3. Entre otras, hay dos maneras de leer: por afinidad y por contraste. El lector total, por llamarlo de forma rimbombante, quien no lee con anteojeras o sólo aquello que coincide con su gusto, irá barajando ambas posibilidades y, por tanto, se topará con textos que le resulten cercanos y otros que no tanto. Si quien lee, además, escribe, tendrá que añadir a esas normales circunstancias otras que, al fin y al cabo, le pondrán en una situación parecida: lo que lee se acerca a lo que él mismo escribe o todo lo contrario. Esto no significa, por supuesto, que no le pueda gustar una cosa y la inversa. A veces, uno valora más lo que no podría hacer que lo que, aproximadamente, hace. Dicho esto, afirmo que he leído el segundo libro de Álex Chico (Plasencia, 1980) desde la afinidad. Desde la confluencia. Como leí el primero, La tristeza del eco, del que fui, por fortuna, editor.
Dimensión de la frontera, publicado por Ediciones La Isla de Siltolá (Col. Siltolá-Poesía, número 20, en Sevilla y 2011) con la gracia que caracteriza a esta joven editorial andaluza que dirige con inusitado entusiasmo y singular tino el poeta Javier Sánchez Menéndez, reúne poemas escritos entre 2004 y 2010. El libro se abre con un verso de Basilio Sánchez: “Permanecer inmóvil es ahora el destino del que ya nada oculta”. Su poesía -que acaba de reunirse sin el eco que ese relevante hecho merece- ha tenido y tiene un sustantivo ascendiente sobre la breve obra del poeta placentino. No es la única. Si algo podemos anotar bote pronto es la importancia que para Chico tienen los libros y las lecturas, los poetas y la poesía, hasta el punto de subrayar en su libro cierto tono culturalista, que diría un novísimo. Basta repasar el índice para encontrar referencias concretas en los títulos de los poemas al peruano Julio Ramón Ribeyro, al polaco Czesław Miłosz, al portugués –como su inventor, Fernando Pessoa- Alberto Caeiro, al checo Franz Kafka, al alemán Thomas Mann y al francés Stéphane Mallarmé. No son las únicas. En la Nota del autor figuran también los nombres del salmantino Aníbal Núñez (“Nuevo alzado de la ruina”), el zamorano Tomás Sánchez Santiago, la norteamericana Silvia Plath y la también polaca Wisława Szymborska, de cuyas respectivas obras se hace mención.
Entre versos, encontramos también citados a Hierro, Arlt, Valente o Gil de Biedma y a estos nombres habría que añadir los de los autores de los epígrafes o citas que menudean por el libro.
Otro rasgo distintivo que conviene resaltar de la forma de proceder de Álex Chico es la importancia que da a los lugares o, si se prefiere, a la noción de lugar. En este sentido, es elocuente el poema sin título que abre el libro: “[Ciertos lugares conservan el paso...]”: “Un espacio –un lugar– que acaba por no saberse/ si existió, y logrará sobrevivir en la distancia./ Donde no ha ocurrido nada y sin embargo/ se logra no haber sido nunca”.
Vitalista y personal, hasta donde eso es posible en el territorio apátrida de la postmodernidad, su poesía recorre los sitios que ha habitado: Plasencia (innombrada), Barcelona (La Verneda, “En Urquinaona”), Salamanca (“Salamanca. Punto final”) y Granada (“Albayzin”, Pitres-Pórtugos), así como los visitados, con una presencia más que simbólica de lo portugués: “Lisboa”, “Vuelta a Monsanto”… Estos lugares le permiten jugar con asuntos tan obsesivos para él como el del viaje, el regreso, el exilio, el desarraigo, la emigración, etc. No en vano en su vocabulario habitual aparecen con frecuencia términos clave como permanencia, distancia o límite.
