esta ciudad con aquélla —ideal para tantos de aquí— es secular y conviene ser resaltada) y dos personas fundamentales en este proyecto hecho realidad. Primero, el prologuista: el historiador placentino Jesús Manuel López Martín; después, el traductor: Juan Ramón Santos, "escritor e imprescindible agitador cultural placentino", en palabras del periodista cacereño José Ramón Alonso de la Torre.
López Martín (que ya había analizado el plano —que tanto protagonismo cobró en la exposición Transitus, del ciclo Las Edades del Hombre— en distintas ponencias congresuales) comienza su preciso prólogo por la vida y la obra de Luis de Toro. Se basa en los estudios de su suegro, el también médico (e historiador) Marceliano Sayans Castaños, quien dedicó su tesis doctoral a "La obra del Luis de Toro, físico y médico de Plasencia del siglo XVI", como reza en la cubierta del libro que publicó —con posterioridad a su defensa— la inolvidable librería Cervantes de Salamanca en 1961. (Ya se ve que aquí todo gira en torno a la ciudad del Tormes, donde estudió, por cierto, Luis de Toro y Sayans.) Precisamente a éste se debe una de las dos traducciones de la descripción: la impresa en La Victoria en 1961, con prólogo de Pedro Laín Entralgo. La otra (que es la que uno había leído) se debe a Domingo Sánchez Loro y está recogida en el volumen A de sus Historias placentinas inéditas, que publicó la Diputación de Cáceres en 1982.
De la vida del médico poco hay que reseñar. Que fue un humanista convencido y que en su defensa de ese movimiento renacentista estuvo acompañado por contertulios de categoría; mecenas como Luis de Ávila y Zúñiga, Marqués de Mirabel; el obispo y bibliófilo Ponce de León, que llegó a ser Inquisidor General; y Fabián de Monroy, fundador de un colegio de juristas y teólogos.
López Martín confirma las sospechas de que quien escribió el texto fue en realidad un "«pendolista» profesional" (un calígrafo o, como dice el diccionario de la RAE, "persona que escribe con muy buena letra"). Explica desde dónde está dibujada la panorámica, a media altura y desde Santa Bárbara (que Luis de Toro nombra como Calzones), con "orientación meridional". Pasa después a la explicación detallada de todas las partes del plano aportando datos históricos muy interesantes. Da cuenta, por fin, de los avatares del manuscrito. Primero se depositó en el convento placentino de San Vicente, en el siglo XVII estaba en Valladolid, vinculado a Fray Alonso Fernández, autor de Historia y los anales de Plasencia (Madrid, 1627). En el XVIII llega al Colegio Mayor Cuenca de Salamanca y a su Universidad vuelve en 1954 no sin antes pasar por la Biblioteca del Palacio Real.
Juan Ramón Santos, conciso también, cuenta que ha intentado fundir las dos traducciones existentes hasta ahora y ofrecer al lector un texto lo más limpio posible. Lo cierto es se lee estupendamente, algo que no podíamos dudar quienes conocemos la labor literaria del también placentino.
Antes de entrar en materia, el manuscrito ofrece dos octavas en castellano: una de "Gómez de Hinojosa al autor" y otra titulada "Al Ilustrísimo de Plasencia, Gómez de Hinojosa"; un texto titulado "Sobre las insignias de Plasencia", acerca del pino y el castaño de su escudo (allí leemos: "Donde hubo un bosque inmenso, se plantó Plasencia", palabras que duelen en el alma al comprobar los desastres del incendio de Jarilla); y el poema "F. Hortigosa, al retrato de la ciudad de Plasencia" ("Verso falecio"). Después ya vemos el plano o "retrato" con su leyenda. El resto es, claro, el corpus del manuscrito que se abre, ay, con "El médico Luis de Toro saluda a su mecenas, el ilustre y reverendo obispo de Tortosa y electo de Plasencia". El tono anticipa el general de la obra, más hímnico, idealista y elogioso que otra cosa, con repuntes de exagerada emoción. Con todo, lo calificaría de inspirado y delicioso. La historia y el sitio: murallas, puertas (otro historiador placentino, Javier Cano, recordaba hace poco que Luis de Toro "coloca en el centro de la representación" a la de Talavera, la que mira a Madrid, que no conserva su arco original desde hace siglos), iglesias, conventos, palacios, ermitas... Especial atención merece lo relativo al pensil del palacio del Marqués de Mirabel, una de nuestras joyas patrimoniales que este placentino (como tantos, supongo) nunca ha podido visitar. En una de las lápidas allí depositadas se inspiró uno para componer un poemita de Lugar del elogio (que no deja de ser esta ciudad, basado en la lecturas de textos antiguos sobre ella, entre otros, éste) y al que Gonzalo Hidalgo Bayal dedicó un texto memorable por encargo del diario Hoy, para un coleccionable de monumentos extremeños.
