Como comentaba en la entrada anterior, uno asocia el nombre de Saramago con los Premios Extremadura a la Creación. Fue ahí donde tuve ocasión de tratarle. Creo que ya he contado alguna vez -nos repetimos, sí- que pasé un rato largo conversando con él a las puertas del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Por primera y única vez se reunió allí el jurado con la sana intención de dar al fallo la dimensión nacional que se le resistía y que, por cierto, sigue resistiéndosele, y eso que el palmarés, diez años después, es ya ejemplar. Es curioso: fue la vez que más costó que nos acompañara. En los días previos, hablé no poco con Pilar del Río -tan temible como agradable, dependiendo del momento-, para intentar convencerla de que hiciera un esfuerzo para que así fuera. El caso es que recién salido de una clínica de Barcelona (por una operación en la vista), se presentó. Se le esperaba en el aeropuerto y un chófer de la Junta atravesó Madrid en un tiempo récord para que llegara a tiempo de votar. A diferencia de otras veces, en que la sobremesa le retenía largo rato junto a los miembros de los diferentes jurados (y más aún la apasionada conversación, a dos bandas con Ibarra, en la que solía terciar Landero), ese día se retiró pronto, algo cansado. Salí con él del hotel Suecia y esperamos juntos la llegada del coche oficial. Aquellos agradables momentos me dejaron una buena impresión. Por un personaje -un hombre, otro "animal inconsolable"- al que, lo reconozco, no guardaba demasiadas simpatías. En lo personal, claro. Puede que la lectura de algunas páginas de sus diarios (las que adelantó y tradujo Ángel para Libros del Oeste, quien acabó vertiendo al español su poesía completa, que desconozco) me indispusiera con él. O la aureola que proporciona un Premio Nóbel. Sin embargo, le guardo un cariño especial por haber publicado El año de la muerte de Ricardo Reis, una novela que me llevó a otra, la primera de las dos que he publicado, escrita como por impulso de aquélla, aunque nada tengan que ver, ay, entre sí. Me alegro de que sea, de las suyas, la preferida de Landero.
Quedan, en fin, sus libros. No es poco. El que escribió sobre Portugal, por ejemplo, me gustó. Leeremos otros. En ellos y en uno, su memoria sigue viva.
Quedan, en fin, sus libros. No es poco. El que escribió sobre Portugal, por ejemplo, me gustó. Leeremos otros. En ellos y en uno, su memoria sigue viva.