Precisamente del citado Basilio Sánchez ha tomado Álex Chico, o eso me parece, un consciente interés por la idea de casa, casi siempre deshabitada, vacía o en ruinas. Casa o molino (“En el límite”), tanto da. Interiores, habitaciones, espacios de la memoria (“sólo la memoria recupera su estado/ de sitio”), en cualquier caso, que le permiten indagar sobre otro concepto insoslayable en su poética: el de la soledad. A este propósito, resalto uno de los poemas más bonitos del libro: “Desde el balcón”, dedicado con gran sentido de la oportunidad a Efi Cubero, donde se dice: “Me pregunto si alguien/ puede subsistir a base de estar/ siempre solo,/ ocupando el mismo espacio/ en silencio,/ distinguiendo a la gente en la distancia,/ y evitando nuevamente el saludo”. Para terminar con: “me pregunto si se puede vivir/ mirando a la calle y al mismo tiempo/ no pensar en nada”.
“Mi lugar está aquí,/ en mitad de un páramo sin ruinas,/ más solitario que un callejón/ plagado de gente y luz difusa./ No hay más presencia que la mía,/ ni diálogo que sirva como hábil comentario/ a la soledad que me circunda.”, leemos en “Continuación de un lugar”. “Un minúsculo agujero –frágil, solitario–/ donde olvidar que vivimos/ más allá de la extrañeza”, dice, por su parte, en “Tierra de nadie”.
El personaje que protagoniza los poemas es alguien que observa en solitario, como acabo de señalar, a menudo a través de una ventana o un balcón. Un ser inmóvil (allí donde esté), cansado, habitualmente melancólico, que sabe, como todos, de la derrota y el fracaso, que cifra en escribir lo que de verdad importa: “Ahora lo sé. Sólo escribí para morir con cierta dignidad”, “que quede, al menos, escrito”.
Uno compararía Dimensión de la frontera con un diario. Quiero decir que parece escrito de esa manera, como una sucesión de anotaciones que hace alguien al amor de los días, o todo lo contrario. Esto, que puede ser una impresión sólo mía, daría al libro un tono característico, muy cercano, como ha señalado el profesor Miguel Ángel Lama, al “yo” –al ser y a sus orteguianas circunstancias-. Un tono característico de la poesía moderna –la anglosajona sobre todo; aquí representada, entre otros, por Cernuda o el mencionado Jaime Gil, un poeta muy estimado por Chico-, el tono de la confidencia, que nada tiene que ver con el de la confesionalidad falsamente romántica.
Aunque a veces viaje a la naturaleza, el paisaje es sustancialmente urbano y, ya allí, de afueras y extrarradio más que céntrico. Si acaso de plazas retiradas y tranquilas, “en penumbra”, donde repetir esa circularidad que la memoria y el olvido (“Memorias del olvido”), las idas peligrosas y las vueltas imposibles, transforman en una suerte de eterno retorno.
La perplejidad del que duda está en el meollo de estos poemas de la incertidumbre que no dejan de preguntarse sobre la realidad con el secreto temor de que nada en el pasado fuera como se recuerda ahora. O, con palabras de César Simón, que toma prestadas en uno de los epígrafes del libro: “este no saber nunca/ en qué lugar del tiempo y del espacio,/ de la realidad y el sueño, sucede nuestra vida”.
Dividido en tres partes: “Más allá del sur”, “Tiempo después” y “Al final de la calle (Epílogo)”, Dimensión de la frontera contiene poemas excelentes. Quienes le acompañamos en el primer paso, no podemos por menos que alegrarnos de este segundo: más seguro, más firme, más pleno. Intuyo que el extenso poema final dedicado al lugar de su infancia -el barrio barcelonés de La Verneda, donde vivió los primeros nueve años de su vida en compañía de sus padres, cerca de la barriada a la que llegaron sus abuelos desde el profundo sur granadino en busca de trabajo en los sesenta- abre nuevos caminos a su poesía.
“Ya va siendo hora, me digo, de interpretar/ la vida con un poco más de calma”, dice en “Adagio in sol minore”. Me da la impresión, y con esto termino, de que este libro cierra un ciclo y clausura algunas obsesiones ya debidamente asimiladas. El tercer libro de Álex Chico, aun regresando una y otra vez, por aquello de la citada circularidad, al punto de partida, estará escrito con otras palabras y pertenecerá por tanto a otra nostalgia del futuro.
