Razón de ser, de José Luis Tejada
(El Puerto de Santa María, Cádiz, 1927), se publicó por primera vez en 1966,
aunque en el prólogo se desmienta lo que reza en la contracubierta, esto
es, que fue en el 67. Sólo por ese texto, firmado por Juan Bonilla ―que el de
Jerez me permita el exceso― ya hubiera merecido la pena rescatar este libro del
injusto olvido, algo que no sólo tenemos que agradecerle a él, sino también al
arriesgado editor Javier Sánchez Menéndez, un hombre convencido de que no sólo
los poetas jóvenes merecen una oportunidad.
Tejada no tuvo suerte, digamos, de
pertenecer a una generación como la suya: la del 50. Tampoco le vino bien
empezar a publicar tan tarde. Con todo y con eso, lo ha dicho mucho mejor el
prologuista: “Las jerarquías literarias, el afán por reducir la literatura a
una serie de nombres, la selección nacional de cada época, el hecho mismo de
que las antologías suelan ser antologías de poetas y no de poemas, suele tener
como consecuencia que los nombres de un buen número de poetas interesantes,
verdaderos, queden rezagados u ocultos, fuera de los templos en los que se
veneran a los autores del canon”. Más adelante advierte de “los riesgos que
corre el deporte de dividir a los poetas en grupos generacionales”, que aquí se
practica, “al menos, desde el 98”, y del peligro de “convertir la literatura ―y
la poesía― en una competición”. Y lo dice, claro está, porque esa es la razón
de que, no ya poetas, libros, se hayan quedado en las cunetas de los manuales
y, en consecuencia, lejos de los lectores más desavisados.
Por razones de edad, conozco la obra de
Tejada desde joven, aunque, como tantos, no haya sido capaz, hasta ahora, de
situarlo en el lugar que sin duda merece. Ya advierte Bonilla que Jaime Siles
hizo por rescatar sus versos en la antología Desde un fracaso
escribo (Fundación
José Manuel Lara. Colección Vandalia, Sevilla, 2006), que pasó hace una década,
ay, sin pena ni gloria. Allí, el autor de Semáforos,
semáforos escribe: “La obra poética de José Luis Tejada participa de los
rasgos generacionales del 50, pero con significativas diferencias que
explicitan su singularidad. La primera de ellas es su idea del lenguaje como
habla más que como lengua, que Tejada interpreta y asume al modo de Lope y en
la línea de la lírica popular; la segunda es el tono moral, que Tejada entiende
como testimonio, por un lado, y como compromiso ético por otro, aunque, en su
caso, ambos traducen una visión transcendente y cristiana que lo aparta del
grueso de su generación”.
Somos con frecuencia, como sostiene
Bonilla, “el peor tipo de cosmopolita que se puede ser: aquel que piensa que
todo lo que viene de fuera es interesante y nada de lo que se produce a
quinientos quilómetros a la redonda puede tener mucha importancia”. Acierta
también con las palabras que explican el alcance e intenciones de este libro
que quedó finalista del premio Leopoldo Panero en 1965. Lo ganó La carta,
del militar ferrolano de Intendencia José Luis Prado Nogueira, quien ya había
alcanzado, aunque nadie lo recuerde, el Premio Nacional por su libro Miserere
en la tumba de R. N. en 1960. Por cierto, el año que se publicó el libro de
Tejada, 1966, el que consiguió el Nacional fue Arde el mar, de Pere
Gimferrer (cuando aún el galardón oficial se llamaba Premio Nacional de
Literatura “José Antonio Primo de Rivera”). Decía, tras esta arqueológica
digresión, que Bonilla da en el clavo cuando dice: “Aquí quien manda es una
soledad existencial que parece producto de un desencanto al que no se le puede
oponer otra cosa que los mismos versos en los que se nos da cuenta de él”. Y
contra el desencanto y la soledad, el amor. Porque, y cita Tejada a San Juan, “El
que no ama permanece en la muerte”. Sí, contra la muerte está escrito también, lo
que evidencia el poema “Hijo de la muerte”, que figura en la sección final, “Otros
poemas”, dedicado a la de un hijo que no llegó a nacer.
No es extraño, en fin, que Bonilla
mencione “la vida auténtica” y la “autenticidad que emociona” para referirse a
poemas como el que acabo de citar. Ni que apele al “lector sensato” que busca
poesía para encomendarle la lectura de Razón de ser. Empieza: “No hay
solución. Ni a solas ni con nadie”. Sigue: “¿Quién no está solo?” No se olvida
de “los solitarios incurables”. Y en el primer poema de “Consolaciones” (por la
carne, la amistad, la estirpe) leemos: “Amar es más difícil que parece; / ser
amado, imposible”. Se atreve a orar (años sesenta) por “los españoles sin
España”: “que nadie les pregunte ni les haga / fiesta a ninguno nadie, como que
son de casa”, Y escribe incluso la palabra “exilio”.
Al principio, para abrir la sección que
da título al libro, hay un epígrafe de Wilfred Owen que dice: “Hoy día lo más
que puede hacer un poeta es advertir”. Pues eso.
Razón
de ser
José Luis Tejada
La Isla de Siltolá, Sevilla, 2017NOTA: Esta reseña se ha publicado en el número 3 de la revista de creación y crítica Heterónima.