"Nadie puede pedirnos a todos desarrollar notables facultades musicales o intelectuales, pues no está en la naturaleza o en la vocación de cada uno llegar a ser, digamos, consumado pianista o investigador científico. Por el contrario, el descuido de las capacidades morales desde la familia y la escuela nos es reprochable, porque en ellas se contiene nuestra vocación de personas y de ciudadanos. (...) Una sociedad se conforma con unos pocos escritores de indiscutible calidad para disfrutar de la belleza creada por la palabra. Pero un solo ciudadano al que falte la conciencia de la igual dignidad humana, como le faltó a Céline, puede destrozar la vida de muchos o consentir su destrucción", escribía Aurelio Arteta hace unos días en el diario El País. Traigo esta cita para situar mi posición respecto al último libro de Luis García Montero. En todo caso, al leer ese artículo, a uno se le vino a la cabeza el nombre del poeta granadino, tal vez porque tenía sus versos entre manos.
Algunos amigos, con la mejor intención, me han afeado que anticipara una opinión positiva acerca de Un invierno propio. Que hablara a su favor, quiero decir. Por estos lares solemos ser un pelín tendenciosos. Uno quizás lo fue. Ya no. Desde hace tiempo. La edad, supongo. Me declaro ecléctico en materia lírica. Procuro leer sin anteojeras. Pero con criterio, eso sí. Por lo demás, ya sabemos que una cosas son las ideas -no digamos las poéticas- y otra los poemas. Se escribe a pesar de los preceptos, no siempre a su favor. Como se puede, no como se quiere.
Que no comulgué nunca con las teorías sobre la "normalidad" de García Montero ni con buena parte de los presupuestos de la denominada "Poesía de la experiencia" es asunto sabido. De ahí a no reconocer su valía literaria -y la de otros seguidores de esa corriente dominante- hay un paso. O más. Y no me mueve a ello esa opinión generalizada que ha decidido otorgarle el título, o poco menos, de Poeta Mayor del Reino. La mayoría habla siempre de oídas. Por eso, ahora que ya he leído su última entrega (y antes todas las anteriores) me confirmo en la intuición adelantada. Lo siento por los que se den por, amistosamente, aludidos. Diría más: con Habitaciones separadas, éste me parece su mejor libro. O, conviene precisar, el que más me ha llegado, algo que, en poesía, significa poco. Nada más que eso. Cada lector, un mundo.
Vuelvo al principio. Del mismo modo que de la película El discurso del rey, además del elogio de la palabra, lo que más me gusta es lo que tiene de ejemplo moral para tiempos difíciles, en los poemas de LGM encuentro, salvadas todas las distancias, algo parecido. Con ese discurso cívico llevado a términos poéticos, a poemas contantes y sonantes, uno sí está de acuerdo. En ese sentido, parafraseando al autor de "La tristeza del mar cabe en un vaso de agua", un hombre que escribe así se parece a mí.
Algunos amigos, con la mejor intención, me han afeado que anticipara una opinión positiva acerca de Un invierno propio. Que hablara a su favor, quiero decir. Por estos lares solemos ser un pelín tendenciosos. Uno quizás lo fue. Ya no. Desde hace tiempo. La edad, supongo. Me declaro ecléctico en materia lírica. Procuro leer sin anteojeras. Pero con criterio, eso sí. Por lo demás, ya sabemos que una cosas son las ideas -no digamos las poéticas- y otra los poemas. Se escribe a pesar de los preceptos, no siempre a su favor. Como se puede, no como se quiere.
Que no comulgué nunca con las teorías sobre la "normalidad" de García Montero ni con buena parte de los presupuestos de la denominada "Poesía de la experiencia" es asunto sabido. De ahí a no reconocer su valía literaria -y la de otros seguidores de esa corriente dominante- hay un paso. O más. Y no me mueve a ello esa opinión generalizada que ha decidido otorgarle el título, o poco menos, de Poeta Mayor del Reino. La mayoría habla siempre de oídas. Por eso, ahora que ya he leído su última entrega (y antes todas las anteriores) me confirmo en la intuición adelantada. Lo siento por los que se den por, amistosamente, aludidos. Diría más: con Habitaciones separadas, éste me parece su mejor libro. O, conviene precisar, el que más me ha llegado, algo que, en poesía, significa poco. Nada más que eso. Cada lector, un mundo.
Vuelvo al principio. Del mismo modo que de la película El discurso del rey, además del elogio de la palabra, lo que más me gusta es lo que tiene de ejemplo moral para tiempos difíciles, en los poemas de LGM encuentro, salvadas todas las distancias, algo parecido. Con ese discurso cívico llevado a términos poéticos, a poemas contantes y sonantes, uno sí está de acuerdo. En ese sentido, parafraseando al autor de "La tristeza del mar cabe en un vaso de agua", un hombre que escribe así se parece a mí.