Feliz quien ha leído. El que en la infancia, a través de los cuentos, fue descubriendo el mundo. El que en la adolescencia, en medio de la nada, supo hallar en lo oscuro siquiera este refugio al abrigo del tiempo. Quien joven, eterno en su belleza, intuyó en la lectura que vivir el momento era el mejor remedio contra aquello que huye. Aquel que, ya maduro, perdido como siempre, se aferró a algunas páginas para aplazar la muerte. Quien, en fin, viejo ya, leyó para ganar la batalla al olvido.
Feliz quien ha leído porque el camino es breve y sólo en la lectura puedes vivir las vidas que una existencia impide. Esas vidas de otros que por arte de magia se convierten en propias.
Feliz quien ha leído y ha encontrado en los libros el consuelo a sus males o el amor que le falta o la dulce alegría que vence a la tristeza. Quien ha llorado a solas al leer unos versos o un pasaje escondido en alguna novela.
Feliz el letraherido, el melancólico, aquel que, solitario, en un libro conoce al amigo que añora cuando va por la calle.
Feliz quien ha leído y tiene su mirada prendida de un poema y tiene su memoria aferrada a un relato. Quien piensa como piensan los que ensayan. El que se siente un griego en el exilio, o acaso un japonés a la espera de un haiku, o un árabe que evoca los sonidos del agua, o un americano que se canta a sí mismo.
Feliz quien ha leído y ha ido construyendo su propia biblioteca, y cada libro es un recuerdo cercano, un momento indeleble de lo que es fugitivo. Y una forma de crítica, porque no todo vale.
Feliz quien ha leído en salas soleadas de bibliotecas públicas y ha sentido las sombras de los mil personajes que pueblan los volúmenes que se apilan en torno.
Feliz quien, como Borges, no se jacta de aquello que ha escrito y, sin embargo, se enorgullece de aquello que ha leído. Quien, como a Jaime Gil de Biedma, la mención de la palabra poesía le suscita la imagen no de un hombre escribiendo un poema, sino la de un hombre leyendo un poema.
Feliz quien ha viajado sin haber recorrido un país extranjero. O aquel que desde el cuarto va más lejos incluso que el viajero más rápido. El que es cosmopolita y vive en la provincia de los libros sin patria, porque el lector es alguien que ignora las fronteras.
Feliz quien ha leído y se apena por todos los que no han encontrado ese placer perfecto.
Nota. Escribí este "manifiesto por la lectura" hace un par de meses a instancia de Leni Ortiz, directora de la Biblioteca Municipal "Juan Pablo Forner" de Mérida, y fue entregado ayer a los asistentes a la celebración del Día del Libro.