25.10.19

La habitación de los recuerdos

Son muchas las lecturas que se han vertido sobre El cuarto del siroco y es que su autor, el placentino Álvaro Valverde (1959), es uno de los poetas más admirados y respetados de nuestro panorama lírico, no es para menos pues en su octavo poemario vuelve a dar una lección de madurez creativa, que viene demostrando desde el IV Premio Fundació Loewe por Una oculta razón (Visor, 1991). Desde entonces cada libro ha venido a erigirse como inmarcesible hito en ese exigente camino que debe ser la Obra.
Número 303 de la espléndida colección “Nuevos Textos Sagrados”, que dirige Antoni Marí, y con una sugerente ilustración de portada de Salvador Retana, que recoge en unos trazos el espíritu que anima el conjunto, el libro se compone de setenta y cinco poemas de ritmo imparisílabo, con predominio del heptasílabo y el endecasílabo, sin división interna en partes, sino organizados como un continuo de acuerdo con la pulsión de “quien resiste sereno a la intemperie”. El volumen se abre con un texto del propio autor, La stanza dello scirocco, donde éste explica el significado del título: “habitación donde las familias nobles se guarecían mientras soplaba el temible siroco”, y que le sirve para trazar una analogía con el “viento furioso de la existencia”, así pues para Álvaro Valverde la poesía es refugio necesario, “metáfora y verdad”, dirá en el poema que inaugura el libro, “A modo de poética”.
Tras las elocuentes citas de Kenneth Koch, Anne Carson y Emily Dickinson, Álvaro Valverde nos ofrece un estilo contenido, depurado, sencillo, epítetos que albergan una soterrada complejidad, donde podemos hallar desde ciertas referencias culturalistas, a nuestra tradición lírica contemporánea, en “Homenaje a María Zambrano” y “Juanramoniana”, al pasado grecolatino, en “Aquiles” y “Pompeya, MMXIV”, o a “la sombra y la penumbra” de un interior del pintor danés Vilhelm Hammershoi; hasta lugares donde la memoria, la evocación, el recuerdo, se hace “presente eterno”, palabra viva, así sucede en los poemas que remiten a la infancia o a espacios familiares, íntimos, como en “Baño”, “En el molino”, “Fuente de los Alisos” “Ribera del Marco” o “Torre de la Higuera”, lugares que resisten detenidos en el tiempo.
Cabe destacar los tres poemas en prosa, “Una elegía”, “Mujeres” y “Noche”, y, sobre todo, los poemas breves, donde en apenas unos versos Valverde se aquilata al ritmo pausado de la naturaleza, con extrema delicadeza, como en “Mínima”:

El breve son
del pájaro
en la rama:
la escueta,
intensa levedad
del aforismo.

Hay citas que incitan el poema, donde la razón se trueca en esperanza, es el caso de Leopardi en “Árida vida”, Miguel Hernández en “Canción de aniversario”, Antonio Colinas en “Meditación en Bohemia”, Sophia de Mello Breyner en “Jardim do Paço”, o el Arcipreste de Hita en “Leyendo a Jiménez Lozano”.
Pero si hay un pasaje verdaderamente emotivo, son los tres poemas en los que Álvaro Valverde evoca al poeta Ángel Campos Pámpano (1957-2008), así el recuerdo del amigo desaparecido impregna los versos de “Naturaleza pensativa”, “Un viaje a Lisboa” y “Homenaje”, que constituyen, junto al poema que da título al libro, el eje cardinal del poemario, páginas en las que el dolor y la melancolía, el sol y la sombra de “las tardes sosegadas de junio”, al fin relativizan la ausencia porque, como dijo Vladimír Holan, “al poeta no se le perdona ni la muerte”.
En definitiva, Álvaro Valverde nos entrega sus ideas, sus recuerdos, con la serena belleza del verso medido, reposado, que indaga en el fluir del tiempo, en la naturaleza, para extraer de ella pura filosofía tamizada por los ojos y la mente del poeta, ser contemplativo y reflexivo que expresa con hondura la realidad cotidiana pues para el bardo extremeño leer y escribir es vivir, no darse por vencido.

Gregorio Muelas Bermúdez

Reseña publicada en el nº 6 de CRÁTERA. Revista de crítica y poesía contemporánea y en el blog La Biblioteca de Gregorovius.