Mereció la pena acercarse a Salamanca, a pesar de la lluvia y del frío, para participar en la mesa redonda "Biblioteca pública: una mirada plural" organizada en defensa de eso, de las bibliotecas públicas, amenazadas, como casi todo, por los dichosos recortes. El salón de actos de la Casa de las Conchas estaba abarrotado (por suerte sigue habiendo ciudades culturales) y lo que allí se dijo a uno le pareció la mar de interesante.
De mis compañeros de mesa, moderados con suma eficiencia por la periodista Ana Sánchez White, sólo conocía a Asunción Escribano, que abordó el asunto con la precisión y el rigor que se le presupone a una profesora universitario. Tanto Carmen Castrillo como Ajo Diz hablaron de su condición de usuarias y sus intervenciones dieron fe de la pasión de los "adictos" por esos lugares de la lectura tan necesarios como prácticos. Vida, dijo la primera, es lo que las bibliotecas, ante todo, te dan. La segunda llamó la atención acerca de lo importante que es defenderlos: ser consciente de que lo natural hoy, usarlos y disfrutarlos, puede dejar de serlo mañana. Otro profesor, Salvador Marti Puig dio en la clave al matizar entre "lo público" y "lo común"; lo que es de todos, no del Estado. También -por algo es de Políticas-, recordó que vivimos de las rentas de logros que se consiguieron hace tiempo y por eso parece haber llegado la hora de reivindicar lo que nos pertenece, de "proteger" los espacios comunes, si no queremos perderlos para siempre. Y a este paso...
Por mi parte -intervine en segundo lugar-, aludí, entre otros asuntos, a mi descubrimiento de las bibliotecas públicas (y de los libros) en la placentina de don Gregorio, recordé la reciente experiencia extremeña a favor de la lectura (el "agua y biblioteca" que los alcaldes de los primeros ochenta le pedían a Ibarra, el plan "Ni un pueblo sin biblioteca", el Plan de Fomento de la Lectura...) y de los retrocesos que está llevando a cabo la nueva administración que nos devuelven al erial que fuimos; mencioné la complementariedad entre bibliotecas escolares y municipales (y públicas en general) y, a partir de la famosa cita de Manguel sobre la biblioteca como una suerte de autobiografía, de autorretrato (de biografía, según Bonet), vine a decir que, del mismo modo, extrapolando, nada como la red de bibliotecas públicas de un país para hacerse una idea cabal, una autobiografía o un autorretrato o una biografía, de lo esa nación es o ha representado en el mundo. Y que todo esto, claro, es cosa de ciudadanos, de ciudadanía. Para hacer posible esa "sala de estar de la democracia", como la definió uno de esos nórdicos que fundan en sus bibliotecas parte del estado del bienestar. Cosa, eso sí, de los que creen o creemos en lo público (de ahí el matiz de Marti Puig); más en regiones como ésta donde la iniciativa privada (casi) no existe. Precisé que para uno las bibliotecas son lugares de resistencia. Prefiero este término al de indignación. En el silencio de esos sitios, en medio de la callada conversación, la más íntima, entre autor y lector, se piensa, se reflexiona, se aleja uno del ruido, no sólo ambiente, que intenta confundirnos desde demasiados frentes. Terminé, cómo no, evocando a Borges, porque uno imaginó, como él, el paraíso como una biblioteca y comprobó hace tiempo que existía y era asequible y real, al menos hasta ahora.
Todos cerramos filas y defendimos, por simple justicia, a los profesionales que trabajan en las bibliotecas, mucho más que señoras y señores que se pasan la vida chisteando. Uno incluso comentó, con la ingenuidad que le caracteriza, que en cualquier municipio de una determinada dimensión debería haber un bibliotecario, como hay, pongo por caso, un maestro o un médico. La lectura y la gestión cultural estarían garantizadas. Y nuestro futuro sería distinto, no cabe duda.
