Bote pronto, y por aquello de darse por aludido (ver los blogs de Santos, Gonzalo y Lama), recuerdo a dos poetas enfrentados entre sí que, sin embargo, comparten la idea de que un buen poema (de verdad) no puede ser obra de una mala persona. Hablo de Antonio Gamoneda y de Andrés Trapiello. Yo coincido con ellos y he expresado este convencimiento varias veces por escrito. Como Hidalgo y Domínguez, reconozco, sin embargo, que hay poetas que, como personas (difícil desdoblamiento), son unos miserables. Sé de lo que hablo: los he tratado. Ahora bien, su poesía está a la altura de esa forma de ser, ni más ni menos. Puede que convenga traer a colación (algo latente en lo expresado por Gamoneda y Trapiello) esa especie que distingue entre el autor que escribe el poema y el personaje poético (?) que lo protagoniza. Si damos por válida esta dicotomía la cosa se complica. Se podría dar el caso de que el personaje fuera esencialmente bueno y el autor (al modo del fingidor pessoano) no. O al revés. El protagonista poemático un maldito y el poeta un ser angelical. El asunto, sin duda, da para mucho.