Otro fragmento magnífico es el de La Isla. O el de la Casa de don Fabián (o Colegio del Río, por cuyas románticas ruinas pasamos cuantos recorremos el paseo fluvial, cerca de la pasarela de San Juan), a orillas del Jerte, que es el personaje central de otro de los mejores párrafos del conjunto. Y ahí, el agua, gran preocupación de Luis de Toro, autor de Discursos o consideraciones sobre el arte de enfriar la bebida (1569) y de De febris epidemicae novae ... vulgo tabardillo et pintas dictur (1573). La salubridad de esas aguas (o lo contrario) y al clima destina parte de sus reflexiones.
Sorprendente resultan sus consideraciones sobre alimentos: frutas, verduras, carnes y pescado. En lo que respeta a esto último de queda uno de piedra al leer: "En cuanto a la pesca, los placentinos no gozan de mucha abundancia al estar alejados del mar. Sin embargo, como ya he dicho [en otro momento se refirió a las truchas que poblaban el Jerte], la ciudad está bien provista de peces de río, pues, además de tencas, barbos, bogas, pececillos, anguilas, ranas, cangrejos o galápagos, suelen traer del cercano Tajo y de Alcántara lampreas que llaman sábalos, mújoles y también siluros, que, según algunos, son esturiones, y que la gente conoce como sollos. Y también nos llegan con frecuencia peces del mar, de donde vienen en cantidad lijas, rayas, sepias, sardinas, arenques o merluzas (a las que nosotros llamamos pescado cecial), así como corvinas, lenguados, almejas, besugos, ostras, agujas, congrios, bacalaos, atunes y salmones, aunque estos últimos muy rara vez". Ni ahora ni desde que tengo uso de razón ha ocurrido en Plasencia algo así. No son pocas las pescaderías y restaurantes especializados en pescado y marisco que pasaron a mejor vida por la falta de cultura gastronómica piscícola (en la segunda acepción del diccionario), que aquí se limitó casi siempre, truchas mediante, al socorrido bacalao y a la insulsa pescadilla. Poco más.
No se olvida el humanista de los personajes importantes, eclesiásticos sobre todo, ni, siendo esta una ciudad levítica, de la Iglesia y del Obispado. A sus cuatro demarcaciones dedica sus últimas páginas. Las de Plasencia, Trujillo, Medellín y Béjar, lo que le permite mencionar localidades y lugares de esas zonas. Ya antes citó sitios tan emblemáticos como Yuste.
Me alegro mucho, y termino, de que el lector curioso pueda acceder a este libro capital para Plasencia, por más que, según me temo, la tirada de la obra haya sido reducida y, por tanto, costosa de localizar. Animo a que el Ayuntamiento lance otra más sencilla y asequible (bastaría el texto traducido) para que la ciudadanía pudiera disfrutarla. En todo caso, celebro la iniciativa. Por hechos así sostenemos que Plasencia es una ciudad culta.
26.8.25
Fernando Pérez, veinte años
"Que veinte años no es nada", como decía la letra de "Volver", el archicitado tango de Gardel, es algo que cualquiera puede poner en duda; no, sin embargo, que dos décadas pueden pasar volando. Y así ha sido. El 26 de agosto de 2005 moría en Cáceres Fernando Tomás Pérez González, para los más: Fernando Pérez, el prestigioso director de la Editora Regional de Extremadura, tras padecer, como suele decirse (con demasiada ligereza, ah las frases hechas) una larga enfermedad que, como en el caso cercano del ejemplar político Javier Lambán, le pilló aún trabajando.
Más de una vez (al día siguiente en el Hoy, más tarde en la Revista de Estudios Extremeños) ha escrito uno sobre su vida y su obra. Muy recientemente hablé de él en Alcántara, con motivo del último Congreso de Escritores Extremeños, donde, por cierto, se conmemoraban los primeros 40 años de la Editora. Ese sello, que él elevó a categoría de acreditada editorial, publicaba hace unos meses sus relatos, bajo el título El cuaderno de hule negro. Lo reseñé en la revista asturiana El Cuaderno. Quien se ocupó de esa modélica edición fue su hijo, Fernando Pérez Fernández que, conviene anotarlo, acaba de dar a la imprenta (la de Cumbreño, en sus Ediciones Liliputienses) Compensatoria, un libro de poemas excelente. Qué orgulloso estaría aquél. Y no es frase hecha ni lugar común. Es sólo la escueta afirmación de alguien que le conoció bastante. En no pocas ocasiones, cuando íbamos o veníamos de Mérida o camino de cualquier acto de los muchos que tenían lugar en aquella época inolvidable, hizo referencia a su formación literaria, que tanto le importaba, como el propio Fer ha reconocido. Entonces, claro, éste era un muchacho.
