Supongo que descubrí la poesía de Nuno Júdice (Mexilhoeira Grande, Algarve, 1949) gracias a la antología Los nombres del mar (1985), de Ángel Campos Pámpano, donde, por cierto, encontré también a un puñado de poetas que no han dejado de acompañarme.
El orden de las cosas (Pre-Textos), en traducción del poeta Juan Carlos Reche, es una antología que reúne poemas suyos posteriores a 2000, cuando el portugués publicó Poesia Reunida (1967-2000). Da cuenta de sus últimos diez libros. Sí, estamos ante un autor prolífico. “Me obligo a escribir todos los días, como un oficinista”, fue el titular de una entrevista que concedió en 2013 al diario El País.
Su poesía, nada oficinesca o previsible, se apoya en algunos puntales básicos: la reflexión sobre la propia escritura (variaciones sobre poética que tienen su culmen en el texto final: "El poema en el mundo"), el amor (y la mujer: "Me gustan las mujeres de provincia"), el paso del tiempo (la memoria es una de sus claves) y en esta última etapa se incorporan poemas, digamos, históricos que aportan todavía más enjundia a su ya de por sí vigorosa obra.
Acabo de mencionar que una de las constantes de la poesía judiciana es la metapoesía, esto es, el discurso sobre el hecho de escribir poesía. Podemos entresacar versos donde alude a su manera de entenderla. Por ejemplo cuando dice: "Escribir el / poema, entonces, es/ decir lo esencial". O: "Así, si quiero hablar / de asuntos concretos, de lo cotidiano, de la vida que / pasa ante las palabras, la música transfigura cada / una de esas cosas, logrando que el poema se separe / de mi propósito." O: "Entre las cosas viejas busco / lo nuevo" ("Una poética en la buhardilla"). En "Guía de conceptos básicos" leemos: "Use el poema para elaborar una estrategia / de supervivencia en el mapa de su vida."
En el señalado texto final alude a un recuerdo de infancia, de su casa, donde un pasillo separaba, de extremo a extremo, los libros y un espejo. De ahí que, para él, la poesía sea "un espacio de travesía".
No es la única vertiente destacable de esta escritura. "Construyo una metafísica de la naturaleza", escribe. Da gusto leer los versos que dedica, también se citó, al amor y a la mujer, en poemas como "Y tú, Helena", "Retrato de mujer a la luz de la tarde" o "Imagen en el espejo".
Portugal y los portugueses son otra referencia ineludible. "En pos de Unamuno" es buena muestra.
Su poesía, nada oficinesca o previsible, se apoya en algunos puntales básicos: la reflexión sobre la propia escritura (variaciones sobre poética que tienen su culmen en el texto final: "El poema en el mundo"), el amor (y la mujer: "Me gustan las mujeres de provincia"), el paso del tiempo (la memoria es una de sus claves) y en esta última etapa se incorporan poemas, digamos, históricos que aportan todavía más enjundia a su ya de por sí vigorosa obra.
Acabo de mencionar que una de las constantes de la poesía judiciana es la metapoesía, esto es, el discurso sobre el hecho de escribir poesía. Podemos entresacar versos donde alude a su manera de entenderla. Por ejemplo cuando dice: "Escribir el / poema, entonces, es/ decir lo esencial". O: "Así, si quiero hablar / de asuntos concretos, de lo cotidiano, de la vida que / pasa ante las palabras, la música transfigura cada / una de esas cosas, logrando que el poema se separe / de mi propósito." O: "Entre las cosas viejas busco / lo nuevo" ("Una poética en la buhardilla"). En "Guía de conceptos básicos" leemos: "Use el poema para elaborar una estrategia / de supervivencia en el mapa de su vida."
En el señalado texto final alude a un recuerdo de infancia, de su casa, donde un pasillo separaba, de extremo a extremo, los libros y un espejo. De ahí que, para él, la poesía sea "un espacio de travesía".
No es la única vertiente destacable de esta escritura. "Construyo una metafísica de la naturaleza", escribe. Da gusto leer los versos que dedica, también se citó, al amor y a la mujer, en poemas como "Y tú, Helena", "Retrato de mujer a la luz de la tarde" o "Imagen en el espejo".
Portugal y los portugueses son otra referencia ineludible. "En pos de Unamuno" es buena muestra.
Las versiones de Reche me han sonado estupendamente y la obra me ratifica en la opinión de que Júdice es uno de los mejores poetas de nuestra modernidad; uno de los grandes, por decirlo de otro modo. Por suerte, su obra está bien representada en nuestra lengua, algo que se afianzó con la concesión del Premio Reina Sofía en su edición de 2013 (con ese motivo vio la luz otra antología, que no conozco, a cargo de Pedro Serra, editada por la Universidad de Salamanca y Patrimonio Nacional) y, cómo no, con la presencia en nuestras librerías de este hermoso libro de título inmejorable. Me atrevería a recomendar que, si no lo ha hecho aún, empezara a leer la poesía de Júdice por aquí.
Destaca el traductor unas palabras del poeta portugués (que uno no puede hacer suyas), perfectas, según creo, para concluir esta breve nota de lectura: "Veo mi poesía como un largo poema que comenzara a mediados de los sesenta y que aún no ha acabado. Con respecto a los cambios, no hay nada peor que pretender cambiar".