23.4.07

Gamoneda en Alcalá

Justo allí, en la Universidad de Alcalá, conocimos Yolanda y yo a Antonio Gamoneda. Fue en una tórrida mañana de julio del 92. Subía las escaleras con Claudio Rodríguez, al que también conocimos personalmente ese día. Más tarde se incorporó al grupo José Agustín Goytisolo. Era en el curso "Propuestas poéticas para fin de siglo" que dirigía el poeta zamorano y que patrocinaba, oh paradoja, la Fundación Banesto (sí, la de Mario Conde, que todavía no estaba en la cárcel). Aquella mañana, tras las conferencias (uno, ya ves, habló en contra de la "normalidad" en poesía, y en la vida, of course) fuimos a comer a una especie de casino con un comedor enorme. Por la tarde, no sé cómo, leí poemas. Me presentó el propio Claudio que no dejó de interrumpirme (benditas interrupciones) durante toda la calurosísima sesión.
Esta mañana le han entregado a Gamoneda el Cervantes en el hermoso paraninfo de Alcalá. Ha sido emocionante, sin duda. No tanto por el marco incomparable y el perifollo reinante cuanto por su hondo discurso sobre la "cultura de la pobreza". Para un extremeño de mi generación, palabras mayores. Para el poeta que soy, la esencia. Siempre he defendido la poesía precisamente por su radical pobreza.
Junto a las altas autoridades del Estado y otras personalidades que uno conoce por los papeles y por la tele, estábamos un puñado de poetas: Clara Janés, Colinas, Siles (tan cariñoso como siempre, Miguel Casado (su "inventor"), Mestre, Micó y pocos más. De los mayores (a Clara le quito años), Félix Grande, Hilario Tundidor y Diego Jesús Jiménez.
Cuando ha llegado César Antonio Molina se ha dirigido a la bancada de los vates y todos hemos sonreído con complicidad. Hoy el agraciado era uno de los nuestros aunque, como comentaba el director del Instituto Cervantes, nos van ganado los prosistas por goleada.
A mi lado, en la tercera fila (soy el primer sorprendido), Fernando Valverde. No mi hermano el cura, que se llama así, sino el del Gremio de Libreros. Por allí estaba, por cierto, otro Valverde, poeta residente en Valladolid.
Delante tenía el cogote de don Landelino Lavilla. Detrás del mío podía sentir el aliento (y la modulada voz) de Amancio Prada.
Gamoneda estaba nervioso, cómo no, pero ha leído muy bien. Con la firmeza que le caracteriza. Y con su habitual tono tronante (ma non troppo).
Los parlamentos de la ministra y del rey han sido muy bonitos. Breves pero precisos, sin vanos adornos.
Como dice Gonzalo Hidalgo (que estuvo allí hace un par de años con Ferlosio), a estas cosas hay que ir una vez en la vida. Hoy ha tocado. Pues eso.