También estaría contento por la continuidad de la Editora (cuantos pasamos por la gestión de esa santa casa vimos alguna vez amenazada su existencia). Por ver que sigue ahí María José Hernández (su mano derecha y la de los sucesivos directores) y por comprobar que Antonio Girol, un buen tipo, respeta ese legado y pretende su continuidad de la mejor manera posible. No es poco.
A finales del año pasado se vivió otro homenaje a su figura en su (casi) pueblo natal, Santa Marta de los Barros, donde se asienta la simbólica casa familiar, ligado de nuevo a las cuatro décadas de vida de la Editora. Seguirá siendo así. Esta tierra que tanto amó (y por la que tanto hizo, que es lo que importa, por más que nunca se le reconociera como es debido) tiene a la fuerza que recordar a personajes de la talla intelectual y moral (que debería ser lo mismo) de Fernando Pérez. No han abundado, ni abundan. De ahí que hoy, 26 de agosto de 2025, veinte años de por medio, a algunos nos siga costando creer que esté muerto. En rigor, gracias a su obra, sigue aquí.
21.8.25
Responsabilidad
No soy el único, me consta, que reconoce la impecable gestión de Abel Bautista Morán, Consejero de Presidencia, Interior y Diálogo Social de la Junta de Extremadura, al frente del incendio de Jarilla, que es tanto como decir el una parte importante del norte de Extremadura. Además, como portavoz, domina la comunicación y se expresa con claridad y solvencia. Transmite, y eso es difícil, calma. Y realismo, que no es poco. A los afectados directamente, sobre todo. Más allá de la ideología de cada cual, debería agradecerse, por parte de tirios y troyanos (algunos ya lo han hecho), la presencia de un político responsable, más en estos tiempos de, digamos, desgobierno general. Qué extraño empieza a resultar lo, por principio, normal.
17.8.25
Incendio
Viendo cómo pasan constantemente, desde hace seis días, aviones y helicópteros por encima de nosotros para intentar apagar el incendio de Jarilla (y de muchos sitios más, como Plasencia, a la que se acerca peligrosamente, o Hervás, por citar poblaciones de ambos frentes) recuerdo aquel verso de Gil de Biedma, lo del “en un viejo país ineficiente”. Y no lo digo por el esfuerzo infinito de los bomberos y de quienes pilotan esas aeronaves, también de la UME, la Guardia Civil o Cruz Roja, además de la sociedad civil, la Iglesia y los ayuntamientos, sino por la falta de políticas efectivas contra esta plaga incendiaria que nos asola. ¡Se da prioridad a tanta insensatez! Aunque bien sé que lo importante son las personas y sus bienes perdidos, muy por encima de cualquier otra cosa, permitidme que sienta en el alma que los paisajes de mi vida desaparezcan sin remedio y para siempre (al menos para mí) delante de mis ojos con tanto dolor como impotencia. Qué tristeza.
(Nota: la imagen es de El Periódico Extremadura)
1.8.25
Desde este rincón: 20 años
Se me olvidó. Querría haber dicho algo sobre este blog el pasado día 2 de mayo, pero... Una fecha significativa, subrayó el alcalde Pizarro, tan amigo de las efemérides, aquí atrás. Al fin y al cabo ha cumplido 20 años. Como dijo aquél, "no es nada". Bueno, acaso exageraba. Y sí, seguimos siendo los mismos, o casi. Quiero decir que la voluntad de crear un espacio de reflexión por escrito, una suerte de diario de vida y de lecturas, tanto da, sigue intacta. Estos veinte años han dado para construir un archivo del que echo mano cada poco. Consultarlo se ha vuelto algo habitual en mí y, la verdad, no deja de sorprenderme lo que encuentro. Cuántas palabras. Y cuánta gente.
Ya ha permitido la publicación de dos libros: Porque olvido y Lecturas a poniente. Lo personal y lo literario, si ambas cosas pueden separarse, insisto. En la vida pobre que uno ha llevado y lleva, más bien no. Es el sino del poeta de provincias, supongo.
Se refirió Octavio Paz a la perseverancia como uno de los nombres de la poesía. La IA deduce que fue, para él, "una actitud de resistencia ante el paso del tiempo y la transformación de la realidad, buscando siempre un sentido y un significado en la vida". Bien está. En esa tarea querría seguir uno. Poco importan las modas y bien sé que la de este tipo de bitácoras pasó hace tiempo.
Solvitur ambulando sigue siendo el lema que tomé de un incansable viajero: Patrick «Paddy» Leigh Fermor, aunque la autoría de la frase se atribuya a Diógenes de Sinope, un griego. Sí, se resuelve caminado, que no deja de ser trasunto del machadiano "se hace camino al andar". Hasta que el cuerpo y la cabeza aguanten.
