Hay un rastro, de Elías Moro (Madrid, 1959), cierra con la letra Z la colección Luna de Poniente (de la luna libros). No se podía haber elegido un mejor colofón. Lo sabemos ahora, claro, después de leer el libro de uno de los codirectores de esa muestra canónica de la poesía escrita por autores extremeños o vinculados a Extremadura que a uno, ya que lo menciono, le gustaría considerar ahora que termina.
Moro no ha sido un autor prolífico. Ni siquiera como poeta. Empezó a publicar tarde (si no tenemos en cuenta Contrabando, una plaquette que apareció en La Centena de Antonio Gómez en 1987), para lo que es usual, y, ya digo, con lentitud. Uno, no me importa confesarlo, que le invitó a publicar en la Editora Regional una antología de sus versos, estaba esperando de él un libro así. ¿Cómo? Una obra sólida, fraguada, digna de la dedicación, el rigor y las lecturas que le caracterizan.
Con la guerra, el dolor y el miedo al fondo, Moro construye un intenso, emocionante poema fragmentado (sin títulos ni puntos) en el que se insertan, además, otros poemas que lo complementan. "Hay un rastro", "Tiro de gracia", "Derrota y hambre" y "Los muertos hablan" serían partes de ese poema único al tiempo que múltiple donde la guerra, protagonista de estos versos, orienta una reflexión sobre la verdad y la mentira, la memoria y el olvido, la muerte y la vida, por precaria y frágil que resulte. La unidad viene dada, sobre todo por el tono, el mayor acierto del libro, y, sí, por la temática bélica que recorre ese rastro. "Interludio animal" ("Cuervos", "Moscardas", "Gusanos") y "Trilogía de los trenes tristes" (donde estaría el germen de la obra, tres poemas dedicados a otros tantos europeos derrotados: Hrabal, Zweig y Levi) completan o arman del todo este memorial del sufrimiento que pone voz a quienes ya la perdieron (y están, por ejemplo, en las cunetas) o nunca pudieron alzarla; lo que deja fuera, claro, a los tres escritores citados. Y todo en un tiempo sin fechas que se sitúa en lugares indeterminados donde personas anónimas luchan por sobrevivir. En guerras mundiales o civiles. El vocabulario, que se ajusta a la perfección a lo cantado, logra trasladar al lector una determinada atmósfera intempestiva; a mi modo de ver, otro de los aciertos de Hay un rastro.
En medio del campo de batalla, entre la desolación y la mugre, perdedores, exiliados, supervivientes, hambrientos, perdidos, suicidas, muertos (en vida o ya definitivos), "hombres que ya no son nada, / hombres que ya no son nadie". Mientras, "En los casinos de pueblo, / en las salas de banderas, / en negociados ministeriales, / en embajadas y palacios, / en cerradas sacristías, // se brinda por el nuevo orden".
Elías Moro, que es como escribe y escribe como es, traza este rastro con nobles palabras de piedad. No hay ensañamiento. Tampoco regodeo. No digamos afán de venganza. Su mirada es tan implacable como limpia. Tan serena como testifical. De estos versos salimos más humanos. Tras reconocer, con el poeta, que "no hay dignidad en el silencio / si es para el olvido". O que, so pena de estar muertos, no debemos acostumbrarnos al dolor.
Con la guerra, el dolor y el miedo al fondo, Moro construye un intenso, emocionante poema fragmentado (sin títulos ni puntos) en el que se insertan, además, otros poemas que lo complementan. "Hay un rastro", "Tiro de gracia", "Derrota y hambre" y "Los muertos hablan" serían partes de ese poema único al tiempo que múltiple donde la guerra, protagonista de estos versos, orienta una reflexión sobre la verdad y la mentira, la memoria y el olvido, la muerte y la vida, por precaria y frágil que resulte. La unidad viene dada, sobre todo por el tono, el mayor acierto del libro, y, sí, por la temática bélica que recorre ese rastro. "Interludio animal" ("Cuervos", "Moscardas", "Gusanos") y "Trilogía de los trenes tristes" (donde estaría el germen de la obra, tres poemas dedicados a otros tantos europeos derrotados: Hrabal, Zweig y Levi) completan o arman del todo este memorial del sufrimiento que pone voz a quienes ya la perdieron (y están, por ejemplo, en las cunetas) o nunca pudieron alzarla; lo que deja fuera, claro, a los tres escritores citados. Y todo en un tiempo sin fechas que se sitúa en lugares indeterminados donde personas anónimas luchan por sobrevivir. En guerras mundiales o civiles. El vocabulario, que se ajusta a la perfección a lo cantado, logra trasladar al lector una determinada atmósfera intempestiva; a mi modo de ver, otro de los aciertos de Hay un rastro.
En medio del campo de batalla, entre la desolación y la mugre, perdedores, exiliados, supervivientes, hambrientos, perdidos, suicidas, muertos (en vida o ya definitivos), "hombres que ya no son nada, / hombres que ya no son nadie". Mientras, "En los casinos de pueblo, / en las salas de banderas, / en negociados ministeriales, / en embajadas y palacios, / en cerradas sacristías, // se brinda por el nuevo orden".
Elías Moro, que es como escribe y escribe como es, traza este rastro con nobles palabras de piedad. No hay ensañamiento. Tampoco regodeo. No digamos afán de venganza. Su mirada es tan implacable como limpia. Tan serena como testifical. De estos versos salimos más humanos. Tras reconocer, con el poeta, que "no hay dignidad en el silencio / si es para el olvido". O que, so pena de estar muertos, no debemos acostumbrarnos al dolor.