Visor publica, con una ayuda del Institut d'Estudis Baleàrics, Monstruos y otros. Poesía reunida, de Josep Lluís Aguiló (Mallorca, 1967), en traducción del poeta, crítico literario y profesor Francisco Díaz de Castro.
Se reúnen poemas de los libros La Biblioteca secreta (2004), La Estación de las sombras (2004), Monstruos (2005) y Lunario (2008). Monstruos, por cierto,
el que da título al conjunto, recibió el Premio Ciudad de Palma Joan Alcover en 2004 y el Premio de la
Crítica en 2006. Lunario obtuvo el Premio de los Juegos Florales de
Barcelona de 2008 y desde ese año y hasta el siguiente Aguiló fue nombrado Poeta de la Ciudad de Barcelona.
Antes de decir algo al respecto de la obra, me gustaría comentar que se alegra uno de que se traduzca al castellano a un poeta en catalán. Una costumbre, por desgracia, en desuso; salvo en un caso: el de Margarit. Al tiempo que expreso esta agradable sorpresa, confieso que me extraña que la edición no sea bilingüe, como acaso debiera. No da igual, pero ni es lo esencial ni le afecta a quienes estamos lejos de conocer como es debido la lengua de Vinyoli. Sobre todo porque Díaz de Castro ha realizado un trabajo magnífico y eso nos permite leer poemas, poco importa en qué lengua; esos que, como el propio Aguiló destaca, "me habría gustado saber escribir así". En castellano, claro.
Qué importantes son los primeros poemas de los libros. Acaso tanto como las primeras líneas de las novelas. "Abraham Cresques después de recibir el encargo del Atlas Catalán. Año 1374" marca el tono desde el principio y nos anuncia que estamos ante un poeta que sabe lo que hace. No es poco como presentación.
Los libros, nos avisa Aguiló, están "en un orden diferente al de su aparición en el mercado editorial". Más allá de ese guiño típicamente catalán, digamos, al pobre mercado lírico (supongo que natural en alguien que es empresario y director de marketing y publicidad), se da preponderancia a Monstruos, tal vez porque es su libro más significativo (véase el palmarés) y, ante todo, el que señala del mejor modo posible su poética. O el más original, no sé. Por algo se ha elegido para titular a la poesía reunida. El caso es que la idea, compartida acaso con el traductor, consigue dar al volumen una impronta distinta, algo que se comprueba después de leerlo por completo. Diremos para terminar este excurso que el resto de los libros sí conservan el orden cronológico.
En Monstruos encontramos a Caronte, Minotauro, Polifemo, Sibila, Orfeo, Medusa y algunos personajes mitológicos más. Son, diríamos, monstruos cultos y mediterráneos, aunque no falte alguno de otras latitudes como el goul o figuras folclóricas mallorquinas como María Engancha. Más adelante aparecen pirómanos, licántropos y vampiros. Y, cómo no, el Golem, que esta vez sueña un niño en Dachau.
Y más monstruos que a uno se le antojan muy humanos. Como el bucólico o el cartógrafo.
Pronto nos damos cuenta de ciertas reincidencias (que me resisto a denominar obsesiones). Así, temas como el viaje (y los mapas), la épica (descrita en poemas memorables, como los que abren y cierran la tercera parte de la obra, situados en la batalla de Balaclava, que enfrentó a rusos contra los aliados turcos, franceses y británicos durante la Guerra de Crimea) y un inevitable regusto irónico, cuando no directamente humorístico, que encontramos en poemas como "La casa encantada", "El monstruo descubre la mecánica cuántica" ("porque los monstruos tienen sentido del humor", leemos) o "El monstruo de la ginebra".
"El hombre contiene todos los monstruos perdidos", escribe Aguiló, que añade: "La naturaleza del hombre es lo diverso".
En La Biblioteca secreta seguimos descubriendo poemas espléndidos. Digo descubrir a propósito. El libro en general abunda en la aventura. Hay un delicioso aire aventurero que se mezcla a la perfección con ciertas vivencias infantiles y juveniles (de adolescencia en especial) que aportan frescura y pureza a muchos poemas. En el mejor sentido. Sin ñoñerías, vamos. (Léase, por ejemplo, "Waterloo".) Y eso vale para los piratas, los laberintos, los vaqueros y los tigres, algo que, ya que lo menciono, incide en lo borgeano, muy presente en los versos de Aguiló, que nombra incluso a Borges, un poeta fundamental de lo fantástico y lo imaginario, acaso la principal razón de ser de estos versos. Y muy relacionado con ello, su condición de isleño (mallorquín), de ahí su obsesión (ahora sí) por el mar ("Las normas de la mar") y los barcos, y por las idas y venidas de los hombres por sus procelosas aguas. Desde que el mundo es mundo y la poesía, poesía. Y el miedo cobró forma de monstruo.
