Hace apenas una semana se presentaba en Plasencia, dentro de los actos del Mes del Libro, el último de relatos de Pilar Galán (Navalmoral de la Mata, 1967), Paraíso posible, publicado por de la luna libros. El encargado de hacer los honores fue Juan Ramón Santos, autor de cuentos, como ella, y con obras en la misma editorial emeritense, quien sigue demostrando con frecuencia (más, a buen seguro, de lo que él quisiera) que presentar un libro no siempre ha de ser algo ritual, mecánico o aburrido. Lo suyo fue un ejercicio de inteligencia y de lucidez que remató Pilar Galán con las palabras que preparó para ese acto, unas cuartillas que leyó deprisa (es de las mías), donde se rió mucho de sí misma y dejó caer algunas perlas que cortaron el aire de la Sala del Artesonado de Las Claras; así, ese comentario de un alumno que, informado de la larga enfermedad de su padre y de los días y noches que dedica a su cuidado, le espetó una mañana, con pasmosa naturalidad, al llegar cansada y ojerosa a clase: "Ya tendrá usted ganas de que su padre se muera".
Hubo, además, complicidad entre presentador y presentada, que nunca está de más en cualquier presentación que se precie. De todo aquello me quedaron unas ganas tremendas de leer cuanto antes esos cuentos reunidos, una necesidad ya satisfecha que me ha dejado un estupendo sabor de boca. Sí, es verdad que aquí prima lo agridulce -se repitió aquel día-, pero el humor y la ironía inclinan la balanza hacia ese lado en que lo azucarado predomina.
Breves y muy breves, estos relatos están escritos desde la vida. La más corriente. La usual. Padre, madre, marido, hijos, hermanos, suegra, matrimonio, familia, de un lado, y, del otro, el trabajo (en su caso, la enseñanza, que da mucho de sí cuando de relatar se trata) y otras circunstancias (niños a los que se les aparece la Virgen en una atmósfera que evoca la película Amanece que no es poco; portugueses que invaden Extremadura; alumnos que pasan a ser profesores de viejos maestros; la llegada del fin del mundo; la desesperación del veraneante playero, etc.) dan consistencia a unas historias muy apegadas al terreno, escritas en clave autobiográfica, por decirlo de una manera acaso demasiado sencilla, por no decir simple. Muestra de ellos sería "Navalmoral-Cáceres (y viceversa)", donde PG recuerda los viajes en autobús de su infancia y que a uno le ha llevado hasta algo que publicó en Baluerna.
Paraíso posible se lee sin querer, sin esfuerzo (del malo), un relato va tirando del siguiente y al final, antes de que lo sospeches, en la cesta ya no hay, como quien dice, cerezas, El ritmo es cadencioso y envolvente, el conseguido por alguien con oído, un bien que no es exclusivo de los poetas. Con hallazgos no sólo formales, como esa frase que cierra "Vae victis": "y al otro lado del rencor, no existen ni vencedores ni vencidos". Con cuentos perfectos, como "La Eneida: Libro Cuarto".
Apenas hay microrrelatos, pero para terminar copiaré uno que se titula "Despedida" y que quizás traiga al lector algo del tono -el más ligero- de Paraíso posible:
Vete a tomar por culo, Margarita, me escribió en el móvil. Solo un poeta como él podía despedirse en endecasílabos.