Como sé que te gustan las citas, Álex, te leo una de Jorge Riechmann, de su último libro, El común de los mortales. Corresponde al único verso de su poema “Consejos a un joven poeta”, que consta de tres partes (I, II, III), donde siempre se repite: “Trata de decir la verdad”.
Muchas gracias.
Dimensión de la frontera, publicado por Ediciones La Isla de Siltolá (Col. Siltolá-Poesía, número 20, en Sevilla y 2011) con la gracia que caracteriza a esta joven editorial andaluza que dirige con inusitado entusiasmo y singular tino el poeta Javier Sánchez Menéndez, reúne poemas escritos entre 2004 y 2010. El libro se abre con un verso de Basilio Sánchez: “Permanecer inmóvil es ahora el destino del que ya nada oculta”. Su poesía -que acaba de reunirse sin el eco que ese relevante hecho merece- ha tenido y tiene un sustantivo ascendiente sobre la breve obra del poeta placentino. No es la única. Si algo podemos anotar bote pronto es la importancia que para Chico tienen los libros y las lecturas, los poetas y la poesía, hasta el punto de subrayar en su libro cierto tono culturalista, que diría un novísimo. Basta repasar el índice para encontrar referencias concretas en los títulos de los poemas al peruano Julio Ramón Ribeyro, al polaco Czesław Miłosz, al portugués –como su inventor, Fernando Pessoa- Alberto Caeiro, al checo Franz Kafka, al alemán Thomas Mann y al francés Stéphane Mallarmé. No son las únicas. En la Nota del autor figuran también los nombres del salmantino Aníbal Núñez (“Nuevo alzado de la ruina”), el zamorano Tomás Sánchez Santiago, la norteamericana Silvia Plath y la también polaca Wisława Szymborska, de cuyas respectivas obras se hace mención.
Entre versos, encontramos también citados a Hierro, Arlt, Valente o Gil de Biedma y a estos nombres habría que añadir los de los autores de los epígrafes o citas que menudean por el libro.
Otro rasgo distintivo que conviene resaltar de la forma de proceder de Álex Chico es la importancia que da a los lugares o, si se prefiere, a la noción de lugar. En este sentido, es elocuente el poema sin título que abre el libro: “[Ciertos lugares conservan el paso...]”: “Un espacio –un lugar– que acaba por no saberse/ si existió, y logrará sobrevivir en la distancia./ Donde no ha ocurrido nada y sin embargo/ se logra no haber sido nunca”.
Vitalista y personal, hasta donde eso es posible en el territorio apátrida de la postmodernidad, su poesía recorre los sitios que ha habitado: Plasencia (innombrada), Barcelona (La Verneda, “En Urquinaona”), Salamanca (“Salamanca. Punto final”) y Granada (“Albayzin”, Pitres-Pórtugos), así como los visitados, con una presencia más que simbólica de lo portugués: “Lisboa”, “Vuelta a Monsanto”… Estos lugares le permiten jugar con asuntos tan obsesivos para él como el del viaje, el regreso, el exilio, el desarraigo, la emigración, etc. No en vano en su vocabulario habitual aparecen con frecuencia términos clave como permanencia, distancia o límite.
Precisamente del citado Basilio Sánchez ha tomado Álex Chico, o eso me parece, un consciente interés por la idea de casa, casi siempre deshabitada, vacía o en ruinas. Casa o molino (“En el límite”), tanto da. Interiores, habitaciones, espacios de la memoria (“sólo la memoria recupera su estado/ de sitio”), en cualquier caso, que le permiten indagar sobre otro concepto insoslayable en su poética: el de la soledad. A este propósito, resalto uno de los poemas más bonitos del libro: “Desde el balcón”, dedicado con gran sentido de la oportunidad a Efi Cubero, donde se dice: “Me pregunto si alguien/ puede subsistir a base de estar/ siempre solo,/ ocupando el mismo espacio/ en silencio,/ distinguiendo a la gente en la distancia,/ y evitando nuevamente el saludo”. Para terminar con: “me pregunto si se puede vivir/ mirando a la calle y al mismo tiempo/ no pensar en nada”.