13.7.25
Fragmentos a su imán
El que menos sabe, último libro de poemas de Sánchez
Santiago (Zamora, 1957), publicado por Eolas, fue elegido por los críticos de poesía
de este suplemento como el mejor de 2024. Unos meses después se alzaba con el
Premio de la Crítica, feliz sorpresa que honra a un jurado honesto y, de paso,
fija el foco lector en una obra poética rigurosa, digna de reconocimiento. Por
eso, qué oportuna la salida a escena de esta muestra que reúne sesenta y tres
poemas seleccionados por el autor de entre sus siete libros, una plaquette y
algunos inéditos incluidos en su poesía reunida: Este otro orden (1979-2016).
En “Recado menor”, el poeta afirma: “Toda antología es un
error porque proviene de una amputación […] que hace perder cualidad orgánica a
la compacidad de una escritura poética”.
Añade que “en la trayectoria de cualquier poeta puede
advertirse una suerte de ensamblaje que crea relaciones e interdependencias –visibles
o discretas– entre los poemas”. Concluye: “No hay, pues, nada gratuito en la
poesía: ni las palabras ni el orden de emplazamiento de los poemas ni siquiera
la cantidad de silencio que hubo entre libro y libro. Todo da cuenta de un
sentido y una dimensión”. ¿Entonces? Elige. A sabiendas, sí, de que “el poeta
es el que desordena, el que menos sabe”. No lo hace a ciegas, sino conformando
un nuevo libro que logra su propia organicidad por medio de una compacta ensambladura.
Pura coherencia.
Este “poeta lento y dubitativo” ha escogido un título acorde
al “quehacer de la escritura”, que “exige una aplicación morosa que conlleva
algo parecido a una escucha interior para advertir la resonancia íntima de las
palabras”. “En la poesía hay que esmerarse”, sostiene, y lo justifica en su
poema “El esmero”. De eso da fe esta “antología temática” dividida en cinco
secciones.
La primera, “Inmediaciones”, reúne poemas “que aluden
directamente a seres que estuvieron o están cerca de mí”: el padre (“Mi padre
se hace viejo”, el que me reveló hace tanto que TSS era un poeta verdadero), la
madre (“Mercado de abastos”), el hijo, Ana ( “tanta vida al lado”, reza la
dedicatoria del conjunto), las primas, los amigos muertos…
La segunda, “Intimas rozaduras”, se organiza en torno a “lo
menudo” (una actitud, un carácter). También al “territorio”: “Mi patria, la
única patria / que me importa / tiene la escasa estatura de lo inadvertido / y
cabe en el relámpago de los parpadeos”.
La tercera, “De lo contrario”, aborda la “resistencia
crítica contra la inercia del mundo”. El “Derecho de todo el mundo a buscar su
antes”, escribe en “Página”. “Es el final de un país asilvestrado en el
bienestar”, leemos en “Los que agitan el mundo”.
La cuarta, “Los días laborables”, es realidad un arte
poética, como bien dice la prologuista, Ana
Isabel Martín Ferreira, en su ”antesala”. Allí leemos: “No levantas del reino
de los signos”. “Cuando escribes te manchas de ti mismo”. “Qué oficio extraño
este”. Y, a lo Juan Ramón, con ironía: “¡Incompetencia, dame tú el último
nombre de las cosas!”.
La quinta, “Rienda suelta”, incorpora versos “acogidos en
una especie de bazar sin norma”, como uno de los de la zamorana Calle Feria de
su infancia. No faltan aquí el amor (“Plegaria para salvarla a ella”), las
cajeras (“mujeres ensopadas por la melancolía”), un cementerio de coches o “Los
árboles”, el hermoso poema que recogimos Jordi Doce y yo en la antología Quedan
los árboles.
“Siempre cantaré cerca de lo innombrable”, reconoce. No
obstante, su poesía es luminosa. Escrita, “sin dar la espalda a la realidad”, con
“las palabras desechadas de los hombres”.
Tomás Sánchez Santiago
Castilla Ediciones, Valladolid, 2025. 160 páginas. 15 €
NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.
11.6.25
6.6.25
Dos reseñas recuperadas
Estas dos breves reseñas fueron escritas para que se publicaran en El Cultural. El tiempo ha ido pasando y... Ya sabemos que en los suplementos estas cosas pasan. Me duele, pero... Lo que no podía evitar era que aparecieran, siquiera aquí.
La de Sánchez-Ostiz (Pamplona, 1950) es una de las huidas más apasionantes de nuestra literatura. “Siempre en fuga”. Sin remedio, por destino (para tipos como él debió acuñarse el término “animal literario”), empezó esa escapada como poeta, lo que nunca ha dejado de ser: ni en sus poemas, ni en sus dietarios y crónicas, ni en sus novelas, ni en sus ensayos.
En 2000 reunió su poesía (édita e inédita) en La marca del cuadrante (Poesía 1979-1998), libro de libros al que han seguido Fingimientos y desarraigos, El piano de Hölderlin y Espuelas para qué os quiero, todos en Pamiela.
