6.2.16

La vida quieta

Así ha titulado Melquiades Álvarez (que tiene nombre de político con calle en su natal Gijón, por el barrio de Cimadevilla,) su primer libro de poesía. Llega cuando está a punto de inaugurar su sexta década de vida, y se nota. Quiero decir que, aunque quieta, hay mucha vida vivida en este puñado de poemas que tampoco pueden negar la mano del pintor que es, alguien que desde siempre ha necesitado, como otros artistas, de la escritura en sus tareas de taller. Por eso en la preciosa edición de Trea, no falta la reproducción de una serie de dibujos realizados ex profeso con tinta china y carbón sobre papel. Como la cenrica que aparece en la cubierta, motivo de uno de los poemas.
Albert Camus y Jordi Doce, su paisano, abren con sendas citas el volumen. Allí se afirma, respectivamente, que "cada cosa tiene su verdad" y que "lo que es invisible de tan grande" es "lo que el poema ve".
"Camino de invierno" me parece un excelente poema inicial: "En mi pequeña mano / una manzana helada. // En mi otra mano, la mano de mi padre". Llegan luego otros, también conseguidos, fruto, ante todo, de la observación, de la lúcida mirada de un hombre que más que ver, contempla. Un hombre, por cierto, que pasea, que camina: "Febrero a las afueras". Así, "El afilador", "Viaje del otoño" (un viaje por las carreteras secundarias de España, uno de mis preferidos), "Piedras II" (en un molino abandonado), "Puntal soleado" (pura armonía y serenidad), "Límites", "Vida secreta", "Principio" ("El cofre de la pintura sigue vivo"), el amoroso "Amanecer" y el triste "Despedida", "Visión" (donde alude a "un árbol de la vida quieta"), el emotivo "Convalecencia", "Premonición", "Interior" (la casa como territorio) o "Los muertos" ("Aunque ausentes, los muertos parecen hablar / a través de algunas cosas").
Lo cotidiano, lo diario, es el asunto. Como en "La salida", donde leemos: "eres ese árbol erguido". En los títulos encontramos palabras elocuentes, por sencillas y habituales en la vida de cualquiera: hojas, noche, nubes, piedras, estaciones y meses, olas, nieve... O lugares: Valdediós, Monsacro, Cabo Peñas... O referencias a los objetos y a la música; de violonchelo especialmente, tan melancólica como el tono de estos poemas.
En "Conclusión", el poema final, leemos al principio: "Todo lo que fue importante va dejando de serlo". Pero después dice: "en la quietud desasosegada hay un centro / impuesto y paralizante que, no obstante, / tiene la importancia de una tensa espera. // Como sustancia que el tiempo / inyecta en una vida".