Antonella Anedda (Roma, 1955) ya había publicado en España tres libros, según el ISBN: Noches de paz occidental (2001), Cuatro estaciones (2002) y Residencias invernales (2005). De éste, publicado por Igitur, di breve noticia en el blog al poco de empezar a publicarse. No llegué a contar más, como prometía, porque lo hojeo ahora y no encuentro subrayado por ninguna parte. Señal inequívoca de que no llegué a leerlo. La poesía tiene esos misterios: llega o no. O, mejor, llega cuando ella quiere. Y en esta ocasión sí ha llegado, de inmediato. A su manera. No estamos ante una poética al uso, digamos, de esas de usar y tirar, que tanto abundan, sino ante la obra de una poeta exigente que posee una voz personal, rigurosa y potente. No sé si eso ya se notaba en el citado Residenze invernali (que ahora me apetece mucho leer). Éste data de 1992 y Desde el balcón del cuerpo (Vaso Roto), el que nos ocupa hoy, traducido por Juan Pablo Roa, de 2007 y su autora consiguió con él tres premios: el Napoli, el Stephen Dedalus y el Dessì.
He escrito más arriba la palabra misterio y creo que pocas más adecuadas para calificar esta poesía. Y no aludo al tópico. O no lo pretendo.
De verso largo (la caja del libro es más ancha de lo habitual en esta colección) y tono discursivo, sus poemas abundan en preguntas entre las que se cuelan, no obstante, afirmaciones afiladas como aforismos, sentencias dictadas por esa sabiduría que sólo puede proporcionar el inexorable, cruel paso del tiempo. Así, en "El sentido de los sonidos" leemos: "La soledad es espacio." Y más adelante: "El amor es un oficio solitario."
Usé misterio y añado sugerencia, otro término que define esta sinuosa manera de decir que va susurrando a nuestros oídos versículos que oscilan entre lo luminoso y lo oscuro, porque la vida, se ponga el poeta como se ponga, está hecha de ambas materias y como tal está obligado a expresarlas.
Del origen sardo de Anedda (sus padres eran de allí y ella pasaba de niña varios meses al año en Cerdeña) dan cuenta los poemas de la penúltima parte del libro, "Lengua", escritos en un logudorés impuro, un dialecto "atravesado de memorias diferentes: campidanescas y sardas, catalanas y galluresas", según nos confiesa la autora. De ellos, uno de los mejores de la obra, copio aquí "Contra Scauro":
No logro escribir sobre Roma.
Demasiada belleza, elegancia, túnicas de lino.
Tal vez así, hace veinte siglos, pensaron estos sardos
llegados para pedir justicia contra Scauro.
"Gente sin fe ... tierra en donde aun la miel en bilis se convierte"
Así decía Cicerón en su argumento. Hoy su nombre
rueda entre las piedras, minúsculo, veloz. Pero como entonces
mueren los testigos, la abeja desfallece.
Persiste la miel: lengua de cardo, madroño, sal.