Recuerda el prologuista sus versos: “Escribir de una vez por todas una verdad, / una sola”. Por caro que cueste, como refleja la leyenda de este hombre rebelde, ajeno a modas, capillas y compadreos (léase “Manuel de instrucciones” o “En recuerdo de Léo Ferré”).
“Somos siempre nosotros la materia más genuina de los libros que escribimos”, dijo una vez, y eso se constata al leer esta poesía escrita “con verdad”. La lógica de un viajero a lo lejano (“y donde ser por fuerza un extranjero”) y de un paseante por lo cercano: montes y bosques del Valle de Baztán, el interior de la Ciudadela… “En el camino”. De un emboscado solitario ―un outsider― sin casa (de la vida) ni patria (“ser de ninguna parte”, como su Juan Sin Tierra, porque “No hay sino errancia”), aunque en búsqueda permanente, al que acompañan personajes interpuestos tan atrabiliarios como él: vagamundos, navegantes, aventureros, jugadores, exiliados, traidores… Alguien pendiente de “las palabras perdidas” que darán forma a su mundo. La única ciudad habitable, su lugar más propio. El que representa a la perfección este puñado de poemas que conforman una suerte de inventario esencial de su obra. “El poema ese refugio para tiempos oscuros”.
Recuerda el prologuista sus versos: “Escribir de una vez por todas una verdad, / una sola”. Por caro que cueste, como refleja la leyenda de este hombre rebelde, ajeno a modas, capillas y compadreos (léase “Manuel de instrucciones” o “En recuerdo de Léo Ferré”).
“Somos siempre nosotros la materia más genuina de los libros que escribimos”, dijo una vez, y eso se constata al leer esta poesía escrita “con verdad”. La lógica de un viajero a lo lejano (“y donde ser por fuerza un extranjero”) y de un paseante por lo cercano: montes y bosques del Valle de Baztán, el interior de la Ciudadela… “En el camino”. De un emboscado solitario ―un outsider― sin casa (de la vida) ni patria (“ser de ninguna parte”, como su Juan Sin Tierra, porque “No hay sino errancia”), aunque en búsqueda permanente, al que acompañan personajes interpuestos tan atrabiliarios como él: vagamundos, navegantes, aventureros, jugadores, exiliados, traidores… Alguien pendiente de “las palabras perdidas” que darán forma a su mundo. La única ciudad habitable, su lugar más propio. El que representa a la perfección este puñado de poemas que conforman una suerte de inventario esencial de su obra. “El poema ese refugio para tiempos oscuros”.
Geografía de la ventura (Antología)
Miguel Sánchez-Ostiz
Edición y prólogo de Alfredo Rodríguez
Bartleby Editores, Madrid, 2024. 171 páginas. 15,00 €
Miguel Sánchez-Ostiz
Edición y prólogo de Alfredo Rodríguez
Bartleby Editores, Madrid, 2024. 171 páginas. 15,00 €
De García Alonso (Pombriego, León, 1962) conocíamos su ópera prima Formas de seguir abrazando (publicado en Plasencia por Alcancía en 2016) y algunos poemas sueltos en antologías y revistas. Residió durante unos años en Extremadura y su vinculación a esa región ha hecho posible que la Editora Regional, que cumple 40 años, incluya este libro en su acreditado catálogo. En una edición preciosa, por cierto.
Digamos cuanto antes que se trata de un libro logrado. Del fruto, diría, de una vida. O eso parece. “A fuerza de rodar la piedra es redonda / la vida”, dice citando al portugués Faria. Y que “lo que antes mirabas ya no existe”, un verso de Campos Pámpano. Tras el “El equipaje” (la madre), a modo de preludio, “El tiempo”, “La palabra”, “Fracturas” y “El paisaje gastado”, secciones en que se divide la obra, más una coda.
En la primera, la memoria: de otras edades y ciudades (“Habitamos arquitecturas del azar”). “Pasó con asombro la vida / y ya es domingo, su tarde / nocturna y agotada. / Un espacio vacío”. Pesa en todo el libro la melancolía.
En la segunda, la propia poesía: “Bajo la niebla las palabras caminan / como peces sin memoria”. La pasión por nombrar. Una forma de ser. “Escribir / es el oficio de la angustia”, afirma. “Trabajo con palabras que suenan / a lugares olvidados”.
La tercera, los muertos. De la amistad o de la guerra: “Digo memoria y aparecen”. “Están ahí”.
En la cuarta, los páramos erosionados de Babia. Allí –“perdidos, siempre de paso”–, junto a los antepasados, trata de “Traducir la luz”. En un paisaje hermoso “de tan frío”.
Termina con la “memoria del viaje”: el que lleva a su familia y a él, hijo de la emigración, a otra parte. Con naturalidad, poesía verdadera.
