Esta mañana había quedado en la cafetería del Alfonso VIII con Antonio Trinidad. No nos conocíamos. Sólo habíamos cruzado algunos correos electrónicos. Es una de las personas que hacen posible la revista literaria Manga ancha. En su último número he publicado un texto autobiográfico sobre Tánger. Todas las colaboraciones se publican en tres lenguas: español, portugués y árabe. Quieren hacer habitable ese espacio común que, paradójicamente, nos ha venido separando. La redacción está formada por profesores y escritores marroquíes, portugueses y españoles.
Hemos conversado atropelladamente, un poco de todo, como suelen hacer los solitarios cuando salen un rato de sus particulares monólogos. No parecía que fuera la primera vez. Nos hemos despedido con la sensación de que tampoco sería la última.
Le ha dado tiempo, antes de irse al pueblo de su mujer, extremeña como él, de saludar a Gonzalo. Le conocía porque estaba en el jurado que le concedió un premio, en Navalmoral, por su primera novela (corta).
A veces la amistad nos sorprende. Sin previo aviso, uno se encuentra con el otro de frente y le reconoce como tal. Con toda la dignidad que cabe al caso. Con todo el afecto.
Hemos conversado atropelladamente, un poco de todo, como suelen hacer los solitarios cuando salen un rato de sus particulares monólogos. No parecía que fuera la primera vez. Nos hemos despedido con la sensación de que tampoco sería la última.
Le ha dado tiempo, antes de irse al pueblo de su mujer, extremeña como él, de saludar a Gonzalo. Le conocía porque estaba en el jurado que le concedió un premio, en Navalmoral, por su primera novela (corta).
A veces la amistad nos sorprende. Sin previo aviso, uno se encuentra con el otro de frente y le reconoce como tal. Con toda la dignidad que cabe al caso. Con todo el afecto.