Esta tarde he vuelto a dar el que llamo "paseo largo", de 10 kilómetros, aproximadamente. Hacia tiempo que por unas u otras razones daba el "corto" (la mitad, más o menos). He llegado cansado pero feliz. El campo estaba precioso. Una neblina persistente se empeñaba en cubrirlo todo y los rayos de sol no han logrado apenas imponerse. El sosiego y el silencio eran gozo bastante. Por un rato (suelo tardar hora y media en hacer el recorrido) he olvidado que soy un hombre pegado a un volante. Porque me duelen, sé que tengo piernas. Y que sirven para algo más que para pisar acelerador, freno y embrague.