11.3.12

Elogio de la lentitud

El viernes, al llegar del largo y caluroso paseo, me encontré con un libro. En mis manos, la preciosa edición de Hacia la tormenta, de Fernando Sanmartín, publicado por Xordica en 2005. Tenía muchas ganas de leer, ya lo dije, los diarios del autor zaragozano, amigo de mi amigo Elías Moro, que tiene mucho que ver con la sorpresa, así que tan contento.
Los que se dedican a la enseñanza saben bien cómo se llega al fin de semana y lo bien que sienta la tarde del viernes. Me di una ducha, me senté y empecé a ojear el ejemplar por dentro y por fuera. No me gusta mezclar lecturas y tenía otra entre manos. Al momento, iba Hacia la tormenta con todas las consecuencias. Casi al final, por un comentario acerca de los escritores y el alcohol, al bebedor que no soy ni nunca he sido le dio por pensar que me había bebido el libro como algún amigo degusta un whisky o un gin tonic en el salón de su casa al atardecer, serenamente. No me resultaba difícil adivinar que esa lectura no iba a defraudarme. Tampoco que me iba a resultar tan gratificante. Misterios de la literatura.
Sin alharacas, sin pedantería, sin ensañamiento, sin egotismo, con una prosa jugosa, elegante y eficaz no carente de ironía; una prosa de la mejor estirpe, de ahí su regusto a clásica, alguien de Zaragoza nos habla de sus lecturas, de sus viajes, de su modesta vida literaria, de sus amigos... Digo lo de Zaragoza porque Sanmartín y esa ciudad -él mismo lo declara: "formo parte de ella"- son inseparables, lo que me lleva a expresar mi sana envidia, insana siempre, de que allí convivan, y en la mejor armonía, tantos y tan buenos escritores de apellidos breves (una casualidad) que no nombro -salvo al inolvidable Romeo- para evitar omisiones u olvidos, algunos de los cuales -los citados "amigos"- pululan por estas páginas donde FS busca "cobijo".  
Otro personaje central es su hijo Yorgos (como Seferis), que nace cuando lo está escribiendo (entre 1997 y 2002). Y "ella" (¿Mar?), tan difuminada como presente. Y, junto a ellos, la villa de Lekeitio, y otro mar: el mismo de todos los veranos.
Dije viajes y no son pocos los que hace este hombre. Con él nos acercamos a París y a Londres, pero también a Berlín, Bratislava, Siria o el Sahara. También de esos lugares habla lo justo, quizás porque, como dice en la primera entrada de su diario: "Una de las cosas que más admiro en literatura es el silencio". Y sigue: "Admirable compostura la de quienes utilizan el silencio como ropaje, como geometría". Es parte del tono de este breve libro sutil e inteligente que siempre dice más de lo que parece. Y es que Sanmartín tiene la gracia de acertar con los detalles, de trascender la cotidianeidad con la anilla de la literatura. Poco importa que hable de una linterna, una paloma o la fotografía de un buzo. Será porque le gusta mirar: "Mirar. Como una búsqueda".
FS podría hacer suya la definición de Tomeo -otro de la panda aragonesa-, eso de que "escribir es como abrir una ventana y ver el paisaje y contárselo a los que no están asomados contigo". Como previsible, no sé por qué, era su encuentro con Sánchez Ostiz (otro diarista imprescindible) al que define como "afiliado al entusiasmo, a la sinceridad, al aguante", algo que acaso Sanmartín también podría adjudicarse. Como eso otro que comenta a propósito del pintor Ignacio Fortún: "directo, sin retórica, sin trucos". Y uno escribe como es. 
A pesar de la aludida brevedad -marca de la casa-, Hacia la tormenta tiene una segunda parte: "Otro viaje, otro argumento (2002)" dedicada a la experiencia de convivir con un cuadro de grandes proporciones del citado Fortún que se llevó a casa después de que el pintor le pidiera un texto para el catálogo de su próxima exposición.
En este libro de perfiles y detalles no está de más, en fin, fijarse en algunas menciones: la de Modiano, por ejemplo, de quien compra, en Estrasburgo, Le petite bijou, porque "en las novelas de este autor uno encuentra personas que son reos de su pasado. Algo que me resulta demasiado próximo". Son datos que sirven para que uno fije su nombre en esa noble lista de diaristas españoles que tantas satisfacciones dan a los lectores del presente y tanto juego darán a los estudiosos del futuro.
Uno se queda, el libro ya cerrado, con ganas de más. Y recuerda lo que Sanmartín escribió en la página 38: "Pero es el azar, a veces, quien coloca en nuestras manos los libros cuando le apetece". ¡Bendito azar!