"Los hombres difíciles son los que aman a los sencillos, los que adoran, diríamos, la sencillez, la naturalidad o la gracia, a sabiendas de lo imposible que se les hace a ellos regresar a aquel país perdido". Así comienza Los hombres difíciles, del poeta y crítico de arte Enrique Andrés Ruiz, publicado por el Museo Ramón Gaya y la Fundación Banco de Santander. Un libro donde reúne lo escrito a propósito de la obra del pintor murciano Ramón Gaya, que es mucho, y todo con la hondura, el criterio y la claridad que el soriano deposita en cuanto da a la imprenta. Sea lo que sea. Con un poema, por ejemplo, "Nueve de marzo" -dedicado al autor de Diario de un pintor y a su mujer, Isabel Verdejo-, se cierra un volumen donde, además de analizar pormenorizadamente la obra pictórica de aquel raro genial (al que la historia del arte aún no ha concedido el alto lugar que se merece), piensa en voz alta sobre ése y otros "espíritus difíciles" del siglo veinte español, "hombres distintos", solitarios y "modernos", como su amigo José Bergamín. O Cernuda, Juan Ramón, María Zambrano... Gente destinada a "llevar la contraria", que es "llevarla a sabiendas".
Gaya siempre estuvo a favor de la vida. La pintura en su centro. Mirando siempre de reojo a Velázquez, de quien dijo acaso lo mejor que sobre el autor de La Villa Medici se haya dicho, en su libro Velázquez, pájaro solitario.
Lo define muy bien EAR cuando recuerda que «pensar en el Museo del Prado era para él como pensar en "una especie de patria"».
Lo define muy bien EAR cuando recuerda que «pensar en el Museo del Prado era para él como pensar en "una especie de patria"».
Mucho más, insisto, que una mera recopilación de trabajos sobre el pintor, su vida y su obra, Los hombres difíciles es ya un testimonio imprescindible para comprender el verdadero alcance de Gaya. Alguien que, a pesar de los pesares, prefirió "la puerta estrecha". Un ejemplo.