Cada día, durante el paseo, miro desde el río el santuario de la Virgen del Puerto, adorada patrona de este pueblo. Por costumbre. Ayer me costó localizarlo. Como la ciudad que describió Gutiérrez Solana cuando pasó por aquí en busca de su España Negra, se perdía en el paisaje. Piedra sobre piedra. Entonces recordó uno cómo era antes: ermita y blanca. Claro, eso parecía poco para una urbe de esta categoría y mis paisanos optaron por convertir la humilde construcción encalada en un solemne edificio de granito. Algo muy en consonancia con el carácter de nuestras gentes. Con lo bonita que era. Y lo cristiana.