La noche estaba fría, ideal para recordar otras veladas semejantes en el Verdugo, aunque dentro la temperatura, querido padre, no fuera la de antaño. José Luis García Martín, como siempre. Te fotografías tanto, le dije, que no parece que haga años que no nos vemos. Él a mí sí me encontró distinto, o eso dijo. Más joven, claro. Por el hall de la sala, los habituales. Pronto se lleno aquello de gente y empezó la lectura. Antes, eso sí, presentó a JLGM su paisana y amiga Ana Reviriego, quien también se ha encargado de la selección de los poemas del cuadernillo, que hace el número 59 de la colección. Lo hizo con un texto centrado en el análisis de su obra poética que, como confesó el autor, le incomodó no poco por aquello de que él está acostumbrado a hablar de los demás y no a escuchar, cara a cara, lo que otros dicen de él, más si es en tono elogioso y recordó la anécdota de aquel congreso celebrado en Oporto sobre la obra de su admirado Eugénio de Andrade al que éste acudió, durante cuatro días, en primera fila.
Muchos años después, resulta innecesario reivindicar la faceta del poeta García Martín. Por tal lo tengo desde que empecé a leerlo, al principio de los ochenta o incluso un poco antes. Entonces, y así siguió siendo durante más de dos décadas, era muy difícil separar su tarea como crítico beligerante, defensor a ultranza de la tendencia dominantes, la de la poesía de la "experiencia" que él prefirió llamar "figurativa", de la poética. Con todo, al hacer recuento, y con sus poemas ya se ha hecho (anoche leyó de su antología La aventura, cuya edición, en Renacimiento, corrió a cargo de la filóloga Rosa Navarro Durán), sería mezquino no reconocer que, además de los diarios y sus trabajos de crítica literaria, su poesía existe y que el poeta merece aparecer en las nóminas generacionales de van fijándose; con el capricho, claro está, que cabe al caso.
En el Verdugo demostró sobradamente esa condición y, tras explicar cómo escribe poesía y algunos asuntos relacionados con lo mismo, que sus lectores habituales conocemos bien (la falsificación, por ejemplo, que llevó a un famoso poeta portugués a incluir en una antología unos poemitas de Sandro Penna que en realidad había escrito él), leyó un puñado de poemas, que a uno se le hicieron pocos. Preferió, ya se sabe, polemizar un rato a los postres de la lectura. Y así lo hizo con Juan Ramón Santos, por ejemplo, que estaba sentado a su derecha. Intenté sonsacarle algo sobre los blogs pero fue parco y explícito: son una herramienta digna de ser aprovechada por el escritor de cara, sobre todo, a su difusión, vino a decirme.
Disfruté con sus versos, no lo niego. Y releer los poemas del cuadernillo me reconcilian con una poesía que no he dejado de frecuentar. Diré más: es de esos poetas que, después de escucharlos (o de leerlos), te animan a escribir. Veremos, pues, aunque parezca lo contrario, no está ya uno para muchos trotes. Poéticos, al menos.
La renuncia de Caja de Extremadura a seguir financiando la cultura extremeña no afecta sólo al Womad cacereño. Por suerte, el Ayuntamiento placentino asume, siquiera en parte, el patrocinio del Aula "José Antonio Gabriel y Galán" y nos permite a los aficionados a la literatura a seguir escuchando a escritores que lo merecen. De nuevo, ay, en el Verdugo.
La renuncia de Caja de Extremadura a seguir financiando la cultura extremeña no afecta sólo al Womad cacereño. Por suerte, el Ayuntamiento placentino asume, siquiera en parte, el patrocinio del Aula "José Antonio Gabriel y Galán" y nos permite a los aficionados a la literatura a seguir escuchando a escritores que lo merecen. De nuevo, ay, en el Verdugo.