Que me perdone el villanovense Diego González (1970) por lo que voy a decir, pero tan importante como su nueva novela me parece el hecho de que ésta haya sido publicada en la colección La Gaveta, que por fin resucita de entre la desidia y los recortes, una de las más emblemáticas de la Editora Regional de Extremadura, algo que no alcanzó a comprender, para sorpresa de todos los que estimamos ese sello público, su anterior directora. Dicho esto (que había que decir), conviene resaltar desde el principio que esa resurrección es aún más feliz por la obra elegida, digna de figurar en ese selecto catálogo que cuenta, además, con un bonito diseño, clásico y ejemplar, concebido por el periférico Julián Rodríguez. En esta ocasión, con un delicado motivo de Hokusai en la cubierta.
En 2008, González (un periodista en el más amplio sentido del término que en la actualidad trabaja como guionista y productor de contenidos audiovisuales) publicó la novela La importancia de que las abejas bailen, premio Felipe Trigo de Narración Corta. Es autor también de dos libros de poesía: Mudanzas en los bolsillos y Mil formas de hacer la colada. Ahora, Planes para no estar muerto. Sobre esta novela breve, el autor ha dicho: "El lector se encontrará una historia en la que se habla de la muerte, pero desde un punto de vista vital. Una historia de personas que se necesitan y se entregan para seguir viviendo. El personaje principal, Ache, es un joven de origen chino que escribe listas de cosas por hacer para los que temen morir, porque en el lugar del que procede los ancianos aseguran que la muerte se lleva a los que olvidan que tienen cosas pendientes. Un día un anciano le encarga un trabajo: fabricar planes para que la niña-gato no pierda la cara. Ese es el arranque". Y está bien contado, que no de otra cosa se trata. Tampoco conviene ser más explícito. Podemos decir, sí, que Ache confiesa: "Me dedico a escribir para los que tienen miedo. Fabrico planes para mañana". Como el encargo de Dao Ji ("hombre de fuego") acerca de Xiu Mei. O que hay en esta historia de historias hay fantasmas (incluso Hambientos), espectros, ancestros, fuego, sombras ("Lo mínimo que nos queda cuando no tenemos a nadie") y mil referencias más a ese mundo mítico o simbólico de las tradicionales creencias chinas que, como el resto, está muy bien documentado. Aunque no estemos ante una novela histórica, la verosimilitud del relato se apoya, entre otras razones, en esa labor concienzuda de documentación. Por ejemplo, cuando habla de ciudades chinas como Liuzhou, Xian o Dafen. No parece, diría, que es un extremeño el que narra cuanto aquí sucede. Efecto conseguido.
La imposibilidad de volver, la necesidad de huir (hacia Xibanya: "toda huida esconde una necesidad") están en el centro de la narración. Y el miedo. Y la muerte, ya se dijo. De ahí esas listas, ese "catálogo de letanías", esas "trampas para frenar la vida", que mientras existan impedirán a aquella ejecutar su inevitable acción.
Dije "historia de historias" y por eso menciono la de Liu Guojian y Xu Chaoqing, la de los "seis mil peldaños".
Me ha gustado especialmente el tratamiento que González hace del lenguaje. Es tan esencial, ajustado y conciso como la nouvelle. Fondo y forma. A pesar de que puede inducir a confusión, un lenguaje lírico, en el más hondo sentido, sin que ello quiera decir que no estemos ante un inquietante artefacto narrativo perfectamente contado, insisto. Me congratulo.
La imposibilidad de volver, la necesidad de huir (hacia Xibanya: "toda huida esconde una necesidad") están en el centro de la narración. Y el miedo. Y la muerte, ya se dijo. De ahí esas listas, ese "catálogo de letanías", esas "trampas para frenar la vida", que mientras existan impedirán a aquella ejecutar su inevitable acción.
Dije "historia de historias" y por eso menciono la de Liu Guojian y Xu Chaoqing, la de los "seis mil peldaños".
Me ha gustado especialmente el tratamiento que González hace del lenguaje. Es tan esencial, ajustado y conciso como la nouvelle. Fondo y forma. A pesar de que puede inducir a confusión, un lenguaje lírico, en el más hondo sentido, sin que ello quiera decir que no estemos ante un inquietante artefacto narrativo perfectamente contado, insisto. Me congratulo.