“Nada detesto más que a los poetas verbosos”
“Se trata de decir lo esencial con las palabras justas, por eso elegí la poesía y no la narrativa”
José Luis Argüelles.
Álvaro Valverde (Plasencia, 1959) ha levantado desde su rincón extremeño una de las obras poéticas más consistentes y menos intercambiables de la actual poesía española. Una afirmación verificable con la lectura de su último libro El cuarto del siroco (Tusquets), que presentará el próximo día 4 en Oviedo. Maestro de escuela, lector y crítico atento, escritor de ficción, de viajes… Valverde es, sobre todo, poeta de meditadas palabras que hace fluir de los pozos artesianos de la vida.
-En un poema de Las aguas detenidas (Hiperión), el
primero de sus libros que yo leí, habla del “cobijo habitable/ de la estancia
en penumbra”. Parece remitir ya a este El
cuarto del siroco y a una visión de la poesía como lugar o defensa contra
las asechanzas del mundo…
Sí, siempre ha sido uno,
tímido por naturaleza, de penumbras e interiores, aunque, curiosa paradoja, la
naturaleza y la luz hayan estado tan presentes en mi vida y en mis versos. Esa
tensión entre “fuera” y “dentro”. La fragilidad es un sentimiento, según creo,
fundamental en lo que atañe a nuestra humana condición. Y la poesía, tal vez,
su mejor defensa. Por lo demás, ya lo dijo el cubano Eliseo Diego: “un poema es
una conversación en la penumbra”.
-Toma de Sciascia esa
imagen tan plástica de “la stanza dello scirocco”, pero en “A modo de poética”,
el primer poema del libro, hay una identificación de la poesía con el agua. ¿Su
poesía es resultado de esa tensión entre el posible “cobijo” y lo que fluye y pasa?
Sí, me ha salido un
libro muy acuático. O muy líquido, como esta época. Cito a mi amigo Ángel
Campos: “De todos los milagros, el del agua”. En su lectura del libro, Gonzalo
Hidalgo Bayal ha escrito a propósito de los baños del poema que lleva ese título:
“más que una refutación del πάντα ῥεῖ de Heráclito,
porque al fin y al cabo «todo fluye», son una confirmación de que todo vuelve”.
Es básica la noción de lugar en mi poesía, desde Territorio, pero no cabe duda de que la de uno es machadiana “palabra
en el tiempo”.
-Todo esto remite,
creo, a otro de sus libros importantes, Desde
fuera, donde se hace explícita esa dialéctica dentro/fuera. ¿La poesía para
poder ver y, al mismo tiempo, poder vernos?
Cierto. Lo dije antes.
Y eso sirve tanto para lo meramente externo y espacial como para lo más
personal e interior. La mirada es, junto a la memoria, uno de esos dos reinos
donde, según Valente, se constituye el poeta. En el “siroco” hay múltiples
ejemplos de esa dicotomía entre ambas visiones.
-Y me lleva, a su vez,
a su temprana querencia por la poesía del primer Valente y a la formulación de
la poesía como una forma de conocimiento. ¿Sigue pensando lo mismo?
En efecto. Acabo de
nombrar a Valente y… Fue un maestro en mis inicios. Sus ensayos, por ejemplo,
donde está acaso el origen de mi obsesión por el lugar. Puede que resulte un
poco añeja esa división entre comunicación y conocimiento, pero, aunque uno es
bastante ecléctico en lo que a sus lecturas se refiere, me decanto por la
segunda como vía de interpretación de la realidad. Eso sí, sin que ello suponga
caer en falsos hermetismos o en el pensamiento abstracto. Siempre he apostado
por la claridad, que es donde está la mayor profundidad, como dije en el lejano
año 91.
-Su poesía ha ido
despojándose de un cierto gusto por la palabra tenida por poética para abrazar
una dicción más sencilla. ¿Es así? ¿Por qué?
Sí. Lo expresó muy bien
mi paisano Javier Rodríguez Marcos en una
conferencia de la Fundación March: “Por lo que a mí respecta, he de decir que cada
vez me da más vergüenza usar en los poemas palabras que nunca usaría en una
conversación”. Me aterran las palabras, digamos, “poéticas”, esa lírica
meliflua, vacua y empachosa que con demasiada frecuencia se asocia a lo
poético. Todo esto tiene mucho que ver con la claridad a que antes me refería. Ese
camino de despojamiento, de austeridad, se me ha impuesto por simple coherencia.
Uno es así. Se trata, según creo, de decir lo esencial con las palabras justas.
Ni una más. Por eso, precisamente, elegí la poesía y no la narrativa. Por
economía verbal. Nada detesto más que un poeta verboso. Y lo que abundan.