Si unimos unas cosas y otras, no puedo por menos que recordar la poesía de uno de sus paisanos, que a uno se le antoja en parecidas órbitas. Me refiero al menorquín Ponç Pons, autor de Pessoanes, del que, por cierto, tenemos antología en español gracias a la mallorquina Calima.
También encontramos poemas -Borges de nuevo, o Cavafis- donde lo histórico irrumpe con toda su fuerza (ya se mencionó la épica). Un historicismo que casa bien con otro ismo: el culturalismo. Y con ese estilo propio de navegantes, cartógrafos y exploradores que subrayé antes. En "Caravanas" leemos: "Todos los lugares son el mismo", un lema del que a uno le gustaría apropiarse.
Plural y versátil, aquí hallamos poemas hondos, como "Paralelismos" o "Elegía a Gabriel Galmés", junto a otros divertidos, como "Adán, Eva" o "Novelas".
La Estación de las sombras sigue una estela parecida. Cuando hay voz y mundo propios, lo normal. Como en el libro anterior, se abre con un poema precioso que lleva el mismo título de la obra. En "Tarde en la biblioteca" leemos: "Yo soy el afortunado que habla con libros". Y en "Poema de Navidad" hace un elogio de los lugares comunes y de las frases hechas. En "El desván" vuelve la infancia y el cierre es perfecto con "Cursos de supervivencia".
Lunario, en fin, nos lleva a los naufragios, otra constante, metáfora de la vida (en "Los arrecifes del infinito") y vuelve a darnos un poema paradigmático (que uno lee pensando en Buzzati y Cavafis), "Los guardianes de la frontera": "Nosotros somos las murallas del reino, / vuestros molestos bárbaros necesarios").Y más poemas memorables como "Plegaria", "Los parásitos del laberinto" (qué bien titula este hombre), "Los justos", "Estática" (y la muerte), "Tres Packards", "El contrabando" (la aventura de nuevo)...
"Sólo esto: ponemos un nombre a cada cosa. / Esto es lo que hacemos desde que comenzamos.", dice en "El nombre de las cosas". Antes, en "Cerillas", de su primer libro publicado, escribió: "Quise escribir sobre la vida y la muerte / o sobre el recuerdo y el olvido". Así de sencillo. Y tan complejo. Con todo, Aguiló se lo pone fácil al lector. Con la ayuda inestimable, conviene resaltarlo, de Díaz de Castro.
Puede que el mayor elogio que uno pueda hacer de Monstruos y otros sea que estoy deseando volver a leerlo. Pueden creerme.
Antes de decir algo al respecto de la obra, me gustaría comentar que se alegra uno de que se traduzca al castellano a un poeta en catalán. Una costumbre, por desgracia, en desuso; salvo en un caso: el de Margarit. Al tiempo que expreso esta agradable sorpresa, confieso que me extraña que la edición no sea bilingüe, como acaso debiera. No da igual, pero ni es lo esencial ni le afecta a quienes estamos lejos de conocer como es debido la lengua de Vinyoli. Sobre todo porque Díaz de Castro ha realizado un trabajo magnífico y eso nos permite leer poemas, poco importa en qué lengua; esos que, como el propio Aguiló destaca, "me habría gustado saber escribir así". En castellano, claro.
Qué importantes son los primeros poemas de los libros. Acaso tanto como las primeras líneas de las novelas. "Abraham Cresques después de recibir el encargo del Atlas Catalán. Año 1374" marca el tono desde el principio y nos anuncia que estamos ante un poeta que sabe lo que hace. No es poco como presentación.
Los libros, nos avisa Aguiló, están "en un orden diferente al de su aparición en el mercado editorial". Más allá de ese guiño típicamente catalán, digamos, al pobre mercado lírico (supongo que natural en alguien que es empresario y director de marketing y publicidad), se da preponderancia a Monstruos, tal vez porque es su libro más significativo (véase el palmarés) y, ante todo, el que señala del mejor modo posible su poética. O el más original, no sé. Por algo se ha elegido para titular a la poesía reunida. El caso es que la idea, compartida acaso con el traductor, consigue dar al volumen una impronta distinta, algo que se comprueba después de leerlo por completo. Diremos para terminar este excurso que el resto de los libros sí conservan el orden cronológico.