José García Alonso
Editora Regional de Extremadura, Mérida, 2024. 104 páginas. 10 €
3.6.25
La aventura infinita de lo simple
Hace apenas dos años que Víctor Herrero de Miguel
(Salamanca, 1980), fraile franciscano, profesor de literatura bíblica y
ensayista, se dio a conocer como poeta. En este corto periodo de tiempo ha publicado
tres libros: La balanza, Lo que busca la abeja y Las
sílabas del cielo. Esa proximidad intensifica la armonía de estas entregas que
semejan partes de un mismo libro.
En plena coherencia con su credo religioso (esto es, moral),
escribe una poesía cercana, clara y directa. De la humildad y la sencillez. Leve,
diría. Franciscana, por encima de todo. De la pobreza, en su más noble y alto sentido:
“Vivir es aprender a despojarse / […] / y lentamente hacer /refugio luminoso la
intemperie”. Se inspira en la vida corriente. “Es bueno someterse a lo real”,
recuerda. Canta con naturalidad “la aventura infinita de lo simple”, “el
encanto sencillo de la vida”. Con amor: “Amar es caminar sobre las aguas”.
“Vuestro es el mundo: amad”. A todas las criaturas, humanas o no. Los pájaros,
por ejemplo, tan nombrados (de nuevo Francesco): estorninos, jilgueros, zorzales,
vencejos, alondras… Y las plantas y flores: un jardín son tres macetas y él,
“feliz con las manos en la tierra”.
Amor también a la madre, “esa luz compasiva”, a cuya
enfermedad y muerte dedicó por entero La balanza y aquí varios poemas
emocionantes: “Y tus ojos”, “En esos días”, “Más días”…
Compone cada uno (ese “don”) con las palabras justas. Es “el
que calla y contempla”. Quien “mira todo despacio”. Y espera. “Cuando hablo
sólo quiero / que quien me escuche sienta / la música temblando en la materia”.
“Qué extraña plenitud haber nacido”, proclama quien parece
empeñado en levantar “un himno vertical a la alegría”. Porque, y cita a Simone
Weil, “Es preciso haber tenido con el gozo la revelación de la realidad para encontrar
la realidad en el sufrimiento.”
Su poesía bien podría ser “la claridad abriéndose camino / y
delicadamente conquistando / el reino de las sombras”. Una bendición.
Víctor Herrero de Miguel
Pre-Textos, Valencia, 2025. 72 páginas. 14 €
NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.
Pruebas de vida
Amalia Bautista (Madrid, 1962) ha publicado los libros Cárcel
de amor, Cuéntamelo otra vez, Hilos de seda, Estoy
ausente, Pecados (con Alberto Porlán), Roto Madrid (con
fotografías de José del Río Mons), Falsa pimienta y Azul el agua.
Reunió su poesía en Tres deseos. A esta relación habría que sumar
varias antologías. Además, hay ediciones de sus obras en México y Portugal. Es
autora de Floricela, un libro de poesía infantil.
Tras el cierre de Libros Canto y Cuento, el poeta jerezano
José Mateos ha puesto en marcha, junto a dos amigos, otra colección: la
exquisita Pie de Página, que inaugura con este Invitación al viaje, un
libro donde se agrupan poemas antiguos e inéditos. La selección es del citado editor
y suya es la delicada viñeta de la cubierta.
Al releer, uno anota evidencias: la línea clara (al fondo,
Luis Alberto de Cuenca, un maestro), la ironía y el sentido del humor, la
dicción clásica y la métrica impecable que se mide con el ritmo envolvente de
los endecasílabos, lo cotidiano (“Cuéntamelo otra vez”) y la realidad por
encima del realismo (léase “Galatea”), los finales sorprendentes y paradójicos
(“Una vida responsable”, “Las adelfas”), las hijas (“Los pies”, “Eco”), la
sencillez y, por qué no, la humildad (“Flores Áster”), tan paradigmático.
Mateos se ha centrado en el amor, un tema recurrente: “Sobre
el Cantar de los Cantares” (“Porque es fuerte el amor como la muerte”, y “como
la vida”), “Invitación al viaje”, “El puente”, “Ida y vuelta”, etc. Un amor
natural, diría, nada afectado, como esta poética. De la sensualidad: “Gula”.
No falta la angustia (“¿Hasta cuándo?”) y la soledad
(“sentirse sola, sola, siempre sola”): “Pobre Amalia, / tan fría y racional en
apariencia, / pero tan vulnerable corazón adentro”. Ni falta su poema más
conocido, el emocionante “Al cabo”.
Amalia Bautista
Pie de Página, Jerez, 2025. 80 páginas. 17,00 €
NOTA: Este reseña se ha publicado en EL CULTURAL.
