"La envidia de la poesía no es un "vicio" exclusivo de los filósofos. La narrativa de la segunda mitad del siglo XX (y de lo que llevamos de este) está preñada de esta envidia. De una envidia, sobre todo, por el personaje poético que ha desarrollado la poesía moderna: una voz en primera persona que elabora su visión del mundo a partir de su propia experiencia. Un personaje que tiene su origen, como se ha escrito muchas veces (tantas que quizás, en rigor, sería hora más bien de comenzar a cuestionarlo) en el Romanticismo inglés con el Preludio de Wodsworth como piedra angular y que sufre después múltiples mutaciones hasta llegar a hoy: algunas tan esenciales como el paso de "protagonista" a "testigo" que se da sobre todo tras la II Guerra Mundial (el ejemplo de Milosz es singular) y la aparición del documental, y la incorporación de elementos que tienen que ver con la experiencia performativa del cuerpo: su incorporación a la poesía (Sylvia Plath, Anne Sexton...) de una forma absolutamente natural con sus dolores y sus humores (hasta entonces había sido patrimonio casi exclusivo de la escatología poética) ha sido sin duda otra de las grandes revoluciones poéticas del siglo. En buena parte la narrativa ha renunciado a aquello que tenía de puesta en pie de un mundo complejo mediante la suma de métodos y astucias propias del resto de géneros para acomodarse a discursos más simples, que admiten variaciones sin duda en su escritura, pero subordinados a menudo a una voz única, en primera persona, que al renunciar a algunas exigencias básicas de la poesía acaban resultando poemas alargados, blandos y sin tensión".
Martín López Vega, Envidia de la poesía.