-Siguiendo con lo
anterior, ¿Qué lugar ocupa El cuarto del
siroco en el conjunto de su obra?
Pues es probable que
culmine el proceso al que aludo. Ha durado algunas décadas. Mi primer libro es
del 85. En ese sentido, su lugar es central. Refleja bien mi poética, que no
deja de ser un ideal al que aspirar. Me da la impresión de que mis lectores
habituales y los que se han acercado a él sin haberme leído antes se han dado
cuenta. Tengo mucha suerte con mis lectores.
-Usted fue incluido en
una antología importante de la poesía española del último medio siglo: La generación de los ochenta, de García
Martín. Creo que su voz es algo así como un puente entre las más bullentes
tendencias poéticas del aquel tiempo (la llamada de la “experiencia” y otras de
línea más conceptual e incluso hermética) a través de una poesía marcadamente
meditativa. ¿Está de acuerdo?
Ojalá. Qué guerras aquellas.
Ya que menciono mi poética, hace muchos años que decidí, frente a esa
imposición de etiquetas a la que tan aficionada es la crítica, ni “experiencia”
ni “diferencia”, optar por una línea plural, pongamos, pues no deja de ser una
tradición de tradiciones, tanto españolas como extranjeras (del ámbito
anglosajón sobre todo): la “poesía meditativa” o “de la meditación”, un término
utilizado por Unamuno, ejercido por Manrique, Fray Luis, Machado, Cernuda o
Brines y estudiado por Valente que podría resumirse en la famoso aserto
unamuniano de “piensa el sentimiento y siente el pensamiento”.
-Viene destacando,
además, como crítico minucioso. ¿Le interesa el fenómeno editorial de los
autores que triunfan en las redes sociales y venden muchos libros con textos
más bien directos, sin demasiada elaboración lírica?
Mi pasión por la
crítica viene de antiguo. Al fin y al cabo, un crítico no es sino un lector atento.
Y que escribe, claro. No voy a citar a Borges, pero el lector está antes que el
poeta. Ese fenómeno que Luis Alberto de Cuenca denomina parapoesía y Benjamín Prado poesía
juvenil no me quita el sueño, por más que me resulte inquietante e incomprensible.
Ese tipo de versificación sentimentaloide y del elemental desahogo, que en
rigor no es poesía, ha existido siempre, ahora bien, nunca había salido del
cajón. Ahora les edita Espasa. Lo curioso es que, además, cuenta con cierto
refrendo crítico. Estamos, o eso parece, ante una operación comercial de altos
vuelos. Tantos que una de sus más conspicuas representantes acaba de ganar el
premio Biblioteca Breve. Vivir para ver. Lo mismo que en mi tierra,
Extremadura, la pobreza ha preservado su rico patrimonio natural, la poesía ha resistido
durante siglos gracias a esa pobreza primordial que la caracteriza, ajena al Mercado.
A partir de ahora… Pues la de verdad, que es la única, seguirá.
-Usted es maestro y se
ha mantenido fiel a su territorio extremeño. ¿La enseñanza de la poesía ha
perdido el lugar que tenía en las aulas?
La literatura en
general ha perdido ese necesario protagonismo. En Primaria, que es el ámbito de
mi trabajo, quizás se note menos. Las maestras y los maestros (aquí sí es
pertinente usar ambos géneros) hemos defendido con arrojo ciertas posiciones y
la poesía pongo por caso, ha mantenido su precaria, útil e imprescindible
presencia. Lo lamentable es que en los libros de texto hace tiempo que
renunciaron a proponer ejemplos de
autores excelentes y eligieron los versos de otros desconocidos e incapaces. Ni
Machado ni Juan Ramón. Demasiado Pepito Pérez. Una pena.
-Dirigió con el
fallecido Ángel Campos Pámpano una revista singular Espacio/Espaço escrito. ¿Por qué hay tan pocos iberistas en España?
Más que dirigir, fundé
esa revista con Pámpano. El alma era él y quien consiguió sacarla, número a
número, adelante. No sé cuáles son las causas de esa ausencia. Antiguos
recelos, imagino. O el desconocimiento. Ambos países hemos vivido de espaldas,
los extremeños también. Uno, mañana mismo unía España y Portugal. Saldríamos
ganando los de este lado de La Raya. Podría esgrimir muchos motivos, la
gastronomía entre ellos, pero me limitaré a señalar su poesía, que, por cierto,
Ángel tanto contribuyó a difundir entre nosotros. Con todo, no nos han faltado
traductores como él, iberistas o no. Como el asturextremeño García Martín. Ni estudiosos de aquí y de allá, como
el gran Eduardo Lourenço, que han tenido, digamos, una visión ibérica del
mundo.
Nota. Este entrevista se publicó el pasado día 28 de febrero en el suplemento Cultura del diario La Nueva España.