María Mercedes, no Eduardo, su poetísimo padre. De la colombiana acaba de aparecer en la ejemplar Biblioteca Sibila (Fundación BBVA) su poesía completa en una bonita edición que lleva un prólogo certero de Darío Jaramillo Agudelo, alguien que la conoció bien y que, conviene resaltarlo, ha leído su obra aún mejor. Por cierto, qué pocas páginas hacen falta para agrupar unas buenas obras completas. Éstas caben en 162.
A uno le deslumbró hace tiempo un poema suyo, La patria, perteneciente a su libro Hola, soledad. Luego busqué otros. Nada comparable, sin embargo, a leer por intenso (sic) una poesía que de puro personal es transferible; de puro clara, oscura; de puro triste, luminosa. O viceversa. Jaramillo trae cada poco citas de Juan Ramón para explicar su poética. Acaso ninguna mejor que ésa donde dice: "El poeta que habla íntimamente de sí mismo habla profundamente de los demás. El que cree que habla de los demás y a gritos no habla de ellos ni de sí mismo, o habla de ruido general".
Además de su dolida Colombia ("Patria Boba", llegó a decir de ella), los temas de la poesía de Carranza son los habituales. Y ya allí, la violencia, el terrorismo, la muerte. Además de algún poema suelto (tan conmovedor como "18 de agosto de 1989"), a ese asunto le dedica los 24 breves poemas de El canto de las moscas. Cada canto, un lugar.
Pero ante todo, es el amor su tema. Alejado de cualquier romanticismo, como todo lo suyo. Real, como la vida misma. El gastado por una larga relación. El perdido por la "juventud bien ida".
También la propia escritura. Y las palabras, a las que "asesina", porque sobran, en un memorable poema. Salvo a una: Yo, que habrá de acompañarla hasta el final "por triste, por su atroz soledad". Lo dice en otra parte: "pero lo que yo tengo que decir nadie lo sabe". Por eso escribe.
Con todo, lo que más me ha llamado la atención de este puñado de poemas necesarios ha sido el trágico camino que dibujan. Resulta emocionante y asombroso seguir, a través de sus palabras (cada vez más "cansadas"), el itinerario vital de la que fuera directora de la Casa de Poesía Silva hasta su suicidio en 2003. Da cuenta de su lucha incansable con un "enemigo", esa "bestia" que le "crece por dentro", cada vez más poderoso al que ella, no obstante, se enfrentó sin descanso. Noche a noche. Puede que al final la venciera, no sé. "Se dice: «no quiero salvarme»", comienza el poema "Una rosa para Dylan Thomas" y más adelante: "no envejecerá". ¿De quién habla? En otro lugar leemos: "no cortará la cuerda que lleva atada al cuello". O: "Miradme: me habita el miedo". Y sigue: "Oídme bien, lo digo a gritos: tengo miedo". Todo, en fin, le parece a uno escrito a tumba abierta. Sin ambages o disimulos. No era su estilo. "Después de todo -escribe-/, malvivo mi vida, como usted". Si tuviera que robar un título ajeno para estos poemas, no dudaría en apropiarme del de Brines: Ensayo de una despedida.
Le deja a uno perplejo la calidad y cantidad de la poesía escrita en Colombia en los últimos dos siglos. La recuperación para los lectores españoles (y en español) de María Mercedes Carranza es una excelente noticia. Nadie debería perderse la oportunidad de leerla. Cueste lo que cueste.
A uno le deslumbró hace tiempo un poema suyo, La patria, perteneciente a su libro Hola, soledad. Luego busqué otros. Nada comparable, sin embargo, a leer por intenso (sic) una poesía que de puro personal es transferible; de puro clara, oscura; de puro triste, luminosa. O viceversa. Jaramillo trae cada poco citas de Juan Ramón para explicar su poética. Acaso ninguna mejor que ésa donde dice: "El poeta que habla íntimamente de sí mismo habla profundamente de los demás. El que cree que habla de los demás y a gritos no habla de ellos ni de sí mismo, o habla de ruido general".
Además de su dolida Colombia ("Patria Boba", llegó a decir de ella), los temas de la poesía de Carranza son los habituales. Y ya allí, la violencia, el terrorismo, la muerte. Además de algún poema suelto (tan conmovedor como "18 de agosto de 1989"), a ese asunto le dedica los 24 breves poemas de El canto de las moscas. Cada canto, un lugar.
Pero ante todo, es el amor su tema. Alejado de cualquier romanticismo, como todo lo suyo. Real, como la vida misma. El gastado por una larga relación. El perdido por la "juventud bien ida".
También la propia escritura. Y las palabras, a las que "asesina", porque sobran, en un memorable poema. Salvo a una: Yo, que habrá de acompañarla hasta el final "por triste, por su atroz soledad". Lo dice en otra parte: "pero lo que yo tengo que decir nadie lo sabe". Por eso escribe.
Con todo, lo que más me ha llamado la atención de este puñado de poemas necesarios ha sido el trágico camino que dibujan. Resulta emocionante y asombroso seguir, a través de sus palabras (cada vez más "cansadas"), el itinerario vital de la que fuera directora de la Casa de Poesía Silva hasta su suicidio en 2003. Da cuenta de su lucha incansable con un "enemigo", esa "bestia" que le "crece por dentro", cada vez más poderoso al que ella, no obstante, se enfrentó sin descanso. Noche a noche. Puede que al final la venciera, no sé. "Se dice: «no quiero salvarme»", comienza el poema "Una rosa para Dylan Thomas" y más adelante: "no envejecerá". ¿De quién habla? En otro lugar leemos: "no cortará la cuerda que lleva atada al cuello". O: "Miradme: me habita el miedo". Y sigue: "Oídme bien, lo digo a gritos: tengo miedo". Todo, en fin, le parece a uno escrito a tumba abierta. Sin ambages o disimulos. No era su estilo. "Después de todo -escribe-/, malvivo mi vida, como usted". Si tuviera que robar un título ajeno para estos poemas, no dudaría en apropiarme del de Brines: Ensayo de una despedida.
Le deja a uno perplejo la calidad y cantidad de la poesía escrita en Colombia en los últimos dos siglos. La recuperación para los lectores españoles (y en español) de María Mercedes Carranza es una excelente noticia. Nadie debería perderse la oportunidad de leerla. Cueste lo que cueste.