Entre el público, amigos bibliotecarios como Isabel, Hilario y Óscar; compañeros como Crispín; poetas como Raúl Vacas; y lectores, muchos lectores, que a lo largo de hora y media disfrutamos con la defensa de lo más nuestro.
De mis compañeros de mesa, moderados con suma eficiencia por la periodista Ana Sánchez White, sólo conocía a Asunción Escribano, que abordó el asunto con la precisión y el rigor que se le presupone a una profesora universitario. Tanto Carmen Castrillo como Ajo Diz hablaron de su condición de usuarias y sus intervenciones dieron fe de la pasión de los "adictos" por esos lugares de la lectura tan necesarios como prácticos. Vida, dijo la primera, es lo que las bibliotecas, ante todo, te dan. La segunda llamó la atención acerca de lo importante que es defenderlos: ser consciente de que lo natural hoy, usarlos y disfrutarlos, puede dejar de serlo mañana. Otro profesor, Salvador Marti Puig dio en la clave al matizar entre "lo público" y "lo común"; lo que es de todos, no del Estado. También -por algo es de Políticas-, recordó que vivimos de las rentas de logros que se consiguieron hace tiempo y por eso parece haber llegado la hora de reivindicar lo que nos pertenece, de "proteger" los espacios comunes, si no queremos perderlos para siempre. Y a este paso...
Por mi parte -intervine en segundo lugar-, aludí, entre otros asuntos, a mi descubrimiento de las bibliotecas públicas (y de los libros) en la placentina de don Gregorio, recordé la reciente experiencia extremeña a favor de la lectura (el "agua y biblioteca" que los alcaldes de los primeros ochenta le pedían a Ibarra, el plan "Ni un pueblo sin biblioteca", el Plan de Fomento de la Lectura...) y de los retrocesos que está llevando a cabo la nueva administración que nos devuelven al erial que fuimos; mencioné la complementariedad entre bibliotecas escolares y municipales (y públicas en general) y, a partir de la famosa cita de Manguel sobre la biblioteca como una suerte de autobiografía, de autorretrato (de biografía, según Bonet), vine a decir que, del mismo modo, extrapolando, nada como la red de bibliotecas públicas de un país para hacerse una idea cabal, una autobiografía o un autorretrato o una biografía, de lo esa nación es o ha representado en el mundo. Y que todo esto, claro, es cosa de ciudadanos, de ciudadanía. Para hacer posible esa "sala de estar de la democracia", como la definió uno de esos nórdicos que fundan en sus bibliotecas parte del estado del bienestar. Cosa, eso sí, de los que creen o creemos en lo público (de ahí el matiz de Marti Puig); más en regiones como ésta donde la iniciativa privada (casi) no existe. Precisé que para uno las bibliotecas son lugares de resistencia. Prefiero este término al de indignación. En el silencio de esos sitios, en medio de la callada conversación, la más íntima, entre autor y lector, se piensa, se reflexiona, se aleja uno del ruido, no sólo ambiente, que intenta confundirnos desde demasiados frentes. Terminé, cómo no, evocando a Borges, porque uno imaginó, como él, el paraíso como una biblioteca y comprobó hace tiempo que existía y era asequible y real, al menos hasta ahora.
Todos cerramos filas y defendimos, por simple justicia, a los profesionales que trabajan en las bibliotecas, mucho más que señoras y señores que se pasan la vida chisteando. Uno incluso comentó, con la ingenuidad que le caracteriza, que en cualquier municipio de una determinada dimensión debería haber un bibliotecario, como hay, pongo por caso, un maestro o un médico. La lectura y la gestión cultural estarían garantizadas. Y nuestro futuro sería distinto, no cabe duda.
Entre el público, amigos bibliotecarios como Isabel, Hilario y Óscar; compañeros como Crispín; poetas como Raúl Vacas; y lectores, muchos lectores, que a lo largo de hora y media disfrutamos con la defensa de lo más nuestro.