Hace seis años, en este mismo blog, publiqué un poema de José Manuel Arango que no ha dejado de perseguirme desde que lo leí por vez primera: Hölderlin, el número VII de su primer libro, Este lugar de la noche (1973). Por fin he tenido ocasión de leer su Poesía Completa, que, en edición de Francisco José Cruz, publicó la Biblioteca de Poesía en Español de Sibila-Fundación BBVA en 2009. Reúne los versos de sus cuatro libros -el ya citado, Signos (1978), Cantiga (1987) y Montañas (1995)-, así como "Otros poemas" y "Poemas póstumos". Es un libro excepcional, sin duda. De uno de los muchos poetas excelentes que Colombia ha dado. Y sigue dando. Traductor, y no en vano, de la sin par Emily Dickinson. Copio aquí dos poemas.
XXXVI. EL PADRE
A veces
veo en mis manos las manos
de mi padre y mi voz
es la suya
un oscuro terror
me toca
quizá en la noche
sueño sus sueños
y la fría furia
y el recuerdo de lugares no vistos
son él, repitiéndose
soy él, que vuelve
cara detenida de mi padre
bajo la piel, sobre los huesos de mi cara
DEL CAMINO
No hay camino, dijo el maestro.
Y si acaso hubiera un camino
nadie podría hallarlo.
Y si alguien por ventura lo hallara
no podría enseñarlo a otro.
No hay camino, dijo el maestro.
Y si acaso hubiera un camino
nadie podría hallarlo.
Y si alguien por ventura lo hallara
no podría enseñarlo a otro.
En "La bailarina sonámbula", un homenaje a Lezama Lima, Arango escribió: "La poesía debe ser un baile. El ritmo, la música le son consustanciales. Si la prosa corresponde al caminar llano, la poesía corresponde a la danza. (...) Porque la poesía es como un baile sonámbulo, una conjunción de mesura y de sueño".