Miro la foto que me hizo en Cáceres Francis Villegas y me veo mala cara. La ha elegido Miguel Ángel Lama para hablar de mí. Siempre es mejor que de uno hable otro. Ayer, en la que ilustraba la noticia de mi destitución (en el Hoy), tampoco era buena. La fotogenia no es lo mío, sin duda. Los dos, con todo, son rostros muy de estas penosas, vergonzantes circunstancias. Mejor no entrar en la casquería. Dejemos eso para ellos y ellas, como dicen que debe decirse. Sólo añadiré, por ahora, una cosa: vuelvo a ser libre. Para opinar y para criticar. Creen algunos que no he dejado de hacerlo. No se imaginan los sapos que he tragado.
Ayer, a mi vuelta de Mérida en el tren (el que tantas veces tomó Fernando Pérez), de donde salí clandestinamente como un deportado (sí, Josemari), en una pose tan triste como literaria, era eso lo que más valoraba. Recobra uno la libertad y eso es más de media vida. O debería serlo. O para mí lo es. Así me ha ido.
Ayer, a mi vuelta de Mérida en el tren (el que tantas veces tomó Fernando Pérez), de donde salí clandestinamente como un deportado (sí, Josemari), en una pose tan triste como literaria, era eso lo que más valoraba. Recobra uno la libertad y eso es más de media vida. O debería serlo. O para mí lo es. Así me ha ido.