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Agamben dixit
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Pepe Durán/El País |
"Al entrevistador que le
pregunta «¿qué queda para usted de la Alemania en la que nació y creció?»,
Hannah Arendt responde «queda la lengua». Pero ¿qué es una lengua como resto,
una lengua que sobrevive al mundo del cual era una expresión? Y ¿qué nos queda,
cuando nos queda solamente la lengua? ¿Una lengua que parece no tener ya nada
que decir y que, sin embargo, obstinadamente queda y resiste y de la cual no
podemos separarnos? Me gustaría responder: es la poesía. ¿Qué es, de hecho, la
poesía, sino aquello que queda de la lengua después de que han sido
desactivadas una a una sus funciones comunicativas e informativas normales?
Recuerdo que Ingeborg Bachmann me dijo una vez que no era capaz de ir a la
carnicería y preguntar: «me da un kilo de filetes». No creo que quisiera decir
que la lengua de la poesía es una lengua más pura, que se encuentra más allá de
la lengua que usamos en la carnicería o para los otros usos cotidianos. Creo
más bien que la lengua de la poesía es lo indestructible que queda y resiste a
todas las manipulaciones y a todas las corrupciones, la lengua que queda
también después del uso que hacemos de ella en los SMS y en los tweets, la
lengua que puede ser infinitamente destruida y que sin embargo permanece, del
mismo modo en que alguien escribió que el hombre es lo indestructible que puede
ser infinitamente destruido. Esta lengua que queda, esta lengua de la poesía
—que también es, yo creo, la lengua de la filosofía— tiene que ver con aquello
que, en la lengua, no dice, sino que llama. Es decir,
con el nombre. La poesía y el pensamiento atraviesan la lengua en dirección a
los nombres, a ese elemento de la lengua que no discurre y no informa, que no
dice algo de algo, sino que nombra y llama. Un breve texto que Italo Calvino
solía dedicar a sus amigos como su «testamento espiritual» se cierra con una
serie de frases recortadas y casi jadeantes: «tema de la memoria —memoria
perdida— conservar y perder aquello que se ha perdido —aquello que no se ha
tenido— aquello que se ha tenido con retraso —aquello que llevamos con
nosotros— aquello que no nos pertenece…». Yo creo que la lengua de la poesía,
la lengua que queda y llama, llama justamente aquello que se pierde. Ustedes
saben que, tanto en la vida individual como en aquella colectiva, la masa de
las cosas que se pierden, el exceso de los acontecimientos ínfimos,
imperceptibles, que todos los días olvidamos es a tal punto exterminado que
ningún archivo y ninguna memoria podrían contenerlos. Aquello que queda,
aquella parte de la lengua y de la vida que salvamos de la ruina, tiene sentido
sólo si tiene que ver íntimamente con lo perdido, si existe de algún modo para
él, si lo llama por medio de nombres y responde en su nombre. La lengua de la
poesía, la lengua que queda nos es querida y preciosa, porque llama lo que se
pierde. Porque aquello que se pierde es de Dios". Giorgio Agamben, «Qué
queda?».
(En el blog Artillería
inmanente se nos explica que estas notas reproducen partes de una
intervención del pensador
italiano en el Salone del Libro de Turín el pasado 20 de mayo de 2017
y que está tomado de la publicación de la columna de
Agamben en la página de Quodlibet, con el título «Che cosa resta?»,
del 13 de junio de 2017.)