Son muchos los viajes que uno no ha emprendido. Me refiero a esos viajes que pudieron ser y que no fueron. Amables invitaciones que uno declinó (la familia, el trabajo...), oportunidades de conocer personas y sitios para siempre perdidos. A Hispanoamérica, por ejemplo. A países concretos como Argentina y Venezuela, por razones familiares, y a México, Cuba y Colombia, que uno recuerde, por cuestiones literarias. Dos de ellos, el segundo y el tercero, sí fueron visitados por el poeta y crítico Eduardo Moga (Barcelona, 1962) en 2008 y 2013, respectivamente, y en 2010 estuvo en República Dominicana (y no de playas y hoteles), tal como nos narra en La pasión de escribil (Relato de tres viajes a Hispanoamérica), un libro de viajes, un diario (como él lo denomina), tan atípico, título incluido (que tiene que ver, por cierto, con el comentario de una colegiala dominicana que habla en castúo), como todo lo que toca el verbo prodigioso y apasionado del autor de Insumisión. Lo publica La Isla de Siltolá, colección Levante.
En "Haciendo las maletas", Moga reflexiona sobre lo que es el viaje, algo que compara con la poesía, justifica el porqué de Hispanoamérica (y no Latinoamérica, Suramérica o Iberoamérica) y afirma, con esa rotundidad que le caracteriza, que "al igual que las críticas literarias han de ceñirse al texto, los libros de viajes han de ceñirse a la tierra, a la trastornada cotidianidad del viaje, a los sucesos nimios que albergan, quizá, significados trascendentes, a la pléyade de personajes ridículos o extraordinarios -en primer lugar, nosotros mismos- con los que el viaje nos obliga a convivir". Y dicho y hecho. Sin "dorar mis experiencias", sin pudor (ese gran enemigo de la literatura, según Álex Chico, al que Moga menciona como instigador, sin pretenderlo, de estas crónica), aparecen en el relato, escrito a pie de obra, según nos confiesa, ciudades, pueblos y paisajes, mil peripecias (desde una inoportuna diarrea a la visita a un erudito local, además de las que que comportan los distintos trayectos en diversos vehículos y la estancia en hoteles con rugientes aparatos de aire acondicionado, algo que descompone a cualquier ser humano con tendencia al insomnio y sensibilidad auditiva), numerosos individuos (del más interesante al más atrabiliario, del más exótico al más atrayente, del más pedante al más encantador) dignos de una novela de Aramburu ("Asistir a encuentros literarios tiene tanto que ver con hacer literatura como sumarse a una tertulia de médicos para aprender medicina") y un sinfín de divertidas anécdotas (se impone "cierta querencia satírica") que uno lee, entre risas y sonrisas, y a ratos con tristeza. Cosas del clima. Ya que lo menciono, al lado del narrador aparecen, sudorosos también (se pasa mucho calor en este libro), amén de los citados personajes (casi todos escritores o así, algunos muy conocidos como Hugo Mujica y Juan Manuel Roca, de los que traza retratos poco complacientes), Ángeles, sufriente esposa (un decir), "-para su pesar y mi gozo- está siempre conmigo", y Álvaro, un hijo que, como todos, suele ponerse enfermo cuando menos falta hace, así como algunos amigos. De los de verdad, preciso, tal Willy McKey, Virginia Riquelme o el cubano Orlando González Esteva, un tipo que en las distancias cortas no deja indiferente a nadie. Puedo dar fe.
Entre bromas y veras, sin concesiones a lo correcto, con su dosis de escatología y todo, Moga dispara su artillería, unas veces pesada y otras no tanto ("se trata de zaherir a los hechos, no a las personas. Por lo menos, no a todas", nos advierte al principio) y deja caer algunas verdades, sensaciones, descripciones, pensamientos y otras humanidades dignas de ser tenidas en cuenta y hasta de celebrarse. Sí, porque creo que, ante todo, estamos en medio de una fiesta de la literatura. Con su correspondiente tasa de alcohol, de cerveza ante todo. Fiesta, en fin, por lo bien narrada que está (ya he alabado en otras ocasiones las habilidades lingüísticas de Moga, sólo hay que leer su blog) y por lo entretenida que es. Para que luego digan.
En "Haciendo las maletas", Moga reflexiona sobre lo que es el viaje, algo que compara con la poesía, justifica el porqué de Hispanoamérica (y no Latinoamérica, Suramérica o Iberoamérica) y afirma, con esa rotundidad que le caracteriza, que "al igual que las críticas literarias han de ceñirse al texto, los libros de viajes han de ceñirse a la tierra, a la trastornada cotidianidad del viaje, a los sucesos nimios que albergan, quizá, significados trascendentes, a la pléyade de personajes ridículos o extraordinarios -en primer lugar, nosotros mismos- con los que el viaje nos obliga a convivir". Y dicho y hecho. Sin "dorar mis experiencias", sin pudor (ese gran enemigo de la literatura, según Álex Chico, al que Moga menciona como instigador, sin pretenderlo, de estas crónica), aparecen en el relato, escrito a pie de obra, según nos confiesa, ciudades, pueblos y paisajes, mil peripecias (desde una inoportuna diarrea a la visita a un erudito local, además de las que que comportan los distintos trayectos en diversos vehículos y la estancia en hoteles con rugientes aparatos de aire acondicionado, algo que descompone a cualquier ser humano con tendencia al insomnio y sensibilidad auditiva), numerosos individuos (del más interesante al más atrabiliario, del más exótico al más atrayente, del más pedante al más encantador) dignos de una novela de Aramburu ("Asistir a encuentros literarios tiene tanto que ver con hacer literatura como sumarse a una tertulia de médicos para aprender medicina") y un sinfín de divertidas anécdotas (se impone "cierta querencia satírica") que uno lee, entre risas y sonrisas, y a ratos con tristeza. Cosas del clima. Ya que lo menciono, al lado del narrador aparecen, sudorosos también (se pasa mucho calor en este libro), amén de los citados personajes (casi todos escritores o así, algunos muy conocidos como Hugo Mujica y Juan Manuel Roca, de los que traza retratos poco complacientes), Ángeles, sufriente esposa (un decir), "-para su pesar y mi gozo- está siempre conmigo", y Álvaro, un hijo que, como todos, suele ponerse enfermo cuando menos falta hace, así como algunos amigos. De los de verdad, preciso, tal Willy McKey, Virginia Riquelme o el cubano Orlando González Esteva, un tipo que en las distancias cortas no deja indiferente a nadie. Puedo dar fe.
Entre bromas y veras, sin concesiones a lo correcto, con su dosis de escatología y todo, Moga dispara su artillería, unas veces pesada y otras no tanto ("se trata de zaherir a los hechos, no a las personas. Por lo menos, no a todas", nos advierte al principio) y deja caer algunas verdades, sensaciones, descripciones, pensamientos y otras humanidades dignas de ser tenidas en cuenta y hasta de celebrarse. Sí, porque creo que, ante todo, estamos en medio de una fiesta de la literatura. Con su correspondiente tasa de alcohol, de cerveza ante todo. Fiesta, en fin, por lo bien narrada que está (ya he alabado en otras ocasiones las habilidades lingüísticas de Moga, sólo hay que leer su blog) y por lo entretenida que es. Para que luego digan.