Leo la espléndida entrevista que le hace Nuria Azancot (en El Cultural) a László Krasznahorkai y me acuerdo de mi añorado amigo Antonio Franco, que en 2009, cuando sólo se había publicado en España un título del escritor húngaro (por Acantilado, su sello de referencia), propició la edición de El último lobo en la colección Territorios escritos de la Fundación Ortega Muñoz (cuidada y diseñada por Julián Rodríguez y en traducción de Adan Kovacsics).
El crítico Enrique García Fuentes escribió: "Desde la barra de un bar de un multiétnico barrio de Berlín, el “Sparschwein”, sito en la “Haupttstrasse, y ante una botella de “Sternburger” (una sola cada vez), un personaje, una especie de escritor acabado (claro trasunto del propio autor, aunque constantemente juegue con el equívoco) va explicando al cada vez más atento camarero húngaro que le despacha la curiosa peripecia de cómo vino a Extremadura y lo que aquí encontró. La situación es francamente tan novelesca como atrayente, ¿qué tienen que ver este casi desahuciado autor con una región donde no hay nada?, pues, como le dicen, se trata de un «territorio enorme, despiadado, desierto, llano, con algunas pequeñas regiones montañosas aquí y allá, sobre todo en las proximidades de la frontera, una aridez tremenda, montañas peladas, tierras resquebrajadas, sin apenas gente, porque la vida allí es durísima, profunda miseria y árido vacío». ¿Qué escribir sobre todo ello?".
De eso va el libro y sí, Krasznahorkai lo escribió a partir de una invitación a visitar esta región realizada por el que fuera director del MEIAC y responsable, mientras vivió, de la citada Fundación. Ese era el espíritu de una colección que reúne sólo tres títulos; además de éste, sendas obras del filósofo alemán Peter Sloterdijk (El reino de la fortuna, seguido del ensayo de Isidoro Reguera "Extremadura, Renacimiento, Fortuna") y del polígrafo salmantino Fernando de la Flor (Las Hurdes. El texto del mundo).
Justo es recordarlo en este momento, cuando el húngaro residente en Berlín, eterno candidato al Nobel (como suele decirse), "el mayor escritor secreto para los lectores secretos", goza de un merecido prestigio y nueve de sus libros están ya traducidos al español.
La razón de su visita a nuestro país es, por cierto, la concesión (en Tánger) del Premio Formentor.