En la colección de Poesía de la editorial hispano-mexicana Vaso Roto no suelen publicarse libros, digamos, complacientes. Busca un lector cómplice, ajeno a los prejuicios poéticos, abierto y sin anteojeras, interesado por lo nuevo y lo diferente, moderno y cosmopolita, exigente en suma. Jeanette Lozano ha escrito: "Vaso Roto toma su nombre de dos fuentes: un poema de James Merrill: “The Broken Bowl” y también de Hölderlin: Dejad que la vasija rompa el vaso para que todo lo divino se convierta en cosa humana. Es nuestro deseo y por este hemos venido luchando. Creemos que el acto poético prepara el camino para la construcción del verdadero ser. Esperamos que por éste, nuestros lectores escuchen esa resonancia y con ella su palabra".
Pocos libros más adecuados a ese espíritu editorial que Balada para Metka Krašovec, del esloveno Tomaž Šalamun (Zagreb, Croacia, 1941), uno de tantos niños europeos damnificado por el nazismo que, de huida en huida, se acabó convirtiendo en una suerte de viajero permanente. En un testigo del horror y del miedo. Y, de paso, en escritor. Otro lugar común. Como Simic, por ejemplo, compañero de colección, un autor con el que uno le encuentra similitudes.
Se nos avisa en la contracubierta del libro que la Balada dedicada por Šalamun a su mujer, la pintora Metka Krašovec, ocupa un lugar central en su obra; "es, a la vez, un compendio de sus modos y el más ambicioso de sus libros. Reflexiones familiares, amorosas, sobre la amistad y su país se entremezclan con notas de viaje por México o los Estados Unidos. La poética de Šalamun es polifónica, trata de decirlo todo de todas las maneras y en todos los tonos, y este conjunto de poemas es el que mejor permite comprobarlo".
Uno, que tenía a Šalamun por miembro de número de la selecta academia lírica de Martín López-Vega, siempre ojo avizor allende nuestras fronteras, sabe que hace años, en 1999, Visor publicó Selección de poemas, una antología de Pablo Fajdiga que no recuerdo haber leído, aunque puede que sí, y que Abraham Gragera ha traducido al menos cinco poemas de Balada, uno, decía, sostiene que los lectores en español podemos conocer como es debido la poesía del esloveno gracias al arrojo de una editorial consecuente, sí, pero también, o sobre todo, a la titánica tarea de Xavier Farré, traductor, entre otros, de Milosz, Herbert y Zagajewski. "Entrar en el món i en la llengua de Tomaž Šalamun exigeix una dosi important d’esforç, esforç que després es veu recompensat amb escreix. D’alguns poemes, no recordo quantes versions n’he fet, era un treball de correcció i de nova correcció", ha comentado Farré en su blog (donde se puede leer el poema "West Broadway").
No en vano el libro elegido está "unánimemente reconocido como uno de los libros esenciales de la poesía europea de las últimas décadas". Su primera edición data de 1981, si bien en algún poema el poeta confiesa su edad, 37 años entonces, y el último está fechado el 11 de septiembre de 1979.
Como no es una novela, poco puede uno decir de su contenido. Además, tiene casi trescientas páginas (dando por descontado que la edición es bilingüe). Lo que sí puedo afirmar es que la de Šalamun me parece una poesía fragmentaria, elíptica, con aires de collage, hermética a rachas (acaso por eso), paradójica: oscura por momentos pero, en otros, de una claridad deslumbrante, surrealista a su manera, pero llena de realismo. Una poesía seca en el mejor sentido, sin asomos de barroquismo y literatura; histórica y civil, personal y de todos; políglota y viajera (USA, México, ya se comentó). Intempestiva y líquida, diría, como este tiempo.
Al principio, sobre todo, en los primeros poemas, hay versos que parecen aforismos: "La soledad es un disparo en el vacío". "La muerte es una extraña bebida". Otros, del mismo tenor, se inclinan, más imaginativos o surrealizantes, hacia el aerolito o la gueguería. Una forma de proceder que aporta a lo escrito un tono sentencioso. Uno de tantos, porque otras veces, en los poemas largos (el que da el título al libro, por ejemplo), el sentido de la composición se impone y el tono pasa a ser, aunque siempre dentro de los límites que le marcan el fragmento y la elipsis (esa suerte de silencio), discursivo e incluso narrativo.
Dios es una presencia constante ("Dios es el Vacío", "Dios es mi lector") en esta Balada en la que aparecen muchas voces: de abuelos, padres, familia y vecinos, amigos, lugares...
Al principio, sobre todo, en los primeros poemas, hay versos que parecen aforismos: "La soledad es un disparo en el vacío". "La muerte es una extraña bebida". Otros, del mismo tenor, se inclinan, más imaginativos o surrealizantes, hacia el aerolito o la gueguería. Una forma de proceder que aporta a lo escrito un tono sentencioso. Uno de tantos, porque otras veces, en los poemas largos (el que da el título al libro, por ejemplo), el sentido de la composición se impone y el tono pasa a ser, aunque siempre dentro de los límites que le marcan el fragmento y la elipsis (esa suerte de silencio), discursivo e incluso narrativo.
Dios es una presencia constante ("Dios es el Vacío", "Dios es mi lector") en esta Balada en la que aparecen muchas voces: de abuelos, padres, familia y vecinos, amigos, lugares...
Me alegro de haber leído este libro rico y complejo. Me reafirma en el convencimiento de que la poesía, cuando de verdad lo es, siempre sorprende. Porque habita en el humano territorio de la perplejidad.
Con mi lengua,
como un entregado
perro fiel, Te lamo
la cabeza dorada,
lector.
Mi amor
es terrible.
Con mi lengua,
como un entregado
perro fiel, Te lamo
la cabeza dorada,
lector.
Mi amor
es terrible.