Tras leer algún libro de poemas, uno se queda sin palabras. Puede parecer un tópico, pero no lo es. O no necesariamente. Sí, dirá alguno, lo inefable no existe. Lo que no se puede expresar... A pesar de eso, me ha vuelto a suceder con Vita Nova, la última entrega de la estadounidense Louise Glück (Nueva York, 1943), una obra con la que ganó el Premio Bollingen de la Universidad de Yale.
Hasta ahora, he leído con creciente interés todos los libros suyos que ha venido publicando con fidelidad Pre-Textos, lo que redunda en mi opinión de que se trata de una editorial ejemplar y coherente. Éste ha sido traducido por Mariano Peyrou y me atrevo a precisar que muy bien. Lo digo porque es ya, como diría López-Vega, un libro en castellano.
Poco más puedo comentar. Puede que sea mejor así. A veces tantas letras... Si alguien confía en mi criterio (que se suma al de muchos otros, más capaces que yo, como Jordi Doce), puede que termine acercándose a estos poemas sutiles, elegantes, inteligentes, ligeros (por lo que parecen frágiles), magníficamente construidos, clásicos (y no sólo por la frecuente aparición del mito) y modernos a la vez, privados pero habitables que, tal vez por eso, dejan en silencio a este lector, perplejo ante tan sabia como sencilla verdad; ante la asombrosa presencia de un mundo donde el matizado brillo de la luz importa tanto como la equilibrada oscuridad de la sombra.
Escribe Glück en "Canción con laúd":
Pero mi verdadera angustia
sigue siendo la lucha por la forma
y mi sueño, si hablo con sinceridad,
menos el deseo de ser recordada
que el deseo de sobrevivir,
que es, creo, el deseo humano más profundo.
Escribe Glück en "Canción con laúd":
Pero mi verdadera angustia
sigue siendo la lucha por la forma
y mi sueño, si hablo con sinceridad,
menos el deseo de ser recordada
que el deseo de sobrevivir,
que es, creo, el deseo humano más profundo.