Mundo, año, hombre es el título (tomado de la
"rueda" de San Isidoro) de la tercera entrega de los diarios del
profesor, poeta, ensayista y traductor Andrés Sánchez Robayna (Santa Brígida, Gran Canaria, 1952).
Antes había publicado, también en FCE, La inminencia (1996)
y Días y mitos (2002). El subtítulo precisa las
fechas de estas nuevas anotaciones, que van de 2001 a 2007. En el
"Prólogo" resume el alcance de este "combate contra el
tiempo" —una suerte de "memorial"— en dos palabras:
"Testimonio y crítica".
"Escribo Diarios porque no puedo hacer pensamiento puro", afirma,
aunque el tono meditativo marque el devenir de estas páginas (550) donde
podemos encontrar, sin orden de importancia, reflexiones sobre la poesía, suya
y de otros (como en muchos diarios, el diarista, que lee, incluye citas de
distintos autores para hacerlas suyas o debatir sobre ellas); sobre la pintura
(es un acreditado especialista y son constantes las menciones a pintores como
Tàpies, Morandi, Gaya, Balthus, Sicilia, Broto, Chillida...) y la música
(resultado de su condición de apasionado melómano); la traducción (que lleva a
cabo solo o en el Taller de Traducción Literaria de la Universidad de La Laguna); las
religiones y lo sagrado (anterior, según él, a aquéllas y que "las
sobrevivirá"); la neurología en todas sus variantes, etc.
La casa familiar de Tegueste es uno de los centros de interés del libro.
Desde allí observa el mundo. Y el paisaje. El cercano (que describe con
frecuencia en términos de sensibilidad climatológica: lluvia, viento, atardecer,
amanecer, noche, rayo verde, estación...) y el lejano, algo natural en este
isleño cosmopolita, lo que demuestra que se puede vivir en la periferia y no
ser provinciano. De hecho, una parte sustancial de estos Diarios (como él los
nombra, con mayúscula) se dedica a los viajes, casi siempre relacionados con su
trabajo docente o con su faceta de traductor y escritor. Viajes, cabe añadir,
de un hombre culto, pendiente de los museos, los libros, la historia, los
monumentos, las ruinas y, en fin, todo cuanto tenga que ver con esos lugares.
Así, los que realiza a Grecia (en dos ocasiones), Marruecos (con escala en
Tánger), Alemania, México, Cuba, Colombia... Y a ciudades como Bruselas, Roma,
París, Londres, Lisboa, así como a sitios de la península: Madrid, Barcelona
(donde estudió), Menorca, Almería, Soria, Bilbao, Salamanca, Sevilla, Santiago
de Compostela, León... Mil destinos que visita este inquieto viajero muy
relacionado, a lo que se ve, con ese selecto club internacional de poetas que rondan
el Nobel. Zagajewski, por ejemplo, con el que tiene varios encuentros. Y ya que
nombro a alguien, bueno será destacar que abundan las referencias a sus
maestros, Octavio Paz y José Ángel Valente, y a otros autores como Juan
Goytisolo, Yves Bonnefoy (que prologa su última antología: Al cúmulo de
octubre, recién aparecida en chez Visor), Eugenio Montejo, un joven
Jordi Doce... No faltan, en este mismo sentido, menciones a los amigos muertos:
Haroldo de Campos, Eugenio Granell, Claudio Guillén, Mario Luzi... Rara vez
menciona Robayna en sus diarios a Pepe o a Juan, digamos. De ahí, entre otras
razones, lo de "diario de escritor", como reza en la solapa.
En lo que respecta a sus lecturas, abundan los comentarios sobre los
diarios de Gide, Seferis, Jünger, Ferreira, Cioran... O sobre los Cuadernos de
Valéry, que traduce en esos años.
Dije viajes y no añadí que casi siempre los hace acompañado. De M. A veces,
de A. Su mujer y su hijo, respectivamente. Por eso uno ha sentido una mezcla de
dolor y felicidad mientras leía esas páginas, a sabiendas de que esos intensos
relatos en los que apreciamos la compañía de M. como cómplice necesaria no
volverán. No a partir de los diarios de 2015: Marta Ouviña Navarro, que fuera jefa de la
Sección de Humanidades del Servicio de Biblioteca de la Universidad de la
Laguna, falleció en octubre de 2015.
Son sustanciales los razonamientos sobre su libro más conocido: El libro, tras la duna,
publicado en 2002.
La Provincia |
Se echan de menos algunas reflexiones sobre la tensa recepción de la
antología Las ínsulas extrañas, si bien aborda ese asunto de pasada;
en relación, pongo por caso, a su crítica negativa y general de la poesía
española actual y a la irrenunciable naturaleza americana de nuestra lírica.
También llama la atención, en sentido anecdótico, la pormenorizada lista de los
hoteles y restaurantes que visita en todos y cada uno de sus viajes (que
aparecen aquí con sus nombres respectivos), así como ciertos, inevitables
rasgos de vanidad que sin duda chirrían en un poeta tan elegantemente invisible como él.
Las opiniones sociales y políticas añaden poco al conjunto. Tampoco aportan
gran cosa sus ataques a un singular poeta de las tradiciones (y acreditado
diarista) al que no nombra. Lo curioso es que ambos comparten íntima amistad
con otro protagonista de este diario: Juan Manuel Bonet. Vuelve, con sentido
crítico, sobre Cernuda y muestra reparos por la poesía de Szymborska (al menos
en español) o por las reflexiones de Steiner, con el que coincide en uno de sus
viajes a Marruecos.
Como en su poesía, el rigor es aquí virtud y éste un memorial que ante todo
da fe de la vida de un hombre.
Nota: Esta reseña (sin enlaces) ha aparecido publicada en la revista Clarín, nº 126.