Hace mucho que los editores españoles tratan a la poesía hispanoamericana con el respeto que merece. Los grandes y los pequeños, si cabe tal distingo en el inmenso pero minoritario mundo de la lírica. De Tusquets, Pre-Textos, Visor o Renacimiento hasta Ediciones Liliputienses, donde Cumbreño publica, por ejemplo, una nueva edición de Punctum, del argentino Martín Gambarotta. El flujo, por suerte, es continuo y ya no cabe parafrasear a Bernard Shaw, aquello de que "una lengua común nos separa". Esto, que para la mayor parte de los editores de poesía (y no sólo), ya digo, es común, lo es aún más para los responsables de la Biblioteca de Poesía en Español de Sibila / Fundación BBVA. El próximo libro que editen hará el número 30 de la colección, en sus distintas veriantes –Obras completas, Antologías, Libros históricos (ya publicados), Libros actuales (inéditos) y Libros de estética y teoría poética– y todos, si no me equivoco, son poetas ultramarinos. Los tres últimos que he leído, inéditos, son una buena muestra de la importancia de esa aventura. Me refiero a El rumor de los bordes, de Lila Zemborain; Fragmento de una manzana y otros poemas, de Miguel Ángel Zapata y Como en tierra salvaje, un vaso griego, de Elkin Restrepo. En ese orden, si no se malinterpreta la prelación, esa cosa tan poco poética. La argentina Zemborain, lo confieso, me excede por experimental (no hago un juicio de valor); del peruano Zapata (que vive, como ella, en Nueva York) copiaré otro día un poema que dará una idea cabal de su interesantísima manera de decir, tan sencilla como elaborada, y me extenderé, por fin, sobre el libro del colombiano Restrepo, que vive, supongo, en su Medellín natal y que ha titulado una de sus antologías (de 2010) Poeta de provincia. Lo digo por la ironía que encierra. Nada menos provinciano que este libro de título tan sugerente donde prima, como decimos aquí, el culturalismo. Nada pedante, añado, no libresco e impostado, sino natural y sencillo como la vida misma, que es el material que más abunda en esos poemas. Digo "culturalista", y ahora lo entrecomillo, porque en ellos se acerca el antiguo Egipto (a un joven faraón -que es un joven dios-, su esposa, su corte, su pirámide, sus sueños, etc.), a Grecia (de la mano de Ulises, Ayax, Odiseo, Aquiles, Helena, Naúsica, etc.), el mundo mesoamericano (con Quetzalcóatl, su cultura y sus otras pirámides) y, ruinas y museos adelante, hasta Hamlet, Tolstoi, Conrad, Freud, Houdini, Gauguin o Hemingway ("Idaho, 1961").
La narratividad impera. Y, cómo no, el monólogo dramático. Personas o personajes -los ya citados, literarios o reales- a los que Restrepo pone voz para que reflexionen sobre su existencia y den cuenta de sus alegrías y de sus pesares. De las suyas y, cabe añadir, de las del poeta, que pone en su boca las palabras. El lenguaje es sencillo, con suaves aliteraciones, sin ningún aspaviento, eficaz y discreto. Nunca estorba. A veces uno duda que esté leyendo -dichosos tópicos- a un americano del sur.
Hay en el conjunto un tono arqueológico, pero no porque se escuche un discurso muerto, al revés: parece que uno estuviera asistiendo al descubrimiento de restos valiosos que vuelven del pasado y se nos muestran aún vivos, llenos de verdad y de belleza. "Ir allí y aplicarse al verso, / a pulirlo como a un vaso antiguo".
Todo transcurre con una gran serenidad. Sí, uno lee y es como si estuviera oyendo a alguien contar antiguas leyendas que, sin embargo, a pesar del tiempo, no han perdido un ápice de actualidad e interés.
Hay poemas preciosos en el conjunto: "Atribución", "Oráculo", "Escenario", "Documento", "Bárbaros"... Ya que lo cito, no está de más que destaque una voz que me ha sonado al fondo, discretamente, la de Cavafis; el más histórico, ese modelo inevitable de la gran poesía moderna.
"Conturba que lo que una vez fue, / ahora sea como si no hubiera sido nunca", son versos que resumen el alcance de este libro y, acaso, su razón de ser.
En el poema "Pugna", escribe Restrepo: "No vale la pena que gastes tu vida / escribiendo versos que nadie va a leer. / Si hay un oficio inútil, es éste. / En lugar de estar estrujándote los sesos, / vete a una sauna, el placer llama". Menos mal que en el último verso, tras la lucha entre "demonios, ángeles y lobos", concluye: "escribo al fin estos versos". Que uno, y con qué satisfacción, ha leído.
La narratividad impera. Y, cómo no, el monólogo dramático. Personas o personajes -los ya citados, literarios o reales- a los que Restrepo pone voz para que reflexionen sobre su existencia y den cuenta de sus alegrías y de sus pesares. De las suyas y, cabe añadir, de las del poeta, que pone en su boca las palabras. El lenguaje es sencillo, con suaves aliteraciones, sin ningún aspaviento, eficaz y discreto. Nunca estorba. A veces uno duda que esté leyendo -dichosos tópicos- a un americano del sur.
Hay en el conjunto un tono arqueológico, pero no porque se escuche un discurso muerto, al revés: parece que uno estuviera asistiendo al descubrimiento de restos valiosos que vuelven del pasado y se nos muestran aún vivos, llenos de verdad y de belleza. "Ir allí y aplicarse al verso, / a pulirlo como a un vaso antiguo".
Todo transcurre con una gran serenidad. Sí, uno lee y es como si estuviera oyendo a alguien contar antiguas leyendas que, sin embargo, a pesar del tiempo, no han perdido un ápice de actualidad e interés.
Hay poemas preciosos en el conjunto: "Atribución", "Oráculo", "Escenario", "Documento", "Bárbaros"... Ya que lo cito, no está de más que destaque una voz que me ha sonado al fondo, discretamente, la de Cavafis; el más histórico, ese modelo inevitable de la gran poesía moderna.
"Conturba que lo que una vez fue, / ahora sea como si no hubiera sido nunca", son versos que resumen el alcance de este libro y, acaso, su razón de ser.
En el poema "Pugna", escribe Restrepo: "No vale la pena que gastes tu vida / escribiendo versos que nadie va a leer. / Si hay un oficio inútil, es éste. / En lugar de estar estrujándote los sesos, / vete a una sauna, el placer llama". Menos mal que en el último verso, tras la lucha entre "demonios, ángeles y lobos", concluye: "escribo al fin estos versos". Que uno, y con qué satisfacción, ha leído.