“Mi lugar está aquí,/ en mitad de un páramo sin ruinas,/ más solitario que un callejón/ plagado de gente y luz difusa./ No hay más presencia que la mía,/ ni diálogo que sirva como hábil comentario/ a la soledad que me circunda.”, leemos en “Continuación de un lugar”. “Un minúsculo agujero –frágil, solitario–/ donde olvidar que vivimos/ más allá de la extrañeza”, dice, por su parte, en “Tierra de nadie”.
El personaje que protagoniza los poemas es alguien que observa en solitario, como acabo de señalar, a menudo a través de una ventana o un balcón. Un ser inmóvil (allí donde esté), cansado, habitualmente melancólico, que sabe, como todos, de la derrota y el fracaso, que cifra en escribir lo que de verdad importa: “Ahora lo sé. Sólo escribí para morir con cierta dignidad”, “que quede, al menos, escrito”.
Uno compararía Dimensión de la frontera con un diario. Quiero decir que parece escrito de esa manera, como una sucesión de anotaciones que hace alguien al amor de los días, o todo lo contrario. Esto, que puede ser una impresión sólo mía, daría al libro un tono característico, muy cercano, como ha señalado el profesor Miguel Ángel Lama, al “yo” –al ser y a sus orteguianas circunstancias-. Un tono característico de la poesía moderna –la anglosajona sobre todo; aquí representada, entre otros, por Cernuda o el mencionado Jaime Gil, un poeta muy estimado por Chico-, el tono de la confidencia, que nada tiene que ver con el de la confesionalidad falsamente romántica.
Aunque a veces viaje a la naturaleza, el paisaje es sustancialmente urbano y, ya allí, de afueras y extrarradio más que céntrico. Si acaso de plazas retiradas y tranquilas, “en penumbra”, donde repetir esa circularidad que la memoria y el olvido (“Memorias del olvido”), las idas peligrosas y las vueltas imposibles, transforman en una suerte de eterno retorno.
La perplejidad del que duda está en el meollo de estos poemas de la incertidumbre que no dejan de preguntarse sobre la realidad con el secreto temor de que nada en el pasado fuera como se recuerda ahora. O, con palabras de César Simón, que toma prestadas en uno de los epígrafes del libro: “este no saber nunca/ en qué lugar del tiempo y del espacio,/ de la realidad y el sueño, sucede nuestra vida”.
Dividido en tres partes: “Más allá del sur”, “Tiempo después” y “Al final de la calle (Epílogo)”, Dimensión de la frontera contiene poemas excelentes. Quienes le acompañamos en el primer paso, no podemos por menos que alegrarnos de este segundo: más seguro, más firme, más pleno. Intuyo que el extenso poema final dedicado al lugar de su infancia -el barrio barcelonés de La Verneda, donde vivió los primeros nueve años de su vida en compañía de sus padres, cerca de la barriada a la que llegaron sus abuelos desde el profundo sur granadino en busca de trabajo en los sesenta- abre nuevos caminos a su poesía.
“Ya va siendo hora, me digo, de interpretar/ la vida con un poco más de calma”, dice en “Adagio in sol minore”. Me da la impresión, y con esto termino, de que este libro cierra un ciclo y clausura algunas obsesiones ya debidamente asimiladas. El tercer libro de Álex Chico, aun regresando una y otra vez, por aquello de la citada circularidad, al punto de partida, estará escrito con otras palabras y pertenecerá por tanto a otra nostalgia del futuro.
Como sé que te gustan las citas, Álex, te leo una de Jorge Riechmann, de su último libro, El común de los mortales. Corresponde al único verso de su poema “Consejos a un joven poeta”, que consta de tres partes (I, II, III), donde siempre se repite: “Trata de decir la verdad”.
Muchas gracias.
Álvaro Valverde
Plasencia, otoño de 2011
Plasencia, otoño de 2011
Nota: Este texto fue leído en el Aula de Cultura de la calle del Verdugo la noche del 18 de noviembre de 2011.