Y., A. y yo pasamos el Día de Extremadura en Portugal. Nos acercamos a Castelo Branco, ciudad hermanada con Plasencia, que uno no conocía.
Lo mejor de los viajes son las sorpresas. Qué sitio tan bonito, qué paseos tan agradables, qué bien comimos (y qué barato), qué maravilloso el barroco Jardín del Paço, más por ese poema de mi admirada Sophia de Mello Breyner que se puede leer a la entrada, en el centro de interpretación, y que, claro, me recordó a mi añorado Ángel Campos, traductor suyo al español.
El día nos regaló una luz especial, limpia, muy acorde con el espíritu de ese lugar fronterizo donde uno se encontró como en casa.
Mejor acaso que todo lo dicho hasta ahora, el trato que los portugueses te regalan. No dábamos crédito: mientras esperábamos en el restaurante para ocupar una mesa, señores mayores nos pedían perdón desde la suya por no poder comer más deprisa y aliviar, así, el hambre y la espera.
Dicen nuestros vecinos que, de España, ni viento ni casamiento. Por el contrario, para uno, que nunca se perdonará no conocer Portugal mejor, siempre es bienvenido su viento (de poniente), su paisaje, sus lugares y su gente. No digamos su literatura. La poesía ante todo.
Jardim em flor, jardim de impossessão,
Transbordante de imagens mas informe,
Em ti se dissolveu o mundo enorme,
Carregado de amor e solidão.
A verdura das árvores ardia,
O vermelho das rosas transbordava
Alucinado cada ser subia
Num tumulto em que tudo germinava.
A luz trazia em si a agitação
De paraísos, deuses e de infernos,
E os instantes em ti eram eternos
De possibilidades e suspensão.
Mas cada gesto em ti se quebrou, denso
Dum gesto mais profundo em si contido,
Pois trazias em ti sempre suspenso
Outro jardim possível e perdido.
(Aquí se puede leer una versión en español, del mexicano Miguel Ángel Flores)