Juan Manuel Macías ha traducido al completo y por primera vez al castellano un hermoso libro, de los dos que publicó en vida María Polydouri: Los trinos que se extinguen.
Lo edita pulcramente Vaso Roto.
Nació en Kalamata en 1902 y murió en Atenas a los 28 años, en 1930. Su biografía ("tan artificiosa como todas") es tan breve como su vida, pero tan intensa como los pocos poemas que le dio tiempo a componer. Estudió Derecho, fue funcionaria, se enamoró de otro poeta, el suicida Karyotakis, viajó a Paris y de la capital francesa regresó ya enferma de tuberculosis, la enfermedad que se la llevó a la tumba, aunque no deje de fantasearse con su presunto suicidio.
Los poemas de este libro fueron escritos en su mayor parte, como nos cuenta en su ajustado prólogo Macías, en el sanatorio de Sotiría. Son poemas apasionados y hondos, propios de alguien que se extingue, tal los trinos de su título, y que lo sabe. No falta en ellos la melancolía, pero tampoco la "amarga celebración". Ni el amor. Polydouri, ay, era joven. Ni la muerte, tan cierta, tan a mano. Lo que no hay es patetismo, ni falsedad, ni siquiera la consabida retórica. Al revés, hay mucha verdad. Al leer sus versos, llenos de flores y de árboles, uno puede sentirla, como si la jovencísma, la tísica y triste María estuviera aquí al lado. Su tono, confidencial e íntimo, hace al lector partícipe, con naturalidad, de su dolor. Y lo hace suyo. También de su fugaz alegría.
Algunos poemas son soberbios. Así, "No lo dirán", "París", "Porque me quisiste" (¡), "Timidez", "En mi casa" o "Sotiría", acaso mi preferido: "Que se marche ya el día con sus luces. / ¿Por qué la noche se demora tanto?"
Sin quitarle un ápice de talento a Polydouri, también es culpable de esa excelencia su traductor, Juan Manuel Macías. No está de más que conste.