Seis meses lleva con nosotros Brutus, un mastín andaluz que trajimos desde Cáceres. Allí vivió sus primeras semanas de vida, en el piso de estudiantes de Leticia y Carlitos, que le cuidaron con esmero. Desde entonces está en El Molino. Sustituye a Nana, Vera y Sasa (aunque para mí que se debería escribir Zsa Zsa). Bueno, mejor decir que era un mastín. Me explico. Hoy mi hijo ha llegado a una conclusión desconcertante: no es un macho sino una hembra. Mi suegra lo ha corroborado. Sí, es para matarnos. Bueno, uno nunca ha investigado sus partes, que conste. No es una disculpa: es pura ignorancia.
El pobre muchacho está entre sorprendido y enfadado. ¿Cómo la llamamos a partir de ahora?, dice él y decimos todos.
Sólo una cosa compensa el disgusto ambiente: transmitir a su hermana, vía Skype o Messenger, la buena nueva. Anticipo que aquélla dirá desde su Galway de adopción: ¡qué fuuueeerte!
He sugerido que empecemos a llamarla Brut. Muy navideño, ¿no?
El pobre muchacho está entre sorprendido y enfadado. ¿Cómo la llamamos a partir de ahora?, dice él y decimos todos.
Sólo una cosa compensa el disgusto ambiente: transmitir a su hermana, vía Skype o Messenger, la buena nueva. Anticipo que aquélla dirá desde su Galway de adopción: ¡qué fuuueeerte!
He sugerido que empecemos a llamarla Brut. Muy navideño, ¿no?