29.5.25
En Hervás
Mañana, a las 18:00 horas, tendrá lugar en el Museo Pérez Comendador- Leroux de Hervás un "Conversatorio sobre el pasado y el porvenir de la Poesía Española": De eso hablaremos, aproximadamente, Manuel Neila (que acaba de publicar su poesía completa en la Editorial Renacimiento, verdadera excusa del encuentro), Miguel Losada y uno.
Además, el sábado a las 12:00 se presentará la antología Los últimos del Oeste. Poetas Extremeños del Siglo XXI (RIL editores España) con la intervención de Dionisio López, Urbano Pérez y Mario Martín Gijón.
27.5.25
Lecturas a lo breve (poesía)
Quizás le falte vuelo, pero no naturalidad y frescura, a Salto de fe, destacable ópera prima del madrileño de Móstoles (y del 94) Marcos Nogales, accésit del Premio Adonais en 2024. Poesía a pie de tierra, digamos. Sin florituras.
A Príncipes y principios (La Isla de Siltolá), de Alberto Fadón, sin embargo, otra primera obra, acaso le sobre lo contrario: erudición y barroquismo. Por suerte esta literatura en grado sumo (donde no faltan guiños a sus dilectos, estudiados poetas del Siglo de Oro y a contemporáneos como Gil de Biedma) está entreverada de vivencias personales, amorosas las más (ay, Carla). Su lectura, sí, me ha resultado gozosa. Menos que a un poeta filólogo de la categoría, pongo por caso, de Rodrigo Olay, pero... Espera uno lo que venga de este salmantino del 97, ocurrente "poeta reaccionario", que ha elegido, entre otros, el magisterio de su paisano Juan Antonio González Iglesias. No en vano coordinó un libro sobre su poesía.
Sigo con una tercera ópera prima: En ausencia de mí, de Francisco López Blanco (BajAmar Editores), un maduro extremeño del 64, que ha sorprendido a quienes lo conocemos de antiguo (por su vinculación con el Aula de Literatura "Jesús Delgado Valhondo" de Mérida, que dirigió durante una década, por ejemplo), pero no en su faceta poética. Poesía sin estridencias, cercana a lo que importa.
Antonio Rivero Machina no es nuevo en este rincón. Ni en la poesía. Lo último es Hojas de laurel (Eris Ediciones), que une dos culturas: la del haiku japonés y la de la mitología griega. El resultado es sorprendente. Explica su proceder en una pertinente introducción que titula "El bonsái, el destello y un dios cualquiera", donde dice cosas tan atinadas como que "La tradición es también un paisaje" o que "Acaso en lo minúsculo se esconde el secreto callado en lo infinito". Lo que viene después, los haikus, distan de ser los que encontramos, por aquello de la moda, en cualquier parte. Tres ejemplos: "Morfeo" (Solo en la noche / lo nunca revelado / toma su forma), "Castalia" (Del agua clara / brota el suave murmullo / de lo que es cierto) y "Penélope" (De ti aprendimos / a destejar la calma / de los naufragios).
Durante un tiempo, lo confieso, creí que José Luna Borge era un heterónimo de José Luis García Martín. De eso hace mucho, es verdad. Su última entrega, El húsar melancólico me ha convencido. Poemas tan logrados como "Despedida" o el que da título al libro bastan para justificarlo. No falta un haiku, por cierto.
Antonio Rivero Machina no es nuevo en este rincón. Ni en la poesía. Lo último es Hojas de laurel (Eris Ediciones), que une dos culturas: la del haiku japonés y la de la mitología griega. El resultado es sorprendente. Explica su proceder en una pertinente introducción que titula "El bonsái, el destello y un dios cualquiera", donde dice cosas tan atinadas como que "La tradición es también un paisaje" o que "Acaso en lo minúsculo se esconde el secreto callado en lo infinito". Lo que viene después, los haikus, distan de ser los que encontramos, por aquello de la moda, en cualquier parte. Tres ejemplos: "Morfeo" (Solo en la noche / lo nunca revelado / toma su forma), "Castalia" (Del agua clara / brota el suave murmullo / de lo que es cierto) y "Penélope" (De ti aprendimos / a destejar la calma / de los naufragios).
Durante un tiempo, lo confieso, creí que José Luna Borge era un heterónimo de José Luis García Martín. De eso hace mucho, es verdad. Su última entrega, El húsar melancólico me ha convencido. Poemas tan logrados como "Despedida" o el que da título al libro bastan para justificarlo. No falta un haiku, por cierto.
Y por seguir con ellos, cómo he disfrutado con las codas, versión castellana del senryuu japonés, de Jesús Munárriz (donostiarra del 40, otro jovenzuelo, que acaba de publicar el primer tomo de su poesía incompleta), estrofa compuesta por tres versos de 5, 7 y 5 sílabas, que "a diferencia de los jaikus, no hablan «de lo que sucede aquí, ahora», como decía Bashô", según explica, junto a muchas cosas más, en su estupendo prólogo a Algunas codas (La Garúa/haiku). ¿Ejemplos? ¡No corras, vida, / que te estoy esperando! / dice la muerte. O: Si no se leen / a los viejos poemas / les sale moho. O, en fin: Por las rendijas / de lo civilizado, / lo natural. No falta el espíritu burlón que le caracteriza: ―¡Mira qué tetas! / ―Vistas dos, vistas todas. / ―Según se mire. Y: Unos la tienen / grande y otros pequeña/ (la inteligencia). Para terminar: ¡Día del Libro! / ¿Es que hay días sin libros? / No los conozco.
