Foto Guaji |
Ya avanzamos aquí la impetuosa llegada a la escena literaria española (y más) del pacense Jesús Carrasco (1972) con su ópera prima, la novela Intemperie (un título excelente que, además, se adecúa como un guante a la historia que relata).
Uno, como tantos (gracias, Nahir), la ha leído y poco o nada puede añadir a lo que, desde los críticos más eminentes (Ricardo Senabre, José María Pozuelo Yvancos o J. Ernesto Ayala-Dip) y los más rebeldes (Ignacio Echevarría) hasta los más modestos lectores y blogueros, se ha dicho ya. Esta vez no he podido resistir la tentación y, ay, los he leído.
Puedo comentar, eso sí, que me ha gustado (me temo que otro lugar común), que la historia es tan sencilla como efectiva, que te engancha enseguida y que tiene, sí, algo (o mucho) de western. Para mí, aficionado al género, un plus.
Es admirable, sin duda, el uso que hace Carrasco del lenguaje (ese "detallismo" que destaca Senabre), más para quienes desconocemos el mundo rural donde transcurre; sin embargo, reconozco como algo forzado ese "preciosismo" que denuncia Echevarría en El Cultural o ese "excesivo formalismo" a que se ha referido Pozuelo en ABC. Y ya que lo menciono, no acabo de explicarme cómo una novela así, que basa buena parte de su fortaleza y de su sentido en la poderosa lengua que utiliza (remito de nuevo al profesor Senabre), puede ser traducida con fidelidad a tantos idiomas extranjeros, los que se hablan en países donde uno no imagina que se haya usado (no ya que se use) el prolijo, rico y preciso vocabulario ("en el que cada objeto tiene su vocablo exacto") que se corresponde con seres, utensilios, usos, giros y demás expresiones propias del agro español y, más en concreto, del extremeño. ¿Cómo llevar ciertas descripciones, pongo por caso, a otra lengua? Uno que cree en la traducción y confía en los traductores no debería dudar, pero...
Tenía razón Ayala Dip al mencionar que el texto le recordaba a dos autores de aquí: a Julián Rodríguez y al Gonzalo Hidalgo Bayal de ciertos relatos de Conversación. No veo esa relación, en lo que respecta al primero, más allá de ciertas ruralidades que, con todo, son opuestas entre ellos: por una mera cuestión de enfoque y de lenguaje: de estilo. A GHB me han sonado un par o tres de frases y, ya puestos, cierto paralelismo paisajístico con páginas de El espíritu áspero. Un común panorama, diría, metafísico. Aspereza e intemperie son, por lo demás, términos cercanos, si bien en la novela del de Higuera de Albalat prima, según creo, lo vegetal sobre lo desértico. Lo abrupto y escarpado sobre lo llano. Por lo demás, cualquier parecido con la realidad se me antoja pura coincidencia.
No me extraña, en fin, que la novela haya gustado. Me alegro, incluso, porque demuestra que un buen libro -de literatura, quiero decir- puede llegar a la categoría de best seller sin menoscabo; que a diferencia de lo que uno se temía, en España hay lectores dignos de tal nombre entre los que se limitan a leer para pasar el rato o entretenerse. No todo van a ser sombras, Dueñas y Jorge Javier.
Es admirable, sin duda, el uso que hace Carrasco del lenguaje (ese "detallismo" que destaca Senabre), más para quienes desconocemos el mundo rural donde transcurre; sin embargo, reconozco como algo forzado ese "preciosismo" que denuncia Echevarría en El Cultural o ese "excesivo formalismo" a que se ha referido Pozuelo en ABC. Y ya que lo menciono, no acabo de explicarme cómo una novela así, que basa buena parte de su fortaleza y de su sentido en la poderosa lengua que utiliza (remito de nuevo al profesor Senabre), puede ser traducida con fidelidad a tantos idiomas extranjeros, los que se hablan en países donde uno no imagina que se haya usado (no ya que se use) el prolijo, rico y preciso vocabulario ("en el que cada objeto tiene su vocablo exacto") que se corresponde con seres, utensilios, usos, giros y demás expresiones propias del agro español y, más en concreto, del extremeño. ¿Cómo llevar ciertas descripciones, pongo por caso, a otra lengua? Uno que cree en la traducción y confía en los traductores no debería dudar, pero...
Tenía razón Ayala Dip al mencionar que el texto le recordaba a dos autores de aquí: a Julián Rodríguez y al Gonzalo Hidalgo Bayal de ciertos relatos de Conversación. No veo esa relación, en lo que respecta al primero, más allá de ciertas ruralidades que, con todo, son opuestas entre ellos: por una mera cuestión de enfoque y de lenguaje: de estilo. A GHB me han sonado un par o tres de frases y, ya puestos, cierto paralelismo paisajístico con páginas de El espíritu áspero. Un común panorama, diría, metafísico. Aspereza e intemperie son, por lo demás, términos cercanos, si bien en la novela del de Higuera de Albalat prima, según creo, lo vegetal sobre lo desértico. Lo abrupto y escarpado sobre lo llano. Por lo demás, cualquier parecido con la realidad se me antoja pura coincidencia.
No me extraña, en fin, que la novela haya gustado. Me alegro, incluso, porque demuestra que un buen libro -de literatura, quiero decir- puede llegar a la categoría de best seller sin menoscabo; que a diferencia de lo que uno se temía, en España hay lectores dignos de tal nombre entre los que se limitan a leer para pasar el rato o entretenerse. No todo van a ser sombras, Dueñas y Jorge Javier.