En Monstruos encontramos a Caronte, Minotauro, Polifemo, Sibila, Orfeo, Medusa y algunos personajes mitológicos más. Son, diríamos, monstruos cultos y mediterráneos, aunque no falte alguno de otras latitudes como el goul o figuras folclóricas mallorquinas como María Engancha. Más adelante aparecen pirómanos, licántropos y vampiros. Y, cómo no, el Golem, que esta vez sueña un niño en Dachau.
Y más monstruos que a uno se le antojan muy humanos. Como el bucólico o el cartógrafo.
Pronto nos damos cuenta de ciertas reincidencias (que me resisto a denominar obsesiones). Así, temas como el viaje (y los mapas), la épica (descrita en poemas memorables, como los que abren y cierran la tercera parte de la obra, situados en la batalla de Balaclava, que enfrentó a rusos contra los aliados turcos, franceses y británicos durante la Guerra de Crimea) y un inevitable regusto irónico, cuando no directamente humorístico, que encontramos en poemas como "La casa encantada", "El monstruo descubre la mecánica cuántica" ("porque los monstruos tienen sentido del humor", leemos) o "El monstruo de la ginebra".
"El hombre contiene todos los monstruos perdidos", escribe Aguiló, que añade: "La naturaleza del hombre es lo diverso".
En La Biblioteca secreta seguimos descubriendo poemas espléndidos. Digo descubrir a propósito. El libro en general abunda en la aventura. Hay un delicioso aire aventurero que se mezcla a la perfección con ciertas vivencias infantiles y juveniles (de adolescencia en especial) que aportan frescura y pureza a muchos poemas. En el mejor sentido. Sin ñoñerías, vamos. (Léase, por ejemplo, "Waterloo".) Y eso vale para los piratas, los laberintos, los vaqueros y los tigres, algo que, ya que lo menciono, incide en lo borgeano, muy presente en los versos de Aguiló, que nombra incluso a Borges, un poeta fundamental de lo fantástico y lo imaginario, acaso la principal razón de ser de estos versos. Y muy relacionado con ello, su condición de isleño (mallorquín), de ahí su obsesión (ahora sí) por el mar ("Las normas de la mar") y los barcos, y por las idas y venidas de los hombres por sus procelosas aguas. Desde que el mundo es mundo y la poesía, poesía. Y el miedo cobró forma de monstruo.
Si unimos unas cosas y otras, no puedo por menos que recordar la poesía de uno de sus paisanos, que a uno se le antoja en parecidas órbitas. Me refiero al menorquín Ponç Pons, autor de Pessoanes, del que, por cierto, tenemos antología en español gracias a la mallorquina Calima.
También encontramos poemas -Borges de nuevo, o Cavafis- donde lo histórico irrumpe con toda su fuerza (ya se mencionó la épica). Un historicismo que casa bien con otro ismo: el culturalismo. Y con ese estilo propio de navegantes, cartógrafos y exploradores que subrayé antes. En "Caravanas" leemos: "Todos los lugares son el mismo", un lema del que a uno le gustaría apropiarse.
Plural y versátil, aquí hallamos poemas hondos, como "Paralelismos" o "Elegía a Gabriel Galmés", junto a otros divertidos, como "Adán, Eva" o "Novelas".
La Estación de las sombras sigue una estela parecida. Cuando hay voz y mundo propios, lo normal. Como en el libro anterior, se abre con un poema precioso que lleva el mismo título de la obra. En "Tarde en la biblioteca" leemos: "Yo soy el afortunado que habla con libros". Y en "Poema de Navidad" hace un elogio de los lugares comunes y de las frases hechas. En "El desván" vuelve la infancia y el cierre es perfecto con "Cursos de supervivencia".
Lunario, en fin, nos lleva a los naufragios, otra constante, metáfora de la vida (en "Los arrecifes del infinito") y vuelve a darnos un poema paradigmático (que uno lee pensando en Buzzati y Cavafis), "Los guardianes de la frontera": "Nosotros somos las murallas del reino, / vuestros molestos bárbaros necesarios").Y más poemas memorables como "Plegaria", "Los parásitos del laberinto" (qué bien titula este hombre), "Los justos", "Estática" (y la muerte), "Tres Packards", "El contrabando" (la aventura de nuevo)...
"Sólo esto: ponemos un nombre a cada cosa. / Esto es lo que hacemos desde que comenzamos.", dice en "El nombre de las cosas". Antes, en "Cerillas", de su primer libro publicado, escribió: "Quise escribir sobre la vida y la muerte / o sobre el recuerdo y el olvido". Así de sencillo. Y tan complejo. Con todo, Aguiló se lo pone fácil al lector. Con la ayuda inestimable, conviene resaltarlo, de Díaz de Castro.
Puede que el mayor elogio que uno pueda hacer de Monstruos y otros sea que estoy deseando volver a leerlo. Pueden creerme.