Leo a Marcos Ricardo Barnatán desde que yo era muy joven y él un aventajado novísimo procedente de Argentina. Me atraía su obra por su veta judía y por la filiación borgeana. Ritual me ha traído de nuevo eso. Y más: París (la enfermedad: "Cahier Cochin") y Santander, la madre (en "Kadish", por ejemplo, tan emocionante), la religión ("Adonai", "Amar al converso"), las lecturas de Milosz, Borges, Kavafis, Hölderlin y otros autores, como queda reflejado en el hermoso "El jardín de las delicias"), la pintura (de Ciria, en concreto) y más que nada, la memoria familiar ("El doctor Néstor Gubitosi en bicicleta al muere", "Eclipse")... Este nuevo, breve libro lo ha escrito Barnatán a punto de cumplir los ochenta. No todo en la vejez, por suerte, es miserable, que diría su compañero de generación Luis Antonio de Villena. Pura delicatessen lírica.
Me da vergüenza reconocer que Lêdo Ivo era para mí, hasta ahora, un nombre que se repetía en boca de numerosos poetas (y en especial de uno), una figura inevitable en los saros líricos, pero a quien no me animaba a leer. Por extenso, quiero decir, que poemas suyos ya encontré en la vieja antología de poesía brasileña de Crespo. Aunque leo de todo y carezco de anteojeras poéticas, reconozco que su forma de decir no es precisamente de las que prefiero, por su exuberancia verbal, digamos, tan lejana de mi propensión a la contención y la sobriedad. Sin embargo, la antología que Martín López-Vega ha preparado para Visor, Los andamios del mundo, ha cambiado mi punto de vista. Ha ayudado el prólogo erudito (sin pedantería, sabio) de Juan Manuel Bonet, al que uno pensaba alejado del brasileño. Otro error. Si bien por momentos me apabulla un poco su discurso, he de reconocer lo que tantos han asumido: que en cualquier canon poético contemporáneo debería figurar la poesía del poeta brasileño muerto en Sevilla.
Ocho poemas bastan para confirmar el mérito de la sevillana Carmen Fernández Rey. Se recogen en una primorosa plaquette de la colección Cuadernos El Mirador (de Úbeda) bajo el título Abrir ventanas. La tirada es de 34 ejemplares y el cuidado de la edición ha estado en manos de Francisco Sánchez Bellón. Se anuncian nuevas entregas de Julio Martínez Mesanza y de José Mateos. En la segunda serie (de la que ésta forma parte) encontramos nombres fundamentales del panorama, como el de Fernando Sanmartín, autor de Archivo fotográfico, que ya comentamos aquí.
A la fuerza tenía que llamarme la atención un libro titulado Lugares. Se trata de una antología de veintitrés poemas de Concha García que publica El Toro Celeste en su colección Cuadernos Romero. El libro es muy bonito. Los versos remiten a lo anunciado: lugares. Sitios como Olessa de Monserrat (García ha vivido la mayor parte de su vida en Cataluña), Villaharta o Córdoba (es natural de La Rambla, lo que no deja de ser curioso para alguien que luego residió en Barcelona), pero también una estación, un tren, una carretera, un restaurante, una habitación de hotel y otra de hospital, (y su correspondiente aparcamiento), una ventana, un cine, una procesión, un camino flanqueado de eucaliptos, el comedor de un monasterio o un libro de poemas. Lugares que remiten al amor ("que es todo tacto"), al viaje ("Todo era mirar y sorprenderse"), a la memoria familiar ("Mi padre en la estación"), a la vida ("una cosa rara"), al atardecer ("Lo azul es todo")... Uno confirma con esta lectura lo que ya sabía: que esta poesía, concentrada y exacta, es ante todo verdadera y su autora una de las mejores de su generación, que también es, por cierto, la de uno.
Qué oportuna, en fin, la salida a escena de El esmero (Castilla Ediciones), una antología poética de Tomás Sánchez Santiago que prologa Ana Isabel Martín Ferreira Lo digo, sí, por la sorpresiva concesión del Premio Nacional de la Crítica a su libro El que menos sabe (Eolas) y digo "sorpresiva" porque ya sabemos cómo funciona ese azaroso negociado. Esta vez... Los merecimientos quedan patentes en esta muestra sobre la que he escrito una reseña que aparecerá pronto en El Cultural.
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